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Esperan tres horas.

Tengo los músculos agarrotados y me duelen los pies, pero me da miedo moverme.

Cuando el fuego queda reducido a brasas, el abuelo y Dahy reciben la orden de colocar la comida sobre los rescoldos. Los trabajadores miran desde su ordenada fila, los brazaletes con la «I» bien visibles en el brazo derecho, justo encima del codo.

Se suponía que esto iba a ser una celebración, una reunión entre amigos para demostrar que el Tribunal no puede con ellos. Y ahora los soplones están aquí. Sigo escondida tras el árbol, encogida, abrazándome las piernas, tiritando a causa de la humedad del bosque. No puedo decir que considere mi fuga como un triunfo.

Más bien la siento como una derrota.

El abuelo y Dahy cubren la comida con tierra para que se cocine con el calor acumulado. Una vez terminado su trabajo, el abuelo mira al suelo como si me hubiera enterrado viva. Deseo otra vez gritarle que estoy bien, que conseguí salir, pero no puedo.

Suena un teléfono y la soplona responde. Se aleja de los otros caminando para poder hablar en privado. Se acerca a donde estoy yo. Vuelvo a ponerme tensa.

—Juez Crevan, hola. Soy Kate. No, juez, Celestine no está aquí. Hemos mirado en todas partes.

Silencio mientras ella escucha. Desde donde estoy casi puedo oír la voz de Crevan.

Kate sigue andando y se detiene junto a mi árbol.

Pego la espalda al tronco, cierro los ojos con fuerza y contengo la respiración.

—Con el debido respeto, juez, es la sexta visita del Tribunal a esta propiedad y creo que Mary May ha sido muy meticulosa en su registro. Hemos mirado en todos los lugares imaginables. No creo que esté aquí. Parece que su abuelo dice la verdad.

Noto frustración en su voz. Están todos bajo mucha presión para encontrarme, la presión que ejerce el juez Crevan. Kate da unos pasos más hasta entrar en mi línea de visión.

Examina lentamente el bosque, sus ojos buscan en la distancia.

Y entonces me mira.