Capítulo 20

 

Cuando lo que estaba ocurriendo se filtró por fin en el cerebro de Kyle, este se quedó helado. Estuvo a punto de apartarse. Sabía que no debía besar a Lourdes. Y estaban tan abrazados que ella tenía que estar notando su erección. Pero… él no era el único responsable. Estaba bastante seguro de que había sido ella la que le había besado, la que había dado un giro a la situación. Y él no podía ser tan desagradable, se dijo a sí mismo. No quería rechazarla después de todo lo que Lourdes había pasado.

Aquella no era excusa para romper sus propias normas, pero sentía la necesidad de protegerla de cualquier cosa negativa, incluso de su propio rechazo, aunque aquello fuera en su contra.

Le rodeó la cintura con las manos para subirla un poco más y así poder besarla más profundamente. Parte de él esperaba que un gesto tan explícito la sobresaltara, que se apartara de él y le quitara aquella responsabilidad. Pero no lo hizo. Si acaso, pareció gustarle la intensidad de su gesto. Gimió como si estuviera disfrutando cada segundo y él supo que tenía un problema. Esperaba que Lourdes no pretendiera que fuera él el que pusiera fin a aquello.

Pronto comenzaron a sonar en su cabeza todas las señales de alarma. ¡Aquello era justo lo que había decidido no hacer! Lourdes estaba fuera del alcance de alguien como él, era como una estrella fugaz surcando el cielo. Si intentaba atraparla, le arrastraría durante un corto periodo de tiempo antes de dejarle caer dolorosamente de nuevo a la tierra.

Y lo peor era que en aquel momento sentía que incluso por una sola noche podía merecer la pena el golpe. Los tres largos años que había pasado sin estar con una mujer le llevaban a desear tumbar a Lourdes en aquel preciso instante y colocarse entre sus muslos.

Se detendría en un minuto, se prometió a sí mismo. Pero, como poco, fue una promesa poco entusiasta y no tenía mucho interés en mantenerla. Así que continuó besándola, haciendo cuanto podía para asegurarse de que Lourdes perdiera la cabeza hasta el punto en el que él estaba perdiendo la suya.

La melena de Lourdes cayó sobre sus manos.

–No podemos hacer esto –musitó Kyle mientras se acariciaba el rostro con sus sedosas ondas–. Solo somos amigos.

–Y tú crees que soy demasiado joven.

–Porque eres demasiado joven.

Nueve años eran muchos. Cuando él tenía veinticinco años ella solo tenía dieciséis. Era casi una década. Pero aquello no le impidió continuar besándola.

–Tengo edad más que suficiente –susurró ella–. Además, hace mucho tiempo que no estás con alguien. De modo que… estoy deseando ayudarte.

Kyle deslizó los labios por su cuello.

–Un gesto muy amable por tu parte.

–Y también podría ser el final de tu sequía sexual. Alguna tiene que ser la primera. ¿Y qué daño puede hacernos, siempre y cuando ninguno de los dos espere nada más cuando esto acabe?

–Muy bien. Los dos entendemos lo que está pasando –dijo Kyle, respirando con dificultad mientras lamía su delicada piel.

–La gente disfruta del sexo superficial y sin compromiso continuamente –la voz de Lourdes también sonaba jadeante mientras hundía las manos bajo su camisa.

–Desde luego. Y no hay que darle ninguna importancia.

–¿Tienes algún tipo de protección?

–Tengo unos preservativos en el cuarto de baño.

Kyle bajó la mano hacia la curva de sus caderas y su trasero. Tenía la sensación de llevar años deseando tocárselo.

–Eso me gusta.

Agudizó la voz cuando Kyle utilizó la lengua para acariciarle los senos, allí donde desaparecían bajo el vestido.

–¿Te gusta?

Kyle no sabía si Lourdes se había referido a los preservativos o a lo que le estaba haciendo, pero no le importaba. Abandonar la poca contención que le quedaba estaba comenzando a parecerle algo seguro. Los dos estaban de acuerdo en lo que hacían. Y disfrutaban de cierta intimidad. ¿Cómo si no podría una persona como Lourdes Bennett involucrarse en un encuentro como aquel? Hacía un mes que no se acostaba con Derrick, a lo mejor echaba de menos el sexo. Kyle recordó lo mucho que había echado de menos los aspectos más íntimos de su relación cuando Olivia se había marchado. Tener una vida sexual activa y perderla de pronto era duro.

Por lo menos Lourdes podía confiar en que no iba a contagiarle ninguna enfermedad. Y en que no iba a hacerle ningún daño. Ni a compartir los detalles de lo ocurrido con nadie.

–Cuidaré de ti –le prometió.

–Lo sé. Tu forma de besar… me provoca un hormigueo en todo el cuerpo. Te lo juro, si todos los hombres besaran como tú…

No terminó la frase, pero con lo que había dicho, Kyle tuvo más que suficiente. Oír aquella alabanza disparó su excitación. El cielo sabía que cosas como aquella no ocurrían cada día, al menos en un lugar como Whiskey Creek. Sería un estúpido si lo dejaba pasar.

Kyle le levantó el vestido por encima de sus caderas, acarició la sedosa tela de su ropa interior y presionó después a Lourdes contra él.

–A veces los amigos son los mejores amantes –dijo Lourdes.

Kyle se preguntó si tendría alguna experiencia en ese terreno. Porque él no la tenía. Pero, de momento, le estaba gustando cómo funcionaba aquel encuentro.

–Pues a mí me gusta.

–Genial. En ese caso, vamos a quitarnos toda esta ropa.

A Lourdes le temblaban las manos, y él no estaba mucho más sereno.

–Tengo que admitir que alguna vez me he preguntado qué aspecto tendrías –confesó Lourdes mientras le quitaba la camisa.

–¿Ah, sí?

Lourdes le besó el pecho.

–¿Tú no te lo has preguntado nunca sobre mí?

–Solo todas las noches –le agarró la mano mientras ella le estaba desabrochando el botón de los vaqueros–. Estás segura de lo que estás haciendo, ¿verdad? ¿Mañana no te arrepentirás?

–No, claro que no –contestó.

Y aquello fue suficiente para Kyle. Por lo que a él concernía, habían llegado a un punto en el que no había marcha atrás. En aquel momento fue consciente de que la había deseado desde el instante el que había puesto los ojos en ella y estaba tan excitado al poder tocarla por fin que ya no era capaz de hilar un solo pensamiento coherente, y menos aún de concebir algún argumento que pudiera hacerle optar por cambiar el curso de los acontecimientos.

–Dios mío, me alegro de que la caldera de la antigua alquería no funcionara –y tiró de ella hacia su dormitorio.

 

 

Lourdes no se había acostado con nadie, con excepción de Derrick, desde hacía… años. Antes de él, había estado demasiado concentrada en su carrera como para involucrarse en una relación. Y nunca había sido una mujer que asumiera los riesgos asociados a los ligues ocasionales. Había tenido un novio cuando estaba en el instituto. Y después estaba el tipo con el que había estado viviendo cuando se había mudado a Nashville. Habían tenido una relación intermitente avivada, básicamente, por la atracción sexual, puesto que no tenían nada más en común. Después de romper con él, se había ido de su casa y había pasado mucho tiempo sin interesarse por nadie.

Era probable que se encontrara con una de aquellas temporadas de sequía cuando regresara a Nashville, así que haría bien en intentar disfrutar mientras estuviera en Whiskey Creek. No se tropezaba con hombres como Kyle cada día. No estaba de acuerdo con los métodos que utilizaba Noelle para intentar retenerlo, pero entendía por qué tenía tanto miedo de perderlo. No solo era un hombre atractivo, sino que era un hombre sólido en todos los sentidos y, no cabía la menor duda, sabía cómo excitar a una mujer.

Justo antes de llegar a su dormitorio, le abrazó para darle otro beso y presionó el rostro contra su cálido cuello mientras él le desabrochaba el vestido. Últimamente, la atormentaban las preocupaciones. Todo lo que hacía parecía tener riesgos y consecuencias extremas. Pero, en aquel momento, en aquel instante, Kyle la ayudaba a mantenerlo todo a distancia. La hacía sentir algo positivo e intenso al mismo tiempo y no iba a negarse lo que tanto necesitaba. Después de lo que le había hecho Derrick, ¿por qué iba a hacerlo?

Observó el rostro de Kyle y advirtió su anticipación mientras la conducía hasta la habitación y terminaba de quitarle el vestido. Quizá fuera solo un amigo, pero con él se sentía más deseable de lo que se había sentido en toda su vida. Kyle no le estaba ofreciendo los exagerados halagos ni las promesas que Derrick le hacía al principio. No decía nada. Era su forma de tocarla la que estaba haciendo de aquel encuentro algo tan significativo.

Se le erizó el vello de los brazos cuando Kyle dedicó unos minutos a contemplar cuanto había revelado al quitarle el vestido. Todavía llevaba puestos el sujetador y las bragas, pero Kyle sonreía como si le gustara lo que estaba viendo. En cualquier caso, no le quitó el resto de la ropa. Continuó besándola hasta que estuvo tan preparada para él que estuvo a punto de quitárselos ella. Pero, aun así, se tensó cuando Kyle deslizó la mano en el interior de las bragas.

–¿Te ocurre algo? –preguntó él, alzando la cabeza preocupado.

No, no le pasaba nada. Aquel era el problema. Era todo demasiado perfecto. ¿Y si, mientras estaba cerrando la puerta a su relación con Derrick, estaba metiéndose de cabeza en una relación que podría llegar a ser más apasionada y devastadora? ¿Una relación capaz de hacerla desear quedarse en un lugar como Whiskey Creek?

Era un pensamiento inquietante. Se había prometido escapar de su pueblo para labrarse una carrera en el mundo de la música y lo había conseguido. ¿Por qué iba a permitirse la tentación de volver? ¿De terminar siguiendo los pasos de su madre?

Y, aun así, lo que estaba experimentando no era la sensación mecánica y estrictamente física que había anticipado. Allí había una ternura que podría malinterpretarse con facilidad…

Debería hacer caso de sus preocupaciones. No quería que ninguno de ellos terminara sufriendo y, lo que pocos minutos antes le había parecido improbable, de pronto no se lo parecía en absoluto. Aquel era un acontecimiento mucho más épico de lo que debería. Pero cuando Kyle susurró que todo saldría bien y bajó la boca hasta sus labios, instándola a relajarse con un beso tan dulce que no pudo evitar arquearse contra él, reprimió sus miedos. Y lo siguiente que supo fue que estaban abrazados en su cama, completamente desnudos, besándose, acariciándose, saboreándose.

Parte de ella quería detenerse, pero no podía. Estaba disfrutando del placer que Kyle le ofrecía de una forma natural, intuitiva. Sin embargo, todo terminó mucho antes de lo que esperaba. Kyle estaba comenzando a hundirse en ella cuando alguien aporreó la puerta y gritó con una voz llena de pánico:

–¡Kyle, sal de ahí! ¡Sal!

 

 

–¿Qué pasa?

Aunque no le había hecho ninguna gracia, Kyle había dejado a Lourdes en la cama y se había puesto los vaqueros para abrirle la puerta a su vecino. Warren Rodman trabajaba en la planta solar y vivía en una de las casas que Kyle alquilaba, justo al final de la calle, en la única casa que le quedaba por renovar. Era un hombre mayor, de casi sesenta y cinco años, y acababa de divorciarse. No solía molestarle y menos tan tarde. Eran casi las once. Además, era un hombre tranquilo. No era fácil verle tan nervioso.

–¡Hay fuego en la planta! –le explicó–. Cuando he salido al porche a fumar, he notado el olor a humo, así que he ido hasta allí y… había un fuego.

Kyle parpadeó estupefacto. A lo mejor todavía estaba un poco aturdido por lo que estaba haciendo antes de que llegara Warren porque le había parecido oír que había fuego en la planta. En su planta.

Antes de que pudiera interpretar aquellas palabras y darle una respuesta adecuada, apareció Lourdes a toda velocidad, vestida con uno de los bóxers de Kyle y una de sus camisetas. Era lo que tenía más a mano en su habitación y eran prendas más fáciles de ponerse que un vestido.

–¿Has llamado a los bomberos?

–Sí, y vienen hacia aquí, pero… –se volvió hacia Kyle–, he pensado que a lo mejor estás a tiempo de salvar algunas cosas.

La realidad por fin penetró en la niebla de testosterona que le había dejado fuera de combate durante unos minutos y Kyle aterrizó de nuevo en el mundo. Incluso percibió el olor del humo que el viento helado llevaba hasta él.

–¡Sí, diablos, hay muchas cosas que quiero salvar! –dijo, y corrió a agarrar las llaves que había dejado en el mostrador de la cocina.

Lourdes debió de darse cuenta de que pensaba salir corriendo así vestido a pesar del frío, de la dureza del suelo y de todo lo demás, porque le detuvo y corrió de nuevo al pasillo para ir a buscar unos zapatos.

–¿Es muy grande el fuego? –le preguntó a Warren.

Warren se frotó el cuello.

–No tengo ni idea, jefe. No me he acercado mucho. He visto un resplandor extraño en el cielo y he comprendido al instante lo que era. He llamado a los bomberos y después he venido hasta aquí.

Lourdes regresó unos segundos después con una sudadera y las botas de Kyle.

–No hay nada en la planta que merezca la pena tu vida –le recordó, y le apretó el brazo–. No te hagas ningún daño.

Kyle ni siquiera supo qué responder antes de ponerse las botas y salir corriendo mientras intentaba ponerse la sudadera. Había dedicado mucho tiempo y un gran esfuerzo a levantar su negocio y, al final, había conseguido convertirlo en lo que siempre había imaginado que podría ser. Le parecía imposible. Un incendio podía hacerle retroceder meses, años, si destrozaba toda la planta.

Pisó el acelerador de la camioneta, pero los tres o cuatro minutos que tardó en conducir hasta el fuego parecieron durar horas. Deseó que volviera a nevar otra vez. La nieve podría ayudar a apagar el fuego. Pero lo único que quedaba de la tormenta de nieve de horas antes era el viento, un viento que, definitivamente, no necesitaba.

Cuando pisó el freno en el aparcamiento y bajó de un salto de la camioneta, vio algo más que el extraño resplandor que Warren había mencionado. Las llamas trepaban por la ventana que estaba junto al escritorio de Morgan. Y el olor le hizo enfermar. Había estado intentando no dejarse dominar por el pánico, consciente de que hablar de un fuego podía significar un montón de cosas. Había fuegos fáciles de apagar que no llegaban a producir grandes daños.

Y había incendios como aquel.

–¡Hijo de…! –gritó, y corrió hacia la parte de atrás, donde palpó la puerta para comprobar lo caliente que estaba antes de abrirla.

Por suerte, la planta no había sido devorada por completo. Todavía no. La maquinaria y las existencias valían millones de dólares. Los bomberos podrían llegar a salvarlas si llegaban pronto. Pero los bomberos, un cuerpo compuesto sobre todo de voluntarios, estaba formado por personas de todos los pueblos de la zona, no solo de Whiskey Creek. Llevaría algún tiempo reunir un buen grupo que fuera hasta allí.

Kyle agarró el extintor que había detrás de la puerta y lo sostuvo frente a él. Pero el humo y el calor le obligaron a retroceder antes de alcanzar las llamas. El fuego había empezado en las oficinas, Kyle no tenía ni idea de cómo, pero aquel no era momento para pensar en eso. Necesitaba llegar a los ordenadores. Se suponía que Morgan hacía una copia de seguridad cada cierto tiempo, pero no sabía lo diligente que había sido. Perder archivos, órdenes de compra y contratos le obligaría a perder los pedidos más recientes.

Comenzaba a tener dificultades para ver, y respirar era incluso más complicado. Se agachó, inclinándose hacia el suelo para intentar llegar a la parte delantera de la oficina. Iba a perder el mobiliario y la documentación que guardaban entre su escritorio y el de Morgan. Pero si podía salvar los ordenadores y los bomberos apagaban el fuego antes de que las llamas acabaran con todo, podría recuperarse antes de aquel desastre.

Sin embargo, cuanto más se acercaba a su propio despacho, más convencido estaba de que era demasiado tarde. Aquella parte de la planta ya estaba destrozada.

El bramido ensordecedor del fuego le recordó lo que había pasado un año atrás, cuando sus amigos y él habían prendido fuego intencionadamente a una de sus casas, una que, de todas formas, había que derrumbar. Había sido un incendio controlado y, aun así, le había demostrado a Kyle la rapidez con la que el fuego podía devorar un edificio.

Si no hubiera sido porque Warren había alertado del peligro, lo habría perdido todo.

Y todavía podía perderlo…

Un largo crujido reverberó sobre el rugido de las llamas. Después oyó ruido de cristales. Estalló una ventana y parte del tejado cayó. Una lluvia de escombros ardiendo aterrizó a solo unos metros de él.

Tenía que renunciar, comprendió. No podía salvar los ordenadores. Por mucho que significara su negocio para él, no valía más que su propia vida.

Estaba comenzando a retroceder cuando oyó que alguien le llamaba.

–¡Voy!

Comenzó después a toser y parecía incapaz de parar. Había respirado demasiado humo, los pulmones le ardían.

Se tapó la boca y, minutos después, dos bomberos uniformaron entraron, le agarraron y le arrastraron de nuevo a la noche.

–¡Estoy bien! –insistió él, en medio de toses y jadeos–. Solo estaba intentando sacar algunas cosas. ¡Soltadme para que podáis ir a apagar ese maldito fuego!

Pero no le soltaron hasta que no estuvo a suficiente distancia del edificio. Una vez allí le pidieron que no se moviera. Corrieron después para reunirse con otros hombres que estaban acercando las mangueras al fuego.

–Mierda.

¿Qué podía haber pasado? A lo mejor no debería estarle tan agradecido a Warren. A lo mejor le había mentido cuando le había dicho que había salido al porche a fumar un cigarrillo. ¿Sería él el que había provocado el fuego?

Sospechaba que era la explicación más plausible. Warren y él, y Lourdes, por supuesto, eran las únicas personas que había en la propiedad aquella noche.

Pero entonces vio algo que le puso los pelos de punta y le hizo levantarse con brusquedad. ¿Aquella era quien pensaba que era?

Había una farola cerca del edificio, de modo que la propiedad no estaba del todo a oscuras a pesar de la distancia a la que estaban del pueblo. Pero con los faros de los diferentes vehículos que iban llegando, la niebla creada por el humo y la frenética actividad de los bomberos corriendo de un sitio a otro delante de él no podía estar seguro.

Sin embargo, un coche que parecía el Honda de Noelle giró en el camino de la entrada, dio marcha atrás y se alejó a toda velocidad.