Capítulo Cinco
Los hombres llegaron a la hora del almuerzo y Amy se encontró mirando a Leo de una forma diferente.
Por su expresión podía ver lo bien que estaba pasándolo mientras charlaba con los Valtieri en la terraza, tomando una copa antes de comer, todos hablando en italiano.
Era la primera vez que los oía hablar en ese idioma y se dio cuenta de que, aunque el italiano era un idioma precioso, no todos le parecían sexys. No era el idioma, sino Leo hablando en italiano.
Y eso lo cambiaba todo.
Volvieron a hablar en su idioma al entrar en la cocina, pero su voz seguía haciéndole cosas raras. Y cuando tomó a Elie en brazos y sonrió, con esa sonrisa que reservaba para ella, el corazón de Amy se derritió.
La conversación durante el almuerzo fue muy animada, pero Leo comió con Elie sobre las rodillas y después de comer se la entregó a Amy a regañadientes.
–Lo siento. Vamos a salir de nuevo para ver una planta procesadora de aceite de oliva. ¿Te importa?
–Claro que no. Elie se ha portado de maravilla esta mañana.
Venga, ve con ellos. Lydia cuidará de nosotros.
Su anfitriona asintió con la cabeza.
–Claro que sí. No te preocupes por nosotras. Amy y yo nos llevamos estupendamente y Elie está contenta. Venga, fuera todos.
Leo le dio un beso a la niña antes de desaparecer con los demás y, en aquella ocasión, Elie no lloró.
–¿Has traído bañador? –Le preguntó Lydia–. Tenemos una piscina climatizada.
–Yo sí, pero no sé si Elie tiene bañador.
–Da igual, no lo necesita. Yo tengo varios y también flotadores para los brazos.
–Ah, qué bien. Me apetece mucho darme un baño.
–Nos moriríamos sin la piscina cuando hace calor. El verano aquí es terrible y es maravilloso meterse en el agua por la noche, cuando los niños se han ido a la cama, con las estrellas sobre nuestras cabezas. Es tan romántico –Lydia sonrió–. Leo y tú deberíais probar alguna vez.
Amy rio, incómoda.
–El romance no es lo nuestro –dijo, intentando no imaginarse con Leo bajo las estrellas.
Lydia encontró un bañador para Elie y pasaron horas en la piscina. El agua era estupenda, fresca, y estar rodeados de vegetación hacía que Amy se sintiera en el paraíso.
Por fin, agotada y soñolienta, la niña empezó a protestar y Amy decidió darle el biberón bajo un árbol. Se quedó dormida de inmediato en el moisés y ella se dejó caer en una tumbona.
Debería haber llevado algún libro, pero no había pensado en ello, de modo que miró el cielo, disfrutando del sol y viendo a Lydia jugar con sus hijos en el agua. Los gritos de los niños, el sol, la sombra de los árboles, el hermoso valle… era una maravilla y por primera vez desde la boda que no había tenido lugar empezó a relajarse.
Hasta que aparecieron los hombres.
–Las chicas lo están pasando bien –dijo Massimo, apoyado en la barandilla de la escalera.
–Hola –las saludó Leo.
Amy levantó la cabeza.
–Hola –respondió, levantando las piernas para envolverlas con los brazos.
Sonreía, pero la sonrisa parecía un poco forzada. ¿Por el biquini? Otra prenda para la luna de miel, pensó. Y se alegraba de que lo hubiera llevado.
–¿Lo habéis pasado bien?
–Genial. La piscina era una tentación irresistible.
–Nosotras ya hemos terminado –dijo Lydia–. Pero puedes usarla cuando quieras.
–Me gustaría nadar un rato, pero tengo que hacer unas cuantas llamadas –dijo Massimo, tomando al bebé en brazos para entrar con su mujer y los niños en la casa.
Dejándolo a solas con Amy.
Y ella no parecía muy contenta. ¿Por el biquini? Se lo habría puesto en público con Nick y, además, él la había visto en biquini muchas veces. Entonces, ¿por qué parecía incómoda? Claro que también él sentía algo extraño.
Se sentó a los pies de la tumbona y levantó sus gafas de sol para estudiarla mejor.
–Se te ha pegado el sol –le dijo–. Ahí –sin poder resistirse, alargó una mano para tocar su hombro y el calor lo traspasó.
¿Por qué? Su piel no estaba tan caliente.
–¿Quieres que nademos un rato?
Amy se levantó, ofreciéndole una hermosa panorámica de su escote.
–Voy a darme una ducha, si no te importa. Llevo aquí mucho rato –dijo, envolviéndose en una toalla.
Pero al darse la vuelta, Leo vio su redondo trasero, apenas oculto por el triángulo del biquini, y su cuerpo reaccionó de inmediato.
–¿Te importa cuidar de Elie hasta que despierte?
Él tragó saliva.
–No, claro que no. ¿Cuánto tiempo lleva dormida?
–Media hora más o menos. Estaba cansada después de nadar, pero ya le he dado el biberón.
–Muy bien, ve a ducharte. Yo me encargo de ella.
Amy subió a su habitación, conteniendo el deseo de correr. Había hecho eso mucho últimamente y no la había llevado a ningún sitio, pero el brillo en los ojos de Leo había despertado algo en ella. No podía confiar en sí misma y estaba deseando apartarse.
¿Porque temía la reacción de un hombre adulto ante una mujer con un biquini diminuto? En ese caso, hacer algo que no fuera apartarse los avergonzaría a los dos.
Cuando llegó a la habitación, cerró la puerta con un suspiro de alivio. No sabía cuánto tiempo tardaría Leo en reunirse con ella, pero no iba a quedarse esperando.
Se dio una ducha rápida, abrió la maleta para buscar la crema solar y encontró las píldoras anticonceptivas, que eran parte de su rutina matinal. Había olvidado tomarla esa mañana.
Era la última caja porque Nick y ella habían querido formar una familia y sintió un vacío en su interior, una sensación que no tenía nada que ver con Nick y sí con el deseo incumplido de ser madre.
Qué ironía que nunca hubiera tenido mucha relación con bebés y, sin embargo, estuviese rodeada de ellos y de mujeres embarazadas. Cuando ya no estaba a su alcance, veía lo que iba a perderse.
Vaciló un momento antes de tomarla, pero era lo mejor para que su ciclo menstrual no se volviese loco. Después, se puso crema en los hombros, donde aún podía sentir el roce de los dedos de Leo, se cambió de ropa y salió del dormitorio justo cuando Leo entraba, con Elie protestando en sus brazos.
–Estás un poco gruñona, ¿verdad, mia bella? –murmuró, su voz llena de cariño.
Miró a Amy con una sonrisa y la vaga sensación de vacío que había sentido se convirtió en otra mucho más compleja y turbadora.
–Supongo que no te apetece hacer un té, ¿verdad? Me vendría estupendamente.
–Iba a hacerlo ahora mismo –mintió Amy, dirigiéndose a la cocina mientras se preguntaba por qué de repente el aroma de Leo le parecía tan embriagador.
A la mañana siguiente, Lydia dejó a los niños en el colegio antes de hacer unos recados y Amy pasó el día explorando el valle con la niña en su cochecito, haciendo fotos para Leo y también para su propia carpeta de trabajo. Suponiendo que encontrase una salida para ellas, que no era seguro en absoluto. Pero, por si acaso, hizo fotos del campo y también muchas de Elie para Leo.
Después de comer, todos fueron a la piscina para relajarse antes de que los hombres volvieran al trabajo.
Amy se sentía incómoda. El diminuto biquini que había comprado para su luna de miel no era lo más apropiado y pasó un mal rato cuando Elie tiró del tirante del sujetador... dejándola medio desnuda durante un segundo. Por suerte, nadie se dio cuenta… salvo Leo. Y Amy juró no volver a la piscina, por tentadora que fuese el agua.
Elie empezó a protestar y aprovechó la oportunidad para salir de la piscina, envolverse en una toalla y cambiarle el pañal.
Leo nadó hacia ellas y apoyó los brazos en el borde de la piscina.
–¿No vas a nadar un rato más?
–No, no lo creo –respondió ella, sin mirarlo–. Había pensado hacer fotos para tu blog.
–Muy bien.
Leo volvió a meterse en el agua y Amy pasó la siguiente hora haciendo fotos para el blog… pero sobre todo para tener algo que hacer.
Elie despertó poco después y Leo salió de la piscina, el agua rodando por su ancho torso, aplastando el bañador sobre sus muslos… el corazón de Amy dio un vuelco dentro de su pecho mientras capturaba la imagen para la posteridad. Luego guardó la cámara en su funda mientras Leo se envolvía una toalla a la cintura.
–Te toca nadar. Yo me encargo de la niña.
Amy lo miró. Mala idea. Para su vívida imaginación, no parecía llevar nada bajo la toalla y eso era demasiado.
–Voy a darme una ducha, luego descargaré las fotos – murmuró, despidiéndose a toda prisa.
El martes apenas lo vio porque los hombres estuvieron fuera todo el día, pero el miércoles los Valtieri tenían un compromiso en casa de un pariente y los dejaron solos.
–¿Te apetece hacer una visita turística? –sugirió Leo.
–Sí, claro.
Exploraron el pueblo y las tiendas que Lydia les había recomendado y, mientras investigaban, ella hacía fotos para el blog de Leo.
La hacía sonreír verlo charlando con la gente. Parecía un italiano de verdad, riendo y moviendo mucho las manos. En realidad, siempre había sido así, aunque nunca antes se había parado a analizarlo. Cada movimiento, cada sonrisa, cada gesto, todo estaba guardado en una parte de su cerebro llamada «Leo» y sus sentimientos por él eran cada vez más confusos.
¿Inapropiados? No, tal vez no, pero sí diferentes. Y amenazaban la relación platónica que siempre habían tenido. Por eso no iba a repetir el fiasco del biquini y, cuando vio una tienda de bañadores, aprovechó la oportunidad.
–¿Te importa esperar cinco minutos? Necesitaré otro bañador si vamos a estar aquí unos días.
–No, claro. Te espero aquí.
La tienda era estupenda y encontró un bañador increíblemente caro, negro y elegante. No se molestó en probárselo. Fuera como fuera le taparía más que el biquini.
Eligió un bañador rosa para Elie y ni siquiera miró el precio. Apenas le había regalado nada a la niña, solo el muñeco de peluche que era su constante compañero.
Leo se preguntaba qué estaría buscando, seguramente algo que la tapase más que el biquini... que le había provocado dos noches en vela.
Intentaba dirigirse hacia la puerta de la tienda, pero una mujer mayor lo había acorralado, flirteando descaradamente, de modo que fue un alivio cuando Amy apareció por fin.
–¿Has encontrado lo que buscabas?
–Sí.
–Entonces, vamos.
Intentó disculparse con la mujer, pero ella lo tomó por los hombros para darle un beso en la mejilla, riendo mientras señalaba a Amy y le daba un azote en el trasero a modo de despedida.
Leo se puso colorado y Amy soltó una carcajada.
–¿Qué te ha dicho?
–Nada.
–No te creo. Estaba tonteando contigo y te ha metido mano.
–No, solo ha sido… me ha reconocido, eso es todo.
Amy puso los ojos en blanco.
–No nací ayer, Leo. La mayoría de las mujeres no te dan un azote en el trasero y hasta yo me he dado cuenta de que estaba flirteando contigo. Venga, ¿qué te ha dicho?
–Que, si tuviera veinte años menos, te robaría el novio. Y no me ha parecido sensato explicarle que solo somos amigos, podría haberme llevado con ella en su escoba.
Amy rio de nuevo.
–Eres un imán para las mujeres, Zacharelli –bromeó–. Todas caen rendidas a tus pies, da igual la edad que tengan.
Todas excepto ella.
Ese pensamiento apareció en su cabeza sin advertencia, pero era cierto. Si era un imán para las mujeres, ¿por qué Amy nunca lo había visto como un hombre? Bueno, salvo a los catorce años, cuando lo veía como un héroe, pero eso no contaba. Y él había empezado a fijarse en ella como mujer recientemente. El lunes, cuando Elie, pobre inocente, había tirado de su biquini. Desde luego se había fijado en eso.
–¿Podemos cambiar de tema, por favor?
–Claro que sí, donjuán.
Al día siguiente, los hombres volvieron a salir para visitar a un primo que fabricaba el vinagre balsámico que aparecía en todas las comidas y Amy y las tres mujeres se quedaron solas.
Le parecía raro no verlo durante tanto tiempo y lo echaba de menos tanto como la niña, lo cual decía mucho. Comieron en la terraza, bajaron a la piscina por la tarde y luego, a las seis, cuando los hombres volvieron a casa, Amy se alegró de llevar puesto el bañador.
Leo se acercó a ella, los ojos ocultos tras las gafas de sol, y ella se volvió, con Elie en brazos.
–Mira, cariño, es tu papá.
Elie alargó los bracitos hacia él, contenta, y Amy lo entendía. Al ver que el rostro de Leo se iluminaba mientras tomaba a su hija en brazos, sintió una punzada de envidia. ¿Cómo sería tener una personita tan contenta de verte?
Maravilloso. Asombroso.
Leo se colocó las gafas de sol sobre la cabeza y Amy pudo ver el brillo de alegría en sus ojos.
–Está empapada –le advirtió.
–No me importa. De todas formas, iba a darme una ducha. Ven aquí, mia bellissima bambina –al tomar a la niña en brazos, sus dedos rozaron el pecho de Amy sin querer y notó que contenía el aliento.
Sus ojos se encontraron, los de él oscureciéndose. Por un momento, los dos se quedaron inmóviles. Amy no podía respirar, pero entonces, murmurando una disculpa, Leo se dio la vuelta para besar a la niña y la risa de la Elie rompió el hechizo.
Amy se envolvió en una toalla, recogió sus cosas y se dirigió a la escalera. Mientras iban a la habitación, él le contaba lo que había hecho ese día y los dos fingieron que ese momento en la piscina no había tenido lugar.
–Ha merecido la pena venir –comentó Amy mientras cerraba la puerta.
–Desde luego que sí. Mañana los Valtieri tienen que ir a visitar a sus padres. Es el cumpleaños de su madre, de modo que no podemos cerrar el trato hasta que vuelvan el domingo. ¿Te importa?
¿Todo un fin de semana con Leo? Amy sintió un cosquilleo de anticipación. No podía negarse y no quería hacerlo, además.
–¿Por qué iba a importarme?
Leo se encogió de hombros.
–No lo sé. Te dije que estaríamos aquí una semana, pero no podremos irnos hasta el lunes o el martes y no sé si tienes que volver a Inglaterra.
–No tengo que volver para nada, por eso estoy aquí. Tómate el tiempo que necesites.
–¿Seguro?
Amy puso los ojos en blanco.
–Pues claro que sí. Además, lo estoy pasando muy bien. Fíjate, me veo obligada a pasar unos días más en un palazzo italiano, con una piscina climatizada, jugando con una niña preciosa y rodeada de chefs… qué tortura.
Leo rio, dejando a Elie en el suelo.
–El bañador es precioso, por cierto. ¿De dónde ha salido?
–Lo compré en el pueblo el otro día. Es un regalo – respondió ella–. ¿Vamos a estar completamente solos aquí?
–Creo que sí, pero supongo que nos darán una llave – respondió Leo–. Me vendrá bien relajarme un poco. Será como estar de vacaciones y, además, tendré la oportunidad de probar nuevas recetas usando sus ingredientes. El domingo yo haré el almuerzo y quiero jugar con algunas ideas nuevas.
–¿Y yo voy a ser tu conejillo de Indias? –bromeó Amy, agarrándose a algo que le resultaba más familiar.
–Por supuesto. Tienes un don para ser sincera sobre mis recetas, pero prometo no envenenarte.
–Eso espero.
–Bueno, ¿qué tal el día? ¿Qué has hecho? Siento haberos abandonado.
–Lo hemos pasado estupendamente. Elie está encantada. La verdad, no sabía lo divertido que puede ser un bebé.
–Yo tampoco –dijo él, inclinándose para darle un beso en la cabecita con una emoción que no podía disimular.
«Ay, Leo».
Después de ducharse, Amy se sentó en un banco en la terraza, aprovechando un momento de soledad sin tener que fingir.
Pero unos segundos después escuchó pasos en el camino de gravilla.
–Te he traído algo de beber.
–Muchas gracias. ¿Elie se ha dormido?
–Sí, enseguida. Nadar la deja agotada –dijo Leo–. Quería hablarte de este fin de semana. ¿No te importa que me dedique a cocinar?
–¿Por qué iba a importarme? Ese es tu trabajo.
–Ya, pero no he podido prestarte atención en todos estos días y tendrás que seguir cuidando de Elie…
–¿No he venido para eso? –lo interrumpió ella.
–El acuerdo era que cuidarías de ella mientras yo estaba en las reuniones, nada más.
–Leo, de verdad, no me importa en absoluto. Estoy encantada con Elie. Además, te debo mucho… –No me debes nada.
Amy sacudió la cabeza.
–No me refiero al catering, eso solo es dinero. De no ser por ti, me habría casado con Nick y habría sido un desastre. Si no hubieras dicho lo que dijiste… Él dejó escapar un suspiro.
–Tenía que hacerlo. No parecías feliz el día de tu boda y no iba a dejar que te casaras con un hombre del que no estabas enamorada.
–¿Cómo hiciste tú? –le preguntó Amy entonces.
Leo se quedó pensando un momento.
–Me casé con Lisa porque pensé que era lo que debía hacer. Estaba embarazada y yo era el padre del bebé, de modo que hice lo más decente. No podía hacer otra cosa.
–¿Quieres hablar de ello?
–No, no. ¿Para qué? Eso no cambiaría nada.
–La muerte de Lisa debió de ser muy triste para ti y para Elie.
–¿Triste? –repitió él, con una risa amarga–. No creo que «triste» pueda explicar cómo me sentí. Destrozado, culpable, avergonzado.
¿Avergonzado?
Leo había girado la cabeza para mirarla y en sus preciosos ojos de color ámbar podía ver un brillo de desesperación.
–Es hora de cenar –murmuró luego, mirando el reloj. Había cambiado de tema tan abruptamente que no había forma de retomarlo.
Casi mejor. Estaba empezando a estar demasiado interesada por Leo y era hora de recordar que no era asunto suyo, que solo era un amigo.
«No está mal interesarte por tus amigos. Solo le has preguntado porque te importa».
No, no era verdad. Quería saber cosas que no eran asunto suyo. Si Leo decidía hablarle de su desastroso matrimonio lo haría cuando quisiera, pero no debía preguntar.
Él se levantó entonces para ir a la cocina, dejándola sola en la terraza, y Amy cerró los ojos.
Hubo un tiempo en que se lo contaba todo. Le había abierto su corazón en muchas ocasiones… cuando rompía con alguna novia, cuando se peleaba con sus padres. Y ella había hecho lo mismo. Nunca había habido nada de lo que no pudiesen hablar.
Ella fue la primera persona a la que llamó cuando ganó el concurso de cocina a los diecinueve años. Y cuando consiguió su primer trabajo como chef. Cuando empezó su meteórica ascensión al mundo de la fama, su padre le entregó las riendas del restaurante familiar y Leo lo había hecho famoso en poco tiempo.
Pero nunca había dejado de hablar con ella. Había sido una parte integral de su vida... aunque ya no lo era. Desde Lisa y ese matrimonio que lo hacía sentir avergonzado.
¿Pero avergonzado por qué? ¿Por haber elegido a Lisa? ¿Por su comportamiento hacia ella? ¿Porque había muerto en trágicas circunstancias? No era culpa suya, a menos que hubiese algo en la muerte de Lisa que ella no sabía. Y no iba a saberlo porque Leo no parecía dispuesto a compartir con ella nada más íntimo que un menú.
Y Amy no podía creer cuánto le dolía.