Epílogo
Los camilleros salieron con su fúnebre carga.
En la calle, los curiosos se agolpaban, presenciando la escena. Lomas y sus hombres los mantenían a raya.
Pearl se estremeció. La muerte le era familiar por su profesión, pero no bajo aquellas circunstancias.
—Lo que no me explico es —dijo lentamente— cómo supo que Susan y Andy se reunían en el estudio.
Carroll Ormsby sonrió.
—Era un habitual de la partida de póker de Andy. Y Gaston Hymes también. Ambos —Scrimer y Hymes—, habían podido darse cuenta de las entrevistas secretas de los dos esposos. Pero aunque Hymes, pese a estar enamorado de Susan, se lo había tomado con más filosofía; Scrimer no lo podía resistir. Y, supongo, cuando ella le dijo que iba a contratarse con otro agente teatral, sus sentimientos hicieron explosión y preparó el crimen.
—Es verdad, así tuvo que ocurrir —reconoció Pearl—. Ciertamente, no deja de ser sorprendente que los tres hombres fuesen «puntos», con otros de una misma partida. De todas formas, ¿cómo podría saber él la noche exacta de la última reunión de Andy y Susan? Porque una cosa hay evidente y es que Scrimer llegó al estudio antes que Andy y la asesinó para que el muchacho la encontrase ya muerta.
Ormsby meneó la cabeza.
—No puedo afirmar nada. Sin embargo, conociéndolos a ambos, es fácil imaginarse una hipótesis. Los acontecimientos externos presionan sobre el jugador de póker. Lógicamente, cabe pensar que Andy se mostrase aquella noche más nervioso que nunca. Buen observador, como director de una escuela artística, Scrimer especuló —y acertó— con la reunión de los dos esposos aquella misma noche. Se despidió unos minutos antes y…
Pearl suspiró.
—Sí, el resto ya es sabido, Carroll. Bueno —los grupos de gente, ida ya la ambulancia, empezaban a disolverse—, es hora de regresar a casita.
—Aguarde un momento —dijo él—. ¿Qué hay de la cena que me prometió?
—Mañana, si le parece bien —contestó la muchacha con ojos brillantes—. Soy buena cocinera, se lo advierto.
—Está bien, formule un menú.
Pearl meditó unos segundos.
—Consomé, ensaladilla, puré de patatas, pollo al horno…
—Oiga —preguntó él con cierta aprensión—, ¿con qué piensa trinchar el pollo? No usará ese escalpelo que tanto corta, ¿verdad?
Pearl se echó a reír.
—Emplearemos los dedos, al estilo de la Edad de Piedra; así no tendrá motivos de sentirse aprensivo.
—Eso ya está mejor. El menú me gusta. ¿No dicen que, para una mujer, el camino del corazón de un hombre pasa por su estómago?
—Eh, eh —protestó ella de buen humor—, si me sigue formulando esa clase de indirectas, le serviré sólo un trozo de pan con bicarbonato.
Carroll tomó su brazo para ayudarla a cruzar la calle.
—Acudiré a las siete y media en punto, Pearl —prometió—. Y si mis cálculos no fallan, dentro de poco, mi amigo el doctor Janswar pondrá un anuncio solicitando una nueva enfermera.
Hizo una pausa.
—Y al mismo tiempo —añadió— se producirá una baja en el Departamento de Policía de la ciudad.
—¿Qué? —se sorprendió ella—. ¿Es que piensa dejar el empleo?
—No. La que va a dejar de ser policía es usted. Ama de casa… y ya es suficiente, ¿no te parece, Pearl?
La muchacha sonrió muy complacida.
—Es una perspectiva muy agradable, Carroll —contestó.
FIN