Capítulo 29
La Navidad llegó, fría y oscura, con el cielo cubierto y frecuentes ventiscas. Kyle suponía que la mayoría de la gente apreciaría una Navidad blanca, pero aquel tiempo no era el mejor para animarse. Condujo hasta casa de Morgan, y a las del resto de sus empleados, para entregarles la paga de Navidad. Después regresó a una casa vacía, se sentó al lado del árbol y estuvo oyendo todos los discos de Lourdes, hasta las canciones pop.
Riley ya había empezado a trabajar en la planta y estaba dándose prisa para conseguir acabar el trabajo antes de la boda. Le había dicho que la subcontrata podría terminar el resto de la obra cuando él se fuera de luna de miel y así Kyle podría volver a las oficinas después de Año Nuevo y reiniciar la producción. Era una buena noticia y Kyle intentaba animarse diciéndose que debería estar agradecido y confiar en que las cosas mejoraran en cuanto pudiera ponerse a trabajar en serio.
Pero por mucho que intentara decírselo, no conseguía llenar el vacío que Lourdes había dejado en su vida.
–¡Ya basta! Solo has estado tres semanas con ella. Estás siendo ridículo –gruñó.
Aun así, fuera o no ridículo, no podía pensar en otra cosa. Agarró el teléfono y se quedó mirándolo fijamente. Se moría de ganas de llamarla, de saber cómo le estaba yendo y lo que había pasado con las canciones que había estado componiendo para su siguiente disco. Y también tenía curiosidad por saber qué había pasado con Derrick.
Pero no quería entrometerse en su vida. Él comprendía mejor que nadie cuánto se sufría cuando los rescoldos se negaban a apagarse. Le había dicho a Lourdes que la amaba. Le había ofrecido una sortija de compromiso, una sortija que no había devuelto, lo cual era patético, además de otra prueba de su completa devoción.
–Sabe de lo que se está alejando –musitó.
Y no podía culparla por haberse ido. Era una mujer con mucho talento. Se merecía llegar tan alto como pudiera en el mundo de la música. Nada de lo que él podía ofrecerle era comparable a la fama y la fortuna. Pero no le servía de nada haberlo sabido durante todo aquel tiempo.
Estaba a punto de permitirse enviarle un sencillo «feliz Navidad» cuando le llamó Brandon.
Kyle contestó con un suspiro de alivio.
–¡Hola! ¿Dónde estás? –le preguntó Brandon.
Kyle se tensó, sorprendido. Todavía faltaban tres horas para la comida de Navidad.
–En casa, ¿y tú?
–En el coche. Voy a jugar un partido de fútbol en el instituto. Hace frío y todo está lleno de barro, pero no creo que haya nada más divertido. ¿Has recibido mi mensaje?
Kyle recordó haber visto entrar un mensaje, pero estaba utilizando el GPS para encontrar las casas que tenía que visitar para entregar la paga y se había olvidado de leerlo.
–Lo siento. No lo he leído. Estaba ocupado.
–No importa. Algunos de mis antiguos compañeros de instituto están de vacaciones en el pueblo y han organizado este partido. No vendrán ni Ted, ni Noah ni ninguno del grupo, pero me encantaría que vinieras tú.
Kyle miró con el ceño fruncido el árbol de Navidad que había cortado para Lourdes. Lo único que estaba haciendo en casa era torturarse, así que, ¿por qué no?
–Voy para allí.
En cuanto colgó, Kyle volvió a la pantalla en la que había escrito Feliz Navidad, pero antes de dar a enviar, comprendió que el mejor regalo que podía hacerle a Lourdes, puesto que había elegido un camino diferente para su vida, era dejarla en paz.
Así que lo borró.
Lourdes estaba sentada en el sofá en casa de su madre, disfrutando del delicioso aroma que emanaba de la cocina mientras rasgueaba en la guitarra la canción que había escrito para Kyle. La melodía de Refuge resonaba en todo momento en su cabeza así que le resultaba imposible olvidarle.
–¿A quién pretendo engañar? –musitó para sí.
No podría haberle olvidado de ninguna manera.
Con un suspiro, dejó la guitarra en el suelo para tumbarse. Había estado muy cansada desde que había regresado a su casa, casi no tenía energía.
Acababa de cerrar los ojos cuando salieron sus hermanas del baño, discutiendo todavía sobre cuál de las dos había comprado una determinada sombra de ojos, una discusión de la que Lourdes había estado intentando desconectar.
–Lourdes, no puedes dormirte –dijo Mindy en cuanto la vio acurrucada en el sofá–. Las primas están a punto de llegar. Vienen desde Florida para verte y ni siquiera te has cambiado.
Lourdes intentó abrir los párpados.
–Vienen a vernos a todas.
Lindy puso los brazos en jarras.
–Seamos sinceras. Estoy segura de que están más interesadas en ti. ¡Eres famosa! ¡Todo el mundo está más interesado en ti!
Era una pena que ella no tuviera más interés en nadie. Aunque había pensado que estaría encantada de reencontrarse con Jesse y con Lisa y conocer a sus maridos, últimamente nada parecía interesarle, ni siquiera su propia música. El día anterior Derrick había intentado que fuera al estudio para grabar Crossroads, pero ella le había dicho que no se encontraba demasiado bien y habían retrasado la grabación hasta después de Navidad.
–¿Qué te pasa? –preguntó su madre al oír aquella conversación, apareciendo en la entrada del cuarto de estar.
Lourdes negó con la cabeza.
–Nada.
Renate terminó de secarse las manos, dejó el trapo de cocina en el mostrador y se acercó a ella.
–Cariño, desde que has vuelto a casa no has vuelto a ser tú misma.
–Claro que sí.
–No. Estás muy callada, y apática –intervino Mindy–. ¿Estás enferma?
–Apenas has hablado desde que has aparecido esta mañana –se quejó Lindy–. No dejas de rasguear la guitarra, tocando siempre la misma canción.
–No estoy enferma. Estoy descansando. O, por lo menos, intentando descansar.
Pero aquella indirecta no sirvió para que la dejaran en paz.
–¿No duermes bien? –le preguntó su madre.
La verdad era que ni dormía ni comía bien, pero no podía admitirlo si no quería que su madre estuviera más pendiente de ella de lo que ya lo estaba.
–Estoy bien. Estoy encantada de no haber perdido a mi mánager y de que Derrick esté dispuesto a ayudarme a relanzar mi carrera. Y me alegro de que Crystal y yo podamos ser amigas… Bueno, o, por lo menos, que seamos capaces de tratarnos con educación a nivel profesional. A pesar de lo que hizo mi exprometido, vamos a comer juntas la semana que viene. Y Derrick me ha encontrado una canción tan buena que los dos creemos que voy a conseguir un disco de platino. Las cosas están mejorando.
–¿Entonces por qué estás tan decaída? –preguntó Lindy.
–Solo estoy adaptándome de nuevo a todo esto.
–Es por el hombre que conociste en Whiskey Creek, ¿verdad? –preguntó su madre–. Kyle.
Lourdes no contestó. Se frotó las sienes como si le doliera la cabeza, pero no estaba allí la fuente de su dolor.
–¿Por qué no le llamas? –preguntó Mindy–. ¿Por qué no hablas con él para ver cómo está?
Lourdes dejó caer las manos.
–Porque no quiero alargar más la ruptura. No quiero hacer esto más duro de lo que es.
–Es Navidad –repuso Lindy–. Estoy segura de que le encantará recibir noticias tuyas.
Podría llamar a Kyle, sí, siempre que pudiera confiar lo suficiente en sí misma como para estar segura de que no terminaría diciéndole lo mucho que le echaba de menos y cuánto anhelaba estar con él. Aquello solo serviría para alimentar sus esperanzas, unas esperanzas que, probablemente, ella frustraría porque no pensaba alejarse de Nashville.
–Es mejor así –insistió.
–¿Es mejor estar triste? –preguntó Lindy.
–A veces hay que hacer sacrificios para conseguir lo que uno quiere.
Su madre apretó la barbilla mientras fruncía el ceño.
–No estoy convencida de que sepas de verdad lo que quieres.
–Si elijo a Kyle, tendría que despedirme de mi carrera –contestó Lourdes–. Y eso no es una opción.
–Las dos cosas no tienen por qué ser excluyentes –replicó su madre, inclinándose para retirarle el pelo de la frente.
Lourdes se obligó a sentarse.
–Sí, lo son. Si vuelvo con él, Derrick me despedirá. Lo ha dicho. Entonces me quedaría sin Crossroads y es muy probable que tampoco pudiera volver a grabar con mi antiguo sello. Fue Derrick el que les consiguió a Crystal y supongo que por eso quieren tenerle contento, para que continúe llevándoles más talentos jóvenes.
–Estás dejándote llevar por el miedo –se burló su madre.
–¿Qué? –respondió Lourdes indignada.
–No necesitas las canciones de nadie. Y apuesto a que tampoco necesitas a Derrick ni a tu antiguo sello. Hay mucha gente que produce buena música y podría estar interesada en una artista con tanto talento.
–¿Y si no les intereso?
Renate tomó la mano de su hija.
–A lo mejor ser una gran estrella no es lo único que puede hacerte feliz. A lo mejor la verdadera alegría no está en el resultado final, en el éxito. A lo mejor reside en ser capaz de vivir, de amar, de probar cosas nuevas.
–Pero es muy arriesgado. Sobre todo porque no conozco bien a Kyle.
–Si no te das la oportunidad, nunca le conocerás –respondió su madre, y se fue para continuar cocinando.
Kyle estaba tan nervioso por la boda como el propio Riley. Había memorizado lo que tenía planeado decir y creía en lo que había escrito. Pero ahí residía el problema. Le habría resultado mucho más fácil soltar algunas bromas sobre sus amigos y ocultar sus verdaderos sentimientos tras las risas y las provocaciones. No tenía ganas de plantarse delante de la mitad del pueblo y revelar lo que pensaba sobre el matrimonio y el amor. Después de todo lo que había pasado, y consciente de que todo el mundo sabía por lo que había pasado, se sentía demasiado expuesto.
–Lo vas a hacer genial –musitó Eve, dándole un breve abrazo mientras pasaba por delante de él, ataviada con su vestido de dama de honor, de color verde azulado.
Kyle sabía que más le valía no decir que era verde; le habían hecho notar la diferencia cuando estaban decorando y organizándolo todo.
Lincoln, el marido de Eve, sostenía a su bebé en brazos, pero utilizó su mano libre para darle un golpe en el brazo con el que respaldaba las palabras de su esposa, para decirle que todo saldría bien. Kyle sonrió como si no estuviera preocupado. Pero en cuanto sus amigos se alejaron, miró el reloj. «Pronto terminará todo».
Diez minutos antes de la hora a la que se suponía que debía comenzar la ceremonia, Olivia le pidió que ocupara su lugar. Por su tono de voz, era obvio que estaba muy metida en su papel de organizadora.
–¿Lo tienes todo preparado? –le preguntó.
Kyle asintió y ella corrió para ver si todo lo demás iba también según lo acordado.
Los amigos y familiares que iban llegando le miraban expectantes, haciéndole desear que llegaran pronto los acompañantes de Riley se reunieran con él delante de todo aquel público para que tuvieran a alguien más a quien mirar. Estaba empezando a sudar y le hubiera gustado poder aflojarse la corbata. Afuera hacía frío, aunque la tormenta de Navidad ya se había alejado, pero el calor que hacía allí dentro le resultaba insoportable. Cuadró los hombros, intentando sobreponerse a la incomodidad, que iba aumentado a medida que iban entrando invitados, todos ellos hablando animadamente entre ellos.
Kyle reconoció a los padres de Riley, que tan mal se lo habían hecho pasar a Phoenix cuando estaba en el instituto. Llegaron incluso los padres de la chica de cuyo asesinato habían acusado a Phoenix junto a la hija que les quedaba. Buddy, su hijo, no había ido con ellos. Kyle imaginaba que no aparecería. Había sido muy duro con Phoenix cuando la consideraba culpable de la muerte de su hermana.
Había mucha gente, sí, pero Kyle advirtió que la madre de Phoenix no había aparecido. Acababa de dar por sentado que se había negado a acudir cuando el hermano mayor de Phoenix, al que Kyle había conocido una hora antes, la ayudó a cruzar la puerta y a avanzar por el pasillo. Estaba tan obesa que no cabía en una silla de ruedas, de modo que no le quedaba más remedio que andar. Iba avanzando centímetro a centímetro, con los tobillos hinchados y amoratados, pero llevaba un vestido nuevo, el pelo arreglado y un ramito de flores en el pecho.
–No necesito sentarme en el primer banco –le dijo a la gente que estaba intentando hacerle sitio. Riley se inclinó hacia ella y debió de invitarla a ocupar un lugar de honor, porque Lizzie sonrió, bajó la mirada hacia el camino cubierto de pétalos de rosa y permitió que Riley y los demás la condujeran al banco que habían colocado para ella en la primera fila.
–¡Dios mío, qué calor hace aquí! –exclamó en una voz tan alta que casi todo el mundo la oyó.
Después, se secó el sudor del labio superior, se volvió para fulminar con la mirada a todos aquellos que estaban pendientes de ella y sacó el abanico del bolso.
Kyle se arrepintió de haber prestado tanta atención a su entrada cuando Lizzie desvió sus ojos legañosos hacia él y los entrecerró.
–¿Y tú qué miras? –le espetó.
–Ignórala –susurró Riley cuando llegó al lado de Kyle–. Está avergonzada.
El hermano mayor de Phoenix se alejó corriendo y, no mucho después, la música comenzó a sonar.
Jacob fue el primero en aparecer y se colocó al lado de Riley. Después llegaron los acompañantes del novio y las damas de honor y, al final, Phoenix del brazo de su hermano mayor.
Mientras caminaba hacia ellos con un precioso vestido estilo sirena, Kyle intentó controlar sus nervios. No quería estropearle la ceremonia a Phoenix. Ya había sufrido demasiado…
Los tatuajes de su hermano sobresalían por el cuello de la camisa. Llevaba piercings en las orejas, el pelo decolorado y de punta… y parecía encontrarse más incómodo que el propio Kyle. Era evidente que había soportado una dura vida y no estaba acostumbrado a llevar traje. Kyle habría apostado cincuenta de los grandes a que aquella era la primera vez.
Pero Riley no parecía fijarse en nada de aquello. Solo tenía ojos para la novia.
–Está preciosa, ¿verdad? –susurró mirando a Phoenix y, de alguna manera, aquello relajó a Kyle.
Aquella era una boda con pleno significado. Quizá fuera el momento perfecto para hacer una reflexión seria sobre el amor y el compromiso, aunque le tocara hacerla a él.
Desgraciadamente, cuando el hermano de Riley y los dos contrayentes se volvieron hacia él, aquella reconfortante sensación se esfumó y, por inexplicable que pareciera, se quedó sin habla. No había explicación alguna para aquel sentimiento, excepto lo mucho que quería a Phoenix y a Riley. Y no estaba mal querer a alguien, pero no podía derrumbarse delante de todo el mundo.
Se aclaró la garganta, intentando recuperar el control. Pero aquello no pareció resolver el problema. Tuvo que hacerlo dos, tres veces, hasta que Lizzie gimió, se movió en su asiento y dijo:
–¿Es que no piensas empezar?
Aquello rompió el hechizo. Algunos invitados comenzaron a reír, intentando disimularlo. Y el propio Kyle fue capaz de reír también y procedió a decirles a Phoenix y a todos los presentes lo que tan bien habían explicado ya los Beatles: lo único que se necesitaba era amor, love is all you need.