28

La puerta se abre de golpe y entra Eddie.

—Me alegra ver que sigues con vida, jefe —bromea Lennox, intentando destensar el ambiente.

—Ya no soy tu jefe —dice, con el rostro congestionado; parece a punto de desplomarse en cualquier momento víctima de un infarto.

—¿Te han dejado marchar? —pregunta Bahee, sujetándose la mandíbula.

—No —ladra Eddie, mirando a uno y otro lado con tristeza—. Van a echaros. El dueño de esta compañía dejaba que los imperfectos trabajasen aquí de buena fe, siempre con el acuerdo de que lo mantuvierais en secreto. Habéis roto ese pacto.

—No puede hacer eso —dice Bahee, palideciendo aún más—. He mantenido su identidad en secreto; he mantenido mi palabra. Me prometió seguridad.

—Tú rompes tu promesa, él rompe la suya. Os quiere fuera a mediodía. Esto ya no es seguro para vosotros. Habéis atraído demasiada atención sobre esta fábrica, y sobre él. ¿Cómo queréis que explique todo esto?

—Pero ¿adónde vamos a ir? —pregunta Bahee, al ver que se desmorona todo su mundo.

—Ni lo sé, ni quiero saberlo. Cuanto menos sepa, mejor. Mañana a mediodía, todos vosotros habréis burlado oficialmente mi sistema de seguridad, y con eso quiero decir que os dejaré marchar. —Se detiene en la puerta y me dirige una larga mirada—. Te deseo mucha suerte.

Cordelia vuelve a llorar, y entonces, como si no pudiera resistir más, se levanta furiosa y me grita.

—Lo único que tenías que hacer era entregarte, Celestine.

Me quedo paralizada.

—Si lo hubieras hecho, me habrían devuelto a Evelyn. Esperaba que te entregaras… ¡y no lo hiciste! Sé que eres joven, pero Evelyn solo tiene seis años. ¿Qué clase de líder sacrifica a los demás en su propio beneficio? Él y tú. —Su mirada va furiosa de Bahee a mí—. Los dos sois iguales.

No puedo encajar este insulto, porque temo que sea verdad. Aunque Carrick intenta detenerme, salgo de la habitación hacia mi cubículo. Enciendo un móvil de pago que me dio el abuelo, y marco uno de los números que salvé en su memoria. Nunca pensé que alguna vez llamaría a esa persona, pero es una emergencia.

Una hora más tarde, los veinte imperfectos aguardan en fila ante las puertas de la entrada de Vigor. Carrick, Lennox, Fergus, Lorcan y yo estamos escondidos. Nadie sabe lo que va a pasar, ni siquiera Carrick. Solo les he dicho que esperen aquí conmigo. Que valdrá la pena.

Es la oportunidad de probarme ante cualquiera que no crea en mí.

Un coche negro aparece a lo lejos. Eddie me mira inseguro y asiento con la cabeza. Me oculto todavía más en las sombras.

—¿Qué está pasando? —pregunta Carrick.

Le ignoro y cruzo los brazos. Veo como las puertas de entrada a la fábrica se abren despacio, y ruego para que todo salga según lo he planeado. El coche de ventanillas tintadas se detiene ante la entrada sin cruzarla. Los demás miran nerviosos en mi dirección, pero me mantengo firme, la barbilla erguida. Tiene que funcionar. La puerta del vehículo se abre.

Evelyn sale de él. Cierra la puerta y corre hacia su madre, que se desploma de rodillas, llorando. Cordelia grita para que pueda oírla.

—La has traído. Has conseguido traerla de vuelta —exclama entre sollozos—. Gracias, gracias, gracias.

El coche da marcha atrás y se va por donde ha venido. Las puertas de la fábrica vuelven a cerrarse. No ha sido una trampa, seguimos a salvo.

—¿Cómo lo has conseguido? —pregunta Lennox.

—Sí, ¿cómo lo has conseguido? —repite Carrick.

Todos me miran, asombrados, inseguros.

Con reverencia.

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