Capítulo 3
Los armarios de Kyle no contenían los ingredientes necesarios para preparar una cena digna de Lourdes Bennett, ni de ninguna otra mujer a la que quisiera impresionar. No había ido al supermercado en toda la semana, lo que significaba que sus recursos se reducían a varios condimentos, algo de carne congelada, unos cuantos huevos y media hogaza de pan.
Mientras clavaba la mirada en el interior del refrigerador, intentando averiguar qué podía hacer, su improvisada huésped paseaba por el cuarto de estar. Por lo menos la estudiante que le limpiaba la casa y la oficina había ido el día anterior. Kyle nunca se había alegrado más de haber dejado que Molly Tringette le convenciera de que la contratara a tiempo parcial porque necesitaba ahorrar para ir a la universidad.
–Parece que le gustan las casas antiguas –señaló Lourdes.
Kyle renunció a seguir buscando en la nevera y se acercó a la despensa.
–Sí, me gustan. Pero no tuve que hacer nada especial para comprar esta. Esta casa estaba en el terreno en el que levanté la planta. Pensé que era lógico vivir aquí.
–Parece que la han arreglado hace poco.
–Sí. Estuve viviendo en una casa más pequeña que estaba todavía más cerca de la planta durante quince años, desde que salí de la universidad. Esta la tuve alquilada durante una temporada.
–¿Fue entonces cuando montó su negocio? ¿Hace quince años?
–Comencé a fabricar paneles solares en cuanto me puse a trabajar.
–Sus padres deben de ser muy ricos si pudo montar un negocio tan caro en cuanto salió de la universidad.
–No, en absoluto.
–¿Entonces cómo lo consiguió?
Latas. Galletas saladas. Copos de avena… Nada que le resultara apetecible. Pero suponía que no iba a encontrar una ensalada César, ni beicon, ni patatas con queso fundido y un filet mignon en la despensa. Tendría que preparar la cena y no tenía muchos ingredientes para hacerlo.
–Me las arreglé para convencer al presidente del banco del pueblo de que me concediera un préstamo. Algo que, con las nuevas regulaciones, ahora habría sido imposible. Me prestó el dinero basándose solamente en la confianza que tenía en mí.
–Puedo imaginarle en aquella época, tan joven y lleno de ambición.
–Desde luego, tenía una gran motivación. Pero en aquella época la energía solar era una jugada arriesgada. Cuando pienso en ello, todavía me sorprende que me concediera el crédito.
Renunció a la despensa, pero volvió a la nevera como si fuera a encontrar algo distinto a lo que había visto la primera vez.
–¿Por qué dice que era una jugada arriesgada? Mucha gente lo considera una apuesta de futuro.
–En aquella época, era una opción demasiado cara y solo se la podía permitir gente con dinero. Por eso era una idea difícil de vender.
–Yo también habría apostado por usted. Sin pensármelo siquiera.
Kyle se volvió para mirarla.
–¿Y a qué debo ese cumplido? ¿Tengo un rostro que inspira confianza?
–Yo le atribuiría el mérito a la confianza que transmite. Cree en lo que hace, sea lo que sea, y eso hace que también crea la gente que le rodea.
¿Cómo podía haber llegado a aquella conclusión? No podía decirse que se conocieran el uno al otro.
–No sabía que transmitía tanta confianza que hasta una completa desconocida podía decirlo.
–Se me da bien juzgar a la gente –señaló a su alrededor–. Así que, saldó su deuda con el banco y remodeló la casa.
Kyle se preguntó si le importaría que fuera al pueblo a comprar algo para la cena. Había estado a punto de sugerirlo. Pero ella había dicho que tenía hambre e imaginaba que preferiría no tener que esperar.
–No tenía prisa en invertir más dinero en la casa. El negocio siempre ha sido mi máxima prioridad. Pero el año pasado, cuando compré la propiedad con la casa que ha alquilado y decidí arreglarla, pensé que también podía arreglar esta y venir a vivir aquí.
Que al final hubiera seguido adelante y hubiera hecho tantas mejoras había puesto a Noelle de los nervios, puesto que, cuando estaban casados, era ella la que se moría por arreglar alguna de sus casa. En realidad, había comenzado suplicándole que le comprara una casa grande en el centro, una casa que sirviera para exhibir su dinero y su estatus y le permitiera estar en el centro de la actividad del pueblo. Él se había negado y su negativa había causado tantas discusiones entre ellos que cuando al final Noelle había renunciado y le había pedido que, en vez de comprar una casa, remodelara alguna de las que tenía, la había ignorado por completo.
En aquel momento se sentía estúpidamente cabezota. Podría haberle permitido disfrutar del proceso de remodelación y también del producto final. Pero estaba tan enfadado por lo superficial que era y se sentía tan mal estando casado con ella que no había dado su brazo a torcer.
Al reflexionar sobre lo ocurrido, comprendía que el haberla obligado a vivir en una casa antigua que podría haber reformado había sido su venganza por haberse dejado atrapar en aquel matrimonio.
–Y parece que ha utilizado siempre al mismo contratista –comentó Lourdes.
–Sí, es uno de mis mejores amigos, Riley Stinson.
–Hace un trabajo de calidad.
–La próxima primavera está pensando en renovar la casa de al lado, que ahora le estoy alquilando a uno de mis empleados, y también otra casa que está cerca de la planta y ahora está vacía. Cuando las acabe, serán irreconocibles.
Lourdes fijó la mirada en la nieve que caía en el jardín que, más que un jardín, parecía un enorme campo.
–¿Cuántos empleados tiene?
–En este momento, catorce.
–Supongo que eso le convierte en el empresario con más empleados de Whiskey Creek.
Kyle rio para sí mientras apartaba el kétchup y los encurtidos para ver si había algo detrás.
Encontró… mantequilla. Genial.
–Es posible –respondió–. Pero eso no es decir mucho.
–¿Nació aquí?
–Sí.
¿Qué tal unas tostadas con huevos? No era una comida muy elaborada, pero tenía cantidad de mermelada casera que le había comprado a la pareja de Morgan, que preparaba conservas cada primavera y se las endilgaba a él cuando no podía venderlas en otra parte. Junto con un buen café y unos huevos fritos podía ser una cena sabrosa.
–¿Alguna vez ha pensado en irse? –le preguntó ella.
Kyle se irguió.
–¿De Whiskey Creek? No, la verdad es que no. ¿Por qué voy a querer irme?
–¿No se siente… demasiado limitado?
Pensó en Noelle. A ella sí se lo parecía. Pero él no era así. Le encantaba vivir allí, no podía imaginarse viviendo en ningún otro lugar. Noelle era la única razón por la que alguna vez había pensado en irse.
–No, mis padres viven en el pueblo y se están haciendo mayores. Como mi hermana y sus hijos viven en Pennsylvania, necesito estar cerca de ellos. No quiero dejarle toda la responsabilidad a mi hermanastro, Brandon. Además, me gusta la gente de aquí, el paisaje, la libertad. Lo de vivir en una gran ciudad, con el tráfico, el frío y la polución… eso no es para mí.
–Ya entiendo. Es un vaquero de corazón.
–No, un vaquero no. No sé montar a caballo ni lanzar el lazo. Ni siquiera tengo unas botas vaqueras, ni un cinturón. Pero, definitivamente, soy un hombre de pueblo –alzó el cartón de huevos–. ¿Le parece bien que prepare un desayuno para cenar?
Ella se apartó de la ventana.
–Ahora mismo podría comerme cualquier cosa.
–¿Por qué no paró a comprar algo cuando aterrizó en Sacramento?
Excepto porque no tenía mucho donde elegir, no le importaba invitarla a cenar. Pero teniendo en cuenta lo decidida que parecía a evitar los lugares públicos, ¿qué habría comido si se hubiera quedado en su casa aquella noche? Allí no había nada, aparte de algo de café que se le había ocurrido llevar. Le habían pedido que amueblara la casa, no comida.
–Debería haberlo hecho –admitió–. Pero tenía prisa. Como no había visto la casa, no estaba convencida de que fuera a ser conveniente para mi retiro y, en ese caso, no sabía adónde iba a ir. Pensé que debía ahorrar tiempo por si hacía falta un plan B.
–Supongo que tiene sentido –localizó la espumadera, pero entonces comenzó a preguntarse si debería darle otras opciones. No a todo el mundo le gustaban los productos de granja–. ¿Prefiere una sopa de lata? Tengo de tomate y de verdura.
–No, prefiero los huevos.
Kyle sacó una sartén.
–Buena elección.
Los huevos se inflaban y salpicaban mientras los hacía. Mientras esperaba a que terminara de hacerlos, Lourdes se acercó a la repisa de la chimenea para ver las fotografías que tenía allí enmarcadas.
–¡No me diga que ese es Simon O’Neal!
Kyle podía comprender su sorpresa. Simon era una de las estrellas más importantes de los Estados Unidos.
–Pues sí –le dijo–. Hace unos años, Gail, una de mis mejores amigas, abrió una agencia de relaciones públicas en Los Ángeles. Consiguió a Simon como cliente y, por resumir, se enamoraron. Ahora están casados y tienen tres hijos.
–¿Y los frecuenta?
–Viven en Los Ángeles, pero nos reunimos siempre que vienen al pueblo.
Lourdes continuó viendo las fotografías.
–Y el resto de las fotos son…
–Los de la izquierda son mis padres. Esos niños son mi sobrina y mi sobrino.
–¿Los hijos de esa hermana que vive en Pennsylvania?
–Sí. Vive allí desde que se casó hace unos años. Durante un tiempo, estuvo viviendo en una de mis casas.
–¿Y esas fotografías?
Kyle miró hacia donde Lourdes señalaba.
–Mis amigos.
–Tiene muchos amigos –dijo ella.
–Supongo que usted también.
–Los amigos nuevos no son lo mismo que los de siempre.
¿Se estaba refiriendo a la paradoja de ser famosa y sentirse sola?
–¿Echa de menos su hogar? –suponía que aquello explicaría los motivos por los que había regresado a las montañas de Sierra Nevada.
–Hay algo que echo de menos.
Kyle les dio la vuelta a los huevos.
–¿Y es?
Lourdes dio media vuelta y se dirigió hacia la mesa.
–Nada. No importa.
Lourdes disfrutó de la cena. Kyle, con el que ya había comenzado a tutearse, era un hombre con los pies en el suelo. No parecía afectarle el hecho de que fuera una mujer famosa. No era excesivamente solícito y se comportaba de forma muy natural. Aquello la ayudó a estar tranquila, a sentirse como en su propia casa después de haber pasado tanto tiempo en tensión. A lo mejor, como estaba acostumbrado a tratar con alguien más famoso que ella, no lo consideraba algo importante.
O a lo mejor era un hombre que se sentía cómodo en su propia piel. ¿Había conocido alguna vez a alguien que se sintiera más seguro de sí mismo? Debido a su trabajo, se encontraba con muchos hombres arrogantes. Y vanidosos. La vanidad era peor que la arrogancia. Pero Kyle era diferente. Parecía estar en paz consigo mismo y ella no podía menos que admirar su tranquila fortaleza, aunque apenas le conociera.
Era la calma en el centro de la tormenta, pensó, y sintió una chispa de emoción creativa. ¡Eso era! ¡Ahí tenía su primera idea! Escribiría una canción sobre cómo una persona podía convertirse en un puerto seguro para los otros en medio del caos y la confusión de la vida.
El hecho de tener ganas de escribir algo le levantó el ánimo. Era la primera vez que experimentaba aquel deseo desde que había terminado su último álbum.
–¿Por qué sonríes? –le preguntó Kyle.
Lourdes se puso seria.
–Por nada. Es solo que me gusta la sensación de estar llena. Y en un lugar caliente.
–Puedes subir el termostato si quieres –arqueó una ceja–. Pero yo tendría que irme a dormir al garaje.
Ella se echó a reír. Le tendió su plato, puesto que él estaba en el fregadero, y continuó quitando la mesa.
–Estás a salvo. La temperatura me parece perfecta.
–Me alegro de oírlo.
–Así que… estás soltero –le dijo mientras le llevaba las tazas.
A Kyle pareció sobresaltarle aquel comentario.
–Sí.
–¿Eres un soltero empedernido?
–No. Estoy divorciado.
Lourdes vaciló un instante antes de ir a buscar su zumo de naranja.
–¿Tienes hijos?
–No, y, teniendo en cuenta cómo es mi ex, es una bendición.
Lourdes quería seguir haciéndole preguntas, saber cuánto tiempo había estado casado, cómo había conocido a su esposa o si esta continuaba viviendo en el pueblo. También quería saber, aunque no se lo preguntaría, por qué no habían tenido hijos. Pero en ese momento vibró su teléfono sobre el mostrador, donde lo había dejado al llegar. Le había enviado a Derrick varios mensajes mientras estaba en el aeropuerto, y también cuando había llegado a Whiskey Creek, y seguro que aquella era su respuesta.
Por fin…
–Perdón –le dijo.
Agarró el teléfono y se dirigió a la habitación de invitados.
Kyle intentó ignorar la voz de Lourdes. Estaba susurrando, así que no podía distinguir lo que decía, pero lo hacía con tanta fuerza que la verdad era que atraía la atención hacia la conversación.
Estuvo a punto de encender el televisor. Fuera lo que fuese lo que tenía que decirle a Derrick Meade, y no había duda de que fuera él porque había pronunciado su nombre varias veces, no era asunto suyo. Pero percibió entonces las lágrimas en su voz y no pudo evitar detenerse a escuchar.
–Tienes que haber estado con ella… Entonces, ¿dónde has estado durante todo el día? Sabías que estaba intentando localizarte y siempre llevas el teléfono encima. Si pudieras te lo implantarías en la oreja. Eso es lo que no paras de decirme, pero no es lo que siento… ¿Y por qué continúas retrasando la boda? Antes de conocer a Crystal tenías mucha prisa… ¿Entonces lo que te ha hecho arrepentirte es lo que ha pasado a mi carrera? ¿Si no soy la mejor cantante de Nashville ya no estás interesado en mí?… Sí, lo entiendo, ¿pero qué otra cosa puedo pensar?… ¿Pero vas a venir aquí o no?… No importa. Adelante, haz todo lo que tengas que hacer por Crystal… ¡No, claro que no! Eres tú el que se está comportando de forma extraña. Olvídalo…. Yo también tengo muchas cosas que hacer. Estoy muy bien sin ti.
El repentino silencio le hizo pensar a Kyle que había colgado. Imaginó también que estaba llorando. A él así se lo parecía.
¿Debería llamar a la puerta e intentar consolarla? Él siempre había intentado arreglar todo cuando se estropeaba, y aquello incluía a las personas que formaban parte de su vida. Pero no creía que una actitud tan intrusiva fuera acertada en aquel caso. Apenas se conocían.
Dando por sentado que Lourdes preferiría estar a solas, puso el partido de fútbol del jueves. Con un poco de suerte, aquello le distraería y proporcionaría ruido suficiente como para apagar los sollozos de su invitada.
Pero quince minutos después, la puerta del dormitorio de invitados chocó contra la pared y Lourdes salió decidida del dormitorio.
–¿Kyle?
Kyle bajó el volumen del televisor y se volvió hacia ella. Sus ojos enrojecidos e hinchados dejaban claro que había habido lágrimas.
–¿Estás bien? –le preguntó.
Lourdes se secó las mejillas.
–En realidad, no, pero hace tiempo que no estoy bien.
–¿Qué te pasa?
–Es cosa mía, y me encargaré de ello, pero me estaba preguntando si podrías hacerme un favor.
Kyle bajó los pies de la mesita del café y se irguió en la silla.
–¿Qué clase de favor?
–Voy a hacerte una petición un poco extraña.
Aquello despertó el recelo de Kyle. Noelle siempre se acercaba a él con peticiones extrañas.
–Te escucho.
–Quiero pedirte que llames a mi mánager y le preguntes por Crystal Holtree.
–¿Quién es Crystal Holtree?
–Si todavía no lo sabes, lo sabrás el año que viene. Es otra cantante. La nueva niña mimada de Nashville. Derrick también se está encargando de su carrera.
–Y quieres comprobar si también se está encargando de algo más.
Lourdes respiró hondo, alzando el pecho.
–Sí.
–¿Estás segura de que quieres comprobarlo de esta manera?
–Mi corazón me dice que nunca me engañaría, pero mi cabeza me dice lo contrario. Me estoy volviendo loca, me siento insegura. Necesito saber si el problema es él… o soy yo.
Kyle se frotó la barbilla, como si estuviera pensando en su petición.
–Solo es una llamada de teléfono –insistió Lourdes.
–Pero él sabe quién soy yo.
–De acuerdo, solo es una llamada de teléfono y tendrás que fingir que eres otra persona.
–Como por ejemplo…
Lourdes extendió las manos.
–Robin Graham.
–¿Quién es Robin Graham?
–Nadie. Me acabo de inventar el nombre. Puedes decirle que eres Robin Graham de Country Weekly, o de la Country Music Television, y que te gustaría entrevistar a Crystal. Es lo único que tienes que hacer. Seguro que no quiere que Crystal se pierda esa oportunidad. Si está con él, le pasará el teléfono, y si le pasa el teléfono, es que me ha mentido.
–Pero él tiene mi número de teléfono. Lo puse en el anuncio de la casa.
Lourdes se mordió el labio inferior con un gesto de inseguridad.
–Si bloqueamos el número, no resultará creíble.
–Podríamos ir a la oficina. Tengo una línea extra de teléfono que no figurara con el nombre de mi empresa en un identificador de llamadas.
Lourdes se mostró más esperanzada.
–¿Te importaría?
En realidad, él no tendría por qué involucrarse en algo así. Además, estaba nevando con fuerza. Podía oír el viento sacudiendo la casa. Pero tenía un cuatro por cuatro, no tendrían que ir muy lejos y la tormenta no parecía ser tan terrible como había anunciado el pronóstico del tiempo, por lo menos, no mucho más que otras que habían caído en años recientes.
Además, podía sentir la inseguridad de Lourdes. A lo mejor Derrick Meade no la estaba engañando. A lo mejor podía aliviar su ansiedad y ayudarla a concentrarse en aquellas canciones que había mencionado. Lourdes parecía estar pasando una mala racha, aunque no en el mismo sentido que Noelle. Ella era una cantante de éxito. A lo mejor, en su caso, una pequeña ayuda podía suponer una gran diferencia.
–No me importa, pero… –miró el reloj–, en Nashville son cerca de las nueve. ¿No parecerá un poco raro que haga una llamada de trabajo tan tarde?
–No si es de un periodista con prisa intentando cumplir con la fecha de entrega de un trabajo.
–De acuerdo –contestó–. Vamos.