Capítulo 12
Derrick continuaba escribiéndole.
¿Por qué no contestas? ¿Qué te pasa? ¿Es que has perdido el juicio? ¿Sabes cuánto dinero perdería si traspasara a Crystal a otro mánager?
Le había dicho muchas otras cosas también, pero no estaba dispuesto a renunciar a Crystal. Y parecía tan convencido de que ella estaba siendo irracional que estaba empezando a dudar de sí misma. ¿Estaría malinterpretando la lógica emoción de un mánager ante una cantante con un futuro prometedor? ¿Estaría permitiendo que los celos y su miedo al fracaso después de haber apuntado tan alto arruinaran lo más valioso que tenía, su relación con el hombre del que estaba enamorada? Derrick hablaba muchas veces de la rapidez con la que sus artistas se convertían en divas. Hablaba con desprecio de aquella actitud y se la echaba en cara cuando tenía la sensación de que ella estaba sobrepasando los límites.
Pero lo que sentía no tenía nada que ver con el hecho de ser una diva. A ninguna mujer le gustaba que su prometido le prestara tanta atención a una rival. «Hagas lo que hagas, no te comportes nunca como Miriam», solía decirle él, refiriéndose a una de sus cantantes, una de la que solía quejarse a menudo.
–¿Ya has acabado?
Cuando Kyle entró en la cocina, Lourdes dejó el teléfono en el mostrador para no ceder a la tentación de continuar mirándolo y removió la salsa para la pasta que se cocía a fuego lento en la cocina.
–Estaba a punto. ¿Has acabado con el árbol?
–Sí, ven a verlo. ¡Ha quedado genial!
Lourdes rio ante aquel infantil entusiasmo.
–Ahora voy, pero antes, ¿puedes sacar el pan de ajo del horno? Se quemará si no lo sacamos pronto.
–¿De dónde has sacado el pan de ajo? –le preguntó Kyle mientras le daba un codazo para que se apartara de la puerta del horno.
–He utilizado el resto de la hogaza que compraste para las tostadas de esta mañana, le he añadido mantequilla y ajo.
–Así que sabes cómo ingeniártelas, ¿eh? Jamás lo habría imaginado en una famosa mimada como tú.
Estaba de broma. Lourdes lo supo por el brillo de sus ojos. Pero, después de lo que acababa de pensar, no pudo evitar tomárselo medio en serio. ¿Estaría comportándose como una artista mimada, consentida y caprichosa con Derrick? ¿O desde que su carrera profesional había dado un giro para peor estaría intentando hacerle sufrir tanto como ella? Aquel era uno de los últimos argumentos de Derrick. Al principio, a ella le había parecido absurdo, pero tenía que admitir que el hecho de que estuviera tan emocionado con Crystal le dolía más debido a su propia situación.
–¿Qué te pasa?
Por lo visto, Kyle se había dado cuenta de que no había interpretado sus palabras como él pretendía.
–Derrick dice que estoy dejando que mis inseguridades acaben con nuestra relación.
–Porque sabe que te está perdiendo y está asustado. Eso no quiere decir que sea cierto.
–¿Tú crees? ¿Y no es posible que yo sea más culpable de lo que nos está pasando de lo que creo? Ahora mismo no estoy en una posición de fuerza. Me siento herida. A mí me parece que él es parte del problema y no alguien en el que yo estoy desahogando mi dolor y mi enfado. Pero a lo mejor no soy la persona más adecuada para juzgarlo.
Kyle la miró durante algunos segundos.
–A lo mejor ha llegado el momento de contratar a alguien.
–¿De contratar a alguien? –repitió ella.
–A un detective privado.
Lourdes se llevó la mano al pecho.
–¿Estás sugiriendo que le espíe?
–Las dudas te están atormentando. A lo mejor, un detective privado te ayuda a olvidarte de tus miedos, puedes seguir con tu vida con más confianza y terminas casándote con Derrick, como tú querías.
O, quizá, un detective privado tuviera el efecto contrario.
¿Pero no sería mejor acabar con aquello de una vez por todas? ¿Dejar de dar vueltas a lo que estaba ocurriendo?
Se le aceleró el corazón.
–Espiarle me haría sentirme mal. No quiero ser la clase de pareja que recurre a ese tipo de cosas.
–Se está comportando de una forma tan sospechosa que me temo que no te queda otra opción. Me dijiste que él nunca admitiría que te está engañando.
No lo haría. A no ser que estuviera pensando en dejarla por Crystal, y dudaba de que Derrick confiara lo suficiente en una mujer tan joven. No querría terminar sin ninguna de ellas. Derrick siempre tenía que tener una relación sentimental. Odiaba estar solo.
–Si la prefiere a ella, el tiempo lo dirá.
–Estoy seguro de que es consciente de todo lo que ha encontrado en ti. Si te está engañando, no creo que sea porque esté buscando otra pareja. Solo busca un poco de diversión.
A Lourdes no le costó imaginar a Derrick justificando su relación con Crystal diciéndose a sí mismo que no significaba nada a nivel sentimental. Aquello la hizo sentir náuseas.
–Él quiere tenerlo todo.
Kyle se encogió de hombros.
–No estoy intentando hacerte llegar a ninguna conclusión. No podemos estar seguros.
–Pero podríamos averiguarlo si contratara a un detective.
–Es una posibilidad, si contratas a uno bueno.
Repentinamente temblorosa, Lourdes tuvo que agarrarse al mostrador para mantenerse firme.
–Pensaré en ello.
Llevaron la comida a la mesa. Pero antes de sentarse, ella insistió en ir a ver el árbol, puesto que Kyle había mostrado tanto entusiasmo por enseñárselo.
–¡Es precioso! Has hecho un gran trabajo.
Orgulloso de su esfuerzo, Kyle puso los brazos en jarras.
–Gracias. Ahora ya puedes terminarlo tú –bromeó.
–Claro, lo haré, siempre y cuando pueda llevármelo a mi casa –respondió.
Kyle la miró con un falso ceño.
–¡No me digas que vamos a tener que pelear por la custodia del árbol!
Lourdes sonrió. Kyle no solo era un hombre atractivo, sino que también era encantador. Su padre debía de parecerse a Kyle cuando su madre le había conocido: un hombre comprometido con el pequeño pueblo en el que había crecido, seguro de lo que quería hacer con su vida y encantado de mantenerse lejos de los focos. De otro modo, ¿cómo iba a haber permitido Renate que la hiciera renunciar a sus sueños?
–No habrá ninguna batalla legal, a no ser que estés dispuesto a pelear por el árbol.
–Jamás lo haría. No, cuando sé que para ti significa mucho más que para mí. Pero… –chasqueó la lengua–, pero tampoco quiero sacarlo de aquí. Lo que espero es que termines cambiando de opinión.
–Bien pensado. Porque, ahora que lo pienso, no creo que me interese tanto como para querer llevármelo.
–Me encantan las mujeres razonables –le guiñó el ojo y comenzó a dirigirse hacia la cocina, pero ella le agarró del brazo.
–Voy a seguir tu consejo y…
Tragó saliva cuando Kyle se volvió para mirarla. Su cuerpo reaccionaba de manera muy visceral a su cercanía y siempre la pillaba con la guardia baja. ¿Cómo era posible que fuera tan consciente de otro hombre cuando estaba tan afectada por todo lo que estaba pasando con Derrick?
–¿Y? –la urgió Kyle.
–Y contratar a un detective privado.
Kyle frunció el ceño.
–Es posible que te cueste un par de los grandes. Deberías pedir el presupuesto por adelantado.
Lourdes asintió, dejando claro que le había entendido.
–Aun así, merecerá la pena. Tengo que descubrir si mis dudas tienen algún fundamento.
Callie se puso de parto aquella misma noche. Kyle recibió la llamada cuando acababan de terminar de cenar y estaban intentando decidir la película que iban a ver. Después de la resaca de aquella mañana, no tenían planeado volver a beber.
–Pero… ¿no es demasiado pronto? –le preguntó a Levi, que le estaba llamando a través de Bluetooth mientras llevaba a su esposa al hospital.
Lourdes dejó de retirar los platos de la mesa.
–Está en la semana treinta y seis –le explicó Levi–. Podría ser peor.
«Podría ser peor» no era precisamente la respuesta tranquilizadora que Kyle esperaba. La ansiedad que transmitía la voz de Levi empeoró la suya.
–Muy bien. A las treinta y seis semanas… está bien –dijo, aunque había oído decir a Callie que un embarazo completo duraba por lo menos cuarenta.
Un mes de diferencia. ¿Sería muy importante? En lo que se refería a la formación de un bebé, cuatro semanas podían significar mucho.
–¿Puedes encargarte de llamar a todo el mundo? –le pidió Levi–. Necesito concentrarme en… en ella.
Y combatir su propio miedo.
–Claro, por supuesto. Ya me encargo yo. Tú encárgate de llevarla al hospital y pronto nos veremos todos allí.
–¿Qué pasa? –preguntó Lourdes cuando le vio colgar el teléfono.
Kyle recordó a Callie tal y como estaba la última vez que se habían reunido en el Black Gold, intentando encontrar una postura cómoda en la silla.
–Una de mis mejores amigas está a punto de dar a luz.
–Todo saldrá bien –la tranquilizó Lourdes, interpretando correctamente su expresión preocupada–. Por supuesto, que un niño nazca cuatro semanas antes de lo previsto no es lo mejor, pero tiene muchísimas posibilidades de salir adelante.
Kyle sintió una repentina emoción que estuvo a punto de llenarle los ojos de lágrimas. Su madre había muerto al dar a luz y ella había entrado en la sala de partos sin ningún problema de salud.
–No me preocupa el bebé. Por lo menos… no tanto como su madre.
–Tú mismo me dijiste que ese tipo de embolias no son frecuentes.
–No. Pero Callie estuvo a punto de morir por una enfermedad hepática hace unos años –le explicó–. Encontraron un donante en el último momento y pudieron hacerle un trasplante. Está muy bien desde entonces, pero tiene que tomar muchos inmunodepresores y eso la hace más proclive a sufrir enfermedades e infecciones. Tener un hijo con una salud tan precaria es tentar al destino, si quieres saber mi opinión. Si fuera mi esposa, no le habría permitido pasar por esto.
Lourdes llevó los últimos platos al fregadero.
–Siento que lo esté pasando tan mal. ¿Qué provocó la enfermedad?
–Tenía un hígado graso no alcohólico, y no me preguntes la causa, porque parece que no lo sabe nadie.
–¿Entonces fue un embarazo accidental? ¿Fue algo inesperado?
–No. Su médico le dijo que los embarazos en su situación eran relativamente comunes. Había algunos riesgos añadidos, por supuesto, pero ella estaba dispuesta a correrlos para formar una familia junto a Levi –buscó su abrigo.
Lourdes agarró la guitarra y se sentó en el sofá. No la había tocado desde que se había instalado en su casa, pero Kyle se había fijado en que siempre la tenía cerca.
–Siempre se puede recurrir a la adopción.
–Levi dice que él estaba abierto a esa posibilidad, pero que ella quería tener al menos un hijo biológico.
–Así que él tuvo que aceptarlo para hacerla feliz. Supongo que es normal que un hombre que ha visto sufrir tanto a su mujer esté dispuesto a hacer algo así.
El recuerdo de cuando estaban en el hospital, esperando a saber si Callie sobreviviría al trasplante estaba grabado en la mente de Kyle como uno de los más tensos de su vida.
–Pero podría perderla. Todos podríamos perderla.
Lourdes se colocó la guitarra en el regazo y apoyó el brazo en ella.
–Espero que no sea así.
–Yo también –Kyle alargó la mano hacia las llaves que había dejado en el mostrador–. Tengo que ir al hospital. ¿Estarás bien sola?
Sabía que Lourdes había llegado a Whiskey Creek buscando la soledad, pero se le hacía raro salir con tanta precipitación y dejarla allí, en su casa, cuando pensaban pasar juntos la velada.
–Por supuesto.
Estaba ya llamando a Dylan y Cheyenne para comenzar la cadena con la que alertarían al resto del grupo cuando Lourdes le alcanzó en la puerta.
–¿Puedes ponerme un mensaje para ver cómo va todo? Sé que es raro que te lo pida porque ni siquiera conozco a Callie, pero no puedo evitar estar preocupada.
Dylan acababa de contestar el teléfono, así que Kyle se limitó a asentir y salió corriendo.
Las horas iban pasando una tras otra. Los mensajes que Lourdes recibía de Kyle eran escasos y distanciados en el tiempo, puesto que tenía que salir del hospital para enviárselos. Pero, en cualquier caso, no tenía mucho que contar. Lourdes sabía que no iban a hacerle a Callie una cesárea. Los médicos pensaban que era preferible un parto natural. Pero hasta allí llegaba toda la información.
Intentó distraerse de la tentación de llamar a Derrick buscando en internet las complicaciones con las que podría encontrarse la amiga de Kyle. Encontró una página en la que decían que el cuarenta por ciento de los hijos nacidos de mujeres con un hígado trasplantado eran prematuros, de modo que casi era una suerte que el embarazo de Callie hubiera durado tanto como lo había hecho. Podría haberse adelantado mucho más que cuatro semanas.
En cualquier caso, Callie continuaba enfrentándose a una larga lista de peligros: tensión alta, infección de riñones, preclamapsia y colestasia, por citar unas cuantas. El bebé también soportaba una buena dosis de peligros: raquitismo, hepatitis B, hepatitis C, varias infecciones e inmunodeficiencias e incluso algún defecto de nacimiento. Para empeorar las cosas, no se habían hecho suficientes pruebas como para determinar los efectos que algunos medicamentos podían tener sobre el bebé. Lourdes ni siquiera podía imaginar lo que Callie estaba tomando, por supuesto. Podrían ser corticoides, ciclosporina, azatriopina, tracrolimos y toda una serie de medicamentos que había visto en diferentes webs. Era muy probable que estuviera tomando varios. Todo lo que leía sugería que una persona en su situación tenía que estar muy medicada y Kyle así se lo había dicho.
Era lógico que estuviera preocupado. Ella también lo estaba. Pero leer sobre el parto la hizo sentirse incómoda por otras razones. Estaba convencida de que quería ser madre algún día, pero no era muy probable que lo consiguiera si su vida continuaba siendo como hasta entonces. Derrick no parecía interesado en tener hijos. Nunca hablaba de ello y cuando ella sacaba el tema intentaba aplazarlo para otro momento. Lourdes tenía la sensación de que, a los cuarenta años, debería estar más interesado si de verdad deseaba ser padre. Pero los dos estaban demasiado inmersos en los constantes desafíos que planteaba el mundo de la música. Perseguir el éxito era como una droga que consumía sus vidas hasta tal punto que, cuando estaba en Nashville, nada más importaba.
Allí, en Whiskey Creek, se había visto obligada a preguntarse si perseguir su sueño la estaba obligando a renunciar a otros aspectos importantes de su vida.
«Ya basta», se dijo a sí misma. Incluso en el caso de que pudiera superar sus problemas con Derrick, no podría tener un hijo pronto. Su carrera se hundiría para siempre si tenía que retirarse durante varios meses. Intentar levantarla después sería tan difícil como había sido lanzarla. ¿Y cómo iba arreglárselas durante las largas jornadas de trabajo y con aquellos horarios nocturnos para cuidar a un recién nacido?
Se acercó al sofá y rasgueó la guitarra, pero no podía quitarse de la cabeza la idea de que estaba a punto de decidirse por uno de dos caminos muy diferentes. Aquello la hizo recordar un poema de Robert Frost, El camino no elegido. Todavía era capaz de recitar algunos versos «Dos caminos se bifurcan en un bosque amarillo…».
¿Podría ser aquel bache en su carrera una llamada de atención?, se preguntó. Una oportunidad para tomar distancia y analizar su vida, para decidir si de verdad estaba dispuesta a renunciar a todo lo demás a cambio de la fama y el dinero.
Sonó su teléfono. Cuando lo levantó de la mesa del comedor, vio que era Derrick y lo silenció. Pero como siguió llamando una y otra vez, al final decidió contestar.
–¿Qué quieres? –le espetó.
Con la inseguridad que sentía sobre su relación y sobre otros muchos aspectos de su vida, no estaba en condiciones de hablar con él.
–No te enfades. Vamos, Lourdes. Te echo de menos. No puedes tomarte en serio lo de Crystal.
Había estado bebiendo. Lourdes lo notó por su forma de arrastrar las palabras.
–¿Que no me enfade? ¿Crees que es eso lo que me pasa? ¿Que estoy enfadada y cuando me calme lo olvidaré todo?
–Eso es lo que espero. Debes de estar con la regla para estar de tan mal humor.
Lourdes apenas podía creer lo que estaba oyendo.
–¿No se te ocurre otra manera mejor de despreciar mis sentimientos y mis preocupaciones? ¿O de faltar al respeto a las mujeres en general?
–No lo sugeriría si no fuera verdad. Siempre te pones así cuando llega ese momento del mes.
–No, no es verdad –contestó, y empezó a caminar–. Lo que me está causando problemas, y me parece legítimo, es toda la atención que le estás prestando a Crystal. Y llevo teniendo el mismo problema desde hace meses. ¡No sé cómo te atreves a echar la culpa a mis hormonas!
–Estás celosa. Es así de sencillo.
–¡Y además siento que me estás engañando!
–¡Mujeres! –gritó él–. Sois todas iguales. ¿Por qué tenéis que ser tan condenadamente inseguras?
Lourdes agarró el teléfono con fuerza. Ya estaba harta de aquella discusión, pero la actitud desdeñosa de Derrick la enfureció.
–Si estás diciendo que tu exmujer se comportaba igual que yo, tenía motivos para ello. La engañaste, y supongo que más veces de las que me dijiste.
–Porque no me hacía feliz.
–¡Entonces deberías haberla dejado!
–No debería haberte contado nunca lo que pasó –replicó él–. Sabía que terminarías echándomelo en cara.
–¿Solo la engañaste una vez?
–Hubo un par de mujeres más, pero eso fue cuando el matrimonio ya estaba roto. No había manera de salvarlo. Y yo tampoco tenía ningún interés en hacerlo.
–De modo que sí, la engañaste varias veces –giró al llegar al extremo más alejado de la habitación–. ¡No te atrevas a comportarte como si fuera yo la que ha hecho algo malo!
–Compartí contigo algo que no le había contado a nadie. Lo único que te estoy pidiendo es que me dejes respirar.
¿Estaría siendo desconsiderada y poco razonable? ¿Se estaba comportando como una arpía al sacar a relucir el pasado?
Para ayudarse a resistir las ganas de continuar discutiendo, se clavó los dedos en las manos.
–Solo quiero saber la verdad, Derrick –dijo con calma al cabo de unos segundos, mientras se detenía al lado de la mesa del comedor–. Si vamos a seguir juntos, quiero que haya sinceridad entre nosotros.
–¡No estoy enamorado de Crystal!
Una vez más, Lourdes tuvo que reprimir los sentimientos que se agolpaban en su cerebro y querían escapar por su boca.
–Esa no es la cuestión. Lo que te estoy preguntando es que si te has acostado con ella y eso puedes contestarlo con un sí o con un no.
A aquellas palabras les siguió un largo silencio. A medida que se alargaba, iba a aumentando el frío de Lourdes. Era evidente que Derrick tenía algo que decir.
–¿Derrick? –dijo en tono de súplica–. Dime la verdad. ¿Te has acostado alguna vez con ella?
–Maldita sea, Lourdes. ¿Por qué tienes que presionarme? Sí, nos hemos acostado una vez, ¿vale? Nos quedamos trabajando hasta tarde y… y nos dejamos llevar. Te lo habría contado, pero sabía que le habrías dado mucha más importancia de la que tiene.
El cuerpo entero de Lourdes se había debilitado al oír aquel sí. Apenas le quedaban fuerzas para seguir en pie y con el teléfono al oído. Podía oír a Derrick hablando, suplicando e intentando convencerla de que le perdonara. Oyó al menos un «te quiero» en algún momento. Al cabo de un rato, Derrick se interrumpió, esperando, obviamente, algún tipo de reacción, pero ella no era capaz de arrancar una sola palabra de sus propios labios. En su cerebro sonaba una voz incesante, un grito ensordecedor que repetía: «¡Acaba de admitirlo! ¡Acaba de admitirlo! ¡Yo tenía razón!».
–¿Lourdes? ¿Todavía estás ahí? Tienes que creerme, cariño. Fue una estupidez, algo mecánico. No significó nada, te lo juro.
Mareada, Lourdes regresó al sofá, apoyándose en diferentes muebles para no perder el equilibrio. Después, se dejó caer en él y apoyó la cabeza en las rodillas.
–¿No vas a decir nada? –preguntó Derrick–. Adelante, grita, me lo merezco. Pero quiero que sepas que… que no fue culpa tuya. Y que no tiene nada que ver con lo que siento por ti.
Lourdes apretó los ojos con fuerza y se obligó a respirar.
–¿Cariño? No te lo tomes demasiado a pecho, por favor. Quise decírtelo desde el principio, tienes que creerme. Pero estabas demasiado susceptible con todo lo relacionado con Crystal. Y has sufrido ese… ese terrible revés en tu carrera. No quería añadir otro disgusto.
¿Entonces por qué lo había hecho? Por lo visto, mientras ella estaba intentando superar aquel duro contratiempo él se había dedicado a acostarse con Crystal.
–Siempre pensé que terminaría diciéndotelo, pero no creo que este haya sido un buen momento –estaba reconociendo cuando Lourdes volvió a escucharle.
–¿Y cuál habría sido un buen momento? –le preguntó casi sin respiración–. ¿Después de que nos casáramos?
–No teníamos ninguna prisa en casarnos. Ni siquiera hemos puesto una fecha para la boda.
–Por culpa de todo esto.
Derrick se quedó en silencio.
Cuando se levantó, Lourdes estuvo a punto de vomitar la cena. A duras penas consiguió retenerla en el estómago. Pero una especie de necesidad masoquista por descubrir todos los detalles la ayudó a serenarse.
–¿Cuántas veces?
–Una, solo una.
¿Como la única vez que había reconocido haber engañado a su esposa?
–¿Cuándo?
–Hace un mes. Y no ha vuelto a pasar nada desde entonces.
A Lourdes se le llenaron los ojos de lágrimas, que no tardaron en rodar por sus mejillas. Sorbió por la nariz, intentando contenerlas.
–No llores –le pidió Derrick–. Me odio por todo lo que ha pasado.
Lourdes se secó la mejilla con la mano.
–¿Entonces por qué no le pides que se busque otro mánager?
–Porque, como te he dicho, fue una noche estúpida, un error. No hace falta que eso lo arruine todo. Mi carrera depende de los artistas a los que represento. Y tú me necesitas para mantener los contactos con la industria. Solo así podré llevarte de nuevo a la cumbre.
¡Ah, aquella era su justificación! Quería mantener a Crystal por ella, aunque le estuviera suplicando que no lo hiciera.
–Tengo que colgar –le dijo Lourdes.
–¿Qué quieres decir? Apenas estamos empezando a hablar. Dijiste que querías que fuera sincero, así que he decidido decir la verdad. No me cortes ahora solo porque he hecho lo que me has pedido.
Era una respuesta tan absurda que Lourdes no sabía ni por dónde empezar a explicarle que no estaba obligada a nada por el hecho de que hubiera decidido confesar.
–¿O qué? ¿O la próxima vez no me lo contarás?
–No… –pareció vacilar durante algunos segundos antes de encontrar una respuesta aceptable–. No va a volver a pasar, te lo prometo.
Pero Lourdes sabía el valor que tenía aquella promesa. Ya había prometido, tras engañar a su esposa, que aquello no volvería a ocurrir.
De pronto, comenzó a darse cuenta de que lo de menos era que Crystal encontrara otro mánager. Crystal no era el problema. El problema era Derrick.
–Seguiría hablando –le dijo entonces–, pero no hace falta que continuemos con esta conversación.
–¿Por qué?
–Porque lo que quiera que tuviéramos ha terminado –contestó con tristeza, y colgó.