Epílogo
Dieciocho meses después...
Virgil observó a Peyton cuando ella se levantó de la tumbona y entró en casa para buscar más bebidas. Estaban cerca de la fecha de nacimiento de su bebé, y eso hacía que se preocupara por ella. Le había pedido que se tomara una temporada sabática del trabajo; él había recibido su indemnización de setecientos mil dólares del gobierno, y su propio negocio iba tan bien que no necesitaban tantos ingresos. Sin embargo, ella se había negado. Era demasiado nueva todavía en el centro penitenciario de Cumberland, Maryland, y todavía quedaban dos meses antes de que tuviera que tomarse la baja maternal. No quería mostrar debilidad. Y no había forma de convencerla de lo contrario.
Por lo menos, ahora trabajaba con delincuentes comunes. Parecía que disfrutaba del trabajo, y decía que se sentía muy bien. Verdaderamente, tenía muy buen aspecto. Pero para Virgil, siempre había sido así. A medida que avanzaba el embarazo, ella se quejaba de la retención de líquidos y del aumento de peso, pero él sabía que estaba muy emocionada por haber podido tener aquel hijo, y lo único que veía era a la mujer a la que amaba.
Rex le señaló el artículo que Virgil había encontrado en Internet aquella mañana y lo imprimió para mostrárselo a los demás.
—Así que Rick Wallace ha sido condenado, por fin.
—Sí, y todo gracias a Mona —dijo Virgil, riéndose—. ¿Quién lo iba a decir?
Si Mona no le hubiera dicho a Rex cómo había averiguado Shady el paradero de Virgil, seguramente Wallace se habría librado del castigo por lo que había hecho.
—Han tardado bastante —comentó Rex.
Virgil tomó su cerveza. Su hermana, Laurel y los niños, estaban en el jardín, jugando en una piscina hinchable. Habían ido a la fiesta, pero aparte de eso, se veían muy a menudo. Ella vivía en la misma calle.
—Perder su trabajo y pasarse cinco años entre rejas no va a ser fácil para él. Pero es una pena que vaya a cumplir la condena en una cárcel de seguridad media, y no de máxima seguridad como las que nosotros conocemos.
Rex frunció el ceño.
—En mi opinión, se merece más de lo que le ha caído. ¿Por qué crees que han sido tan suaves con él?
—No tenía antecedentes, y no fue él quien informó de dónde estaba Laurel. Y a menos que cuentes a Meeks y a Shady, no murió nadie como resultado de sus actos. Si hubieran podido responsabilizarlo de la muerte del alguacil, entonces la historia habría sido muy diferente.
—Ojalá pudieran averiguar quién les dijo dónde estaba Laurel.
—Sí, ojalá. Pero parece que eso no va a suceder.
Rex miró de nuevo a Laurel, que estaba rellenando la piscina.
Virgil le dio una patadita por debajo de la mesa.
—¿Qué? —dijo Rex.
—Podías disimular un poco.
Su amigo lo miró ceñudo.
—No sé de qué estás hablando.
—Lo dices en broma, ¿no? Se te cae la baba cada vez que mi hermana se acerca a tres metros de ti.
Rex se tapó la boca con la lata de cerveza para que Laurel no viera lo que decía, y bajó la voz.
—¡Cállate! Te va a oír.
—En serio, Rex. Hace más de un año y medio que os conocisteis. Deberías pedirle que salga contigo.
—Cuando esté lista, me lo hará saber.
Virgil se levantó para vigilar las hamburguesas y los perritos calientes que había en la barbacoa.
—Después de todo lo que le ha pasado, tal vez ni siquiera se dé cuenta de cuándo está preparada —murmuró—. Tienes que dar el paso.
Rex silbó suavemente.
—Es muy especial, ¿eh?
—Es de armas tomar. No se la desearía ni a mi peor enemigo —dijo Virgil, en broma—. Pero yo ya sé que eres un masoquista, así que no me vas a hacer caso.
Rex estiró las piernas para poder cruzar los tobillos.
—Vamos, ¿qué estás diciendo? Tú darías tu vida por ella.
—Es cierto. Por eso me gustaría verla con alguien como tú.
Rex arqueó las cejas.
—¿Quieres decir un exconvicto? A mí nunca me han absuelto...
—Deja de sentirte inferior. Tú has rehecho tu vida.
—¿Y si nos alcanza el pasado?
—La Banda nunca nos va a encontrar aquí. Tenemos nuevas identidades y estamos viviendo al otro extremo del país.
—Si es que podemos acostumbrarnos a nuestros nuevos nombres, Charles Pembroke.
—Lo conseguiremos, Perry Smith —dijo Virgil—. Pídele una cita.
—No...
Virgil puso los ojos en blanco.
—Para ser un tipo duro, eres bastante gallina.
—Tal vez, cuando tenga algo más que ofrecerle.
—¿Qué más necesitas? —le preguntó Virgil—. La deseas desde antes de conocerla, y nuestro negocio va muy bien. Eso es mucho —le dijo.
De hecho, Ex-Con Protection, un servicio de guardaespaldas, había crecido más rápidamente de lo que ninguno de los dos esperaba. El próximo año, ellos dos estarían ganando más de lo que ganaba Peyton. Y no era difícil ganar más que Laurel, puesto que parecía que no podía adaptarse a ningún trabajo. A Virgil le preocupaba. Aunque su tío había sido encarcelado y tenía que cumplir una condena de quince años, su madre se había emparejado con otro hombre en Los Ángeles y sus vidas se habían vuelto mucho más calmadas, su hermana todavía estaba inquieta. Él no estaba seguro de que pudiera olvidar lo que les había ocurrido, pero sabía, por experiencia, que el hecho de tener a su lado un hombre que la quisiera podía ayudarla a sanar.
—Eres perfecto para ella —dijo Virgil.
—No sé, tío —dijo Rex, mientras colocaba los aperitivos de su plato, antes de arriesgarse a mirar otra vez a la hermana de Virgil—. ¿Y si me rechaza?
—Pues te rechazó. ¿Qué tienes que perder? De todos modos, ahora no la tienes en tu cama por las noches.
Rex suspiró.
—Oh, demonios. He tomado suficiente cerveza como para que me hayas convencido de esto.
Dio un último sorbo, tiró la lata al cubo de reciclaje y se acercó a Laurel. Peyton volvió y se encontró a Virgil mirando a Rex y a su hermana, mientras daba la vuelta a las hamburguesas. Mia y Jake estaban chapoteando en la piscina.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Él la tomó de la mano y le besó los nudillos, y después señaló con la cabeza a Rex y a Laurel.
—Creo que por fin le va a pedir que salga con él.
* * * * *