Capítulo 10

 

Lourdes estaba encantada con las mujeres que había elegido para Kyle. Había varias propuestas de Single Central que a él también le habían parecido interesantes y atractivas. Y, por suerte, estaban los dos de acuerdo en cuál era la mejor opción.

–¿Y esta qué te parece? –le preguntó a Kyle–. Yo le he puesto un «quizá».

La fotografía mostraba a una mujer con los músculos bien tonificados y ropa de trabajo. Era atractiva.

–¿Por qué dudas? –bromeó.

Lourdes frunció el ceño.

–No me gusta lo que ha escrito en su perfil. Me parece demasiado superficial. Solo habla de culturismo y se centra demasiado en conocer a alguien que sea tan activo como ella, lo que yo interpreto como un eufemismo para decir que la persona con la que salga también tiene que vivir entregada al gimnasio.

Esperó a que Kyle leyera el perfil.

–Yo no voy al gimnasio, pero corro casi todos los días –le dijo–. Y hago pesas tres días a la semana. ¿No crees que será suficiente?

–Lo que no me gusta es la manera de abordarlo –había visto las pesas en una de las habitaciones de Kyle y era evidente que las utilizaba. Pero no parecía obsesionado con su cuerpo–. A mí me parece que tienes una visión más pragmática del deporte que la suya. Supongo que haces ejercicio para tener una vida saludable.

La expresión de Kyle indicaba que encontraba extraña aquella frase.

–¿Es que puede haber alguna otra razón?

–Sí. Para ella, el ejercicio es su vida. Ese cuerpo es como una medalla de honor.

–Nunca se sabe. A lo mejor me cae bien. A la mayoría de la gente le gusta estar atractiva, sobre todo si está soltera y quiere subir sus fotografías a una web como esta.

–Una opinión muy generosa por tu parte, pero supongo que también estará sometida a una dieta muy estricta. Una mujer no consigue tener tantos músculos como un hombre sin hacer algunos sacrificios… y tomar esteroides.

–Eso es más propio de espacios urbanos –reflexiono él–. No he visto a muchas mujeres levantando pesas por aquí.

–Pues en mi trabajo yo he visto a muchas. A mí me parece muy aburrido.

–¿Tú levantas pesas o haces algún tipo de ejercicio?

–Cuando estoy en casa, voy al gimnasio cada día. Tengo que ir si quiero mantenerme en condiciones de competir –Crystal era maravillosa–. Pero me molesta la presión de tener que estar perfecta.

–¿Pero quién te controla? Lo que quiero decir es, ¿estás segura de que no eres tú la que se impone esa presión?

–La prensa, para empezar. Deberías ver lo que dicen sobre gente como Kirstie Alley, Wynonna Judd, Garth Brooks y Kelly Clarkson.

Derrick le echaba esos nombres en cara cada vez que comía algo que no debía o no iba al gimnasio. Le decía que si no se cuidaba terminaría siendo la próxima gorda patética de la portada del National Enquirer y perdería popularidad, puesto que gran parte del éxito de una cantante dependía de su belleza. «Nómbrame una artista que sea fea», insistía cuando ella replicaba que su fama estaba basada en su talento. Y a ella nunca se le ocurría ninguna, a no ser que fuera una cantante que hubiera empezado años y años atrás, cuando tenía mucho mejor aspecto. Sin embargo, sí se le ocurrían montones de cantantes varones que no estaban en plena forma física. La industria era mucho más indulgente con los hombres.

En cualquier caso, aquellos comentarios de Derrick le resultaban irritantes, sobre todo porque él no hacía ningún ejercicio. «Yo no estoy bajo los focos», solía contestarle.

–Todo forma parte del mundo del espectáculo –le explicó a Kyle–. En cualquier caso, yo pasaría de esa Barbie. Estamos hablando de que encuentres pareja, no una mujer que solo está interesada en su propio aspecto.

Kyle se encogió de hombros.

–Me parece bien quedar con esas otras mujeres antes. Siempre podemos recuperar a esta más tarde.

A Lourdes le gustó que pareciera comprender lo que le estaba diciendo.

–¿Tienes una fotografía de Olivia? –le preguntó.

Kyle levantó la mirada de la pantalla del ordenador, donde había estado leyendo el perfil de otra candidata llamada Mandy Suffolk.

–¿Por qué quieres verla?

–Tengo curiosidad.

Tras una breve pausa, Kyle sacó el teléfono móvil del bolsillo y le enseñó una fotografía de una boda.

–¿Qué? ¿Eras uno de los acompañantes del novio cuando se casó con la mujer de la que estás enamorado?

–Olivia estuvo junto a Noelle cuando ella se casó conmigo. Creo que eso fue todavía peor, porque lo que yo había hecho era muy reciente.

–Lo que habíais hecho Noelle y tú –le corrigió, pero él la ignoró.

–Todavía me cuesta creer que la madre de Olivia le pidiera que nos organizara la boda –musitó.

Lourdes se irguió.

–¿Olivia organizó tu boda?

–Ahora ya no trabaja tanto. Brandon fue esquiador profesional y tiene todo el dinero que necesitan. Pero Olivia continúa organizando bodas de vez en cuando. Por ejemplo, ahora está organizando la boda de un amigo nuestro.

–Aun así, ¿organizar la boda de su hermana cuando su hermana le ha quitado el novio? Eso sí que es añadir sal a la herida.

–Les ahorró una buena cantidad de dinero a sus padres. Fue una cuestión práctica. Y, como yo mismo aprendí entones, la familia es la familia.

–No siempre. Hay muchas familias que están distanciadas.

–En un pueblo tan pequeño como este, ese tipo de cosas es más complicado. Además, separar a las hermanas solo habría servido para castigar a los padres, que no habían hecho nada malo.

–Supongo que tienes razón.

Lourdes estudió a la novia. Era incuestionable que era una mujer muy guapa. Bastante más que Noelle. Quizá fuera aquella la razón de los celos de su hermana. A lo mejor se había sentido despreciada por Olivia y había decidido que, para variar, aquella era su oportunidad.

Brandon tampoco estaba nada mal, decidió Lourdes. Pero no iba a decírselo a Kyle.

–¿Entonces te gustan las rubias?

–No tengo preferencias –contestó él.

–Me alegro de oírlo, porque casi todas las mujeres que he elegido son morenas.

–Y me he fijado en que algunas tienen hijos –tomó el ratón y abrió algunos perfiles–. Pensaba que te oponías al «mercado secundario».

–No me opongo. Solo creo que complica la relación porque hay más variables implicadas –alargó la mano hacia el ratón y clicó el icono del correo de una mujer llamada Ruby Meyers–. Vamos a enviarles un mensaje a estas señoras, ¿de acuerdo?

–¿Vamos? –repitió él–. De ningún modo. Eso ya lo haré yo más adelante –se levantó y agarró el abrigo–. Es tres de diciembre, faltan tres semanas para Navidad. Lo que tenemos que hacer es ir a buscar un árbol.

–¿Quieres que vaya contigo? –le preguntó–. ¿Qué salga de casa?

–¿Por qué no? Nadie te verá. Podemos salir al bosque y cortar uno.

A pesar de todo, Lourdes sintió una chispa de emoción. Durante los años anteriores había estado tan ocupada con su carrera que no había prestado demasiada atención a las fiestas, y lo mismo podía decir de la Navidad. Aquello le recordó a las Navidades del pasado, cuando era una niña y salía con su familia a buscar el árbol.

–¿Lo haces todos los años?

–No. Mi asistente pone uno falso en el trabajo. Normalmente me conformo con eso, puesto que es en el trabajo donde paso la mayor parte del día. Pero… creo que te vendría bien un árbol de Navidad.

–¿A mí?

Kyle sonrió al oírla.

–No he sido yo el que ha estado llorando.

–¿Y crees que un árbol de Navidad va a solucionar mis problemas?

–No, pero no te hará daño recordar que hay otras muchas cosas importantes.

En eso tenía razón.

–De acuerdo –contestó–. Vamos.

 

 

Kyle acababa de cortar el árbol que había elegido Lourdes. Era tan grande que dudaba que cupiera en su casa, pero ella estaba tan convencida de que era perfecto que se había apostado cincuenta dólares con él.

–Estoy más fría que un témpano –se quejó Lourdes, frotándose las manos y saltando alternativamente sobre uno y otro pie–. Necesitamos un chocolate caliente.

Kyle no podía entender por qué tenía frío. No había llevado ropa apropiada para la nieve, así que él le había prestado un grueso anorak, un gorro y unos guantes. Pero, bueno, al fin y al cabo, había sido él el que había hecho todo el trabajo. No se había atrevido a dejar que lo cortara ella por miedo a que el árbol terminara cayéndole encima, aunque lo más probable era que hubiera perdido el tiempo en un vano intento de cortar el tronco a hachazos. Era evidente que nunca había utilizado un hacha.

–Podemos pasar por el supermercado y comprar chocolate para hacerlo en casa –le dijo–. O podemos comprarlo hecho en Gas-N-Go. Tú eliges.

–Pues vamos a Gas-N-Go. Lo quiero con nata.

Respirando con fuerza por el ejercicio, Kyle se estiró, intentando darse un descanso.

–No pareces muy deprimida.

–Es curioso, pero estoy contenta –admitió–. Siempre y cuando no piense en Derrick.

Por lo que Kyle había visto, no había mirado el teléfono ni una sola vez desde que habían salido, lo que le hacía pensar que todavía no había contestado al mensaje que le había enviado Derrick.

–Sí. Verme cortar un árbol es bastante emocionante.

Lourdes se echó a reír.

–Tengo que darte las gracias. Has conseguido hacerme olvidar mi depresión.

Kyle le dirigió una sonrisa irónica.

–Te encanta hacer de casamentera y hablar de todas esas mujeres que has encontrado.

Lourdes inclinó la cabeza.

–Y tú no pareces tener mucha prisa en ponerte en contacto con ellas.

–Ya encontraré el momento más adelante. Y, mientras tanto, ahí tienen mi perfil.

–¿Y eso qué significa?

–Que pueden escribirme si quieren.

–Pues sí que eres un arrogante.

–Y si dijera lo contrario, sería machista –bromeó.

Cuando Lourdes sacó el teléfono, Kyle pensó que se había decidido por fin a comprobar si Derrick había vuelto a escribir.

–¿Tienes cobertura? –le preguntó.

–No necesito cobertura. Voy a hacerte una foto –levantó el teléfono–. ¡Sonríe!

–¿Quieres otra fotografía para mi perfil? –le preguntó–. ¿Ahora vas a hacerme aparecer como un tipo que desborda alegría navideña?

–En realidad, esta fotografía es para mí. Me parece divertido verte luchar sin la ayuda de nadie contra ese árbol gigante para meterlo en la camioneta.

Kyle lo apoyó contra la camioneta y lo levantó sin ningún problema.

–Ahí lo tienes. Ahora todo el mundo en Single Central verá que no necesito ir al gimnasio –bromeó.

Lourdes soltó una carcajada. El frío transformó en vaho su respiración.

–¡Qué creído!

Después de otros diez minutos de maniobras, Kyle por fin consiguió meter aquel maldito árbol en el lecho de la camioneta y asegurarlo.

–No me va a hacer mucha gracia cuando vea que ni siquiera entra por la puerta de casa –le advirtió a Lourdes mientras examinaba su trabajo–. Aunque vaya a ser cincuenta dólares más rico.

Lourdes se quitó la nieve de las botas golpeando los pies contra el suelo, unas botas demasiado grandes para ella, puesto que eran de Kyle.

–¿Al final formalizamos la apuesta?

–¿Hacía falta que lo hiciéramos?

Lourdes le miró con expresión escéptica.

–No quiero seguir apostando. Ahora me parece mucho más grande.

Kyle le dirigió una mirada asesina.

–No te atrevas a decir eso. He intentado advertirte, pero no has querido hacerme caso.

–Es posible que me haya equivocado –respondió Lourdes, sonriendo avergonzada–. Pero… siempre podemos cortarlo para que quepa…

Agotado, Kyle se montó en la camioneta al mismo tiempo que ella.

–La calefacción tardará un segundo en ponerse a funcionar –le avisó.

La puso a tope, pero no creía que Lourdes necesitara tanto aire caliente. Estaba prácticamente enterrada bajo sus prendas de invierno.

–Mírate –le dijo Kyle.

Alargó la mano para apartarle el gorro de los ojos, puesto que Lourdes tenía las manos inutilizadas por aquellos guantes enormes.

–Desde luego, sabes cómo divertir a una mujer –bromeó.

Kyle puso la marcha atrás.

–Yo lo he cortado, así que a ti te va a tocar decorarlo.

–Muy bien. ¿Tienes adornos?

–Ahora que pienso en ello, no –contestó–. Pero seguro que mi madre nos deja algunos.

–¿Tu madre o la madre de Brandon?

–La madre de Brandon. Mi madrastra.

–¿Qué le pasó a tu madre?

–Murió de una embolia por líquido amniótico cuando yo tenía cinco años.

–No sabía que eso podía pasar.

Kyle no sabía si explicárselo o no. No quería asustarla si en algún momento de su vida quería tener hijos.

–No es muy frecuente –esperaba que Lourdes se conformara con eso, pero no fue así.

–¿Estaba dando a luz? ¿El bebé pudo sobrevivir?

–Me temo que no. Por alguna razón, se puso de parto antes de lo previsto. Estaban intentando salvar a la que habría sido mi hermana pequeña cuando mi madre sufrió un infarto. Las perdimos a las dos.

–¡Es terrible! Lo siento mucho.

–Ojalá no hubiera pasado nunca. Pero eso fue hace mucho tiempo, así que ya está superado.

Cuando estaba a punto de abandonar el estrecho camino de tierra que habían tomado para llegar a aquel remoto rincón, sonó el teléfono de Kyle. Estuvo a punto de saltar el buzón de voz antes de que consiguiera sacar el maldito aparato del bolsillo y cuando lo sacó no estuvo seguro de si debía contestar.

–Es Derrick.

Permaneció donde estaba, dejando el motor al ralentí mientras le enseñaba a Lourdes la pantalla del teléfono, en la que aparecía un número con el prefijo de Tennessee.

Lourdes se mordió el labio.

–¿Por qué querrá ponerse en contacto contigo?

–No tengo ni idea. A lo mejor ha descubierto que fui yo el supuesto periodista que le llamó y está enfadado.

–No contestes –le pidió Lourdes.

Pero Kyle se llevó el dedo a los labios para pedirle silencio, puesto que ya había presionado la tecla para contestar.

–¿Diga?

–¿Kyle?

–¿Sí?

–Soy Derrick Meade, el mánager de Lourdes.

–Sí, me lo he imaginado cuando he visto el número. ¿Qué puedo hacer por ti, Derrick?

–No he conseguido localizar a Lourdes en todo el día. Me preguntaba si… ¿podrías pasarte por su casa para ver cómo está?

Kyle miró a la mujer en cuestión.

–Claro. ¿Hay algún motivo por el que deba preocuparme? ¿La has llamado al móvil?

–He intentado llamarla y le he puesto varios mensajes, pero no me ha contestado.

–Ya entiendo. Me pasaré por su casa y echaré un vistazo.

–Te lo agradecería.

–No me cuesta nada.

Después de cortar la llamada, Kyle dejó el teléfono entre los dos asientos.

–¿Qué quería? –preguntó Lourdes.

–Dice que no sabe nada de ti. Quiere que pase por tu casa para ver si estás bien.

–¿Por qué no le has dicho que estaba sentada a tu lado?

–Porque podría haberse dado cuenta de que la llamada que le hicimos fue falsa y la habíamos planificado entre los dos, cuando se supone que tienes que estar aislada y concentrada en tu siguiente disco.

Lourdes se quitó los guantes y el gorro.

–Voy a enviarle un mensaje –pero no reveló lo que pensaba decirle.