Nota del autor

Soy escritor, no lingüista; novelista, y no del todo historiador. Pese a esta salvedad, mientras trabajo pongo mucho empeño en investigarlo todo, desde la ropa hasta las formaciones de las falanges, y a veces no estoy de acuerdo con la docta opinión tanto del mundo académico como de los generales de sillón que escriben vistosos libros ilustrados de gran formato sobre estos temas.

Y, en última instancia, los errores son culpa mía. Si usted encuentra un error histórico, ¡hágamelo saber, por favor!

Una cosa que he procurado evitar ha sido cambiar la historia tal como la conocemos para adecuarla al tempo de la acción o a la trama. La historia de las Guerras de los Diádocos bastante complicada es de por sí sin que yo la altere… Además, cuanto más escribes sobre una época que amas (y yo me he enamorado perdidamente de esta), más aprendes. Y al aprender más, las palabras pueden cambiar o cambiar de uso. A modo de ejemplo, en Tirano utilicé el Hipárquico de Jenofonte como guía para casi todo. Jenofonte llama machaira al arma ideal. Estudios posteriores han revelado que los griegos eran bastante laxos con la nomenclatura de sus espadas (en realidad, todo el mundo lo es, excepto los entusiastas de las artes marciales), de ahí que la machaira de Kineas probablemente fuese llamada kopis. Por ende, en el segundo libro, la llamo kopis sin ningún rubor. Es posible que otras palabras cambien; desde luego, mi comprensión de la mecánica interna de la falange hoplita ha cambiado. Cuanto más aprendes…

Una nota acerca de la historia. Siempre me hace gracia que un admirador (o un no admirador) me escriba para decirme que me he «equivocado» al describir una campaña o una batalla. Amigos —y espero que lo sigamos siendo después de lo que voy a decir—, sabemos menos sobre las guerras de Alejandro que sobre la superficie de Marte o sobre el personaje histórico de Jesús. Leo griego, contrasto testimonios y luego me pongo a escribir. He visitado casi todos los lugares en los que se desarrolla la acción y sé interpretar un mapa. Si bien disto mucho de ser infalible, también soy bastante buen soldado y estoy preparado para tomar mis propias decisiones a la luz de las pruebas todos los elementos que intervienen en el transcurso de una batalla. Es muy posible que me «equivoque», pero a no ser que alguien invente una máquina del tiempo, no hay manera de demostrarlo. La única fuente de que disponemos acerca de Alejandro vivió quinientos años después… eso sería como decir que fui testigo ocular de la batalla de Agincourt. Recele al leer la historia de una campaña o un libro de la editorial Osprey y no dé por hecho que su prosa confiada signifique que estamos bien informados. No lo estamos. Damos trompicones en la oscuridad y hacemos suposiciones.

Dicho esto, los historiadores militares son, con mucho, los peores historiadores que existen, dado que estudian las reacciones violentas que se dan en distintas culturas sin estudiar dichas culturas. La guerra y las cuestiones militares son parte integrante de la cultura, igual que la religión, la filosofía y la moda, y es imposible intentar sacarlas de contexto. Los hoplitas no usaban el aspis porque fuese la tecnología ideal para la falange. Apuesto a que lo llevaban porque era la tecnología ideal para la cultura, desde la cría de bueyes al modo en que los apilaban en carros, pasando por la hechura de su forma abombada. Los hombres solo combaten unos cuantos días al año, como mucho, pero viven, respiran, corren, buscan, juegan y tienen disentería trescientos sesenta y cinco días al año, y su equipo también tiene que serles útil durante esos días.

Finalmente, es cierto que mato a muchos personajes. La guerra mata. La violencia y las vidas violentas tienen consecuencias, tanto ahora como entonces. Y pese al drama de la guerra, es probable que el número de mujeres que morían de parto en edad de combatir duplicara el número de guerreros que morían en activo; de modo que si vamos al fondo de la cuestión sobre quién es despiadado…

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