Capítulo Cuatro
Leo se quedó en la cocina un rato más, charlando con los hermanos Valtieri. Era fascinante la pasión que sentían por su trabajo, por lo que hacían, sus productos, la tierra, los lazos familiares, la historia. Y también por su futuro, un futuro que, Leo se dio cuenta, le gustaría compartir con ellos.
El negocio era una parte de ellos, algo fundamental, y su entusiasmo era contagioso. Eso era lo que él sentía por su trabajo y era maravilloso conocer gente que producía unos ingredientes de primera calidad y compartía su pasión por la excelencia.
Había echado de menos charlar con gente que entendiese qué lo empujaba. Eso era lo que más le gustaba en el mundo, aparte de su familia. Especialmente su hija.
De repente, se le encogió el estómago. ¡Amy estaba cuidando de Elie y lo había olvidado por completo!
¿En qué estaba pensando? Amy se había llevado el monitor, de modo que no sabía si la niña seguía despierta. Pero estaba tan concentrado en la conversación, tan ocupado disfrutando con la charla, que se había olvidado de su hija y de Amy por completo.
¿Cómo podía haber pasado? Especialmente estando tan preocupado por ella. Amy había ido callada durante todo el viaje, tan diferente a la chica que él conocía, siempre alegre, siempre burbujeante. Aunque parecía haberlo pasado bien durante la cena, había un brillo de tristeza en sus ojos y era evidente que había aprovechado la oportunidad de escapar a la habitación sin darle tiempo a reaccionar.
Y él había dejado que lo hiciera. ¿Qué clase de amigo era?
–Lo siento, señores, el tiempo pasa volando, pero debo irme –dijo abruptamente–. Ha sido un día muy largo y quiero ver cómo está Elie.
Y Amy. Dio, ¿cómo podía…?
–Sí, claro, nos veremos por la mañana –dijo Massimo–. ¿A las nueve?
–Me parece muy bien.
–Dile a Amy que estaremos por aquí –intervino Lydia–. Elie y ella pueden quedarse con nosotras.
–Seguro que agradecerá la compañía. Y gracias por la cena, ha sido deliciosa. Tendré que devolverte el favor una de estas noches.
Lydia sonrió, encantada.
–Cuando quieras. Incluso podrías dar una clase maestra.
–Ah, ya veo, sin presión alguna –bromeó Leo.
–Seguro que puedes hacerlo, chef –Lydia le guiñó un ojo y él se despidió de todos antes de dirigirse a la habitación.
Silencio. Elie no lloraba y no oía la desesperada voz de Amy intentando calmarla. Leo dejó escapar un suspiro de alivio. Debía de haberse ido a la cama y había dejado la luz encendida sin darse cuenta.
Pero entonces la vio en el sofá, el rostro en sombras.
–Sigues levantada –dijo innecesariamente–. Lo siento, no quería quedarme charlando hasta tan tarde. Veo que Elie está dormida.
–Está dormida, sí.
Leo frunció el ceño. Su voz sonaba… rara, como desconectada.
–¿Amy? –murmuró.
Ella giró la cabeza para mirarlo y se le encogió el estómago. Había estado llorando. Podía ver el rastro de las lágrimas en sus mejillas y tenía los ojos enrojecidos e hinchados… Maldita fuera.
Amy no quería que la encontrase así y cerró los ojos, enfadada consigo misma por no haberse ido a la cama. Leo se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros.
–Lo siento mucho. Me puse a charlar y… no debería haberte abandonado. ¿Elie se ha portado muy mal?
–No, pobrecita, estaba dormida cuando llegué. No es eso… es que he hablado con Nick –Amy dejó escapar un largo suspiro–. Llamó para ver si yo estaba bien.
– ¿Y lo estás?
–Supongo que sí, no lo sé. Es mi noche de bodas, Leo. Debería estar casada…
Se le rompió la voz y Leo le quitó la taza de las manos para abrazarla.
–Cuánto lo siento. Todo esto es culpa mía.
– ¿Qué es culpa tuya, que yo tardase tanto en darme cuenta de que iba a cometer un error? No lo creo.
–Qué no estés casada ni en tu luna de miel. Que tus planes se hayan ido por la ventana.
Ella negó con la cabeza, tocando su mejilla. Había algo tan sólido en él, algo cálido, real, lleno de vida, algo que tenía sentido. O lo complicaba todo de una forma extraordinaria. Amy bajó la mano de inmediato.
–Que no esté casada con el hombre equivocado –lo corrigió, para convencerlo de que nada de aquello era culpa suya–. Hiciste lo que debías, Leo. Soy yo quien no lo ha hecho, yo quien ignoró todas las señales de advertencia. Pensé que estaba estresada por la boda, pero no era eso, sino el matrimonio, el compromiso de estar toda mi vida con Nick lo que me preocupaba, pero no me di cuenta hasta el último momento. Así que, por favor, no te regañes a ti mismo porque no es culpa tuya, ¿de acuerdo?
–Entonces, ¿por qué has llorado?
Amy se encogió de hombros.
–Porque la presión ha terminado. Porque me siento culpable, porque me alegro de no haberme casado con Nick cuando es un tipo estupendo. No lo sé –intentó sonreír, pero no lo consiguió–. ¿Eso te parece mejor?
–No mucho –respondió Leo, apartando un mechón de pelo de su cara.
–Pues por el momento es lo único que se me ocurre – intentaba bromear, pero de su garganta escapó un sollozo y Leo la abrazó, apoyando la cara en su pelo. Olía a laca y no era el pelo suave de su Amy…
«¿Su Amy?». ¿En qué estaba pensando? Amy nunca había sido suya, ni siquiera en los viejos tiempos. Y no era el momento de reinventar su relación, cuando los dos estaban destrozados emocionalmente. Por atractivo que pareciera.
¿Y de dónde había salido eso?
Dejando escapar un suspiro, Leo se apartó antes de hacer algo que lamentaría para siempre.
–Te sentirás mejor cuando hayas dormido –le dijo–. ¿Por qué no vas a darte una ducha?
–Por cierto, ¿en qué cama vamos a dormir? En la habitación de Elie hay camas dobles, pero tú no puedes dormir en una cama tan pequeña.
–No seas tonta, no son pequeñas. Tú dormirás en la cama de matrimonio.
–¿Estás seguro?
–Claro que estoy seguro. Venga, date una ducha y luego vete a la cama. Te sentirás mejor por la mañana, en serio.
–¿Es una promesa?
Parecía tan triste que Leo rio, abrazándola.
–Es una promesa. Nuevo día, nueva vida.
Sonaba estupendo. Solo esperaba que no fuera una promesa falsa porque él seguía esperando esa nueva vida después de muchos días, muchas semanas, muchos meses. Y no había señales de ello todavía. Sentía como si su vida estuviera en suspenso, en el limbo, y cada amanecer era tan triste como el anterior.
Leo tenía razón. Se sentía mejor por la mañana.
No debería sorprenderle, Leo siempre tenía razón. ¿Por qué no le había preguntado antes por su relación con Nick? Claro que le habría parecido desleal hacerlo. Incluso después de dejarlo plantado en el altar le parecía mal hablar con él de su exprometido porque Nick era una buena persona.
No era Nick, era ella. Y que hubiese tardado tanto tiempo en darse cuenta de que no iba a aceptar ser sensata y nada más.
Amy suspiró. Ella nunca había sido sensata. Solo tenía que recordar el desastre de sus otras relaciones para saberlo. Debería haberse dado cuenta de que nunca iba a funcionar con Nick. Tal vez por eso había pensado que podría salir bien, porque por una vez estaba siendo sensata. Pero había tardado demasiado tiempo en entender que no era así.
Al menos se había marchado antes de dar el «sí, quiero». Eso habría sido mucho peor.
Apartó las sábanas y saltó de la enorme cama en la que debería haber dormido Leo. Y ojalá lo hubiera hecho porque dormir sola en una cama tan grande le recordaba todas las cosas de las que intentaba escapar.
Pero como Leo había dicho: día nuevo, nueva vida. Nick era el pasado. Aquel día era un nuevo comienzo y tenía que salir a abrazarlo.
–Vamos –murmuró, intentando sonreír.
Allí estaba la sonrisa.
«¿Lo ves? Puedes hacerlo».
Leo y Elie estaban en el saloncito, jugando. Se reuniría con ellos, disfrutaría viendo el cariño que había entre los dos y tal vez eso la haría olvidar su soledad.
Buscó la bata en la maleta y frunció el ceño. No había guardado la bata vieja y suave que tenía desde hacía siglos, en su lugar había llevado una bata de seda elegante y sexy. ¿Para inyectar fuegos artificiales en su luna de miel?
Tal vez. Como el camisón de seda que se había puesto por la noche. Ni siquiera había pensado en ello. Claro que no había tenido mucho tiempo para pensar en el contenido de su maleta antes de que Leo fuese a buscarla.
Debería vestirse antes de ir al salón medio desnuda, pero necesitaba una taza de té y una ducha y, en cualquier caso, la bata la cubría de la cabeza a los pies. Era perfectamente respetable, de modo que anudó el cinturón y abrió la puerta. Además, solo era Leo.
¿Solo?
Llevaba una vieja camiseta y un pantalón vaquero, con los pies descalzos. Estaba sentado en el suelo con Elie, jugando, haciéndola reír. Y, por alguna razón, tenía un aspecto más sexy que nunca. Debían de ser los pies desnudos, pensó, apartando la mirada. O la camiseta, que se ajustaba a su ancho torso, a sus hombros…
«¡No es sexy!».
Amy tragó saliva antes de entrar en el salón.
–Hola, chicos. ¿Lo estáis pasando bien?
–A mi hija le gusta ver salir el sol –respondió él.
Estaba mirándola de arriba abajo, pero, cuando apartó la mirada, sus mejillas se habían oscurecido ligeramente y Amy deseó haberse vestido.
«Ay, Dios ¿Pensaba que estaba luciéndose delante de él?».
Debería haberse vestido y cambiado otra vez después de ducharse…
–¿Té? –le preguntó Leo.
–Sí, claro. Yo lo haré.
Pero él ya se había levantado del suelo y se dirigía a la cocina como si necesitase poner distancia entre los dos.
–Yo ya he tomado dos tazas. Juega con Elie mientras me doy una ducha.
–Muy bien.
Leo entró en la cocina y dejó escapar un suspiro de alivio mientras ponía agua a calentar. Luego asomó la cabeza en el salón sin mirarla a los ojos, fingiendo que miraba a Elie.
–Tengo una reunión a las nueve que seguramente durará toda la mañana. ¿Crees que puedes quedarte sola con la niña? Seguramente dormirá casi todo el tiempo.
–Seguro que sí, he dormido como un tronco. ¿Tú has dormido bien en esa cama?
¿Cama? ¿Quería hablar de camas? Leo volvió a la cocina, regañando seriamente a su cuerpo, que no parecía cooperar.
–Bien, gracias –mintió–. Ya te dije que no habría ningún problema.
No había dormido bien, pero no iba a decírselo. La cama era cómoda, pero él estaba acostumbrado a dormir en una cama enorme. No podía dejar de pensar en Amy al otro lado de la pared y cambiar de habitación no habría servido de nada. Además, habría tenido que respirar su olor en las sábanas y ya tenía suficientes problemas intentando no pensar en ella.
Cuando volvió al salón, ella intentó taparse las piernas que la bata había dejado al descubierto. Leo dejó la taza sobre la mesa e intentó no mirar esas piernas largas y bien torneadas que un pedazo de seda, que no parecía quedarse quieto, no podían ocultar.
–Vuelvo enseguida. No olvides tomarte el té mientras está caliente.
Leo cerró la puerta del baño dejando escapar un suspiro de frustración y sacudió la cabeza. ¿De dónde demonios había salido aquella atracción? Y Amy no estaba ayudando nada con esa bata insustancial. ¿Pero por qué lo afectaba tanto? Amy no era su tipo.
A él le gustaban las mujeres sofisticadas y había habido muchas en esos años, especialmente desde que comenzó el programa de televisión. Pero había sido discreto, o eso solía pensar, hasta que conoció a Lisa. No había habido nada discreto o sofisticado en su relación. Despertaban lo peor el uno del otro y lo único bueno que había salido de ella era Elie. Su relación había sido un desastre de proporciones épicas y Lisa había pagado por ello con su vida. Jamás se perdonaría a sí mismo por ello. No estaba preparado para otra relación y menos con alguien tan vulnerable como Amy.
Amy ya no era una niña, sino una mujer bella, cálida y cariñosa. De haber sido cualquier otra no habría vacilado, pero no lo era. Se trataba de Amy, su amiga de la infancia, y confiaba en él. Había tenido que armarse de valor para dejar a Nick en el altar y se había vuelto a él para pedir ayuda. Lo último que debía hacer era traicionar esa confianza.
Por tentadora que fuese con esa bata de seda. En fin, tal vez Elie le vomitaría encima y tendría que ponerse otra. Y entonces todo volvería a la normalidad.
Solo podía esperar y confiar.
Media hora después, los dos estaban duchados y vestidos.
–¿Seguro que no te importa quedarte sola con Elie? Lydia y las demás estarán en casa, así que tendrás compañía.
–No te preocupes, no creo que vaya a tener ningún problema –dijo Amy, cruzando los dedos a su espalda–. Vamos a pasarlo bien, ¿verdad, Elie?
Leo se inclinó para besar a la niña y después salió de la habitación.
Elie empezó a llorar casi inmediatamente y Amy tuvo que echar manos de unas dotes de convicción que no creía poseer para distraerla.
–Volverá enseguida –le prometió, apretando la luciérnaga para que hiciese ruido. Por suerte funcionó y llevó a Elie a la cocina, donde las mujeres charlaban en la mesa mientras los más pequeños jugaban en el suelo y las dos mayores leían un cuento tranquilamente.
–Hola, Amy –la saludó Lydia–. ¿Ya has desayunado?
–Sí, gracias. Leo dijo que viniera a buscaros, espero que no os importe.
–Pues claro que no. ¿Quieres un café?
–Me gustaría mucho, gracias.
–Nosotras no podemos tomarlo porque la cafeína no va bien con el embarazo, así que tomamos zumo de frutas. ¿Lo quieres con leche, sin leche, un capuchino?
¿Todas estaban embarazadas?
–Un capuchino, gracias.
–Lo siento, me voy a la terraza –dijo Isabelle, levantándose–. No puedo soportar el olor del café.
–No, por favor. Entonces tomaré un té –se apresuró a decir Amy.
–No pasa nada, de todas formas íbamos a salir un rato. Max, Annamaria, vamos.
Salieron todas, dejando a Amy sola con Lydia.
–Qué horror. De haberlo sabido, no habría pedido café.
–Por favor, no pasa nada –Lydia soltó una carcajada–. Estamos acostumbradas. Los hombres siguen tomando café, aunque lo hacen en otra habitación. Una de nosotras siempre está embarazada, así que están bien entrenados.
Eso la hizo sonreír.
–¿Este será tu quinto hijo o he perdido la cuenta?
–No, no, solo es el segundo. Massimo se quedó viudo tras el nacimiento de Antonino –le explico Lydia–. Cuando nos casamos, no sabía si querría tener más hijos, pero le encantan los niños, así que este es el segundo. Anita va a tener el segundo también e Isabelle el tercero. Su marido es ginecólogo, lo cual le viene muy bien.
–Claro, todo queda en la familia.
–Algo así –Lydia sonrió mientras salían a la terraza, que parecía envolver toda la casa. El paisaje desde allí era tan increíble que Amy se quedó sorprendida.
Se sentaron bajo una pérgola de aromático jazmín y apretó su taza mirando el hermoso valle debajo, respirando los aromas del campo.
–Es un sitio precioso. Y el palazzo es absolutamente increíble.
–No si tienes que limpiarlo –bromeó Lydia–. Pero al menos tengo ayuda. Y sí, claro que es precioso. Todos nos sentimos privilegiados por poder vivir aquí y por ser los guardianes para la próxima generación.
–Y no creo que falten inquilinos –dijo Amy–. ¿Te importa que haga unas fotografías? Leo me ha pedido fotos para su blog y creo que aquí serían estupendas. Por supuesto, si antes quieres revisarlas para dar el visto bueno…
–Claro que no me importa –la interrumpió Lydia–. Seguro que a los chicos les gustaría aparecer en el blog de Leo.
–No lo había visto tan emocionado en mucho tiempo. Aunque no me sorprende, este sitio es asombroso.
–Sí, es verdad –asintió Isabelle–. Es un sitio maravilloso para vivir y no está demasiado lejos de Londres, de modo que podemos vernos a menudo. Bueno, tú sabes el tiempo que se tarda, acabas de llegar.
–Sí, pero hemos venido en un avión privado.
–¿En serio? –Exclamó Lydia–. Así conocí a Massimo. Yo llevaba un vestido de novia horrible y estaba intentando conseguir un vuelo a Italia para un concurso de novias a la fuga…
Amy contuvo el aliento y Lydia se quedó callada al ver su expresión.
–Amy, ¿qué te pasa? ¿Qué he dicho?
–Nada, nada –Amy intentó sonreír. No podía hacer otra cosa, aparte de echarse a llorar, y ya estaba harta de lágrimas. Hora de contarles la verdad.
Cuando terminó de hacer un breve resumen de la situación, Isabelle apretó su mano.
–¿Seguro que estás bien?
–Sí, claro que sí. O lo estaré cuando se asiente el polvo.
–Mucho mejor que si te hubieras casado con el hombre equivocado –dijo Anita–. Ojalá más gente tuviera sentido común para romper, aunque fuese en el último momento, en lugar de ser infelices y hacer infelices a sus hijos.
Como Nick y ella habrían hecho. Amy se sentía enferma al pensar en lo cerca que había estado de cometer ese error.
Las tres mujeres habían sido muy amables con ella, pero no quería seguir hablando de su situación. Le pesaba todo aquello a lo que había dado la espalda, pero aunque su angustia empezaba a calmarse, en su lugar había un vacío aterrador.
¿Nick sentiría lo mismo? Tal vez sí o tal vez no. Por la noche le había preguntado si le importaba que hiciera solo el viaje de luna de miel y, por supuesto, le había dicho que no, pero se preguntaba si sería buena idea.
Aunque nada podía ser peor que dejarlo plantado en la iglesia. Qué humillación.
Amy suspiró y Lydia la miró, pensativa.
–Voy a hacer el almuerzo. ¿Os quedareis a comer?
–Anita y yo nos vamos –dijo Isabelle–. Tenemos que comprar cosas de bebés.
–¿Ah, sí? –preguntó Anita.
–Tú sabes que sí. Lo hablamos el otro día.
O no, pensó Amy, porque Anita parecía desconcertada. ¿Querían dejarla a solas con Lydia? ¿Por qué?
–Ven conmigo a la cocina.
–Elie debería echarse la siesta –dijo Amy.
–Ah, muy bien, pero vuelve cuando se haya dormido.
Elie se quedó dormida enseguida, de modo que no tenía excusa para no ir a la cocina y enfrentarse con lo que sabía sería un interrogatorio.
No lo fue, por supuesto. Su anfitriona era demasiado educada como para hacer algo así.
Había una jarra de limonada sobe la mesa y Lydia estaba cortando verduras mientras los niños jugaban en la terraza.
–Qué rápido. Elie es una niña muy buena.
–Sí, es verdad. Es la primera vez que cuido de ella. He estado muy ocupada planeando la boda y trabajando en Londres y desde que la mujer de Leo murió… –Amy se encogió de hombros– él no ha tenido mucho tiempo para nada.
Lydia le ofreció un vaso de limonada.
–Debió de ser terrible para él. Y no debe de ser nada fácil combinar su trabajo con la niña. Yo sé lo que es llevar un restaurante mientras cuidas de un bebé y es agotador. Me sorprende que no tenga una niñera.
–Parece que no la necesita por el momento. Sus padres se encargan de Elie cuando él no puede, pero en cualquier caso no puede ser fácil.
–Ha sido un detalle que te hayas ofrecido a ayudarlo.
–No tenía mucho más que hacer y Leo no tuvo que esforzarse para convencerme –dijo Amy–. Me encanta Italia… y le debo mucho. Ha hecho muchas cosas por mí desde siempre.
Lydia la miró antes de concentrar su atención en las verduras que estaba cortando.
–¿Como por ejemplo convencerte para que no te casaras con el hombre equivocado?
–Por ejemplo. Seguramente es lo mejor que podía haber hecho. Mi padre murió hace ocho años, cuando terminé la carrera, y supongo que podría haberle pedido a mi tío que fuese el padrino, pero Leo ha sido mi mejor amigo desde siempre y me conoce mejor que nadie. Me alegro mucho de habérselo pedido o habría terminado casada con Nick, que es un hombre estupendo, pero…
–No estabais hechos el uno para el otro –terminó Lydia la frase por ella.
–Algo así. Aunque no sé por qué he tardado tanto en darme cuenta. Seguramente porque Nick es una buena persona.
–¿Y no tiene nada que ver con Leo y contigo?
–¡No! Nada en absoluto –se apresuró a decir Amy–. Conozco a Leo desde siempre, sería como casarme con mi hermano.
Claro que esa mañana, viéndolo jugar con Elie, no se lo había parecido.
Lydia esbozó una sonrisa.
–Lo siento, no es asunto mío, pero… no sé, parece haber algo, casi como una conexión invisible entre vosotros. Y os lleváis tan bien.
Amy se encogió de hombros.
–Es un gran amigo. O lo era, pero entonces su carrera empezó a despuntar y luego se casó. Nick y yo nos prometimos… en fin, ya sabes. No nos hemos visto mucho en los últimos dos años, pero sigue siendo el Leo que conozco y, si lo necesito, solo tengo que llamarlo. Siempre tiene tiempo para mí.
–Me alegro por ti. Siempre es bueno tener un amigo. No hay nada como estar con alguien a quien no tienes que darle explicaciones, alguien que te conoce a fondo y te quiere por encima de todo. Yo no podría tener un amigo mejor que Massimo –Lydia echó las verduras en una cacerola y se volvió para mirarla–. Bueno, cuéntame qué haces cuando no estás huyendo de tu prometido o haciendo de conejillo de Indias para Leo.
Siguieron charlando sobre cosas mundanas, pero las palabras de Lydia estuvieron dando vueltas en su cabeza durante todo el día.
Leo y ella eran amigos, ¿pero significaba eso que no podían ser nada más? No en aquel momento, claro. Ella estaba destrozada emocionalmente y él seguía lidiando con la muerte de Lisa, pero tal vez en el futuro…
«Alguien que te conoce a fondo y te quiere por encima de todo».
¿Cómo Leo?
De repente, se le ocurrió que durante todos esos años, como Gio y Anita, podrían haberse perdido algo que tenían delante de los ojos.