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Llevan dos días desaparecidos. Los religiosos padres de Logan me acusan de la ausencia de su hijo. Han concedido una entrevista exclusiva a Imperfectos TV.

Raphael apaga el televisor.

—Lo tienes todo en contra. ¿Cómo crees que debo continuar, teniendo en cuenta que los que estaban al tanto de lo ocurrido han desaparecido, y que acabas de tener una pelea de enamorados con el único testigo que te quedaba?

Mira a su alrededor, a sus hijos. Y, por primera vez, lo veo nervioso. Susan nos echa de vuelta al exterior para que continuemos, sin dejar de murmurar por lo bajo:

—No quiero saberlo. No quiero saberlo.

Necesito volver a ganármelo. Necesito darle confianza.

—La jueza Sanchez está de mi lado. No me preguntes cómo ni por qué, pero lo está. Mi plan era encontrarte y reabrir el caso. Al verse en la grabación, Crevan tendría que confesar que me hizo la injusta sexta marca. Y si había cometido ese error, bien podría haber cometido más. Eso lo convertiría en otro imperfecto de facto. Entonces tendría que disculparse, y todo el sistema de los imperfectos quedaría cuestionado. Crevan sería humillado y se vería obligado a dimitir, que es lo que quiere la jueza Sanchez.

Raphael sonríe y me mira con lo que creo que es admiración.

—¿Quieres acusar a Crevan de imperfecto?

Me muerdo el labio por los nervios.

—Sé que no es muy convencional…

—Yo no soy un hombre convencional. Pero antes tendría que ver la grabación.

Ah.

—Hay un problema. —Trago saliva—. Un gran problema. No la tengo.

Silencio.

—El marido del señor Berry me dijo por teléfono que la tengo yo. Crevan oyó la conversación, debía de tener la línea intervenida. Pero no sé dónde está.

Raphael parece a punto de rodearme el cuello con las manos y apretarlo hasta estrangularme, pero afortunadamente no lo hace. Respira profundamente un par de veces.

—¿Te visitó el señor Berry en tu casa después del juicio? —pregunta.

—No.

Los primeros días fueron muy duros, entraba y salía de la bruma provocada por los calmantes, pero sé que no me visitó. Puedo contar con una mano las personas que lo hicieron. El médico. Angelina Tinder.

—Me visitó Tina —recuerdo de repente—. Era una de los guardias. Una guardia maja.

—Entonces, ella debió de darte la grabación.

La mente me funciona a cien por hora. Pienso en lo que pasó hace cuatro semanas. Parece toda una vida.

—No. Me llevó magdalenas que había hecho su hija. Recuerdo que me pareció muy feo porque no podía comérmelas. Solo un lujo por semana, y una sola magdalena supera el consumo de calorías permitido.

—En las magdalenas había algo —dice él.

—No. Se las comió mi hermano pequeño. —Me levanto y empiezo a caminar de un lado a otro—. Nos habríamos dado cuenta si se hubiera tragado un… un… No sé, señor Angelo. ¿Qué es lo que buscamos? ¿Un expediente? ¿Un disco? ¿Un chip?

—Supongo que un USB —conjetura—. O la tarjeta de memoria del teléfono del señor Berry.

Solo nos quedan quince minutos antes de que deba marcharme.

—Tiene que haberte dado algo más —dice él.

—Ni siquiera llegué a verla. —Me estrujo el cerebro—. No me encontraba bien y mi madre no dejó que me visitara, no le pareció apropiado.

—Y no lo era, ¿verdad? —dice, meditando sobre ello—. No, era una visita completamente inapropiada y arriesgada para ella. Debía de tener alguna finalidad, tuvo que darle la grabación a tu madre.

—Trajo una bola de cristal —recuerdo de repente—. Un globo de nieve de Highland Castle. Cuando lo sacudías, caía confeti rojo como la sangre. Después de lo que me pasó allí, me pareció el regalo más horrible y desagradable que podía darme nadie. Me pregunté por qué lo hacía.

—Ahí —dice levantándose—. Tiene que estar en la bola, ¿dónde está?

Lo miro con desconfianza, preguntándome si puedo fiarme de él. Se lo he contado todo, pero ¿no le habré contado demasiado? Si pierdo la grabación, pierdo todo mi poder.

Finjo decepción. Vuelvo a apoyar la cabeza en la mesa. No me cuesta hacer brotar las lágrimas, de todos modos ya estaban a punto de asomar.

—La destruí —miento—. La lancé contra la pared y se rompió. Mamá la tiró a la basura. Pero eso pasó hace semanas, ya no la tengo.

Raphael parece furioso, pero me cree. Pienso en formas de recuperar el globo de cristal. No puedo llamar a casa, seguro que estarán controlando el teléfono. Fue así como Crevan se enteró de su existencia, escuchando mi conversación con el marido del señor Berry. ¡Qué idiota fui entonces!

Me quedan diez minutos.

Raphael está impaciente. Se sienta despacio.

—Mi forma de pensar, de ser, es poco convencional. Ese es mi punto fuerte, Celestine. Uno no llega a mi edad, ni consigue mi aspecto, sin tener que endurecerse y luchar. Cuando eres adolescente, lo que te hace diferente puede llegar a ser lo peor del mundo. Al hacerte mayor te das cuenta de que eso es tu arma, tu armadura, tu fuerza. Tu don. En mi caso, ese don es pensar de forma no lineal, que es hacer precisamente aquello que crees que no deberías hacer.

—¿Y eso qué significa?

—¿Qué has estado haciendo las últimas dos semanas?

Frunzo el ceño, mientras le doy vueltas a la pregunta. Huir, esconderme, llorar, sentir pena de mí misma. Perder la virginidad, pero seguro que no se refiere a eso. De pronto lo miro, adivino lo que va a decir.

—Evitar a Crevan.

—Exacto. Ahora debes encontrarte con Crevan.