CUANDO Hannah abrió los ojos, estaba completamente oscuro. Por un momento se sintió tan desorientada que no recordaba dónde estaba. No estaba acostumbrada a despertarse en lugares extraños. Sintió un nudo en el estómago... hasta que volvió la cabeza en la almohada y captó el olor a Gabe. Entonces comprendió que estaba en su cama y sonrió. Pero su siguiente pensamiento fue para los chicos.
¿Qué hora era? Tenía que irse a casa.
Se levantó y se puso la ropa interior y el pantalón corto, pero su blusa debía de estar todavía en el suelo del taller.
En la parte superior de la cesta de la ropa sucia de él encontró una camiseta blanca de algodón y se la puso. Salió al pasillo.
—¿Gabe?
Él le sonrió cuando entró en la cocina.
—¿Hambrienta? —preguntó.
—¿Qué hora es?
—Las nueve y media.
—Tengo que irme.
Gabe enarcó las cejas.
—¿Antes de cenar?
—Russ habrá dejado ya a los chicos en casa.
—Kenny tiene dieciséis años. ¿No puede cuidar un rato de Brent?
—Normalmente sí, pero... —notó que Lazarus seguía todos sus movimientos con los ojos—. Tu perro me mira como si conociera todos mis secretos sucios.
—Porque los conoce.
Gabe se movió al fregadero para lavarse las manos y ella vio que había estado trabajando en algo.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Un desastre.
Hannah se acercó y vio que había mojado fresas en chocolate. Recordó el menú que le había pedido ella para la cena.
—¿Eso es para mí?
Él contempló sus esfuerzos con el ceño fruncido.
—No tienen muy buen aspecto, pero... —se lamió los dedos—saben casi tan bien como tú.
La joven sonrió.
—¿Tienes también champán y caviar?
Él enarcó las cejas.
—¿No te parece que pides mucho teniendo en cuenta que no has limpiado ni un cristal?
—Porque tú has elegido otra actividad —repuso ella.
Gabe le miró el pecho.
—Y no me arrepiento. Podemos dejar los cristales para otro día.
Hannah sabía que la estaba poniendo a prueba para saber lo que podía esperar de ella en el futuro y sabía que tenía que decir algo. Si seguía yendo por allí, lo sucedido ese día daría paso a una aventura más larga y uno de los dos acabaría sufriendo. Concretamente ella, que ya estaba enamorada de él.
—No creo que vuelva por aquí, Gabe —dijo.
Él dejó de sonreír.
—¿En serio?
—Creo que será más fácil cortar esto ahora, ¿no te parece? Los dos sabemos que lo que ha pasado hoy no puede ir a ninguna parte. Ninguno de los dos está en una buena posición para una relación, así que no hay necesidad de...
—¿De qué? Los dos estamos solos y somos adultos.
—Y los dos vivimos en un pueblo. Si esto se supiera... seguro que se enterarían mis hijos, y Russ y su familia y...
—¿Tienes miedo de los cotilleos?
No, tenía miedo de acostumbrarse a él, de aferrarse. No quería verlo después con otra mujer y sentir los celos y el sufrimiento que sabía que sentiría si prolongaba aquello. Prefería valorar aquel interludio breve y seguir adelante mientras aún le quedara algo de dignidad.
—Míralo por el lado bueno. Así no tendrás que desengañarme con amabilidad dentro de unas semanas —dijo.
—Ya te he dicho que puedo cuidar de mí mismo. No necesito que me dejes tú hoy para que no tenga que dejarte yo más tarde. Igual que no necesitaba que intervinieras anoche en el restaurante.
—¿Ah, no? ¿Me vas a decir que te divertías firmando autógrafos en servilletas de papel mientras se te enfriaba la comida?
Él no contestó.
—Ayer prácticamente me dijiste que no querías una relación. ¿Ahora dices que sí?
Gabe se frotó los ojos.
—No sé lo que quiero. Tú vienes aquí y todo se descontrola. Y ahora te levantas y dices que no vas a volver. ¿Qué quieres que piense?
Lo había rechazado antes de que la rechazara él y Gabe reaccionaba así por orgullo. Porque ahora que conocía su cuerpo y sabía que no le iba a fallar en un momento crítico, ya no la necesitaba. Podía seguir adelante con confianza.
—A partir de ahora estarás bien —dijo—. Sólo...
—¿Qué?
—Sé feliz.
Muchas gracias.
—Lo siento. Me gustaría poder quedarme a cenar.
—Pero tienes mucha prisa por salir corriendo.
—No es eso.
—Seguro que tienes hambre, Hannah. Siéntate y come conmigo.
—Me gustaría. Huele muy bien. Pero he dormido mucho rato y ahora tengo que darme prisa. Kenny tuvo una pelea anoche y...
—¿Qué? ¿Se hizo algo?
Ella se encogió de hombros.
—Tiene un ojo morado y el labio hinchado.
—¿Quién le pegó?
—Ése es el problema. Creo que empezó él la pelea.
Gabe parecía dudoso.
—No me imagino a Kenny haciendo eso. Él no es así.
—No, pero últimamente está muy raro. De pronto no quiere ir al entrenamiento de fútbol, esta mañana no quería ir a la carrera de coches con su padre, y lo único que dice de la pelea es que Sly se lo merecía.
—¿Se pegó con Sly?
—Sí. Lo conoces, ¿verdad?
—Claro. Está en el equipo.
—Ahora tengo que decidir si voy a castigar a Kenny o no, pero antes tengo que llegar al fondo de lo que preocupa a mi hijo —echó a andar hacia la puerta de atrás.
—¿Adónde vas?
—A buscar mi blusa.
—Ya la he traído yo. Está en el brazo del sofá.
Hannah se volvió para ir hacia el sofá, pero Gabe le interceptó el paso y la sentó en sus rodillas.
—¡Suéltame! —exclamó ella—. Me estás poniendo esto más difícil.
Se debatió, pero él la redujo fácilmente. Le sujetó los brazos en la espalda con una mano y deslizó la otra debajo de la camiseta.
—Eres muy malo —comentó ella sin acritud cuando sus ojos se encontraron.
—Y tú muy buena. Creo que eso es parte de la atracción. Ya sabes lo que dicen de los opuestos la besó, pero esa vez fue un beso suave y tierno que hizo que ella se derritiera. Se apretó contra él y Gabe sonrió—. Volverás —dijo. Y la dejó levantarse.
—No cuentes con ello —contestó ella.
Se puso la blusa y guardó al camiseta de él en su bolso.
—Eh, ¿adónde vas con eso? —preguntó él.
—Me la llevo a casa.
—¿Por qué?
—Es un recuerdo.
—¿Tú también? ¿Quieres que la firme?
—No, gracias. No creo que olvide de dónde ha salido.
Sabía que él se preguntaría por sus motivos, pero a ella sólo le importaba que olía a él. A ella le importaba él, no su fama.
—Ten cuidado en el camino de vuelta —dijo Gabe, serio ya.
Hannah asintió, tomó una de las fresas cubiertas de chocolate y salió por la puerta. Aunque sabía que valoraría mucho el recuerdo de lo ocurrido, sentía cierta aprensión por lo que había hecho. ¿Había empezado una cadena irreversible de sucesos que la atormentarían más tarde?
Puso el coche en marcha y se dijo que no pasaría nada. Habían usado preservativo y nadie sabía que iba a ir allí. Y aunque lo supieran, nadie esperaría que la mujer causante de su accidente se convirtiera en su amante. Y él no se lo diría a nadie. Podía volver a su vida y a sus hijos como si no hubiera pasado nada.
Al salir a la carretera desde el camino que llevaba a la casa de él, pisó el freno con fuerza porque un coche se acercaba a toda velocidad desde la curva.
El conductor tocó el claxon con fuerza como si la culpable fuera ella, y siguió su camino, pero Hannah creyó reconocer por un momento a la persona sentada al volante. Se echó hacia delante todo lo posible e intentó ver mejor, pero estaba muy oscuro y, antes de que desaparecieran los faros, sólo consiguió ver la parte trasera de un sedán blanco.
Tal vez era su imaginación. Seguramente no sería nadie conocido.
Cuando Gabe se quedó solo en la casa, pensó en Kenny y la pelea. Sabía que el chico no era violento. Sabía también que podía ser coincidencia que se hubiera peleado con el sobrino de Blaine. O podía ser que Sly le hubiera propuesto algo en nombre de Blaine y hubiera reaccionado mal. Pero, fuera como fuera, la pelea añadía credibilidad a lo que había oído Dale Lindley en los vestuarios y había contado luego a su madre. Relacionaba a Kenny con Sly, aunque Gabe no supiera cómo exactamente.
Pero quizá fuera buena idea descubrirlo. A Gabe le gustaba Kenny y no quería verlo mezclarse en algo que pudiera alterar sus posibilidades de triunfar en el juego en un futuro y que arruinara su reputación como jugador. Gabe no quería que le pasara eso a ninguno de los chicos del equipo. Y no pensaba tolerar que su ayudante conspirara contra él. Si no podía ganar partidos de fútbol como jugador, los ganaría como entrenador. Nadie se iba a interponer en su camino y menos Melvin Blaine.
Sacó la lista de jugadores, la colocó a su lado en el mostrador y marcó el primer número de la lista. El entrenador Blaine.
Blaine vivía solo. Su esposa había muerto casi una década atrás y sus hijos eran mayores y vivían por su cuenta. Contestó casi de inmediato.
—¿Sí?
—Soy Holbrook.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Puedes empezar por decirme si tenemos problemas.
—¿Con qué?
—El equipo.
Hubo una pausa.
—Tenemos muchos problemas. La defensa es débil, tenemos un quaterback joven e inexperto... quizá puedas ser más específico.
—Kenny Price se peleó anoche con tu sobrino.
—Lo sé. Me llamó antes mi hermana. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Eso es lo que me gustaría saber.
—Nada.
¿Mentía?
—¿Tú no sabes por qué se pelearon?
A Gabe lo sorprendió lo mucho que deseaba creerlo. Aunque aquel hombre no le gustaba, no quería que el equipo sufriera por los actos de un hombre ambicioso y egoísta.
—Me alegra oír eso —dijo—. Porque si alguno de mis chicos...
—¿Tus chicos? —lo interrumpió Blaine.
—Mis chicos —repitió Gabe—. Te guste o no, éste es mi equipo ahora. Y si tú utilizas tu posición para meter a alguno de los jugadores en algo que pueda perjudicarlos a ellos o al equipo, te arrepentirás. ¿Está claro?
—Tienes mucho valor para llamarme y amenazarme de este modo —gruñó Blaine.
—Si has metido la pata, deberías agradecerme que te dé la oportunidad de cambiar de táctica.
—Todavía no hemos jugado el primer partido, Gabe. ¿Ya buscas un chico expiatorio?
Gabe soltó una risita.
—No necesito ningún chivo expiatorio, Melvin. Porque pienso ganar. Y tú tienes dos opciones: ayudarme o apartarte de mi camino.
—¿Crees que tú puedes solo con este equipo?
—¿Todavía sigues teniéndome envidia? —preguntó Gabe.
—¿Por qué te voy a tener envidia? —repuso Blaine—. Yo puedo andar.