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Marcos Cano no era el hombre más atractivo sobre la faz de la tierra, pero desprendía un gran magnetismo que no dejaba a nadie indiferente. Cualquier persona, hombre o mujer, que tuviese la oportunidad de intercambiar más de dos minutos de conversación con él, caería rendida a sus pies. Era como un encantador de serpientes y con sus palabras era capaz de hipnotizarte. Pero no era ni un adulador, ni un charlatán. Lo que sí tenía era una gran capacidad de empatía y sabía decirle a cada persona lo que quería escuchar en cada momento.

También era un orador excepcional y sus habilidades innatas para hablar en público eran asombrosas. Cautivaba a su auditorio a las primeras de cambio. Aunque también era cierto que no despertaba la misma simpatía en todo el mundo, o lo amabas o lo odiabas, a pesar de que las razones de ese odio fuesen principalmente la envidia.

—¿Has visto a éste? —le había preguntado a Vega un compañero de informativos refiriéndose a Marcos en tono despectivo—, parece el Clark Gable de la política, cada vez que lo veo me lo imagino encendiendo su pipa y diciendo “francamente, querida, me importa un bledo”.

—Espero que no sea como Clark Gable, no me gustaría que un candidato a la presidencia de este país fuese un mujeriego y un bebedor empedernido —respondió Vega con amabilidad a pesar de que no le tenía demasiado aprecio a su compañero. Aún no conocía a Marcos y no quería juzgarlo sólo por la imagen que proyectaba.

—No sé, hay algo en él que no me huele bien. No se  puede ser tan perfecto.

—Nadie dice que sea perfecto, pero lo que es innegable es que tiene carisma —le rebatió Vega.

—¿Pero que es el carisma? El carisma no es nada, puedes tener carisma y estar vacío por dentro. Fíjate el Clark Gable, su carisma era más que evidente, pero como tú bien has dicho, era un libertino y un alcohólico.

—Yo no he dicho eso exactamente, tienes un modo muy particular de manipular la información. No sé si estás en el lugar adecuado o si realmente deberías cambiar de profesión —le dijo Vega con sarcasmo intentado dar por terminada su conversación. Su compañero era el primero que tenía envidia de Marcos porque estaba a años luz de su poder de atracción.

 

Un año y medio atrás, una profunda crisis en el partido socialista, había exigido el cambio de líder dentro del partido y en pocos meses, Marcos no tardó en hacerse con el cargo. Eran muchos los que lo apoyaban y sus detractores dentro de las filas del propio partido eran prácticamente inexistentes. Tenía madera de líder, su retórica y su elocuencia estaban más que demostradas y sus profundos valores, sus ideales y sus convicciones políticas eran admiradas por todos. Marcos Cano había logrado lo que a todos les parecía un imposible: conseguir que muchos españoles volviesen a creer en la política y en los políticos después de años de corrupción y escándalos.

El día que se conocieron Vega había sido excesivamente dura con él, puesto que había algo en esa corta y rápida trayectoria política que le causaba desconfianza. No llegaba a creérselo totalmente, o era “excesivamente inteligente” o estaba muy, pero que muy bien asesorado.

Vega tenía fama de ser una buena entrevistadora, dura pero objetiva y directa. Gracias a ello, no solía tener ningún problema para que ningún entrevistado aceptase la invitación del programa, ya que si era capaces de salir “ilesos” de la entrevista, eso les daba cierto prestigio de cara a la opinión pública.

—¿Cómo es posible que haya pasado del más profundo anonimato a liderar un gran partido de la noche a la mañana? —le preguntó Vega incisiva.

—Era anónimo ante los medios de comunicación, pero dentro de las filas de mi partido no era un desconocido. Llevo desde muy joven militando en el partido socialista y durante muchos años he trabajado muy duro en pro del socialismo. No se mide nuestra valía en función de lo mucho o lo poco que hayamos salido en los medios —respondió Marcos ofreciendo una actitud de cordialidad.

—¿Pero entenderá que pasar de ser un simple militante a liderar un partido a nivel nacional hay un salto muy grande? —su sarcasmo iba en aumento. En esa entrevista, para delicia de los telespectadores, Vega quería llevar al límite a su entrevistado.

—No hay ninguna ley que exija que tengas que pasar primero por distintos cargos políticos de relevancia antes de optar a la presidencia de un país. Por suerte para los ciudadanos, son otras cualidades las que se valoran.

—¿Y qué cualidades son esas?

— Se valora la voluntad de querer sacar un país, mi país, de la profunda crisis en la que estamos  inmersos; el compromiso de ayudar con todos los medios que sean necesarios a los más desfavorecidos; un profundo sentido de la justicia social y de la igualdad… —Vega le cortó sin darle opción a continuar. No estaba dispuesta a cederle demasiados minutos para su lucimiento personal.

—Muchos dicen que detrás de usted sólo hay una buena campaña de marketing.

—Se pueden decir muchas cosas, en eso consiste la libertad de expresión —dijo Marcos Cano visiblemente molesto—, pero le rogaría que no me menospreciase ni a mí, ni a la ciudadanía.

Vega percibió la indignación de su entrevistado e intento relajar el tono de sus preguntas y de sus comentarios.

Finalmente, Marcos había salido airoso de cada una de las preguntas de Vega y ella reconoció detrás de las cámaras que en su pequeña batalla dialéctica, él había salido victorioso. Una victoria doble porque no sólo la había ganado en el terreno profesional sino que también había comenzado a ganársela personalmente. No fue un flechazo ni nada que se le pareciese, pero por lo menos Vega había dejado de sentir esa desconfianza hacia él. Sus respuestas y su actitud hacia ella habían logrado que lo viese con otros ojos.  Muchos de sus entrevistados intentaban ganarse su simpatía antes, durante y después de la entrevista, sin embargo Marcos mantuvo las distancias en todo momento y no se esforzó, ni lo más mínimo, en caerle en gracia.

Vega odiaba que la adularan y que le hiciesen la pelota. Ella era sólo una entrevistadora y no tenían que caerle bien. Lo único que pretendía era preguntar aquello que a la gente le preocupaba y le interesaba y procurar que la respuesta quedase lo más clara posible. A ella no tenían que demostrarle nada, sino que tenían que demostrarselo a los miles de espectadores que los estaban viendo desde sus casas. Y Marcos, aunque tampoco fue antipático, la había tratado con mucha frialdad.

—¿Por qué se mantiene tan distante contigo? —a Julia, la chica del tiempo, también le había extrañado su comportamiento porque estaba fuera de lo habitual.

—No lo sé —le respondió Vega sin quitarle el ojo de encima a Marcos. Había algo misterioso en él.

—Igual es porque le gustas —le susurró al oído para que nadie pudiese escuchar lo que acababa de decir.

Vega no se inmuto con sus palabras, Julia era la típica casamentera que veía flechas de Cupido por todas partes. Sin embargo, su modo de comportarse le intrigó y le despertó curiosidad, así que cuando dos semanas después recibió una invitación para cenar con él, no dudó ni por un segundo si debería ir o no, porque estaba deseando verlo y conocerlo en mayor profundidad.

La cita había sido de cuento de hadas y Marcos se había comportado como un auténtico príncipe azul. Caballeroso, extremadamente educado y comedido, seductor… y Vega en cuestión de horas había caído bajo su embrujo.

Al principio, cuando el coche llegó a recogerla, Marcos estaba distante, tímido, como si la presencia de Vega le impusiese demasiado. La última y única vez que se habían visto, había sido el día de la entrevista y ella se había mostrado bastante dura con él, casi despiadada. Vega percibió la incomodidad de su acompañante e intentó romper el hielo.

—Marcos, ya no soy Vega la entrevistadora, sólo soy la chica con la que vas a ir a cenar y que tiene muchas ganas de pasar un rato agradable contigo —le dijo mirándole a la cara.

—Lo siento —se disculpó, devolviéndole la mirada —no sabía qué esperar de este encuentro.

—Entonces, ¿por qué me has invitado? —le preguntó con dulzura.

—Porque desde que acabó la entrevista sólo he deseado volver a verte —dijo apartando su mirada hacia otro lado, con vergüenza, como si le estuviese costando confesarlo.

—Sé que fui dura contigo, pero ese es mi trabajo igual que el tuyo es ser político, pero me gustaría que hoy nos conociésemos dejando al margen nuestros trabajos y que sólo fuésemos un chico y una chica que van a cenar juntos —Vega no quería que la velada se convirtiese en la segunda parte de la entrevista, quería dejar de lado su faceta de periodista y ser solamente, Vega, la mujer.

—Estoy de acuerdo, es agotador tener que mostrar siempre mi mejor cara, porque yo también tengo malos momentos en los que no me apetece sonreír ni ser cordial con todo el mundo —confesó con timidez.

—¡Lo sabía!, no eres perfecto —le dijo divertida, como si acabase de hacer un gran descubrimiento.

—No, ni pretendo serlo —dijo ya menos acobardado—, la perfección es aburrida.

—Eso es porque aún no me conoces —dijo coqueta y desenfadada. Vega estaba poniendo todo su empeño en que Marcos se relajara.

Él se rio, reafirmándose en que Vega además de ser preciosa, tenía mucha chispa y encanto. Quizás sí sea perfecta, se dijo Marcos.

 

La llevó a un restaurante a las afueras de la ciudad, en el que habían dispuesto un reservado exclusivo para ellos.

La cena había sido muy agradable y poco a poco, Marcos se fue mostrando mucho más cercano. Evitaron hablar de sus profesiones y se centraron en hablar de las cosas que más le gustaban y de sus vidas lejos de la política y el periodismo, respectivamente. Él le habló de su pasión por la música clásica y la ópera, un afición poco común en un hombre de su edad y con temor, le confesó que el modo que tenía de relajarse era tocando el piano. Y ella, dejándose llevar por el ambiente de sinceridad que se había creado en el reservado, le habló de lo sola que se sentía en Madrid.

Pero aunque estaba viendo en Marcos a una persona muy diferente de la imagen preconcebida que tenía, había algo que le llamaba más la atención que su timidez o su sensibilidad, y era la intensidad con la que la miraba.

Desde que habían llegado al reservado y lo tuvo frente a frente, sintió como sus ojos no dejaban de intentar penetrar bajo su piel. Nunca un hombre la había mirado de ese modo. Había fuego en su mirada. Y la extraña mezcla de la pasión de sus ojos y la cobardía de sus gestos, lo hacían demasiado atractivo. Marcos era un enigma que quería descifrar. Un delicioso enigma.

—Desearía que esta noche no acabase nunca —le dijo Marcos mientras se recostaba en la parte trasera de su coche oficial, al mismo tiempo que su mano derecha acariciaba tímidamente la mano de Vega, para terminar enlazando sus dedos con los suyos.

—Ni yo —Vega miraba a través de su ventana, envuelta en la calidez de sus pensamientos. La cita estaba llegando a su fin y ella quería seguir allí a su lado.

—Lo maravilloso de la noche es que nos da esperanza, la esperanza de que aunque vuelva a brillar el sol, sólo es cuestión de tiempo que vuelva a anochecer y podremos tener miles de noches igual que ésta.

Vega sentía como las palabras de Marcos la acariciaban de un modo tan enloquecedor, que su cuerpo reaccionaba con una mezcla de excitantes sensaciones. Pero se quedó allí, quieta, en silencio, observando como la oscuridad inundaba todo de magia.

—Debemos despedirnos aquí. No podemos correr el riesgo de que nos vea alguien —dijo con angustia cuando el coche aparcó delante de la casa de Vega.

Apretaron sus manos con fuerza, resistiéndose a tener que separarse y Marcos se giró hacia ella.

—Eres preciosa —le acarició la mejilla con la otra mano—, me duelen los ojos sólo de mirarte.

Sí, quizás sí fuese como Clark Gable, pensó Vega, porque frases que en otro sonarían manidas y vulgares, en él eran irresistibles.

Marcos soltó su mano, se acercó más a ella y sujetando su cabeza con delicadeza la atrajo ligeramente hacia él. Besó su mejilla y pegando su cara a la de Vega, puso su boca a la altura de su oído.

—Quiero pasar todas mis noches contigo —susurró Marcos con pasión contenida.

Los poros de la piel de Vega gritaban de deseo, un deseo que reprimió casi hasta volverse loca y comenzó a temblar.

—Debo irme —dijo con voz ahogada mientras cerraba la puerta tras de sí.

En eso momento ya no hubo marcha atrás, el corazón de Vega había comenzado a latir por Marcos, casi hasta perder la razón.