Capítulo Nueve

 

–Entonces yo tenía razón –dijo Amy–. Nada de cena.

–No te preocupes, no te morirás de hambre. ¿Elie se ha dormido?

–Sí.

–Estupendo. Toma, prueba esto.

Leo puso un plato frente a ella. Era una bruschetta con flores de calabacín rellenas de algo.

Amy clavó los dientes en la tosta y un montón de sabores explotaron en su lengua.

–Divino –murmuró.

–¿Esperabas menos de mí? –Bromeó Leo, con esa sonrisa que hacía aparecer el hoyito en su mejilla–. He retocado el risotto… espera, enjuágate antes la boca.

Obedientemente, Amy tomó un sorbo de agua y luego probó el risotto.

–Ah, qué rico. Le has dado un toque diferente. ¿Puedo probar el cordero?

–No, el cordero tardará horas.

–Supongo que la panna cotta aún no está hecha.

–¿Quieres probarla?

–Desde luego. Con las fresas y el vinagre balsámico, lo quiero todo.

Leo puso los ojos en blanco, murmurando algo sobre las mujeres exigentes, y Amy sonrió. Era como en los viejos tiempos… no, mejor aún.

Con los codos apoyados en la mesa, lo vio meter un molde bajo el grifo antes de darle la vuelta para ponerle fresas cortadas en trocitos y un sirope oscuro. Luego lo decoró con una hoja de menta y un poco de vainilla y puso el plato frente a ella.

–¿Tengo que compartirlo? –bromeó Amy.

–No, es todo para ti.

La temblorosa panna cotta era suave, dulce; las fresas olían a verano y se derretían en la lengua. La mezcla de dulce y ácido era extraordinaria.

–Vaya, sabe muy diferente. ¿Qué le has puesto?

–Pimienta rosa. Solo un poco para darle fuerza y menta para darle frescura. ¿Qué te parece el vinagre balsámico? Bueno, ¿verdad?

–Estupendo, todo está riquísimo –Amy tomó un poco más, dejando que se deslizase por su garganta, frío, cremoso y delicioso. El toque de calor de la pimienta rosa, la fuerza de las fresas y el vinagre despertaban las papilas gustativas.

Abrió los ojos de nuevo para mirar a Leo… y entonces ocurrió algo.

Algo sutil, un cambio en sus pupilas, y sintió como si la hubiera golpeado un rayo.

Los dos se quedaron inmóviles un momento, como si los relojes se hubieran parado y todo hubiese quedado en suspenso. Y entonces Leo se inclinó para besarla, su boca fresca y dulce como la panna cotta, con un toque de calor que se quedó con ella cuando rompió el contacto.

–Muy bien, la prueba ha terminado –dijo, dando un paso atrás. Y, si no fuera por el brillo de sus ojos, Amy no sabría qué pasaba algo.

–¿Quieres que te ayude a limpiar?

–No, no hace falta. Tengo que ensuciar más antes de terminar.

–¿Quieres que te espere?

Él negó con la cabeza.

–No, vete a la cama. Iré a buscarte cuando termine.

Amy aún no había llegado al dormitorio cuando Leo apareció a su lado.

–Pensé que tenías cosas que hacer.

–Lo haré más tarde. Se me han ocurrido cosas más interesantes –murmuró él, tomándola entre sus brazos.

 

Lo oyó levantarse de la cama antes de que saliera el sol, cuando el cielo aún estaba manchado de rosa y empezaban a cantar los primeros pájaros. Amy se apoyó en un codo y alargó una mano para buscar el móvil.

Las cinco y media.

Debía de estar loco. Bueno, no, aquella comida era importante para él; una oportunidad para mostrar sus habilidades culinarias a los Valtieri. Muchas cosas dependían de eso y no iba a parar por que se hubiese acostado con ella. Por asombroso que hubiera sido.

Ella no tenía que levantarse tan temprano. Podía dormir al menos una hora más antes de que Elie despertase, de modo que se dejó caer sobre la almohada y cerró los ojos…

De repente, oyó un golpecito en la puerta y cuando abrió los ojos vio el rostro de Leo. Un segundo después, notó algo frío en la cara.

–¿Qué haces?

Leo estaba sobre ella con un vaso de agua en la mano.

–Elie ha despertado y yo tengo que seguir trabajando. ¿Puedo convencerte para que te levantes?

Amy parpadeó.

–¿Qué hora es?

–Casi las siete.

–Dame cinco minutos –murmuró, cerrando los ojos.

Un error porque sintió sus labios en la frente y cuando abrió los ojos de nuevo Leo estaba metiendo el dedo en el vaso de agua.

–No se te ocurra. Déjame en paz.

Leo sonrió, aunque parecía algo cansado.

–Lo siento –se disculpó–. De verdad te necesito. Me llevo a Elie a la cocina para darle el desayuno, así tendrás tiempo de darte una ducha –le dijo, y luego salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.

Amy se levantó, suspirando. Le gustaría estar con Leo en la cama, pero él tenía cosas que hacer.

Suspirando, se metió en la ducha. Aquel era un gran día para él, pero estaba llegando el final de las vacaciones. Sabía que Leo necesitaba algo más que un revolcón y, si iba a ayudarlo a superar el desastre de su matrimonio, no podía tomarse aquello demasiado en serio.

Y, desde luego, no debía distraerlo cuando tenía que trabajar.

Pero solo eran las siete y media. ¿Cómo podía funcionar sin dormir?

–Huele muy bien –murmuró, entrando en la cocina.

–Es el cordero. Acabo de sacarlo del horno –dijo Leo–. Hay zumo en la nevera, si quieres.

Amy abrió la puerta de la nevera y se encontró con unos estantes llenos de cosas de todo tipo, incluyendo la divina panna cotta.

–¿Quieres un café?

–Ya he tomado tres –respondió Leo–. Pero no me ha servido de nada, así que tomaré otro.

–O podrías tomar un vaso de agua con limón para limpiarte de toxinas.

–Dame un café –insistió él, bostezando–. Mi cuerpo por fin ha decidido que estoy cansado. Mal momento.

Amy se sentía culpable mientras le ofrecía una taza de café más flojo de lo habitual y con leche.

–Gracias.

–De nada.

–He traído la cámara.

–¿Para hacerme fotos en mi peor momento?

Estaba despeinado, los ojos enrojecidos, la camisa del día anterior arrugada, los pies descalzos… tenía un aspecto tan sexy.

Amy apartó la mirada.

–Creo que tus fans podrán soportarlo –bromeó, sacando la cámara. Haría una foto para su colección personal.

La familia llegó a las doce y Lydia fue directamente a la cocina para preguntar si necesitaban ayuda.

–No, gracias –respondió Leo–. Todo está controlado. ¿A qué hora queréis comer?

–¿A las dos? –sugirió Lydia.

–Muy bien. He pensado que podríamos comer en la terraza, bajo la pérgola, a menos que prefieras comer aquí.

–No, no, mejor en la terraza. ¿Puedo preguntar cuál es el menú?

Leo se lo contó y los ojos de Lydia se iluminaron.

–Fabuloso. Estoy muerta de hambre. Y más tarde tendrás que contarme cómo lo has hecho.

Leo esbozó una sonrisa.

–Muy bien, pero ahora déjame solo para que pueda concentrarme.

Imposible, por supuesto. La cocina se convirtió en el centro de reunión, pero daba igual. Él estaba acostumbrado a trabajar en medio del caos y Lydia se aseguró de que nadie lo molestase. Incluso lo ayudó con el relleno de las flores de calabacín.

Pero Amy estaba allí, distrayéndolo sin darse cuenta.

Leo hizo un esfuerzo para concentrarse. Lo último que necesitaba era que el cordero se le quemase o las flores de calabacín quedasen demasiado hechas.

Aunque parecía no prestarle atención, también Amy estaba mirándolo y, cuando faltaban veinte minutos para terminar la comida, los llevó a todos a la terraza para dejarlo en paz.

–¿Amy? –la llamó Leo.

–¿Me necesitas?

Menuda pregunta después de lo que había pasado por la noche. Leo le ofreció un plato con varias bruschettas.

–¿Podrías sacar esto como aperitivo? Pero no te lo comas tú todo.

Amy tomó el plato sacándole la lengua y salió a la terraza mientras Leo soltaba una carcajada. La misma Amy de siempre.

Ella volvió a la cocina unos minutos después.

–¿Puedo hacer algo?

–Saca los platos y los vasos y luego ayúdame a sacar cosas. Estoy friendo las últimas flores de calabacín, todo lo demás está hecho. El cordero está enfriándose y las verduras han quedado perfectas.

Seguía trabajando mientras hablaba y Amy miró el reloj de la pared: las dos menos cinco. Leo nunca había sido puntual hasta que empezó a cocinar.

–¿Solo tengo que sacar cosas?

–Sí, gracias. ¿Amy?

Ella se volvió para mirarlo.

–¿Qué?

–Gracias por todo. No podría haberlo hecho sin ti. Has sido estupenda.

–De nada. Les va a encantar, estoy segura. Tienes muchos fans ahí fuera, pero no quemes las flores de calabacín.

Estaba bien.

Todo estaba bien, mejor que bien. Y él estaba en su elemento.

El almuerzo fue asombroso y todos lo felicitaron por el cordero a las dos cocciones. Leo parecía relajado y la panna cotta fue recibida con gritos de alegría.

Era su plato y Lydia, que estaba emocionada, preguntó cómo iba a dar de comer a su familia después de aquello, suplicándole que le diese la receta.

–Cuando quieras. Es facilísima.

–Es fácil hacer panna cotta, pero no es fácil hacerla así – replicó ella–. Es fabulosa.

–No se puede hacer sin vuestros ingredientes –dijo Leo, mirando a Massimo.

–Tenemos que hablar –asintió su anfitrión–. Mi mujer es una chef excelente y yo estoy acostumbrado a comer de maravilla todos los días, pero tú has llevado nuestros ingredientes a una altura increíble. Tenemos que firmar un trato, quiero que mis productos estén en las mesas de tus restaurantes.

Una sonrisa iluminó el rostro de Leo.

–Yo iba a decir lo mismo. No sé qué tienen tus productos, tal vez el cuidado, la tierra o la experiencia, pero tienen un sabor que no he encontrado en ningún otro sitio. Y quiero el vinagre balsámico en la lista, es imprescindible.

–Mañana, a las nueve, firmaremos el contrato –dijo Massimo, levantando su copa.

 

 

Amy estaba sentada en la terraza, tomando una taza de té y mirando a las golondrinas que hacían sus nidos en los viejos tejados del palazzo. Elie dormía la siesta y los demás hacían sus cosas, de modo que estaba sola.

Leo se sentó a su lado en el banco unos minutos después, dejando escapar un suspiro de satisfacción.

–Todo ha salido bien.

–¿Es que lo dudabas?

–Siempre tengo dudas, pero parece que he conseguido lo que quería.

–Entonces el viaje ha merecido la pena.

–He conseguido más de lo que esperaba, pero no podría haberlo hecho sin ti.

Amy apartó la mirada.

–Yo no he hecho nada.

–¿Cómo qué no? Te has encargado de Elie y por eso he podido trabajar y hacer lo que me gusta. Es un contrato importante para mí.

–¿Has conseguido lo que buscabas?

–Mucho más, pero es hora de irse a casa. He abandonado mi negocio durante demasiado tiempo.

A casa.

Fuera la que fuera.

Amy miró las colinas y sintió una punzada de aprensión, mezclada con una gran tristeza. Sabía que sería un viaje corto, pero lo había pasado de maravilla, en un sueño de sol, risas y familias felices. Pero todo había terminado. Ocho semanas más con Leo y tendría que buscar algo que hacer, alguna manera de ganarse la vida. Pero no sabía por dónde empezar.

Aquel tiempo mágico en la Toscana lo había cambiado todo y pensar eso le encogía el corazón. Las cosas habían cambiado para siempre, su amistad nunca volvería a ser la de antes.

–¿Y tú qué vas a hacer a partir de ahora? –le preguntó Leo, como si hubiera leído sus pensamientos.

Amy se encogió de hombros.

–No lo sé, pero ya se me ocurrirá algo. Imagino que tendré que lidiar con asuntos de la boda… y tengo que descargar las fotos para el blog. Tal vez pueda hacerlo mientras tú estás grabando los programas. Y podría hacer más fotos durante la grabación.

–Yo estaba pensando... tal vez debería publicar un libro de cocina. Lo había pensado muchas veces, pero no me había decidido.

–¿Y por qué ahora?

–No lo sé, pero me vendría bien un fotógrafo profesional.

–Ya te he dicho muchas veces que deberías hacerlo.

–¿Te interesaría?

–¿Hacer las fotos para el libro?

Eso significaría pasar más tiempo con él y sería estupendo si siguieran juntos, pero una tortura si no fuera así.

–¿Te importa si me lo pienso? No sé qué voy a hacer o dónde voy a vivir.

–Te lo agradecería mucho, tus fotos son estupendas. Claro que aún tengo que resolver el pequeño problema de encontrar editorial.

–Ahí sí puedo ayudarte. Tengo contactos.

–Genial.

Leo sonrió y el corazón de Amy dio un vuelco. ¿Podría funcionar? Significaría pasar tiempo con él, ayudarlo a seguir adelante con su vida… claro que también sería bueno para ella. Sabía que un libro de cocina era un trabajo arduo, pero se vendería bien y sería un éxito, pero sobre todo les daría la oportunidad de descubrir si había un futuro para ellos.

–Veré lo que puedo hacer.

–No hay prisa. Antes tengo que grabar el programa.

–Tal vez quieran lanzar el libro cuando empiece la nueva serie de programas. Sería buena idea.

Leo asintió con la cabeza.

–Mi productor quiere verme lo antes posible. Había pensado irnos el martes, pero preferiría que nos fuésemos mañana mismo.

–¿Otro avión privado? –preguntó Amy, intentando disimular que tenía el estómago encogido.

–Probablemente. Es menos estresante que un vuelo comercial, pero no sé. Ya veremos.

–Yo me encargaré de hacer las maletas.

–Muy bien –Leo apretó su mano–. Creo que deberíamos irnos a la cama. Ha sido un día muy largo y necesito que mi cerebro esté despierto mañana para firmar el contrato con los

Valtieri.

–Yo voy a quedarme aquí cinco minutos más. Ve a ducharte, yo quiero despedirme del valle.

–Loca –murmuró él, pero su tono estaba lleno de afecto.

Cuando se quedó sola dejó escapar un largo suspiro. Menos de cuarenta y ocho horas antes habían estado allí, en ese mismo banco, cuando él le abrió su corazón. Y luego la había besado. ¿O lo había besado ella? No estaba segura, pero sabía que desde ese momento todo iba a cambiar.

¿Podrían trabajar juntos en el libro? Tal vez sí, tal vez no.

Se quedó allí unos minutos más, sabiendo que tal vez se irían al día siguiente y aquella sería la última oportunidad de disfrutar viendo que los pájaros se iban a dormir y los murciélagos empezaban su ronda nocturna.

Echaría de menos todo aquello, pero sobre todo a la familia Valtieri, a Lydia en particular. Todos habían sido increíblemente amables, y no porque Leo fuese una celebridad, sencillamente eran personas encantadoras y los echaría de menos.

Pero sobre todo echaría de menos a Leo y Elie. La niña se había metido en su corazón y él…

Amy suspiró. Leo siempre había sido importante para ella, pero esas vacaciones lo habían cambiado todo. Habían cambiado el delicado equilibro de su amistad.

No sabía qué le esperaba en el futuro, pero pasaría mucho tiempo hasta que pudiese mirar a otro hombre. Sus emociones eran un caos y era demasiado pronto para pensar en otra relación, incluso con Leo.