CUANDO Hannah llegó al aparcamiento del instituto, la banda de la escuela tocaba ya su primera canción. Prácticamente todo Dundee acudía a esos partidos, por lo que Brent y ella tuvieron que hacer cola para entrar, pero no le importó. Faltaban unos minutos para que empezara el encuentro y le gustaba la atmósfera. Olía a perritos calientes y a nachos y las animadoras bailaban en el campo con sus uniformes de color rojo y dorado. Tiffany Wheeler estaba delante de todas y Hannah la miró y comprendió por qué le gustaba a Kenny. Tenía un bronceado dorado, pelo largo rubio y piernas bonitas.
Cuando pagó los billetes de entrada, tomó a Brent de la mano y se abrió paso hacia las gradas, sonriendo y saludando por el camino a la gente que conocía.
—¡Hannah! ¡Brent! ¡Aquí!
La joven miró las gradas donde se sentaba su ex marido con Donny, Patti y la familia de ésta.
—¿Vamos a sentarnos con papá? —preguntó Brent.
Hannah no podía creerlo, pero Russ se portaba como si lo del sábado no hubiera ocurrido.
—¿Mamá? —insistió Brent.
Ella le sonrió.
—Claro que sí —empezó a subir las gradas, pero de pronto no le apeteció nada tener que lidiar con Russ, Patti y Donny, sabiendo que seguramente habían pasado mucho tiempo hablando de Gabe y ella—. Ve tú —dijo al niño—. Yo voy a comprar una chocolatina.
—¿Para mí también?
Brent sonrió y siguió subiendo las gradas. Hannah esperó hasta que lo vio con su padre y se alejó. Un trecho más allá miró hacia el campo. Gabe estaba sentado en su silla de ruedas, tan guapo como siempre con un jersey negro y pantalón caqui. Al parecer, había dejado a Lazarus en casa, pues no estaba por allí.
Al fin anunciaron el comienzo del partido por los altavoces. Hannah fue a comprar las chocolatinas y se abrió paso por las gradas hasta donde estaba su ex marido y la familia de éste.
—Hola —dijo—. Pasó una chocolatina a Brent y contuvo el aliento al ver a Kenny saltar al campo.
La primera serie de downs no fue bien. Los Espartanos intentaron correr tres veces, pero no pasaron de las tres yardas. Después Kenny hizo un lanzamiento y se lo interceptaron.
Hannah frunció el ceño.
—Ni siquiera hemos conseguido un primer down —dijo cuando le llegó el turno al otro equipo.
—Se lo decía a Patti, que estaba sentada entre ella y Russ con Joseph, su marido, justo detrás, pero fue Russ el que contestó.
—No te hagas ilusiones; creo que los Espartanos van a hacer un mal partido.
—¿Por qué? —preguntó ella, irritada por la predicción.
—Los Gatos Salvajes son muy buenos esta temporada.
—Kenny también.
—No es por Kenny, es por el entrenador —replicó él.
—¿Estás diciendo que vamos a perder? —preguntó Hannah.
—Sí, eso es lo que digo —la miró con dureza—Y será gracias a Gabe.
—Yo también creo que vamos a perder —comentó Patti.
—Os apuesto lo que queráis a que no —repuso Hannah con frialdad.
Russ sonrió al ver que la defensa de los Espartanos cedía quince yardas en una jugada.
—¿Qué quieres apostar?
Hannah pensó un momento.
—Uno de mis panes caseros a cambio de tu fin de semana con los chicos.
—No me interesa.
—Te encanta mi pan casero.
—No es eso lo que quiero.
El quaterback de los Gatos Salvajes ganó otras once yardas, pero Hannah se negaba a desalentarse por eso.
—¿Qué quieres?
—Una cita.
Ella dio un respingo.
—Bromeas, ¿no?
—No, Patti no deja de decirme que debería intentar conquistarte otra vez y eso es lo que pienso hacer.
Patti sonrió.
—Yo creo que sería maravilloso para todos que pudierais entenderos.
Los Espartanos hicieron entonces su primera jugada buena y la multitud aulló de entusiasmo. Hannah saltó y aplaudió con todos.
—¿Cuánta confianza tienes en este equipo? — insistió Russ.
—Mucha —contesto ella.
—¿Aceptas la apuesta?
—Porque sabes que tu niño bonito no está a la altura del trabajo —la provocó él.
Hannah respiró hondo y levantó la barbilla. Gabe y Kenny ganarían el encuentro. Estaba segura.
—Está bien —dijo—. Acepto la apuesta.
El marcador estaba 14 a 0, faltaban sólo treinta segundos de la primera mitad y Gabe observó a Fred Mendoza hacerse con la pelota, pero Moose Blaine no pudo bloquearlo y los Espartanos perdieron de nuevo.
Gabe movió la cabeza. Su equipo no había ganado más de veinte yardas en una sola jugada. Estaba viendo lo que no quería ver y no tenía dudas de que Blaine se hallaba detrás de aquello.
—No juegan como en el entrenamiento —dijo Buzz Smith a su lado.
—Creo que ha llegado el momento de buscar sustitutos.
—No sé si queremos hacer eso todavía —objetó Buzz—. Es su primer partido. Hay que darles ocasión de sacudirse la pereza.
Gabe no le había dicho nada de Blaine porque era un problema que pensaba resolver ese mismo día. Decidió que ya había esperado bastante. Había dado tiempo de sobra a los jugadores y no habían hecho lo que debían. Varios de ellos tenían que estar confabulados con Blaine. Seguía sin saber si Kenny estaba en el grupo o no, pero Gabe se sentía tentado a retirarlo aunque no fuera así. No contaba con protección suficiente y no quería ponerlo en peligro.
—Sígueme la corriente —le dijo a Buzz. Y empezó a decir nombres.
—Colin, sustituye a Moose. Manny, tú entras de defensa.
Miró a Blaine y vio que sonreía. Gabe volvió la vista al campo malhumorado. No quería perder y menos así.
Al final del primer tiempo, los Espartanos salieron del campo con la cabeza baja. Gabe pensó que no los estaba derrotando el otro equipo, sino ellos mismos.
Owens y Blaine corrían con el equipo.
—Ve delante —pidió Gabe a Buzz.
Cuando se acercaba a los espectadores de primera línea, oyó reír a una mujer y comentar que el gran Gabriel Holbrook no parecía tener aptitudes de entrenador. Reconoció la voz de Deborah, quien estaba de pie en la verja.
—Intenté avisarte de que tendrías problemas con el equipo, pero estabas demasiado ocupado con Hannah para molestarte en hablar conmigo —le dijo.
Gabe no le hizo caso.
—Gabe...
Una mano fuerte y familiar le apretó el hombro junto antes de que entrara en los vestuarios. Era su padre.
—¿Sí?
—Tienes que hacer algunos cambios, ¿eh?
¿Ahora intentaba decirle cómo entrenar?
—Algunos.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé todavía.
—Mucha gente sacaría a Price.
—Lo que pasa no es culpa de Kenny. No tiene protección.
—¿Vas a seguir con él?
—Puede. Sé que es capaz de hacerlo.
Garth metió las manos en los bolsillos y asintió.
—Sigue tu instinto. Tú sabes lo que haces. Queda mucho tiempo.
Gabe comprendió de pronto por qué estaba allí. Para ofrecerle su apoyo. Su padre quería que ganara. Reenie tenía razón. Independientemente de aquel incidente de veinticuatro años atrás, su padre siempre había estado a su lado y les había proporcionado unos cimientos sólidos.
—Tengo que entrar —musitó.
—Bien —repuso Garth.
—¿Papá?
—¿Sí?
—Gracias.
Su padre sonrió y asintió con la cabeza.
—Ve a por ellos.
Hannah permaneció en su asiento durante el descanso.
—¿Adónde quieres ir en nuestra cita? —preguntó Russ—. Podemos dejar a los niños con Patti e ir a algún sitio el fin de semana.
—Los Espartanos todavía no han perdido —repuso ella—. Y una cita no dura todo un fin de semana. Si pierdo yo, como mucho iremos al cine con los chicos.
El rostro de Russ se ensombreció.
—Es por Gabe, ¿verdad? La gente tiene razón. Te acuestas con él.
Hannah miró rápidamente a Brent y la alivió ver que charlaba con sus primas y no escuchaba. Pero Patti se inclinó más, ansiosa por escuchar su respuesta.
Su primer impulso fue negarlo. Hasta que recordó el consejo de Gabe sobre los chismorreos.
—Sí —repuso—. Y es fabuloso en la cama.
Era la verdad más grande que había dicho en su vida. Patti abrió mucho los ojos y Russ dejó caer la mandíbula.
—¿Quieres decir que la madre de mis hijos, la mujer a la que he conocido toda mi vida, es una fulana barata?
—Russ... —le advirtió Patti, que temía que lo oyeran los niños.
Hannah lo miró a los ojos y sonrió.
—No, quiero decir que estoy enamorada de Gabriel Holbrook y no me importa quién lo sepa.
—Te está utilizando para vengarse por lo que le hiciste —dijo su ex marido.
—Cometes un error —le advirtió Patti—. No podrás retenerlo.
Hannah miró el campo vacío.
—Eso no cambia nada.
Kenny estaba apoyado en las taquillas y escuchaba a Owens reñir al equipo.
—¿Se puede saber qué os ha pasado? —gritaba éste—. ¿Queréis que se burlen de todos nosotros?
Algunos chicos negaron con la cabeza y murmuraron una respuesta, pero la mayoría miraba al suelo en silencio.
Después de Owens, le tocó el turno a Blaine y Kenny ni siquiera pudo mirarlo. Lo odiaba, no le gustaba cómo había dividido al equipo y le gustaba menos aún que fueran ganando los malos. Él no conseguía influir en el juego por mucho que lo intentaba.
—Hace pocas semanas que perdimos al entrenador Hill —dijo Blaine—. No es raro que haya un retroceso... — siguió hablando sin decir nada.
Al fin le tocó e turno a Gabe, pero no habló de inmediato. Se quedó sentado en la silla y esperó hasta que todos lo miraron. Cuando hubo un silencio absoluto, preguntó:
—¿Cuántos de vosotros pensáis que esto es sólo un juego?
Unos pocos chicos levantaron la mano.
—Pues estoy aquí para deciros que no es sólo un juego —continuó Holbrook. Lanzó una mirada acerada a los chicos—. Esta tarde no. ¿Y por qué? Porque la vida está hecha de cosas pequeñas, de decisiones que tomamos todos los días. Así vamos construyendo lo que somos.
Miró a los mellizos, que tan poco habían apoyado a Kenny.
—La vida es tener coraje y cumplir siempre con tu parte. Es intentarlo de verdad. Nada más importa. ¿Entendéis?
Nadie contestó.
—¿Entendéis? —repitió.
Kenny no pudo evitar asentir con la cabeza.
—Price, explícaselo a los otros.
Kenny carraspeó. No le gustaba aquella posición, sobre todo porque se sentía culpable por haber sentido tentaciones de fallarle a su equipo. Pero la mirada de victoria de Blaine indicaba que creía que tenía atrapado a Holbrook y Kenny sabía que tenía que decir algo.
—Es nuestro momento de definirnos —dijo—. Aquí es donde nos demostramos a nosotros mismos y a los demás quiénes somos en realidad y de qué estamos hechos.
—No es ninguna vergüenza perder alguna vez — intervino Blaine—. El otro equipo...
—Aquí no se trata de ganar o perder —lo interrumpió Holbrook—. Se trata de carácter. Hay dos clases de hombres, los fuertes, que permanecen fieles a su brújula interna pase lo que pase, y los débiles, que se dejan influir fácilmente y acaban privándose a sí mismos de todo lo que pueden ser.
—Eso se lo oí una vez al entrenador Hill —dijo Brandon Joseph.
Gabe sonrió.
—Yo también... hace veinte años. Y sé que, si estuviera hoy aquí, diría lo mismo. Bien, ¿qué me decís? ¿Qué clase de hombres queréis ser vosotros? ¿Vais a ser leales a vuestro equipo, a los demás jugadores, al entrenador Hill y a mí?
—Yo sí —gritó Dookie Howser.
—Yo también —gritó otro. Y la respuesta no tardó en convertirse en un coro.
Kenny vio que los mellizos se miraban y lanzaban una mirada incómoda al entrenador Blaine. Moose se puso en pie.
—Lo siento, entrenador —dijo. Bajó la cabeza—Yo no merezco jugar porque no he hecho todo lo que he podido. Pero espero que me saque en el segundo tiempo y me deje compensar por ello.
Blaine enrojeció al oír a su primo.
—Nadie debería pasar a tu lado, eres demasiado bueno, Moose —Holbrook miró a Kenny—. Tú eres el capitán—. ¿Qué puedo esperar de ti en la segunda mitad?
Kenny lo miró a los ojos. Tal vez el entrenador no estuviera allí al año siguiente y él no volviera a jugar al fútbol, pero ese día jugaría por un hombre al que podía respetar.
—Haré todo lo que pueda —declaró.
—Te creo —repuso Holbrook—. Creo que todos os vais a entregar a fondo. Y ahora salid ahí y demostrádmelo.