Capítulo Siete
Habían conseguido mantener una conversación normal, pensó Leo, aliviado, cuando la puerta se cerró tras ella.
Después de comer, le había dicho que necesitaba más tiempo para seguir jugando con los sabores, de modo que Amy se había ido a hacer más fotos. Y no le sorprendió porque cada vez que la miraba tenía la cámara en la mano.
Pero al menos estaba tomándose el trabajo en serio, pensó. Hacía fotografías de todo, pero no iba a quejarse porque lo que había visto por el momento era mejor que nada de lo que él pudiese haber hecho.
Siguió trabajando en la cocina durante un par de horas y, por fin, se dio cuenta de que estaba intentando alejarse de ella hasta que se fuera a dormir. Pero después de limpiar no tenía nada más que hacer, aparte de probar todos los vinos que producían los Valtieri.
Pero sería un desperdicio, pensó, mirando la botella abierta sobre la mesa. Era demasiado bueno para usarlo como anestésico y lo último que necesitaba era una resaca por la mañana. Poniendo los brazos sobre la mesa, apoyó en ellos la cabeza y dejó escapar un suspiro de frustración.
Debería estar cansado. No como solía estarlo después de trabajar diecinueve horas en su restaurante, pero sí lo bastante cansado como para dormir. En lugar de eso, se sentía inquieto, nervioso.
Miró el monitor. Amy se lo había dejado en la cocina y la había oído decirle cositas a Elie en voz baja, pero ya no oía nada. Podría ir a la habitación y meterse en la cama o nadar un rato en la piscina.
Eso era lo que necesitaba. Nadar un rato, quemar la tensión. Y tal vez entonces podría dormir un rato.
Algo la había despertado. No sabía qué, pero tenía sed y estaba acalorada. Había dejado abierta la puerta de la habitación por si Elie despertaba, pero había esperado que Leo la cerrase cuando volviera de la cocina.
No oía nada, ni pisadas ni ronquidos. Leo debía de haber vuelto de la cocina, pero no lo había oído.
De puntillas, asomó la cabeza en la habitación de la niña, pero la cama estaba vacía y las luces apagadas. Elie dormía tranquilamente, con el culito hacia arriba como siempre, un bracito sobre las barras de la cuna.
Eran más de las doce. Leo no podía seguir cocinando a esas horas.
Se puso la bata y, descalza, se dirigió a la cocina. Las luces estaban apagadas y las puertas de la terraza abiertas…
Amy aguzó el oído. Ah, allí estaba, el rítmico sonido de alguien nadando en la piscina.
Leo estaba nadando.
Y, de repente, no había nada en el mundo que le apeteciese más que nadar. Volvió a su habitación y, como el bañador seguía mojado, se puso el biquini, tomó una toalla y el monitor antes de salir a la terraza.
Podía verlo a la luz de la luna, nadando de un lado a otro de la piscina. Sin decir nada, dejó la toalla en una tumbona y se metió silenciosamente en el agua.
Estaba fresca, el aire perfumado de jazmín y suspiró, contenta. Había algo mágico en el aire, en nadar a la luz de la luna con Leo.
Era tan romántico.
Eso era lo que Lydia le había dicho: «Es maravilloso meterse en el agua por la noche, cuando los niños se han ido a la cama, con las estrellas sobre nuestras cabezas. Es tan romántico. Leo y tú deberíais probar alguna vez».
Se le puso el corazón en la garganta. Solo había querido nadar un rato, pero de repente era algo más que eso. La luz de la luna, el silencio…
Estaba jugando con fuego, metiéndose en territorio peligroso. Tenía que irse de allí. Cuando Leo nadase hacia el otro lado de la piscina saldría del agua y volvería a su habitación.
Pero Leo no siguió nadando.
Llegó a su lado y se detuvo, apartándose el pelo de la cara, las gotas de agua cayendo por sus hombros.
Amy querría tocarlo. Tocar esos hombros tan anchos, tocarlo por todas partes.
¡No! ¿Por qué no se había quedado en la habitación? ¿Por qué se había dejado llevar por la magnética atracción que había nacido de repente en los últimos días, tomándola por sorpresa?
–¿Amy?
–Hola –dijo ella, después de aclararse la garganta.
–¿Qué ocurre?
–Nada. Elie está dormida. He venido a buscarte –le explicó, esperando que su voz sonase normal–. No sabía dónde estabas. Cuando fui a la cocina vi que las luces estaban apagadas y luego te oí nadando… en fin, hace calor esta noche.
Amy tragó saliva. No sabía si salir del agua y volver corriendo a la habitación o echarse en sus brazos, pero ninguna de las dos opciones era muy brillante. ¿Por qué había sido tan tonta?
Dejando escapar un suspiro, Leo metió la cabeza bajo el agua.
¿Por qué giro del destino había despertado Amy para atormentarlo? Culpa suya, seguro, por haber ido a buscar el bañador y la toalla. En fin, afortunadamente no se había metido en el agua desnudo. Al menos de ese modo podía disimular su reacción.
–Lo siento, no quería molestarte. Es que no tenía sueño y hacía calor. La piscina era una tentación.
Eso y que no confiaba en sí mismo. No quería volver a la habitación hasta que estuviese lo bastante cansado como para caer rendido en la cama. De ese modo no haría lo que deseaba hacer desde que Amy salió de la cocina.
–Son más de las doce, debes de estar agotado.
Pero, a juzgar por la reacción de su cuerpo, no tanto.
–¿Y tú no? ¿Qué haces aquí, Amy?
–Estaba preocupada por ti. Parecías… no sé. A veces es como siempre y, de repente, es como si algo nos separase, como si no te conociera. Y no sé por qué. Siento como si tuviera que ir de puntillas, como si cualquier cosa pudiera molestarte. No me cuentas nada… es como si estuvieras evitándome.
«Porque te deseo. Porque sería inapropiado».
–No es verdad –mintió Leo–. He estado hablando contigo todo el día.
–Pero no sobre cosas importantes y tú no eres así. Siempre hemos podido hablar de todo y ahora no lo haces. ¿Por qué? ¿Es por mí? ¿Qué he hecho para que estés enfadado?
–No estoy enfadado –Leo suspiró–. Y no me has hecho nada, no tiene que ver contigo.
–Entonces, ¿por qué no hablas conmigo? Antes lo hacías, decías que te ayudaba a aclarar tus ideas. Solo quiero ayudarte…
Amy puso una mano en su brazo, sus fríos dedos quemándolo como si estuvieran ardiendo.
–No puedes ayudarme. Solo estás añadiendo otra complicación.
–¿Ahora soy una complicación?
–No quería decir eso…
–Entonces, ¿qué querías decir? ¿Qué pasa, Leo? ¿Qué ha cambiado? Porque no es mi imaginación, ¿verdad?
Él suspiro de nuevo, pasándose una mano por el pelo.
–No, Amy, no es solo tu imaginación. Y no sé qué ha pasado o por qué, pero no puede ser. Yo no voy a dejar que ocurra. Ahora mismo eres muy vulnerable y yo estoy hecho un lío, pero los dos somos adultos y tenemos necesidades. Lo que sentimos es una respuesta instintiva, nada más. Nos sentimos seguros el uno con el otro, pero no es seguro para ninguno de los dos. Siento mucho todo lo que ha pasado… sé que deberías estar en tu luna de miel, pero yo no soy el hombre que necesitas para tener una aventura, así que no nos avergüences a los dos con más preguntas, por favor.
¿Una aventura? Por un momento, Amy se quedó sin palabras.
–Yo no quiero…
–Entonces, ¿qué haces aquí? –Leo sacudió la cabeza–. No voy a hacerlo, Amy. No voy a añadirte a la lista de cosas de las que me avergüenzo.
El dolor que provocó esa frase hizo que Amy lanzase una exclamación. ¿Se avergonzaba de ella como se avergonzaba de Lisa?
Leo se volvió para salir de la piscina, el agua rodando por su cuerpo mientras tomaba la toalla y el monitor y volvía a la casa, dejándola en el agua, con los ojos empañados.
Tuvo que darse la vuelta cuando las primeras lágrimas empezaron a rodar por su rostro, conteniendo el aliento hasta que Leo desapareció. Luego, apoyó los brazos en el borde de la piscina y empezó a llorar.
Había pasado una hora cuando Leo la oyó entrar en la habitación.
En camiseta y calzoncillos, se había sentado en la terraza para mirar la luna mientras tomaba una copa de vino. No debería, pero le daba igual. Estaba harto de ser sensato. Serlo no parecía estar funcionando para ninguno de los dos.
El valle estaba envuelto en una luz blanquecina, mágica, y sentía un frío extraño. En realidad, no hacía frío, pero la noche le robaba el color a todo, convirtiéndolo en una masa blanca llena de amenazadoras sombras.
En otras circunstancias habría sido romántico, pero esa noche estaba esperado a Amy, preguntándose cuánto tiempo aguantaría sin ir a buscarla. Porque tendría que hacerlo tarde o temprano.
«Oh, Amy. Menudo desastre».
¿Qué estaría haciendo? ¿Qué estaría pensando?
No debería haberle dicho eso, pero no podía dejar que se acercase porque entonces… entonces no habría podido controlarse y no quería hacerle daño. Su vida era un caos y eso era lo último que Amy necesitaba en ese momento.
No, no iba a traicionar su confianza de ese modo.
Oyó el ruido de una puerta, el sonido de la ducha y más tarde el crujido de un colchón, seguido de un golpe sordo. ¿Estaría golpeando la almohada?
Leo dejó la copa sobre el banco y se levantó para ir a la puerta de la habitación. Amy estaba tumbada de lado, con los ojos abiertos, mirándolo, esperando que él dijese algo, que hiciese algo, pero Leo no sabía qué hacer y se quedó allí, mirándola con el corazón encogido. No podría soportar perder su amistad y temía haberla perdido.
–¿Qué he hecho para que te sientas avergonzado de mí?
Esa pregunta le llegó al corazón.
–No estoy avergonzado de ti, Amy –respondió–. No pienses eso, por favor. No estoy avergonzado de ti, jamás lo he estado.
–Pero has dicho…
Amy se sentó en la cama, envolviendo sus rodillas con los brazos en un gesto protector. En otro momento, se habría tumbado con ella, la habría abrazado. Pero ya no. No con aquel demonio de deseo que los estaba volviendo locos. Leo se pasó una mano por el pelo, suspirando.
–No quería decir eso, de verdad. Siento mucho que me hayas malinterpretado. Jamás me he sentido avergonzado de ti. Soy yo, las cosas que he hecho, la gente a la que he herido –dijo, suspirando de nuevo–. Necesito hablarte de Lisa, ¿verdad?
–Sí, creo que sí –asintió ella–. Porque ya no sé quién eres y no puedo ayudarte. A veces creo que te entiendo, pero entonces dices algo que me desconciertas. Dime qué pasó, qué te ocurre para que te sientas así. Ayúdame a entender qué te hace tanto daño.
Él vaciló un momento.
–Ven, toma una copa de vino conmigo. He traído una botella de la cocina y necesito que alguien me ayude a beberla o voy a terminar con una cogorza estupenda. Espera, voy a buscar una copa para ti.
Volvió a la terraza. Amy estaba sentada en una esquina del banco, abrazándose las rodillas en un gesto defensivo que él conocía bien. Lo miraba con los ojos muy abiertos, como solía hacer de niña. De hecho, parecía una niña asustada, pero ya no lo era. Y eso lo complicaba todo.
Leo se sentó a su lado, a cierta distancia.
–Toma –murmuró, ofreciéndole una copa que ella tomó con mano temblorosa.
–Entonces, Lisa… –empezó a decir–. ¿Qué pasó entre vosotros que te ha cambiado tanto?
–No me ha cambiado.
–Sí, claro que sí. Es como si te hubiera robado la vida. A veces eres el mismo de siempre y luego, de repente, te cierras en banda. Solo te relajas cuando estás con Elie, pero incluso entonces… al principio pensé que era el dolor por la muerte de tu mujer, pero no es eso, ¿verdad? ¿Qué pasó que tanto lamentas, que tanto te avergüenza?
¿Cómo podía haber pensado que era una niña? Amy lo miraba con ojos sabios, pidiéndole que descargase con ella su culpa, sus penas. Y una vez que empezase no podría terminar.
–Yo no estaba enamorado de Lisa –empezó a decir–. Era una aventura sin compromisos… o eso creía yo. Ella trabajaba con el equipo del programa de televisión y nunca habíamos hablado, pero Lisa decidió que me quería como trofeo y durante una fiesta flirteó conmigo y… en fin, quedó embarazada. Yo pensé que tomaba la píldora, pero más tarde ella misma me contó que no era así. Y no mostraba el menor remordimiento. Al principio, no parecía disgustada por el embarazo, al contrario, pero unos meses más tarde se derrumbó.
–¿No estabas enamorado de ella? ¿Te casaste con Lisa solo porque estaba embarazada?
–¿Qué otra cosa podía hacer?
–Podrías haber reconocido a la niña sin casarte con Lisa.
–Pero había sido culpa mía. Lisa había bebido mucho esa noche, no debería haberme acostado con ella.
–¿Estaba muy borracha?
–Yo estaba tan borracho que no podía discernir, pero creo que ella misma lo provocó sirviéndome alcohol sin parar. Se quedó todo el fin de semana en mi casa… –¿La llevaste a tu casa?
¿Al apartamento encima del restaurante? ¿El sitio en el que tantas veces se habían sentado a charlar? Amy sabía que era ridículo porque debía de haber llevado allí a muchas chicas, pero se sentía traicionada.
–La fiesta era en el restaurante de Londres. ¿Dónde iba a llevarla?
–No lo sé, a cualquier otro sitio.
Leo suspiró.
–Después de ese fin de semana, le dije que no estaba interesado en una relación, que estaba a punto de abrir un nuevo restaurante en Yoxburg y tenía muchas cosas que hacer con el nuevo programa de televisión… en fin, que no tenía tiempo para una relación.
–¿Y qué pasó?
–Dejamos de vernos durante unas semanas, pero apareció en el restaurante una noche y dijo que tenía que hablar conmigo. Entonces me contó que estaba embarazada. Al principio no la creía, pero unas semanas más tarde se hizo una ecografía y las fechas coincidían. Y, por supuesto, ella estaba encantada.
–¿Qué dijo tu familia?
–¿Conoces a mi abuela? –le preguntó Leo. Y Amy esbozó una sonrisa.
–¿Ella te pidió que te casases con Lisa?
–No tuvo que hacerlo. Yo sabía que era lo que debía hacer. Además, sabía que los medios se cebarían conmigo si no me casaba con ella, así que organizamos una boda íntima y nos mudamos a Suffolk, a una casa de alquiler.
–¿Y a ella no le gustaba eso?
–No le gustaba en absoluto. Creía que iba a tener una vida fabulosa en Londres y no quería estar prisionera en un agujero en medio del campo… sus palabras, no las mías. Y entonces nació Elie y Lisa empezó a beber. Mucho. Se emborrachaba noche tras noche. Yo le pedí que parase, por Elie, le prometí una casa nueva, le dije que volveríamos a Londres, pero eso no fue suficiente. Creo que la maternidad, el tiempo que yo pasaba en el restaurante, todo era demasiado para ella. Habría sido demasiado para cualquiera, pero Lisa se sentía fuera de lugar y entonces…
Estaba tan angustiado que no podía seguir y Amy dejó la copa en el banco para abrazarlo, poniendo una mano sobre su corazón. Leo se preguntó si podría sentirlo latiendo como loco al revivir esa terrible noche.
–Sigue –murmuró, apretándolo contra ella en un gesto de consuelo.
–Fue al restaurante. Había dejado a Elie sola en casa… la niña tenía seis semanas entonces y había ido al restaurante para decir que me dejaba. Era una noche horrible, estaba lloviendo y había bebido mucho. Le quité las llaves del coche y le dije que subiera al apartamento y me esperase allí, pero empezó a gritar delante de los clientes. Llamé a un taxi y le dije que esperase, pero Lisa salió del restaurante sin decirme nada y… un coche la atropelló. El conductor no pudo hacer nada y ella tampoco. Murió poco después en el hospital y lo único que sentí… fue alivio.
Amy lo abrazó con fuerza y él giro la cabeza para apoyarla en su hombro.
–¿Es por eso por lo que te sientes avergonzado? ¿Porque querías que desapareciese y cuando ocurrió te sentiste secretamente aliviado? ¿Crees que de algún modo eres responsable?
–Es que soy responsable –dijo él, apartándose–. Debería haberle dejado claro desde el principio cómo sería nuestra vida, pero sabía que había quedado embarazada a propósito, que me había tendido una trampa, así que supongo que pensé que había recibido su merecido. Es terrible, lo sé. Lisa no merecía morir así y yo no merecía tener que pasar por todo esto. Y la pobre Elie… ella es la más inocente de todos y no merece nada de lo que pasó. Y los medios lo pasaron en grande. No me digas que no lo sabes porque no te creería.
–Leí algunas cosas, pero quien me preocupaba eras tú. Intenté hablar contigo muchas veces, pero no respondías al teléfono. Debería haber insistido, pero no quería molestar. Lo siento mucho, debió de ser terrible para ti.
Sus labios estaban solo a unos centímetros. Lo único que tenía que hacer era bajar la cabeza y estarían allí, sobre los suyos. Leo luchó para contenerse, intentando alejarse del peligro.
–¿Leo?
–¿Sí?
–No estaba intentando seducirte –dijo Amy, con la voz rota–. De verdad que no. Solo estaba preocupada por ti.
Él suspiró, su aliento moviendo su pelo.
–Lo sé, pero las cosas han cambiado entre nosotros y yo no quiero que cambien. Te quiero, Amy. Te quiero mucho, pero no voy a tener una aventura contigo, por tentador que sea.
Ella se apartó un poco para mirarlo, en sus ojos un brillo de desesperación o de indignación, no estaba seguro.
–¿Cuándo te he pedido que hagas eso? ¿Cuándo he sugerido que…?
–No lo has hecho con palabras, es verdad. Pero estaba en tus ojos y en mi cabeza… y no pienso hacerlo. No voy a hacerlo por tentador que sea. Porque solo sería un consuelo momentáneo y eso no cambiaría nada. Hemos sido amigos desde siempre y no quiero que eso cambie. Tu amistad es un tesoro para mí y no puedo ni quiero perderla por nada del mundo. Y la perdería, te defraudaría.
Ella sujetó su cara entre las manos para mirarlo a los ojos.
–No vas a defraudarme. Nunca lo has hecho, Leo. Yo me he defraudado a mí misma muchas veces y supongo que a ti te ha pasado lo mismo, pero a mí no me has defraudado nunca. De hecho, evitaste que cometiese el mayor error de mi vida…
–Y no voy a cometer otro. Tus emociones son un caos ahora mismo y te agarras a algo que te resulta familiar porque de repente tu vida va a ser diferente a lo que habías planeado –Leo se llevó sus manos a los labios–. Solo necesitas tiempo, Amy. Tiempo para pensar y decidir qué quieres hacer con tu vida. Y no soy yo, de verdad. No soy bueno para ti, no me deseas, solo lo que yo represento, algo familiar, seguro… pero no soy seguro. Y no puedo reemplazar lo que has perdido al no casarte con Nick. Sé lo que quieres, lo que has perdido, pero yo no soy eso.
Amy asintió con la cabeza, suspirando.
–Lo sé y sé que no estoy preparada para otra relación, especialmente contigo. ¿Cómo iba a funcionar? Cometí el error de comprometerme con Nick porque no hablé antes contigo y no quiero cometer otro error. Gracias por hablarme de Lisa… y no te culpes a ti mismo, no fue culpa tuya.
–Sí lo fue. Debería haberla llevado a casa en lugar de llamar a un taxi, debería haber dejado el restaurante en manos de mi equipo para cuidar de ella, pero no lo hice. No me di cuenta de lo frágil e inestable que era y por eso murió.
–No, Leo. Murió porque había bebido demasiado y no sabía lo que hacía. Tú eras su marido, no su guardián. Lisa era una mujer adulta que tomó una mala decisión y en esa ocasión le costó la vida.
–Pero yo tengo una hija huérfana de madre y una carrera que he abandonado durante los últimos nueve meses. Y no puedo hacer nada al respecto. Lo que está hecho, hecho está. Lo único que puedo hacer es ir día a día y esperar que todo salga bien.
–Así será.
–¿Tú crees? Eso espero porque no puedo seguir así.
Leo se levantó, tirando de su mano y envolviéndola en sus brazos.
–Gracias por escucharme, y gracias por ser como eres. No sé qué haría sin ti.
–No estás sin mí. Nunca estarás sin mí.
–¿Lo prometes?
–Lo prometo.
–Entonces, vamos a dormir. Elie me despertará al amanecer.
–Mira el cielo –dijo Amy.
Los dos miraron el cielo, donde empezaban a asomar los primeros rayos del sol.
–Es un nuevo día, Leo. Todo saldrá bien.
Él asintió, pensando que Amy era la única persona a la que podía confiar sus esperanzas y sus miedos. Inclinó la cabeza para rozar su mejilla con los labios y entonces, mientras respiraba su aroma, sintió que su resolución se desintegraba.
Giró la cabeza al mismo tiempo que ella y sus labios se encontraron.
Dejando escapar un suspiro de derrota, Leo la apretó contra su torso, sintiendo el roce de sus pechos, el calor de su boca, abierta como una flor.
Estaba perdido.
No se cansaba de ella y bajó una mano para acariciar su pecho por encima de la seda que tanto lo atormentaba, sintiendo que el pezón se levantaba ante el contacto.
Sus lenguas bailaban, sus sabores mezclándose mientras la descubría por primera vez.
Amy acariciaba sus brazos, su espalda, su nuca, enredando los dedos en su pelo para empujar su cabeza.
Leo exhaló un suspiro, empujando las caderas hacia ella. La necesitaba tanto… Amy suspiró cuando agarró su trasero, levantándola hacia él.
Amy…
¡Amy! No, no, no.
Tenía que parar, ella tenía que parar, uno de los dos tenía que parar. Leo deslizó las manos por su espalda, pero no la soltó. No podía hacerlo, la necesitaba. La deseaba, tenía que…
Tomó su cara entre las manos para buscar sus labios en un beso suave, tierno, mientras luchaba contra sus emociones. Pero cuando ella dio un paso atrás, se sintió solo.
Leo intentó dar un paso atrás, poner espacio ente ellos mientras pudiera, pero sus pies parecían clavados al suelo.
Amy alargó una mano para tocarlo, temblando.
–Hazme el amor, Leo –murmuró.
Y el último vestigio de cordura se convirtió en polvo.