Capítulo Diez

 

–Pronto llegaremos a casa.

Amy lo miró con una sonrisa en los labios.

–Sí, ya falta poco.

Leo había contratado un vuelo chárter porque tenía cosas importantes que hacer. Por ejemplo, la reunión con los productores del programa de televisión el día siguiente.

Pero no pensaba quejarse. El vuelo, como el de ida, fue perfecto, el coche estaba esperándolos en el aeropuerto y se dirigían a Suffolk al atardecer, con Elie dormida en la sillita de seguridad.

Amy miró a la niña de la que se había enamorado y sintió una punzada de dolor al pensar que tendría que despedirse de ella. De los dos.

La expresión de Leo era indescifrable, sus manos relajadas sobre el volante, los ojos clavados en la carretera.

–Mañana podrás dormir hasta la hora que quieras –le dijo, con algo de envidia.

Pero ella cambiaría eso por abrazar a Elie.

–Sí, claro –murmuró, intentando no pensar cuánto echaría de menos esos momentos. Volvería a casa con su madre y él a casa de sus padres hasta que hubiesen terminado las reformas en la suya, así que al menos por el momento su romance no tenía que terminar.

¿O sí?

–¿Cuándo quieres mirar las fotos? –le preguntó–. ¿Quieres que las descargue en un pen drive? Habrá que retocarlas antes de ponerlas en el blog, pero imagino que querrás elegir las que más te gusten.

–Tal vez podríamos verlas esta noche. Tengo que escribir los textos y he tomado notas mientras estábamos allí, pero la verdad es que tenía demasiadas cosas en la cabeza, por no hablar de otras distracciones.

Amy esbozó una sonrisa.

–¿Vas a quedarte en casa de tus padres?

–Unos días, sí. Mañana tengo que ir a Londres y Elie se quedará con mis padres. Imagino que tú estarás en casa de tu madre.

Así era, al menos por el momento. Y serían vecinos. Su corazón dio un saltito de alegría.

–¿Dónde si no? En caso de que lo hayas olvidado, ya no tengo casa.

Ni trabajo después de las ocho semanas. ¿Y a Leo? ¿Lo tendría a él?

–No se me había olvidado –él apretó su mano, dejando la otra sobre el volante–. No pasa nada, Amy. Todo saldrá bien de una forma o de otra.

Eso esperaba, pero no le gustaba lo de «de una forma o de otra». Ni la incertidumbre por su futuro, ni recordar que ya no tenía casa. Ni trabajo.

–¿También para ti o solo yo voy a recibir los polvos mágicos?

Leo emitió un bufido, volviendo a poner la mano sobre el volante.

–Yo soy un caso perdido.

Eso era lo que ella había pensado unos días antes, pero oírselo decir hacía que se le encogiera el estómago.

–Eso no es verdad. Lo has pasado mal, pero tienes que empezar a trabajar otra vez, grabar el programa, concentrarte en tu presencia en los medios. Tienes mucha presencia en televisión.

Amy giró la cabeza para mirarlo. No se había afeitado aquel día y probablemente tampoco el día anterior. La sombra de barba le daba un aspecto sexy, de pirata. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta hasta entonces de lo guapo que era?

–¿Tengo mucha presencia?

–Claro que sí. Los primeros programas fueron un éxito y los siguientes serán aún mejores. Y luego está el libro de cocina.

Eres un gran comunicador, así que comunícate con tu público, flirtea con la cámara, véndete a ti mismo.

Leo frunció el ceño.

–Pero yo no soy el producto. Mi comida es el producto que debo vender.

¿Cómo podía ser tan tonto?

–Leo, por favor, las dos cosas son inseparables. Tú y tu entusiasmo por la comida, tu simpatía, tu energía… eso es lo que le gusta a la gente.

Lo que le gustaba a ella. Lo que le había gustado desde que aprendió a pronunciar la palabra «hormona». Pero no se había dado cuenta hasta ese momento.

–¿Y cómo voy a vender eso?

Amy rio. No lo entendía.

–Tú no tienes que venderlo, solo tienes que ser tú mismo. El programa de televisión, el libro, el blog… todo eres tú. La comida es secundaria en cierto modo.

Él emitió un gruñido.

–Ahora mismo lo que me preocupa es cuándo vamos a empezar a grabar. El plan era hacerlo en mi nueva casa, en mi cocina, pero aún no han terminado las reformas.

–¿Cuánto tiempo tardarán en terminar?

–No tengo ni idea. Deberían haber terminado hace semanas, pero ya sabes cómo son estas cosas.

–¿Qué queda por hacer?

–Solo los últimos toques, pero aún no han terminado la cocina, que es lo más importante para la grabación. Cada vez que pregunto ocurre algo nuevo, es desesperante.

–¿Podrías usar el restaurante de Yoxburgh?

–No, el negocio va bien y no quiero cerrarlo durante ocho semanas porque los clientes podrían dejar de ir. Además, tendría que vivir en el pueblo. No, no sería buena idea.

–Pues entonces dile a los albañiles que terminen la cocina de una vez.

–Llamaré en cuanto lleguemos, a ver cómo van las obras.

Unos minutos después salió de la autopista para tomar una carretera secundaria y pronto llegaron a casa. Si las casas de sus padres contaban ya que, por el momento, los dos eran prácticamente vagabundos. Leo condujo despacio por el pueblo y detuvo el coche frente a la casa de su madre.

No apagó el motor para no despertar a Elie, pero salió del coche para sacar la maleta y abrirle la puerta.

–Voy a meter a Elie en la cuna y tengo un millón de cosas que hacer. No he abierto mi correo desde que llegamos a la Toscana y debe de estar lleno.

Amy se volvió para darle las gracias, pero él tomó su cara entre las manos, acariciando su mejilla con el pulgar.

–No sé qué habría hecho sin ti. Has sido estupenda y no sé cómo agradecértelo.

El corazón de Amy se aceleró mientras levantaba la cara para rozar su mano con los labios.

–No, tú me salvaste la vida sacándome de aquí. No sé qué habría hecho de no ser por ti.

–Todo habría salido bien, tu madre se habría encargado de eso.

–Sí, pero no habría sido lo mismo. Gracias por rescatarme por enésima vez, pero intentaré que no vuelva a pasar.

Luego, sin pensar, se puso de puntillas para darle un beso. El roce de su barba excitaba sus terminaciones nerviosas, haciendo que deseara más, pero antes de que uno de los dos pudiese hacer alguna estupidez, Amy se apartó.

–Buena suerte mañana. Llámame para contarme cómo va todo.

–Lo haré. Que disfrutes de un largo sueño… y piensa en mí al amanecer con Elie en brazos.

¿Pensar en él? No podía pensar en otra cosa.

–Tú sabes que te encanta. Buenas noches, Leo.

–Buenas noches, Amy. Que duermas bien.

Eso era lo que le decía a Elie todas las noches, con voz suave.

«Buenas noches, cariño, que duermas bien».

Amy entró en la casa y cerró la puerta tras ella.

Hora de empezar con su nueva vida.

Su madre estaba en el salón, viendo la televisión, pero la apagó de inmediato.

–¡Cariño! No había oído el coche. ¿Está Leo contigo?

–No, se ha llevado a Elie a la cama. Tiene que levantarse muy temprano.

Amy le habló del viaje en avión privado, de la Toscana, del palazzo, de la estupenda familia Valtieri, de los ingredientes que Leo había encontrado, de Elie…

–Tengo un millón de fotos, ya te las enseñaré.

–Qué bien. Me alegro de que estés más animada, hija.

–Bueno, ¿qué tal por aquí? Siento haberte dejado sola con todo ese lío, pero es que no podía enfrentarme con nadie.

–No pasa nada. Todo el mundo se ha portado muy bien.

–¿Y los regalos?

–Ningún problema. Hablé con la tienda donde tenías la lista de boda y están de acuerdo en devolver el dinero. No tienes que preocuparte.

Eso le quitaba un peso de encima. No podrían devolver el regalo de Leo, por supuesto, pero haría lo que pudiese por él.

Cuidar de Elie durante esa semana había sido maravilloso y hacerle fotografías un placer, pero había prometido ayudarlo durante las ocho semanas de la grabación y, si por alguna razón no fuera posible, editaría las fotos y las dejaría perfectas para su blog.

–Mamá, ¿te parece bien que me quede aquí durante un tiempo? ¿Hasta que decida qué voy a hacer con mi vida?

–Pues claro que sí, hija. Es tu casa. Y no te preocupes, todo se arreglará. Solo quiero que seas feliz.

¿Feliz? Amy sintió que sus ojos se empañaban y tuvo que darse la vuelta.

–¿Hay algo de comer en la cocina?

–Claro que sí. Sabía que venías hoy, así que he hecho curry. Solo tengo que echar el arroz.

 

 

Elie no quería dormirse y Leo lo entendía. Había estado atrapada en un avión durante muchas horas, de modo que quería jugar.

Con él.

De nuevo, era comprensible. Durante la última semana no lo había visto demasiado. Estaba en un sitio extraño, con una persona nueva. Aunque no había parecido importarle; al contrario, adoraba a Amy.

Su hija tenía muy buen gusto.

Leo suspiro, preguntándose cuánto tardaría en olvidarla. ¿Una semana? ¿Un mes?

¿Toda una vida?

–¡Bu!

Elie reía, tirando de la pechera de su camisa, intentando abrirle los ojos con sus manitas. No se cansaba de jugar y él estaba agotado, pero era tan fácil hacerla reír… y la recompensa de una sonrisa merecía la pena.

Leo levantó su camiseta para hacerle una pedorreta en la barriguita, haciendo que la niña se partiese de risa.

Su correo estaba lleno y tenía que hacer muchas llamadas, pero le daba igual. Era lunes y el restaurante estaba cerrado, de modo que levantó la camiseta de Elie para hacerle otra pedorreta y se rindió. La niña quería a su padre y, maldita fuera, también la quería él. El resto podía esperar.

 

 

Amy estaba frente a la ventana de su habitación, mirando la casa de la familia Zacharelli. La luz de su dormitorio estaba encendida y por la ventana abierta podía oír la risa de Elie y la de Leo.

Estaban jugando y sus ojos se empañaron de nuevo. Los echaba tanto de menos. Echaba de menos verlo jugar con Elie… «Oh, Leo».

Hacía calor, pero Amy cerró la ventana. No necesitaba la tortura de escucharlos, era horrible estar sin ellos.

Su vestido de novia había desaparecido, colgado en algún otro armario seguramente, con el velo y los zapatos, ¿Y el anillo? Lo había dejado en la mesilla y allí lo encontró. Su madre lo había guardado en la caja.

Se lo enviaría a Nick, por supuesto. Era lo mínimo que podía hacer porque debía de haberle costado una fortuna. Nick no necesitaba el dinero, pero ese no era el asunto.

Encendió el ordenador, metió el pen drive de la cámara y empezó a mirar las fotos antes de irse a la cama. No iba a abrir su correo, que sin duda estaría lleno de notas compasivas o ligeramente irónicas sobe el fiasco de la boda. Tal vez los borraría todos. Al día siguiente.

Por el momento, solo quería mirar las fotos.

 

 

–¿Estás ocupada? –le preguntó Leo al día siguiente, por teléfono.

¿Ocupada? ¿Por qué iba a estar ocupada? Lo único que tenía que hacer era escribir cartas a los invitados pidiendo disculpas y llevarlas a la oficina de Correos… pero no en el pueblo para no responder preguntas o soportar miradas compasivas.

Y ver las fotos.

–No, no estoy ocupada. ¿Por qué?

–Acabo de volver de Londres. He metido a Elie en la cuna y tengo una reunión con el constructor en una hora, pero he pensado que podríamos ver las fotos.

Amy no había podido hacer mucho la noche anterior. En cinco minutos se había puesto a llorar y no pudo hacer nada más que cerrar el ordenador.

–No he tenido tiempo de revisarlas –le dijo. O de sacar las que eran solo para ella. Y había muchas.

–Podemos hacerlo juntos –sugirió Leo.

–¿Aquí o en tu casa?

–¿Qué tal en mi nueva casa? El constructor me ha dicho que está habitable, así que podemos llevarnos allí el ordenador.

Podría decirle que estaba cansada, pero aquel día no había hecho nada más que la colada, llorar y enfadarse consigo misma por ser tan tonta.

–Bien –asintió. En realidad, se moría por ver su casa.

–Genial. ¿Vienes a buscarme en cinco minutos?

Entonces tendría que ver a sus padres, que habían instalado la carpa para su boda y organizado el catering. Y todo para nada.

Pensaba llevarles un regalo a modo de disculpa, pero no había comprado nada.

Amy sacudió la cabeza, derrotada.

–Muy bien, iré en cinco minutos.

–Estamos en la cocina.

Amy atravesó la verja que sus padres habían levantado juntos tantos años atrás y cruzó el jardín donde una semana antes había estado la carpa para su boda.

Afortunadamente, no había ni rastro. El jardín estaba inmaculado, con flores de todos los colores. En realidad, era el sitio perfecto para una boda.

Amy llamó a la puerta de la cocina y la señora Zacharelli la recibió con un abrazo.

–Bienvenida, cariño.

Los ojos de Amy se llenaron de lágrimas, pero intentó no llorar.

–Lo siento mucho… –empezó a decir, pero la señora Zacharelli la apretó con fuerza y las lágrimas empezaron a rodar por su rostro.

El padre de Leo la abrazó entonces, dándole palmaditas en la espalda como si fuera una niña.

–Ya está bien, nada de lágrimas. Hiciste lo que debías.

–Pero ustedes han hecho tanto por mí, y ahora…

–No pienses en eso –la interrumpió él–. Venga, siéntate, vamos a celebrarlo –añadió, ofreciéndole una copa de vino.

–¿A celebrar qué?

–¿Leo no te lo ha contado? Empieza a grabar el nuevo programa de televisión la semana que viene.

Amy se volvió hacia él.

–¿Tan rápido? ¿Y la casa?

–Dicen que casi está lista. Venga, bebe o llegaremos tarde.

 

 

Era preciosa, maravillosa.

Amy recordaba vagamente haber visto la casa sobre un acantilado unos años antes, pero entonces no era nada de otro mundo. Sin embargo, después de la reforma…

Mientras Leo hablaba con el constructor, ella iba de habitación en habitación, mirando el mar por las ventanas, preguntándose cómo había podido pensar que el palazzo Valtieri podría ser mejor que aquel sitio. El palazzo era impresionante, cargado de historia y bien cuidado, pero no tenía la luz o el espacio de aquella casa y sabía dónde elegiría vivir si pudiera.

Leo la encontró arriba, en uno de los dormitorios.

–¿Qué te parece?

–Creo que tendré que contratar un guía antes de dar una opinión. Es enorme.

Él esbozó una sonrisa.

–Este es mi dormitorio.

–Veo que has elegido uno con aburridas vistas al mar –dijo Amy, irónica.

–El baño está por aquí y ese es el vestidor… ven, voy a enseñarte los cuartos de invitados.

–Todos con vistas espantosas –bromeó Amy mientras lo seguía de habitación en habitación–. ¿Quién ha pintado ese mural? –Preguntó cuándo llegaron a una de las habitaciones–. ¡Es precioso!

Leo se pasó las manos por el cuello, riendo.

–Lo hice yo. Quería que esta habitación fuese especial y pensé que era algo que podía hacer, algo personal. Podría haber contratado a un profesional, pero no sé, me pareció mejor. Es la habitación de Elie.

Amy estaba maravillada con el paisaje pintado a mano y las ramas de un árbol mágico que subía hasta el techo en la esquina donde seguramente pondría la cuna.

–Es maravilloso. Elie es una niña afortunada.

–Yo no llegaría tan lejos, pero hago lo que puedo.

Leo la llevó de vuelta al primer piso, donde había un enorme salón con vistas al mar, un estudio con estanterías forradas desde el que podía ver el jardín y el camino de entrada, un baño, un armario para guardar el cochecito y las cosas de Elie y luego de vuelta al salón, con una de las paredes enteramente de cristal. Era como si el mar estuviese dentro de la casa y en el centro de la habitación había una enorme cocina.

¡Y qué cocina! Con muebles de color gris pálido, encimeras blancas, electrodomésticos y hornos integrados, cajones para innumerables cacerolas y sartenes…

También había un enorme frigorífico de estilo americano, aún envuelto en plástico, pero colocado en su sitio.

–¿Cuál es el veredicto? –le preguntó Leo.

Amy se encogió de hombros, pero luego sonrió.

–Maravillosa, absolutamente maravillosa. De verdad, me encanta.

–Entonces, ¿quién gana?

–¿Qué?

–¿Los Valtieri o yo?

–Debo admitir que tú. Por goleada.

Leo sonrió.

–No se lo digas nunca.

–No sería tan grosera. El palazzo es precioso, pero esto…

–A mí también me encanta. No sabía si acabaría odiando la casa por los retrasos, pero me encanta. Empecé a hacer planes antes de que Lisa muriese, pero ella no tenía ningún interés y todo ha cambiado tanto que no la reconozco.

–Entonces, Lisa no tuvo nada que ver.

–Nunca tuvo el menor interés. Ni siquiera puso los pies en la casa y ahora me alegro porque…

Leo no terminó la frase y Amy se apresuró a cambiar de conversación.

–¿Entonces estará lista para empezar la grabación el lunes?

–Parece que sí. Falta traer los muebles, las alfombras, los cuadros, pero eso puede hacerse en un par de días.

Amy había pensado que estaría más tiempo en casa de sus padres, pero Leo y Elie se mudarían a aquel nuevo mundo a unos kilómetros del pueblo y a partir de ese momento apenas los vería.

En fin, tenía que ocurrir tarde o temprano.

–Al productor le ha gustado la idea de la Toscana, por cierto. Es una buena oportunidad para mostrar los productos de los Valtieri.

–Imagino que vas a estar muy ocupado. ¿Quieres que cuide de Elie este fin de semana?

Leo se pasó una mano por el pelo.

–La verdad es que me vendría muy bien. Empezaremos a grabar el lunes y necesito pasar por el restaurante… y no puedo hacer eso si tengo que cuidar de la niña. Además, Elie te quiere y está contenta contigo… pero no sé qué te parece la idea de vivir aquí.

–¿Vivir aquí, contigo?

Leo se encogió de hombros, con ese gesto tan italiano y tan sexy.

–No conmigo… quiero decir, no en ese sentido. Había pensado que sería más fácil cuidar de la niña estando aquí, pero no tienes que hacerlo si no quieres. Eso no es parte del trato, ya lo sé. Mis padres necesitan unas vacaciones. Se han portado de maravilla conmigo en los últimos nueve meses y me he aprovechado de ellos en cierto modo, pero ahora que voy a mudarme… en fin, sé que sería incómodo para ti.

–Yo no he dicho eso.

–Dijiste que lo que ocurre en la Toscana…

–¿Se queda en la Toscana? –lo interrumpió ella–. Eso no está grabado en piedra, Leo.

–Podríamos mantener las distancias y conocernos mejor antes de invertir demasiado en la relación porque ya no somos las personas que éramos antes. ¿Quieres conocerme mejor? –Te mudes aquí o no, yo creo que sería buena idea. Aún no hemos compartido la pasta de dientes –intentó bromear Leo.

–Pero hemos hecho todo lo demás.

–No, no es verdad. No hemos estado juntos mientras dirijo mi negocio y eso se lleva todo mi tiempo. Lo que queda es para Elie y eso no es negociable.

–Yo no soy una niña necesitada como Lisa y no he sido trasplantada a un sitio desconocido. Tengo amigos y familia en la zona, una vida propia. No te preocupes, encontraré cosas que hacer.

–De todas formas, creo que deberíamos probar. Y para hacer eso necesito que vivas aquí, al menos mientras mis padres estén fuera y preferiblemente durante la grabación del programa. Si estás dispuesta, claro.

Amy vaciló. Una parte de ella anhelaba decir que sí sin pensarlo siquiera, la otra sentía recelos. Podría ser otro desastre, podría acostumbrarse demasiado y entonces… Pero ella sabía qué parte ganaría la batalla.

–¿Cuánto tiempo, ocho semanas?

–No lo sé, hemos hablado de ocho episodios y probablemente tardaremos un par de días en grabar cada episodio, además de las preparaciones, el montaje y todo lo demás. Supongo que una semana por episodio, sí. Es un compromiso, lo sé, y también sé que es mucho pedir.

Ocho semanas trabajando con él, viviendo con él, cuidando de Elie. ¿Ocho semanas acostándose con él? Tal vez. Eso significaría ocho semanas conociéndose mejor y enamorándose aún más.

¿Y al final, qué?

Amy vaciló durante tanto tiempo que Leo dejó escapar un suspiro.

–Si no quieres, no tienes por qué hacerlo. Encontraré otra solución. No quiero aprovecharme de ti, aunque me gustaría que nos conociéramos mejor. Pero, si no estás segura, contrataré una niñera. O buscaré una guardería.

–No encontrarías ninguna. Encontrar una guardería es tan difícil como encontrar plaza en un buen colegio, hay que hacerlo lo antes posible. Además, con tus horas de trabajo sería muy difícil –Amy suspiró, cerrando los ojos un momento.

–Entonces, ¿qué?

–Creo que tienes razón.

–¿De verdad?

–Sí, claro. Pero recuérdame otra vez: ¿por qué siempre te sales con la tuya?

Leo rio, abrazándola.

–Gracias, de verdad. Ahora solo tengo que traer los muebles y podremos seguir adelante con el resto de nuestras vidas. Tal vez él podría. Ella, sin embargo, tenía que dejar su vida en suspenso por el momento, pero le debía tanto que ocho semanas no eran nada, especialmente si así tenía la oportunidad de comprobar dónde iba su relación.

Tendría que confiar en sobrevivir. No solo a las ocho semanas, sino al final de la grabación, cuando todos se hubieran ido y Leo decidiese que no podía vivir sin ella.

¿Pero y si no era así?

¿En qué se había metido?