EL DÍA se había quedado caliente y seco. El calor golpeó a Gabe cuando abrió la puerta de la furgoneta. Sacó la silla a la acera y se sentó. Sentía que lo miraban desde el campo de fútbol. Hasta las animadoras que practicaban delante del gimnasio se pararon a mirar cuando salió.
Tomó la carpeta del equipo del asiento de atrás, la colgó en el respaldo de la silla, silbó a Lazarus y empujó la puerta de la verja.
El perro, animado por la promesa de actividad, corría en círculos a su alrededor. Gabe estaba bastante seguro de que el entrenador Hill nunca había llevado un perro a los entrenamientos, pero no le importaba. Si a la Junta Escolar no le gustaba, podían despedirlo. Él no había pedido aquel trabajo.
El entrenador Owens se acercó en cuanto lo vio. Se encontraron en la pista de carreras que rodeaba el campo.
—Hola, entrenador. Hacía mucho tiempo.
Entrenador... Gabe se preguntó si le costaría mucho acostumbrarse a su nuevo título.
—Gracias. Yo también me alegro de verte.
La artritis de Owen había avanzado y distorsionaba sus manos, pero su sonrisa no mostraba ninguna hostilidad, ni siquiera al mirar a Lazarus, y Gabe decidió que seguía siendo tan abierto y amable como siempre.
Blaine, por supuesto, era otra historia. Estaba de pie en el extremo más alejado del campo con un silbato en la boca y los brazos en jarras. Miró a Gabe de hito en hito, pero éste se negó a dejarse intimidar por un hombre que ni siquiera era capaz de controlar su temperamento. Él lo había visto arrojar a jugadores contra las taquillas, lanzar un balón a la nuca de un hombre y tirar una carpeta al otro lado de la estancia. A él le había metido una vez la cabeza debajo del agua por no hacer la jugada que le había marcado. No importaba que Gabe hubiera interpretado bien la defensa contraria y supiera que la jugada de Blaine estaba equivocada. Y tampoco importaba que hubiera ganado el partido con aquella jugada. Sólo importaba que todos sabían que no había hecho lo que decía Blaine y a éste no le gustaba que le quitaran protagonismo.
Teniendo en cuenta su falta de control, era un milagro que siguiera entrenando en el instituto, pero llevaba tanto tiempo allí que seguramente todos lo consideraban ya una parte inevitable del equipo.
Gabe miró a los chicos, que se habían vuelto hacia él con expectación. Curiosamente, sus rostros estaban ya sucios de tierra y sudor, como si llevaran tiempo practicando.
—¿Llego tarde? —preguntó.
Owens se tensó visiblemente.
—No. Es sólo que el entrenador Blaine quería empezar hoy pronto.
Gabe observó a los aproximadamente cuarenta chicos que lo miraban con curiosidad.
—¿Llamó a todos esos chicos para que vinieran temprano hoy?
Owens se secó el sudor de la frente con la toalla que llevaba al cuello.
—Yo empecé la lista de llamadas y los chicos la fueron siguiendo.
—¿Y a nadie se le ocurrió avisarme a mí?
—Supongo que todavía no estás en la lista.
—Pues ponme en cabeza. A partir de ahora seré yo el que empiece las listas de llamadas.
—De acuerdo, entrenador. Lo que tú digas.
Era evidente que Blaine ya había iniciado las hostilidades para ver hasta dónde podía llegar. Gabe no cedería ni un centímetro ahora si no quería encontrarse el doble de resistencia más adelante.
—¿Y te importa decirle al entrenador Blaine que quiero hablar con él, por favor?
Owens vaciló un momento, pero hizo lo que le decía. Los chicos, Gabe y algunos padres sentados en las gradas lo vieron acercarse a Blaine y hablar con él. Blaine se acercó entonces despacio.
—¿Querías verme, Gabe?
Éste esperó a que se acercara porque no tenía intención de anunciar públicamente que ya tenían problemas el primer día de entrenamiento.
—Bueno, Melvin, parece que no se me ha comunicado que había un cambio en el horario del entrenamiento.
Blaine sonrió.
—No vi la necesidad de que vinieras temprano. No sabía lo flexible que podías ser con... —miró la silla—. No estaba seguro de tu horario y sabía que Owens y yo podíamos encargarnos solos.
Gabe apretó la silla con fuerza. Recordó de nuevo la mano de Blaine en su nuca cuando le lavaba la cabeza debajo del agua. Él tenía entonces dieciséis años y Blaine unos cuarenta. Pero cuando el pánico se apoderó de él, se revolvió y tiró al entrenador al suelo. Todavía no sabía lo que habría ocurrido si el entrenador Hill no llega a entrar en aquel momento en los vestuarios.
Ahora respiró hondo.
—Está bien por hoy, pero más vale que no vuelva a ocurrir. ¿Hablo claro?
Hablaba tranquilo y una expresión tan agradable que el otro tardó un momento en asimilar sus palabras.
—No pensaba que...
—La próxima vez no pienses. Así lo harás mejor.
En la barbilla de Blaine se movió un músculo. Aparte del color del pelo, que se había vuelto gris, seguía igual que cuando entrenaba a Gabe.
—Owens y yo hemos hecho esto desde que tú ibas en pañales —siseó.
—Sí, y ahora estoy en silla de ruedas —repuso Gabe—. Pero eso no va a cambiar nada.
Blaine no dijo nada. Gabe tampoco. Era un forcejeo silencioso de voluntades. Blaine tenía que entender que, con silla o sin ella, Gabe era tan competitivo como siempre. No había pedido aquel trabajo, pero ahora que estaba allí, no permitiría que nadie lo espantara.
—Seguro que traer un perro al entrenamiento va contra las normas de la escuela —dijo Blaine al fin. Gabe se encogió de hombros.
—Presenta una queja.
—Distraerá a los chicos.
—Se acostumbrarán.
Blaine apretó los labios, pero no dijo nada.
—Si no tienes más preguntas, creo que esto es todo —comentó Gabe—. Llama al equipo. Quiero hablar con ellos.
Kenny había esperado con impaciencia la nueva temporada de fútbol americano desde que terminara la anterior. Le daba algo en lo que centrarse que no tenía nada que ver con su vida personal. Pero el entrenamiento de ese día había sido tenso, Kenny no había visto a Blaine tan molesto en mucho tiempo.
—¿Quieres que te lleve? —le preguntó Matt Rodríguez, cuando salieron de los vestuarios.
—No, gracias —Kenny dejó sus cosas en el suelo y se sentó en el bordillo, al lado de la valla que rodeaba el campo.
—¿Viene tu madre? —preguntó Matt.
—Mi padre —lo que implicaba que tendría que esperar. Su padre siempre llegaba tarde.
Matt sacó las llaves del coche de su bolsa deportiva.
—Hasta mañana.
—Adiós.
Kenny lo miró con envidia subir a una camioneta vieja. Él también tenía carné, pero no coche. Su madre no podía prestarle el Volvo porque lo necesitaba para ir a hacer fotos y sabía que no podía esperar que su madre lo ayudara a comprar uno, aunque fuera uno viejo. Russ Price tenía suerte de tener un coche para él.
Lanzó una piedra al aparcamiento y apoyó la espalda en la valla. Pensó en el fin de semana. La idea de pasarlo en la caravana de su padre no lo atraía nada. Y seguía enfadado con Russ por haber dejado la película porno al alcance de Brent.
El ruido de un coche le hizo levantar la vista.
—¿Te llevo? —Tiffany Wheeler, una de las animadoras, le sonrió desde el interior de su Escarabajo verde.
—No, gracias. Estoy esperando.
—¿Esta noche irás al baile?
Kenny titubeó. Estaba casi seguro de que le gustaba a Tiffany, lo cual era un gran cumplido, teniendo en cuenta que era un año mayor y que muchos chicos iban detrás de ella. Pero no podía ir al baile porque no quería dejar a su hermanito a solas con su padre. No podía estar seguro de que Russ no se fuera a beber y dejara a Brent solo en casa.
—Esta vez no.
—¡Oh! —la expresión de ella parecía decepcionada—. Está bien. Que te diviertas con lo que quiera que hagas —dijo.
Haría de canguro, lo cual no tenía nada de divertido. Pero él era la única protección de Brent cuando no estaban con Hannah. Y si le contaba a su madre las cosas que ocurrían en casa de su padre, ella volvería a pedir la custodia completa en los tribunales y Kenny no quería que ocurriera eso. Las batallas legales aterrorizaban a todo el mundo, sobre todo a Brent, que quería mucho a Russ a pesar de todo.
Kenny también quería a su padre, pero le habría gustado que fuera capaz de organizar su vida y enorgullecerse un poco más de sí mismo.
—Hasta luego —dijo.
Media hora después, el entrenador Blaine pasó a su lado sin decir nada. El entrenador Owens, que apareció cinco minutos después, le dijo adiós.
Al ver que se acercaba el entrenador Holbrook con su perro, el chico se puso en pie.
—¿Sí, señor?
Holbrook lo observó un momento.
—¿Te llevo a algún sitio?
Kenny miró la entrada del aparcamiento con la esperanza de ver el viejo Jeep de Russ, pero la entrada y la calle estaban vacías.
—Mi padre probablemente esté en camino.
Gabe enarcó las cejas.
—Eso de «probablemente» me preocupa.
Kenny intentó dar más convicción a su voz.
que llega en cualquier momento.
—¿Y si no viene?
—Iré andando —dijo el chico, aunque había cinco kilómetros hasta su casa, estaba ya agotado y hacía mucho calor.
Holbrook miró su reloj.
—¿Le dijiste a qué hora terminabas?
Kenny le había dicho que terminaba media hora antes de lo que en realidad terminaba, una estrategia con la que a veces conseguía acortar la espera.
—Lleva casi una hora de retraso.
—Supongo que estará ocupado.
Gabe apretó los labios.
—Vamos. Yo te llevo.
El chico recogió sus cosas y lo siguió de mala gana por el aparcamiento. Cuando Gabe empezó a salir de su silla, vaciló. ¿Debía ayudarlo y cargar la silla?
El hombre debió de percibir su titubeo.
—Está todo controlado —dijo con brusquedad.
Kenny se disponía a subir a la furgoneta detrás del perro cuando su padre aparcó por fin a su lado.
—¿Qué pasa? —gritó Russ desde el Jeep—. ¿Hoy ha terminado antes el entrenamiento?
Kenny no contestó. Tomó sus cosas.
—Ha llegado mi padre —dijo—. Gracias, entrenador.
—Eh, Brent, ¿has visto eso? Es Gabe Holbrook —dijo Russ—. ¿Sabías que fue mejor jugador del país dos años seguidos?
Hasta Brent parecía temeroso de que su padre los pusiera en evidencia.
—Abróchate el cinturón —dijo Kenny a su hermano.
—¿Ahora entrenas al equipo? —preguntó Russ.
Holbrook se sentó al volante antes de contestar.
—Sí.
Russ miró a Kenny con aire acusador.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—No te he visto desde que ha ocurrido —repuso el chico.
Rezó para que su padre se pusiera en marcha de una vez, pero Russ no lo hizo.
—Tengo que admitir que eso me pone algo nervioso —dijo—. Este chico tiene talento. Tú no la vas a tomar con él por lo que hizo Hannah, ¿verdad? Kenny no tuvo nada que ver con que acabaras en silla de ruedas. Y es el mejor quaterback que tienes. Debería ser el capitán.
Kenny sintió que se ruborizaba. Gracias a su padre, seguro que acababa en el banquillo. ¿Por qué tenía que meterse en eso?
Gabe miró a Russ con frialdad.
—Tú preocúpate de tu trabajo como padre de Kenny —dijo—. Yo me preocuparé del mío como entrenador.
Cerró las puertas y salió del aparcamiento.
Russ movió la cabeza.
—Ese tipo va a ser un problema, seguro. Tenemos que invitar a una copa al entrenador Blaine.
Gabe miró su reloj. Pensó que, antes de volver a casa, seguramente debería ir a ver a su madre. No lo hacía a menudo porque no quería encontrarse con su padre. Pero había sesión en el Senado, por lo que seguramente Garth no andaría por allí.
Aparcó delante de la casa de sus padres. Aunque su madre no tenía la culpa del lío que había terminado con una medio hermana que Gabe no quería, lo molestaba que se empeñara en mostrarse tan comprensiva con el tema. ¿Cómo podía recibir a Lucky en la familia después de lo que había hecho Garth?
—¡Gabe! —su madre abrió la puerta antes de que él llamara.
Lazarus se adelantó y la mujer le acarició la cabeza.
Después del accidente, sus padres habían contratado a un albañil para que instalara una rampa. En cuanto Gabe llegó arriba, su madre lo besó en la frente.
—Hola, mamá. ¿Qué tal?
Tenía buen aspecto. Había engordado unos kilos y su pelo moreno empezaba a ralear. Pero el brillo de sus ojos azules siempre la hacía parecer guapa.
—Muy bien. Me alegro mucho de verte.
—Estaba en el pueblo y se me ha ocurrido pasarme.
—Me alegro. Entra a tomar algo. Tu padre sentirá no haber estado aquí.
Gabe se detuvo un momento antes de cruzar el umbral. Su madre siempre intentaba arreglar las cosas entre su padre y él.
—No empieces, mamá.
La mujer sostuvo la puerta abierta y Lazarus entró delante. Celeste lo llevo a la cocina, donde sirvió un vaso de té helado a Gabe, pero no cambió de tema.
—Gabe, ¿cuándo vas a superar esa historia de Lucky? No soporto cómo está afectando a tu padre. Quiero recuperar a mi familia.
—¿Una familia que incluya a Lucky?
—¿Por qué no? Ella es tan inocente como tú.
A cierto nivel, Gabe estaba de acuerdo. Pero la situación era demasiado abrumadora para lidiar con ella en ese momento.
—Yo no pretendo hacerle daño, sólo quiero que me dejen en paz a mí. Vive y deja vivir.
—Ella pregunta mucho por ti.
—Mamá...
—Y tu padre...
Gabe dejó el vaso en la encimera con fuerza.
—¿Te preocupa papá? Él tiene la culpa de todo.
—Tienes que valorar su vida entera —dijo ella con gentileza—. No medirlo todo por un error. Todo el mundo puede cometer un error.
Tal vez sí. Y en otro momento, quizá él se hubiera tomado aquello de otro modo. Pero se había enterado de la aventura de su padre y de la existencia de su medio hermana cuando su vida empezaba a hundirse bajo él. Creía que su padre era la única persona en la que siempre podía confiar... hasta que Garth le hizo aquella terrible confesión.
—Tuvo una aventura con la prostituta más notoria del pueblo, mamá. Peor aún, tuvo un hijo con ella —hizo una mueca—. Y yo hice campaña por él y recaudé fondos diciéndoles a todos que tenía integridad y que sería un buen congresista.
—¿O sea que todo esto es porque te avergüenzas? —preguntó su madre.
—Claro que no. La humillación pública sólo es una parte de eso —repuso Gabe—. Pero ahora no quiero seguir hablando de Lucky. He venido a decirte que tengo un empleo.
—¿Sí? ¿Dónde?
—Aquí. Entreno a los Espartanos.
—¡Eso es maravilloso! ¡Tu padre estará tan...! — Celeste se contuvo—. Hasta Reenie se alegrará de oírlo.
—Sí, bueno —él se encogió de hombros—. Ya veremos cómo va.
Sonó el teléfono. Contestó su madre.
—¿Diga? Sí, querida, ya me he enterado. Es una buena noticia. De hecho, ahora está aquí. Sí. Te veré el jueves. Lo pasaremos bien. Me encanta comprar antigüedades. Está bien. Hablaremos pronto.
Gabe la miró.
—¿Quién era?
Otra vez Lucky. La gente más importante de su vida gravitaba en torno a ella. Suspiró.
—Tengo que irme.
—Gabe, no te vayas todavía —le pidió su madre.
Pero su hermana entró en ese momento por la puerta.
—Hola. Me ha parecido ver tu furgoneta en la puerta. ¿Has decidido mostrarte un poco humano y salir de la cabaña?
Gabe no contestó. Llamó a Lazarus con un silbido y se marchó.
¿Dónde estaba Kenny?
Hannah estaba sentada en su escritorio mirando el teléfono, presa de la ansiedad que sentía casi siempre que Russ se llevaba a los chicos. Tenía miedo de que su ex condujera borracho con ellos, de que quemara el remolque con un cigarrillo, de... Imposible saber lo que podía hacer Russ.
Sonó el teléfono y contestó enseguida.
—¿Diga?
—¿Hannah?
No era Kenny, era Betsy Mann, la mujer que había llamado dos horas atrás para quejarse de que Russ había ido muy tarde a recoger a Brent, quien había ido a jugar con su nieto, y ella había tenido que perder su clase de canto. A Hannah la irritaba que la gente esperara todavía que se disculpara por los fallos de Russ. Después de todo, llevaban ya casi seis años divorciados.
—¿Has encontrado a Kenny? —preguntó Betsy.
Hannah se apoyó en la mesa y descansó la frente en el hueco de la mano.
—No. Russ no contesta y el entrenador Blaine tampoco, pero Owens me ha dicho que seguía esperando en la acerca cuando se marchó él.
—¿Has ido al instituto?
—Sí, pero no lo he visto. Ni allí ni por el camino.
—Me han dicho que Gabe Holbrook es el nuevo entrenador. ¿Has probado con él?
—¿Tienes su número?
—No te preocupes. He llamado a Celeste, la madre de Gabe, por si no lo tenías, y me lo ha dado.
A veces la gente de Dundee se empeñaba en ayudar más de la cuenta. Pero a Hannah en ese momento, eso no le importaba.
—No viene en la guía, ¿sabes? Pero yo soy amiga de Celeste y me lo ha dado enseguida.
Hannah anotó el número.
—Gracias —dijo.
Colgó el teléfono y se quedó mirando el número mientras hacía acopio de valor para llamar.
Gabe bajó el volumen de la cadena musical con el mando a distancia y se acercó al teléfono.
—¿Diga?
—¿Gabe?
—¿Sí?
Supo instintivamente que era Hannah. E inmediatamente temió que la hubiera llamado Mike para sugerirle que salieran juntos.
—¿Has visto a Kenny? —preguntó ella.
Él suspiró en silencio. Recordó con disgusto el comportamiento de Russ.
—Su padre ha ido a buscarlo.
—¿De verdad? —preguntó ella, con evidente alivio—. No he hablado con ellos y no estaba segura.
—Ha llegado tarde, pero ha llegado —explicó él.
—Me alegro.
—Encantado de ayudar —Gabe estaba impaciente por dejar el teléfono; ya había tenido que lidiar con demasiada gente ese día—. Buen fin de semana.
—¿Gabe?
—¿Sí?
—Me preguntaba...
Él se puso tenso. ¿Qué iba a decirle? ¿Habría hablado Mike con ella después de todo?
—¿Qué?
—Si hay alguna posibilidad de que...
Lazarus, tumbado a su lado, levantó la cabeza y ladró, seguramente por la tensión que percibía en él. Hubo un largo silencio, durante el cual Gabe pensó cómo podía suavizar esa brusca negativa.
—Pero no sabes lo que te iba a preguntar —dijo ella al fin—. Tú haces muchos muebles. No puede ser que una silla sea tan importante para ti. O, si lo es, quizá puedas hacerme una igual.
Aquello lo pilló por sorpresa.
—¿De qué hablas?
—De la silla del porche delantero de tu casa. Me gustaría que me la vendieras.
Gabe parpadeó atónito... Y se sintió bastante tonto.
—¿Quieres mi silla?
—Si puedo pagarla, sí.
El hombre sonrió a Lazaras, como si el perro pudiera compartir su vergüenza, y movió la cabeza. La culpa de aquello la tenía Mike. Tal vez su vanidad también tuviera algo que ver, pero, después de todo, no era la primera vez que una mujer lo invitaba a salir.
—Puedes llevártela —dijo.
—No, así no. Prefiero... ¿puedes ponerle un precio?
Gabe no sabía cuánto cobrarle. Nunca había vendido ningún mueble y no necesitaba dinero.
—No es nada, de verdad. Te la llevaré mañana después del entrenamiento.
—Ahora me da vergüenza haberte preguntado.
—¿Por qué?
—Porque no puedo aceptarla si tú no aceptas algo a cambio. ¿Y si hacemos un intercambio?
—¿De qué tipo? —preguntó Gabe con curiosidad.
—No sé. ¿Yo tengo algo que quieras?
Él se enderezó en la silla. Su mente se llenó de pensamientos eróticos.
— Sugiere tú algo.
—Soy buena fotógrafa. Puedo hacerte unos retratos.
—¿A mí?
—¿Por qué no? Puedes regalárselos a tu familia por Navidad.
—No, gracias.
—O puedo fotografiar a Lazarus.
—¡Ah! —Gabe miró a su perro, que había vuelto a tumbarse tranquilamente en el suelo—. Me encanta Lazarus, pero no me imagino colgando una fotografía grande de mi perro.
—Puedo cocinar para ti. Ahora estarás ocupado ¿no? Si quieres, puedes venir a pasar a recoger la cena después de los entrenamientos y calentarla cuando quieras comer.
Gabe no quería que nada lo distrajera de la vida que había planeado. Pero sabía que la oferta de Hannah no se debía a la silla, sino a que, después de tantos años, ella seguía buscando un modo de sentirse mejor por el accidente.
—Podemos probar —dijo—. Y así llevo a Kenny a casa de paso.
Hannah se apresuró a aceptar y empezó a hablar de los detalles, pero Gabe supo enseguida que había cometido un error. Que hubiera consentido en entrenar a los Espartanos no implicaba que tuviera que dejar a más gente colarse en su vida.
Colgó el teléfono en cuanto pudo, pero el recuerdo de la voz de ella permaneció en su mente. Decidió que le permitiría cocinar para él una semana y después le daría las gracias, insistiría en que ya era suficiente y volvería a sus costumbres actuales.