EL ARROZ estaba muy pegado. Hannah miró nerviosa el reloj y pensó si tendría tiempo de hacer otro. Era la primera vez que le pasaba eso. Y se suponía que el arroz era la parte más fácil.
Por lo menos el pollo sabía bien. Y las verduras hervidas y el pastel de café también.
Estaba cortando éste cuando oyó un coche delante de la casa y comprendió que se le había acabado el tiempo. Miró el arroz con una mueca y corrió a la ventana. Kenny salía de la furgoneta de Gabe. Su hijo se echó la bolsa al hombro y se dirigió a la casa con la cabeza baja.
—¿Qué te pasa? —le preguntó ella en cuanto entró.
—Nada. ¿Tienes su comida lista?
—Sólo me falta guardarla —repuso ella.
Corrió a la cocina y lo guardó todo en una bolsa de la compra. Kenny estaba esperando la bolsa, pero ella pasó a su lado.
—Ya se la saco yo.
Cuando llegó a la furgoneta, él bajó la ventanilla y Lazarus, en el asiento de al lado, levantó la cabeza con interés y olfateó la comida.
—Hoy toca pollo con limón y arroz —anunció ella—. Pero me temo que el arroz no ha quedado muy bien.
—No importa, gracias —él tomó la bolsa.
—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —preguntó ella.
—Bien, supongo.
Hannah admiró su mandíbula fuerte y su nariz recta, las pestañas largas y negras que enmarcaban sus ojos claros.
—¿Kenny está preocupado? —preguntó.
—Ha tenido un mal día.
—¿En qué sentido?
—No tenía buena puntería.
—Hablaré con él.
—No seas muy dura. Para un equipo es duro perder al entrenador. Todo estarán mejor en cuando se adapten.
—Si tú lo dices...
—Quería traerte la silla hoy pero se me ha hecho tarde. Te la traeré mañana.
—No hay prisa.
—De acuerdo. Gracias por la comida.
—De nada. Y ah... tengo que hacerte la foto para el anuario del instituto —comentó ella.
—Antes se encargaban los alumnos del anuario.
—Yo hago las fotos del equipo —explicó ella—. Y por la mañana estoy ocupada, pero puedo cocinar por la tarde y llevarte la cena yo. Me gustaría fotografiarte allí.
—¿No quieres una de todo el equipo?
—La hice antes de que muriera el entrenador Hill y creo que la van a dejar así en honor a él, pero quieren incluir también una tuya con una pequeña introducción sobre tus logros.
—¿Y ya has terminado con todas las demás?
—Sólo faltas tú.
—¿Y no puedes usar una foto antigua? Hace tiempo que no me corto el pelo.
—Si tienes alguna que prefieres que use, dámela cuando vaya. Pero quiero entregarlas todas esta semana.
Él vaciló todavía un segundo.
—Está bien. Pero si al final no tienes tiempo de venir, avísame. Podemos dejar la cena para otro día y le puedo dar una foto a Kenny.
—Me apetece ir. Me sentará bien dar una vuelta. Y me llevaré la cámara por si acaso.
Lo despidió con la mano y volvió a la casa. Quería ayudar a Gabe a salir de su reclusión, pero antes tenía que lidiar con Kenny.
Antes de entrar por la puerta, se encontró con él, que salía.
—¿Adónde vas?
—No lo sé. A lo mejor a dar una vuelta con Tuck.
Hannah lo miró preocupada. El comportamiento de su hijo había cambiado a lo largo del fin de semana.
—Dame un respiro, mamá. Quiero estar solo un rato —se alejó hacia la calle.
El chico se volvió.
—Sólo es un juego, ¿vale? —le recordó ella.
Kenny movió la cabeza como para indicar que ella no podía entenderlo.
—Sí, claro. Díselo a papá.
Hannah miraba el teléfono de su escritorio. Tenía que enmarcar unos retratos que acababan de llegar, pero el calor del verano hacía que se sintiera perezosa. Y no podía dejar de pensar en Kenny... y en Gabe. Tenía miedo de que su ex cuñada tuviera razón y este último hubiera pasado ya el punto de no retorno. Ella quería seguir el ejemplo de Mike y sacarlo de vez en cuando de su cabaña, ¿pero cómo?
Tamborileó en la mesa con los dedos y decidió que lo mejor sería conseguir que volviera a salir con mujeres y mostrarse más en público. Pero para eso tenía que encontrar la mujer capaz de interesarle. Dundee no era Nueva York precisamente, pero había unas cuantas solteras. ¿Cuál de ellas era lo bastante atractiva y divertida para él?
Inmediatamente pensó en Ashleigh Evans. Era perfecta. Poseía un cuerpo que podía rivalizar con el de Pamela Anderson, por lo que quizá podría atraer a un hombre como él lo suficiente para que salieran a cenar un par de veces. Y parecía que le gustaba mucha gente pero no se comprometía con nadie, por lo que era improbable que sufriera mucho. Además, era peluquera, por lo que tendría una buena excusa para llevarla a la cabaña.
Marcó su número con una sonrisa y contestó una mujer, seguramente su compañera de piso.
—¿Está Ashleigh? —preguntó Hannah.
—Un momento —a pesar de que sonaba música alta de fondo, Hannah pudo oír a Ashleigh reír y hablar antes de acudir al teléfono.
—¿Sí?
—Soy Hannah Price.
—Hola. ¿Qué pasa?
—Te llamo para preguntarte si puedes venir mañana conmigo a la cabaña de Gabe Holbrook.
Hubo un silencio sorprendido.
—¿Te vas a la cabaña de Gabe?
—Me ha contratado para que le haga algunas comidas ahora que trabaja de entrenador —dijo Hannah para no complicarse mucho con explicaciones.
—¿Y te ha pedido que me lleves a mí? —preguntó la otra esperanzada.
Hannah no quería engañar a Ashleigh. No pretendía buscarle una relación física torrencial a Gabe; sólo quería generar el interés suficiente para que recuperara una vida normal.
—No, se me ha ocurrido a mí. Necesita un corte de pelo.
—Oh, un corte de pelo. Ahora lo entiendo. Es muy guapo, pero a mí no me ha mirado nunca. Normalmente prefiere que le corte el pelo Rebecca.
Hannah captó la decepción de su voz e intentó animarla.
—No mira a nadie, pero necesita amigos. Distracciones, compromisos sociales. Y tú tienes mucha vida social, ¿no?
—Supongo. Y estaría dispuesta a ayudarlo, pero él no hace nada por su parte, ¿de acuerdo? No responde.
—Quizá por el momento no debamos esperar mucho de él. Necesita gente divertida y extrovertida. Todos nos hemos retraído mucho con él, incómodos por lo que le pasó. Sobre todo yo, que fui la culpable. Pero creo que es hora de dejar de disculparse, sentirse mal y esperar a que se recupere. Creo que es hora de actuar.
—Eso me gusta —repuso Ashleigh.
—Bien. Vamos a ayudarlo.
—Está bien. ¿A qué hora pasarás a buscarme?
—A las cinco y media. ¿Te viene bien?
La otra vaciló un momento.
—¿Hannah?
—¿Sí?
—¿Crees que...?
—¿Qué?
—¿Crees que todavía puede hacer el amor?
Hannah pensó que no le importaría descubrirlo de primera mano, pero enseguida reprimió ese pensamiento. Hacía seis años que no se acostaba con nadie y empezaba a sentirse vieja, pero tenía que pensar en sus hijos. Era demasiado arriesgado salir con otro hombre. Si volvía a quedarse embarazada o tomaba otra mala decisión...
—No sé —repuso.
No dijo que un día había buscado en Internet y había descubierto que la capacidad de un paralítico para hacer el amor dependía del tipo de lesión medular que tuviera. También había aprendido que los nervios que controlan la erección están situados en los segmentos sacros. Y según los periódicos y lo que había oído por el pueblo, la medula espinal de Gabe no se había cortado entera y la herida estaba tan baja que seguramente le permitiría hacer el amor como los demás hombres. Pero también existía la posibilidad de que no pudiera.
—No buscamos ese nivel de intimidad, Ashleigh.
— Sólo era una pregunta.
—Bueno, si las cosas llegaran a eso, tiene muchas partes del cuerpo que sí funcionan y seguro que sabe usarlas.
Ashleigh soltó una risita.
—Eso es verdad.
—No olvides tus tijeras, ¿de acuerdo?
Era cierto que Gabe llevaba el pelo bastante largo. A ella no le habría importado fotografiarlo así, pero dejarle el pelo así se contradecía con su plan. Quizá no pudiera ayudarlo a volver a andar o a volver a la NFL, pero haría lo imposible por verlo llevar una vida más feliz.
—Será genial —dijo la peluquera—. Me encantan los retos.
Hannah sentía el mismo entusiasmo. Y esperaba en que al día siguiente se sintieran igual de optimistas. Porque no iba a ser fácil derribar las barreras de Gabe.