Capítulo 19
Kyle no había vuelto a tener noticias de Noelle desde que le había dejado claro que no volvería a pagarle la pensión si continuaba metiéndose en su vida. Comenzaba a sentirse como un hombre nuevo y deseaba haber insistido muchos años antes en que no se pusiera en contacto con él. Ni siquiera había sido consciente de hasta qué punto estaría más tranquilo hasta que ya no tenía que preocuparse por ella. De hecho, había decidido que cuando Lourdes se fuera de Nashville no iba a lamentar el continuar soltero. Pensaba asumir su soltería y aprovecharla al máximo. Desde que era joven, había deseado formar una familia, pero la gente no siempre conseguía lo que quería. Y, en aquel momento, cuando por fin estaba escapando a lo que había sentido por Olivia y a la larga sombra de su exesposa, imaginaba que había otras maneras de ser feliz.
De hecho, en aquel momento, su libertad le estaba haciendo feliz, ¿no?
Así que quizá no mereciera la pena buscar una pareja, cuando sabía que la persona equivocada podía llegar a arruinarle la vida. Debía pensar en las posibles discusiones y en el sufrimiento que con la soltería podía evitar. Sí, sus amigos estaban satisfechos con su matrimonio. Pero él no tenía ninguna garantía de que la siguiente mujer con la que saliera fuera a ser mejor que Noelle y aquel era un pensamiento terrorífico.
En cualquier caso, si cambiaba de opinión, ya pensaría en el matrimonio y los hijos más adelante. A lo mejor, al cabo de unos cinco años, cuando estuviera dispuesto a intentarlo otra vez.
–Parece que estás de buen humor –le dijo Lourdes, estudiándole desde el asiento de pasajeros.
Estaban parados en uno de los dos únicos semáforos del pueblo, así que Kyle no tenía que estar pendiente de la carretera. Pero apenas la miró. No quería reconocer lo atractiva que estaba. No se había puesto las gafas de sol y el gorro que Kyle le había sugerido para camuflarse. Se había puesto un vestido corto de color negro y había salido del cuarto de baño tan bella como si estuviera a punto de salir a escena.
Pero no era solo su aspecto el que le gustaba. Disfrutaba de su compañía. Cada día salía del trabajo unos minutos antes.
Aun así, la emoción de haber sido capaz de relegar a Olivia y a Noelle al pasado estaba atemperada por una justificada precaución. Si no tenía cuidado, podía terminar envuelto en una situación tan poco gratificante como la que acababa de superar.
Tenía que protegerse contra ello y lo sabía.
–¿Cómo lo sabes?
–Hace un segundo estabas sonriendo.
–Estaba pensando en algo.
–¿En qué?
–En que no he vuelto a tener noticias de Noelle. Me gustaría haberla amenazado antes con dejar de pasarle la pensión. Me habría ahorrado muchos disgustos.
–Me sorprende.
–¿El que me sienta tan aliviado?
–No. Que haya dejado de molestarte. Cuando me dijiste que la habías llamado, me preocupé. Es evidente que eres lo mejor que tiene en la vida. Temí que no estuviera dispuesta a dejarte escapar tan fácilmente.
–¿Y qué puede hacer? Nada, si quiere mi dinero.
–Es posible que para ella tu dinero no sea tan importante como tú mismo.
Aquella idea le produjo una sensación claustrofóbica.
–No digas eso. Se acuesta con otros tipos y ha tenido varias relaciones. No puede decirse que me quiera.
–¿Y si todas esas relaciones solo han servido para demostrarle lo bien que estaba contigo? Es posible que haya sido por ellas por las que sigue queriendo volver contigo.
–¡Pero si no fuimos felices juntos! Incluso ella tiene que reconocerlo.
–No necesariamente. Hay personas que creen lo que deciden creer y es posible que piense que su vida sería perfecta si pudiera volver contigo. En cualquier caso, continuarás encontrándotela de vez en cuando. Para evitarla por completo tendrías que irte a vivir a otra parte.
–No me importa encontrármela de vez en cuando. Siempre y cuando la vea de lejos y ella no intente acercarse.
–¿Ni siquiera quieres que hable contigo? –preguntó Lourdes con una risa.
–No, ya estoy harto. He llegado al límite. No sé cómo he podido aguantarla durante tanto tiempo.
Lourdes se ajustó el cinturón de seguridad.
–Así que esto es una celebración. ¡Por fin has conseguido deshacerte de tu acosadora!
–Con todas las tonterías que has estado leyendo sobre ti en internet, soy consciente de que no tienes gran cosa que celebrar. Pero saldrás adelante. No tengo ninguna duda, porque tu talento es incuestionable.
Había oído lo que era capaz de hacer. Se había convertido en un auténtico admirador de sus discos, y también de los fragmentos de canciones que cantaba para él cada noche.
–Encontrarás un buen mánager y una nueva discográfica que te apoye y pronto estarás de nuevo en la cima.
–Espero que tengas razón.
–La tengo –bajó el volumen de la radio–. Y dime, ¿te alegras de haber salido?
–Desde luego que sí. Tenías razón. Necesitaba cambiar de ambiente. No hay nada como el País del Oro en Navidad. Cualquiera pensaría que es el paisaje en el que se han inspirado todas las tarjetas navideñas.
Kyle deseó poder enseñarle el hostal de Eve, que decoraba siempre por Navidad, pero no quería presionarla. Se alegraba de haber podido convencerla de que saliera a cenar.
–No has tenido muchas oportunidades de disfrutar de las fiestas.
–Supongo que por eso esta me está pareciendo tan agradable.
Una vez la había convencido para que saliera, Kyle estaba decidido a no hacer nada que pudiera arruinar la velada. Así que, cuando llegaron a Jackson, la hizo esperar en la camioneta mientras él entraba en el restaurante para hablar con el encargado. Accedieron después al interior por la puerta de atrás, donde un hombre corpulento, el señor Hines, les condujo a una habitación privada.
–¿Qué les has dicho? –susurró Lourdes mientras el leve eco de sus pasos resonaba en las escaleras.
Después de ayudarles a quitarse los abrigos, les acercaron la carta de vinos y el menú.
–Que, si era posible, preferíamos cenar a solas.
Lourdes miró alrededor de aquella pequeña habitación abuhardillada en la que no cabrían más de seis personas.
–Esto es precioso. Y el encargado ha sido muy respetuoso. Estoy seguro de que me ha reconocido, pero no ha hecho nada que lo demostrara.
Kyle le guiñó el ojo.
–No te preocupes. Vas a disfrutar de una cena muy agradable, y que no has tenido que cocinar tú. Nada la va a estropear.
–¿Cómo sabías que tenían este reservado? ¿Has traído aquí a otras mujeres?
–No. Pero venimos aquí cada vez que Simon viene al pueblo. Cuando estamos todos se nos queda un poco pequeña, pero nos apretamos y conseguimos acoplarnos.
Lourdes alisó la servilleta que el señor Hines le había colocado en el regazo.
–¡Ah, claro! Me había olvidado de que está casado con tu amiga. Seguro que no puede ir a ninguna parte sin atraer multitudes. Espero que no pienses que pretendo ponerme al mismo nivel.
–Ya sé que no pretendes nada. El señor Hines siempre le ha dado a Simon la oportunidad de salir a comer sin llamar la atención, así que he pensado que podía pedirle que hiciera lo mismo por ti. Eso es todo.
–Ha sido muy amable al ofrecernos este reservado. Y tú al pensar en él.
Kyle se inclinó sobre la mesa y bajó la voz.
–Antes de que me des las gracias, y para no ocultarte nada, debería decirte que le he prometido que intentaría hacerte una fotografía mientras estás aquí para que pueda colgarla en el piso de abajo.
–Por supuesto. Para eso no voy a poner ningún problema.
–La pondrán al lado de la fotografía de Simon –le explicó Kyle mientras se reclinaba en la silla–. Así que estarás en buena compañía.
Lourdes abrió la carta, la bajó y volvió a levantarla otra vez.
Kyle comprendió que quería decirle algo.
–¿Qué pasa?
–Teniendo en cuenta lo aislada que estoy y que me niego a conocer a nadie, quizá no debería pedírtelo, pero…
–¿Pero? –la apremió.
–¿Podrías presentarme a Simon algún día?
–Claro. Si estás aquí la próxima vez que venga.
–¿No va a venir a la boda de tu amiga después de Navidad?
–Vendrá Gail con los niños para que vean a su familia. Pero Simon estará en Inglaterra, rodando su próximo proyecto. Intentó cambiar las fechas, pero el retraso le habría supuesto a la productora una cantidad de dinero exorbitante.
–Así que se perderá tu actuación como oficiante de boda.
Kyle elevó los ojos al cielo.
–Todavía no me puedo creer que Riley y Phoenix me hayan pedido que haga una cosa así.
–¿Por qué?
–¡Porque no tengo la menor idea de lo que voy a decir! Mi propio matrimonio duró menos de un año. Soy el único del grupo que está soltero y estoy considerando la posibilidad de seguir estándolo durante el resto de mi vida. No soy el más adecuado para ofrecer el tipo de consejos que la gente espera en una boda.
–A lo mejor Riley no está esperando que le des ningún consejo. A lo mejor solo quiere que celebre su boda una persona que significa mucho para él.
–Muy halagador –replicó Kyle–. Pero la mayoría de la gente espera que la ceremonia sea algo memorable. Y me temo que esta boda va a serlo, pero por las razones equivocadas.
–Habla con el corazón y estoy segura de que todo saldrá bien.
–Si hablara con el corazón les diría: «Buena suerte, porque vais a necesitarla».
Lourdes frunció el ceño, pero esperó a que el señor Hines les llevara los vasos de agua y prometiera volver pronto con la bebida que habían pedido.
–No todos los matrimonios son tan difíciles como el tuyo –le dijo Lourdes cuando se quedaron a solas.
–Supongo que no. Pero me extraña que tú seas tan partidaria del matrimonio. ¿Qué habría pasado si Derrick hubiera conocido a Crystal después de la boda?
–Por suerte, no ha sido así.
Decidiendo que no quería que dedicaran la cena a hablar de sus respectivos fracasos sentimentales, Kyle esbozó una enorme sonrisa.
–Así que quizá esta noche tú también tengas algo que celebrar.
–Quizá –se mostró Lourdes de acuerdo con una sonrisa de pesar–. En cualquier caso, si quieres, puedo ayudarte a escribir algo para la boda.
–¿De verdad?
–Claro. En este momento yo también estoy un poco negativa, pero estoy segura de que se me ocurrirá algo mejor que desearles suerte.
Kyle, que había intentado sin ningún éxito escribir algo más profundo, sintió un considerable alivio. Llevaba días pensando en la boda, viendo cómo iba acercándose la fecha sin que él se sintiera en absoluto preparado.
–¡Aleluya! Ahora mismo me considero salvado.
–Yo no diría tanto –le advirtió Lourdes–. Pero seguro que hay algún parecido entre escribir unas cuantas palabras de amor para una boda y componer una canción. Así que ya veremos lo que se me ocurre. O, a lo mejor, podemos escribirlo juntos.
Cuando Lourdes alzó la mirada, Kyle recordó otro momento en el que había surgido entre ellos aquella crepitante energía. La noche anterior habían apagado la televisión y se habían dado las buenas noches antes de irse a la cama. Pero, a pesar de lo tarde que era, mientras se dirigían hacia al pasillo, ninguno de ellos había demostrado tener muchas ganas de acostarse. Se habían quedado en la puerta del dormitorio de Lourdes, hablando un poco más, hasta que ella se había puesto de puntillas para darle un abrazo y agradecerle que le permitiera quedarse en su casa. Pero para Kyle, aquel abrazo no había sido como los abrazos cariñosos que recibía a menudo de otras amigas. En cuanto Lourdes se había reclinado contra él, había sentido un intenso deseo de deslizar las manos por su espalda. Y había tenido la impresión de que también Lourdes había sentido algo inesperado, porque había retrocedido bruscamente.
Después de aquel abrazo, ambos habían escapado a sus respectivos dormitorios a toda velocidad.
Había sido una situación un tanto incómoda. Pero no había sido la incomodidad la que le había mantenido despierto durante la mayor parte de la noche, sino el hecho de ser consciente de que Lourdes estaba al final del pasillo. Se había pasado horas con la mirada clavada en el techo, pendiente de sus movimientos, mientras intentaba sacar de su cabeza la fantasía de desnudarla.
Desvió la mirada con el pretexto de concentrarse en la carta.
–Yo contribuiré en lo que pueda.
También ella estudió la carta.
–¿Qué te apetece?
Le apetecía estar con ella. Salir con Lourdes de aquella manera, como si estuvieran en medio de una cita, le tenía desconcertado. Y había otra cosa que le inquietaba. Probablemente no fuera una coincidencia el hecho de que hubiera conseguido superar lo de Olivia en el momento en el que Lourdes había entrado en su vida…
–Maldita sea…
–¿Qué has dicho? –preguntó ella confundida.
Kyle se aclaró la garganta.
–Nada, olvídalo. Yo voy a pedir un chuletón de buey –alzó la mirada–. ¿Quieres una copa de vino?
–No, gracias. Pero tú bebe si quieres. Si hace falta, puedo conducir yo.
–No necesito alcohol esta noche.
E imaginó que no volvería a beber durante los próximos tres meses, hasta que Lourdes se hubiera ido y no tuviera que enfrentarse a la tentación de arruinarse la vida justo cuando estaba comenzando a recuperar el control sobre ella.
Lourdes pidió un salmón con alcaparras y salsa de enebro que estaba delicioso. Y para postre compartieron un suflé de chocolate.
Cuando llegó la cuenta, ella agarró el bolso. Tenía la sensación de que debería pagar, puesto que Kyle había estado pagando la comida en casa. Pero él no quiso bajo ningún concepto. Después, sacó el teléfono, hizo la fotografía que le había prometido al encargado y llevó a Lourdes en brazos hasta la camioneta para que no se mojara los pies.
Mientras volvían al pueblo, el viento sacudía la camioneta y los árboles cercanos, haciendo chocar los cristales de nieve contra el parabrisas como si estuvieran en medio de una granizada. A Lourdes le gustaba ver los copos volando hacia ellos o revoloteando en el haz de luz de los faros. No iba vestida como para enfrentarse al mal tiempo, pero en el interior de la camioneta hacía calor.
Cuando llegaron a Whiskey Creek eran solo las diez, pero, al ser un día de diario, podían conducir por el centro del pueblo sin llamar la atención. Kyle frenaba de vez en cuando para enseñarle el estudio fotográfico de su amiga, el taller de otro de sus amigos, su restaurante favorito, un lugar llamado Just Like Mom’s, o el hostal que le había recomendado al principio, Little Mary’s, y que podía haber sido el tema de cualquier cuadro de Thomas Kinkade. Una guirnalda de acebo decoraba el porche y la verja de hierro forjado que rodeaba la propiedad. Había velas ficticias, de bombillas parpadeantes, en cada una de las ventanas y coronas navideñas en cada puerta. Hasta el cementerio vecino tenía un aire festivo gracias a las delicadas ramas desnudas de los árboles y a la iglesia que asomaba tras las lápidas erguidas cual centinelas.
–Entiendo que no quieras irte de aquí –comentó mientras se dirigían al parque que estaba al final del pueblo para que Lourdes pudiera ver el árbol de Navidad gigante–. Es un lugar muy especial.
–Es mi casa –se limitó a decir él.
Lourdes señaló un cartel del vinilo que colgaba del semáforo. No se había fijado en él hasta entonces.
–Había olvidado que en Whiskey Creek también se celebran los Días Victorianos. Mira, parece que empiezan este fin de semana.
–Podemos ir si quieres.
–¿Y que me vean en público?
–¿Por qué no? Así reforzaremos lo que contaste en la Gold Country Gazette. Le demostrarás a Derrick que no estás sola, metida en casa y sufriendo por lo que te ha hecho.
–Eso ya se lo he dicho. Al final, le devolví el mensaje, le despedí y le pedí que me dejara en paz. Todavía no me he puesto a tantear el terreno para buscar otro mánager, no estoy preparada. Pero lo haré en enero, cuando tenga más avanzadas las canciones que estoy componiendo. A lo mejor para entonces ya puedo enviar alguna muestra y conseguir a alguien basándome en la calidad de mi trabajo, a pesar del bajón que ha pegado mi carrera.
–Me parece un plan inteligente. ¿Cómo se tomó Derrick la noticia?
–No le hizo mucha gracia. Me dijo que estaba comportándome como una zorra desagradecida.
–No parece la mejor estrategia para recuperarte.
–No, desde luego. Pero, sabiendo que está enfadado, ¿crees que debería empeorar las cosas dejando que la gente nos haga fotografías que podrían terminar en internet?
–No entiendo por qué vas a tener que encerrarte y perderte la Navidad porque él esté enfadado. Ha sido él el que te ha engañado, no tú.
Y, si ella no se equivocaba, seguro que seguía saliendo con Crystal.
–Ojalá supiera por qué no le bastó con estar conmigo.
–No hables así. No te mereces lo que te ha hecho. Es él el que tiene un problema, no tú.
Pero era lógico que sintiera que, en cierto modo, era ella la que había fallado.
–Supongo que todas las personas a las que les engañan sienten que les ha faltado algo.
–Pues tienes que sacudirte esa sensación. Y disfrutar de los Días Victorianos.
–Pero vernos juntos, o saber que hemos salido juntos, podría provocar a Noelle –le advirtió–. ¿Has pensado en ello?
–No tenemos por qué pensar en eso. No voy a permitir que Noelle influya en lo que puedo o no hacer.
–¿Entonces me estás lanzando un desafío?
Kyle sonrió, permitiéndole ver a Lourdes el blanco destello de sus dientes.
–¿Estás dispuesta a aceptarlo?
–¿Por qué no? –contestó.
Cuanto más tiempo llevaba lejos de Nashville, mejor se sentía. Estaba comenzando a temer que aquel sentimiento tenía más que ver con Kyle de lo que estaba dispuesta a admitir, pero no quería perderse la diversión de las fiestas. Sintió una pequeña chispa, el alivio de la preocupación y las dudas que había estado soportando durante meses, y deseó avivar aquella chispa hasta convertirla en un fuego embravecido de confianza. No iba a permitir que Derrick, ni Noelle, ni nadie, lo apagara antes de que prendiera.
–Genial. Así podré enseñarte el interior de Little’s Mary. Eve siempre vende sus mejores galletas durante los Días Victorianos. Y habrá gente vendiendo castañas asadas, sidra caliente y regalos de artesanía.
–Mis padres nos trajeron a mis hermanas y a mí cuando éramos pequeñas.
Podría haber vuelto por su cuenta después, si hubiera seguido viviendo en la zona. Pero había estado demasiado ansiosa por llegar a Nashville y, desde entonces, de lo único que se había preocupado había sido de saber si sus discos se vendían bien. Por eso resultaba irónico que la promesa de una celebración navideña en un pueblo como aquel la tentara a pesar de su miedo a generar rumores en diferentes webs y medios de comunicación. Ninguna de sus preocupaciones parecía importar en medio de aquel idílico escenario. De hecho, hasta estaba comenzando a cuestionarse por qué había tenido tanta prisa en marcharse de allí cuando era joven. ¿Podía decir con sinceridad que había encontrado algo mejor?
No. Había disfrutado de la fama, sobre todo porque había sido maravilloso conocer gente a la que le gustaba su trabajo. También el dinero había sido de agradecer. Pero había tenido que pagar un precio muy alto en otros aspectos de su vida a cambio de lo que había conseguido. En algún momento había perdido el rumbo y había comenzado a escribir y a actuar solo para complacer a los demás, en vez de asegurarse de que su trabajo también la colmara a ella.
–Allí está la heladería –le explicó Kyle–. ¿Te apetece un helado?
–No –se llevó la mano al estómago–. Si como un bocado más, no me cabrá el vestido.
–No entiendo cuál es el problema. Seguro que estarías mejor sin él.
Lo dijo sin darle ninguna importancia, como si fuera solo una broma. Pero aquella clase de broma no entraba entre las que se podían hacer a una amiga. Lourdes habría dudado de que los pensamientos de Kyle estuvieran tomando de verdad aquel rumbo si no hubiera sido por el abrazo de la noche anterior. Aunque no tenía mucho sentido, puesto que todavía estaba enamorada de otro hombre, había deseado tocar a Kyle, acariciarle. Había utilizado aquel rápido abrazo de buenas noches como excusa… y después se había arrepentido. Porque aquel abrazo había cambiado algo entre ellos.
–A lo mejor deberíamos volver a casa –le dijo, fingiendo un renovado interés en las luces de Navidad que colgaban de, prácticamente, cada edificio–. Los dos tenemos trabajo mañana.
Una vez en casa, Kyle guardó las distancias. Lourdes sabía que se avergonzaba del comentario que había hecho en la camioneta. Era probable que se estuviera preguntando de dónde había salido, de la misma forma que ella se preguntaba por qué un inocente abrazo le había hecho sentir que era cualquier cosa menos inocente. Hablaban entre ellos de forma educada, casi con formalidad, y se evitaban como si tuvieran miedo de entrar en combustión espontánea si se tocaban.
Así que Lourdes intentó poner fin a aquella distancia con otro abrazo de buenas noches. Un verdadero abrazo de amiga en aquella ocasión, que no tuviera la connotación sexual del de la noche anterior. Si pensaban seguir viviendo juntos durante los próximos meses, tenían que esforzarse en mantener la relación dentro de los límites que pretendían respetar.
Durante un primer segundo, el contacto fue tal y como pretendía. Le sintió soltarla y le oyó darle las buenas noches. Con cierta indiferencia. Sin poner en ello ningún sentimiento. Así que no estaba segura de por qué volvió a abrazarle, ni de si fue él el que volvió la cabeza, o fue ella. Pero, un segundo después, sus bocas se encontraron, cálidas, húmedas e inquisitivas. Y lo que pasó después no tuvo nada que ver con la amistad.