Capítulo 24
Después de salir de la enfermería, Peyton fue a su despacho. Estaba demasiado nerviosa como para volver a casa y encontrarse a Wallace, y necesitaba relajarse durante unos minutos. Sin embargo, empezó a revisar unos cuantos documentos y estuvo trabajando durante dos horas. Cuando por fin recogió sus cosas para marcharse, estaba muy cansada.
Sonó el teléfono. Se preguntó quién sabía que estaba allí a esas horas. Miró la pantalla de identificación y comprobó que era una llamada interna.
—¿Diga?
—¿Peyton? Soy John, el sargento Hutchinson.
Peyton hizo una mueca. McCalley ya le había comunicado a John que no habría sanción disciplinaria contra él. Ella no se sentía bien con esa decisión del director, así que no quería hablar con John.
—¿Sí?
—Acabo de trasladar a Weston Jager al Módulo de Aislamiento, tal y como pediste —dijo.
Había vuelto a ser el John de antes, el que intentaba hacerse amigo suyo. Sin embargo, no sabía por qué había pensado que debía informarla de eso. Él tenía su propio supervisor.
—Gracias. ¿Qué tal tenía la cara?
John se echó a reír.
—Como si lo hubiera atropellado un tren. Ese nuevo recluso sabe pegar.
Peyton pensó en la puñalada que le habían dado a Virgil.
—Creo que él se llevó la peor parte.
—Bueno, pero para ser tres contra uno, se las arregló bastante bien.
Peyton apretó los dientes.
—Bueno, John, tengo que dejarte. Estaba a punto de marcharme a casa.
—Está bien, pero te llamaba para decirte que Weston me pasó una nota cuando lo estaba trasladando.
—¿Una nota? ¿Y qué decía? —preguntó ella con un bostezo—. ¿Que él no tenía la culpa de nada?
—No. Quiere que vayas a verlo a su nueva celda lo antes posible.
Ella no quería volver a la cárcel.
—¿Y dice esa nota por qué?
—Dice que tiene algo muy importante que contarte.
—Entonces, ¿por qué no te lo dijo a ti?
—No lo sé. Tal vez no quería que yo me enterara. Parecía que tampoco quería que nadie se enterara de que quiere hablar contigo. Me dio la impresión de que puede ser algo interesante.
—No me digas que la expectativa de pasarse el resto de su condena en el Módulo de Aislamiento le ha hecho cambiar de opinión en cuanto a sus actividades mafiosas.
—Es posible. Tal vez quiera dejar la banda.
Ella lo dudaba. Las cosas nunca eran tan fáciles, y menos con alguien tan curtido como Weston.
—Lo creeré cuando lo vea. Sin embargo, me pasaré por su celda antes de irme. ¿Algo más?
—Nada, solo quería darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por retirarme la suspensión —dijo—. Este asunto me ha hecho parecer de un modo que no soy, y estoy dispuesto a hacer todo lo posible por demostrártelo.
—Me temo que no fui yo, John. Fue Fischer. Él no tuvo en cuenta mis recomendaciones.
—Ya entiendo —dijo él, nuevamente en un tono frío—. Bueno, fuera como fuera, estoy agradecido.
—Tienes una nueva oportunidad. Aprovéchala, ¿de acuerdo?
—Gracias por tener tanta fe en mí —replicó él.
El sarcasmo de aquella despedida le resonó en la cabeza a Peyton hasta mucho después de haber colgado. John tenía algo que no le gustaba, aunque no sabría decir exactamente de qué se trataba. Sin embargo, tal vez fuera demasiado dura con él. John había intentado ser agradable con ella, y cualquiera podía cometer un error, sobre todo en un momento difícil.
Esperaba que solo se tratara de eso, de un simple error, y que no volviera a repetirse. Porque, dentro de una cárcel, errores como aquel podían costar vidas.
La hermana de Skin era su viva imagen, y eso le ponía a Pretty Boy las cosas aún más difíciles. No podía creer que por fin estuviera frente a ella, y que tuviera que ser en aquellas circunstancias. Durante aquellos años, se había imaginado su encuentro de una manera muy distinta. Como a su propia familia, él no le importaba nada, Skin había sido muy generoso y había compartido con Pretty Boy las cartas y las fotografías de su hermana. Pretty Boy tenía la sensación de que la conocía, y de que ella le habría gustado incluso si no fuera guapa, por lo mucho que él admiraba a Skin. Alguna vez había pensado que tal vez, en un futuro, terminarían juntos. La idea de ser el cuñado de Virgil, de ayudar a cuidar de Laurel y de sus hijos, hacía que se sintiera útil, como si tuviera un lugar en el mundo.
¿Y ahora tenía que matarla? Solo habían pasado dieciocho meses desde que Virgil y él eran compañeros de celda en Tucson. Poco después de que a él lo soltaran en libertad condicional, a Virgil lo habían trasladado a Florence, y se había empezado a hablar de su exoneración. Pretty Boy recordaba lo mucho que había deseado que fuera cierto, porque eso significaría que podían verse mucho más a menudo. El futuro parecía brillante, hasta que todo se había vuelto del revés. Ya nada podía cambiar las cosas. Skin había traicionado a La Banda, y lo había traicionado a él. Tenía que creer eso, o no podría hacer lo que tenía que hacer. Los otros lo creían, ¿no? Además, si él no cumplía con el juramento de deber y lealtad que le había hecho a La Banda, sería el siguiente en morir. O tendría que pasarse el resto de la vida huyendo, sin amigos, sin familia, sin trabajo, siempre con miedo de que alguien se le acercara por la espalda y su pasado lo alcanzara...
Ojalá hubiera podido predecir aquello.
—Oh, vaya, mira lo que he encontrado —dijo Ink, que pasó por delante de él a la habitación—. Qué guapa es, ¿verdad?
Laurel se encogió en un rincón.
—¿Me vas a decir otra vez que no sabes nada de tu hermano? —le dijo Ink, acercándose a ella—. Es evidente que él ha tramado algo, si tú estás aquí con un alguacil de los Estados Unidos.
—¿Do-dónde está el alguacil? —preguntó ella, temblando.
—¿Dónde crees tú?
Aunque estaba aterrorizada, le lanzó una mirada de obstinación y desafío como la que Pretty Boy había visto tantas veces en Virgil.
—¿Ha muerto?
—Sí —dijo Ink—. Pointblank se ha cerciorado de ello.
—¿Y la muerte de un hombre no significa nada para ti?
Ink sonrió.
—Nada en absoluto. Había salido en silencio a averiguar qué era un ruido que había oído, y al segundo siguiente...
Silbó mientras dibujaba una línea horizontal sobre su cuello.
Laurel palideció.
—Eres un animal. Eres el argumento perfecto para la pena de muerte.
Pretty Boy tuvo que contener el impulso de interponerse mientras Ink sacaba el arma y avanzaba hacia ella. Tenía que dejar que aquello sucediera, volver a California rápidamente y olvidarlo todo. No le quedaba otro remedio.
Sin embargo, Ink no disparó. Se detuvo, miró hacia las camas y después abrió el armario.
—¿Dónde están los niños?
Ella le lanzó otra mirada de odio y no respondió.
—He dicho que dónde están los niños.
Laurel debía de haberlos sacado de la casa, porque habían estado allí en algún momento. Las sábanas estaban revueltas, y había marcas en las tres almohadas. Claramente, ella no dormía sola en aquella habitación. Pretty Boy no sabía cómo lo había conseguido en tan poco tiempo.
«Bien hecho», pensó. Esperaba que Jake y Mia estuvieran ya lejos de la casa. No podía soportar pensar que Ink iba a matar a dos niños, y menos a aquellos dos niños.
Los había visto crecer a través de las fotografías de Skin. Tener que presenciar lo que Ink le iba a hacer a Laurel ya era suficientemente malo.
A Ink se le hincharon las venas del cuello.
—¡Respóndeme, zorra!
—¡Si crees que voy a decirte algo, es que estás más loco de lo que yo creía! —gritó Laurel. Después se tapó la cabeza con los brazos, como si pensara que era lo último que decía.
Ink la agarró del pelo y la arrastró hacia sí, y le puso el cañón de la pistola en la sien.
—Dímelo o te reviento la cabeza.
Ella tenía la respiración entrecortada, pero no rogaba que le perdonara la vida. Seguramente no quería darle ese gusto a Ink.
Virgil estaría orgulloso de ella...
Ink la golpeó con el arma.
—¡Dímelo!
—¡No! —dijo ella, y los sorprendió a los dos al escupir a Ink en la cara.
—Esto lo vas a pagar muy caro.
Antes de que Ink pudiera cumplir su amenaza, Pointblank asomó la cabeza por la puerta de la habitación.
—¿No habéis acabado todavía? Vamos, tenemos que irnos, ¿eh?
—Los niños no están —dijo Ink.
Pointblank había limpiado la hoja de su cuchillo, pero sus dedos y el mango todavía estaban manchados de sangre del alguacil. Le había cortado el cuello cuando habían conseguido que saliera de la casa, y la arteria había saltado como un géiser y le había salpicado la cara y la camiseta a Pointblank. En aquel momento, el cadáver del alguacil servía de tope para la puerta, y se había formado un charco rojo en el porche trasero.
—¿Y qué?
—Shady dijo que acabáramos con todos.
Pointblank hizo una mueca de desagrado.
—Si solo son unos niños.
—¡Son familia de Skin! No hemos llegado tan lejos para dejar el trabajo a medias, ¿no? A Shady no iba a gustarle. Además, esta zorra me acaba de escupir en la cara. Quiero que los vea morir.
Pointblank soltó un juramento y guardó el cuchillo en su funda.
—Está bien. No pueden haber ido muy lejos. Iré a buscarlos. Pero no hagas un espectáculo de esto. Mátala ahora y hazlo rápidamente. ¿A quién le importa que te escupiera? Es solo un trabajo.
Esa era la diferencia. Pretty Boy se dio cuenta de por qué soportaba a los demás miembros de La Banda, pero no a Ink. Para Ink, la violencia y el crimen no eran un medio de conseguir algo. Él disfrutaba haciéndoles daño a los demás.
Para asegurarse de que Pointblank no encontrara a los niños, Pretty Boy se encaminó hacia el pasillo. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta, Ink le puso en las manos el arma.
—¿Qué demonios haces? —le preguntó Pretty Boy, e intentó devolvérsela—. Yo tengo mi propia pistola.
—Sujétamela.
—¿Para qué?
Ink se estaba desabrochando el pantalón, lo cual dejó bien claras sus intenciones.
—Vamos, tío. No seas idiota.
—Se lo merece. Y quiero que Shady lo vea. Saca ese teléfono tuyo y grábalo en vídeo.
—Ah, qué listo eres. Si el vídeo cae en las manos equivocadas, te meterán de nuevo en la cárcel y tirarán la llave.
Ink se dio la vuelta.
—¿Y quién se lo va a dar a la gente equivocada? ¿Tú?
—Solo digo que no crees pruebas que puedan incriminarte en esto, tío.
—Por eso no vas a sacar mi cabeza, ¡idiota!
—¡Vete a la mierda! Toma tu pistola —dijo, e intentó devolverle otra vez el arma, pero Ink no la aceptó.
—¡Que lo grabes! —repitió.
Tiró a Laurel al suelo y empezó a levantarle el camisón.
Laurel no iba a rendirse sin luchar. Estaba frenética. Pateaba, arañaba y mordía, pero no gritó. Seguramente, no quería que sus hijos la oyeran y se acercaran a ayudarla, si seguían cerca de la casa.
Pretty Boy estaba horrorizado, casi tanto como ella. De ningún modo iba a filmar aquello. Había visto muchas cosas espantosas en su vida, y podía soportarlo casi todo, salvo a un hombre pegando a una mujer o a un niño. No se suponía que ser parte de La Banda fuera así. En la cárcel, ellos atacaban a los violadores y a los pederastas, los castigaban por sus actos. ¿Y ahora iban a ser como ellos?
—¿Tienes esto? —le preguntó Ink con un gruñido.
Pretty Boy abrió la boca para intentar convencer a Ink de que dejara lo que estaba haciendo, pero antes de que pudiera hablar, Pointblank gritó desde la puerta de entrada.
—¡He encontrado a los niños!
La casa se llenó de sollozos. Pointblank iba a llevar a los niños a la habitación, seguramente para que Ink pudiera matarlos. Pretty Boy no creía que Pointblank quisiera hacer daño a los niños, pero tenía una buena posición en La Banda, tenía poder, y haría cualquier cosa por conservarlo.
—Estaban en el porche del vecino, temblando —explicó riéndose, mientras se acercaba—. No había nadie en casa, pero no se les ha ocurrido ir a otra casa. Seguían llamando al timbre.
¿Y qué esperaba? Solo eran unos niños.
A Pretty Boy le caían gotas de sudor por la frente, y los ojos le escocían. No podía permitir que sucediera aquello, y no quería tener nada que ver con gente que pudiera hacer aquello. Ni Ink ni Pointblank le llegaban a Virgil a la suela del zapato, por mucho que Skin hubiera traicionado a La Banda después de salir de la cárcel.
Ink no se preocupó demasiado de que Pointblank hubiera encontrado a los niños. No parecía que le hubiera oído, ni que hubiera oído el llanto de los niños. Había conseguido quitarle las bragas a Laurel, y estaba concentrado en conseguir que abriera las piernas para poder violarla. Lo demás no le importaba.
—Te dolerá menos si dejas de resistirte —le dijo a Laurel, entre jadeos, y empezó a ahogarla.
Ella hacía todo lo posible por liberarse, pero no servía de nada. Un segundo más e Ink habría conseguido su objetivo...
La voz de un niño, llena de miedo, resonó por la habitación.
—¡Mamá! ¡Mamá!
Y eso fue lo último que oyó Pretty Boy antes de apretar el gatillo.
Su brazo derecho retrocedió con la fuerza del disparo. El balazo le vibró en los oídos, y el olor a pólvora le invadió las ventanas de la nariz. Pestañeó varias veces para comprobar que le había pegado un tiro a Ink, que no se lo había imaginado. No había sangre, como cuando Pointblank le había cortado el cuello al alguacil, pero Ink estaba inmóvil sobre Laurel.
Pretty Boy pensó que iba a sentir arrepentimiento, o tal vez miedo por lo que iba a desencadenar aquel acto suyo. Sin embargo, sintió satisfacción al haber resuelto el conflicto que le estaba obsesionando. Había hecho su elección. Tal vez lo lamentara más tarde, pero no lo lamentaba en aquel momento.
Pointblank entró en la habitación, arrastrando a los dos niños. Tardó un segundo en darse cuenta de que el disparo que había oído había causado la muerte de Ink. Cuando Laurel consiguió salir de debajo del cuerpo inerte, Pointblank se quedó boquiabierto y miró a Pretty Boy.
—¿Qué has hecho?
—Lo que tenía que hacer —respondió Pretty Boy con calma.
—¿Te has vuelto loco? —le preguntó Pointblank, y echó mano de su cuchillo—. Shady te va a matar por salvarla. ¡Y a mí también!
Pretty Boy no había pensado en aquella parte. Pointblank le caía mejor que Ink, pero para salvar a Laurel y a los niños, no tenía más remedio que disparar contra él.
—Entonces, supongo que le haré un favor y me ocuparé yo mismo —dijo, y apretó dos veces el gatillo.
Los niños gritaron. Laurel se puso en pie, pero le temblaban tanto las piernas que volvió a caerse al suelo. Sin embargo, intentó proteger a los niños con su cuerpo. No entendía el motivo por el que él había hecho eso. No lo conocía de nada. Debía de pensar que era presa de una furia asesina...
Pretty Boy alzó una mano para darle a entender que todo había terminado, y se metió la pistola de Ink en la cintura, junto a la suya. Mia y Jake tenían la cara llena de lágrimas, pero estaban demasiado aterrorizados como para llorar. Habían visto mucho más de lo que debería ver cualquier niño, pero por lo menos, su madre se había salvado, y ellos también.
—No lo entiendo —dijo Laurel—. Tú... estabas con ellos. ¿Por qué...?
Él se dirigió hacia la puerta y se volvió a mirarla.
—Virgil fue mi mejor amigo en la cárcel —dijo—. Y para mí, siempre lo será. Cuando lo veas, dale recuerdos de parte de Pretty Boy.
—¿De Pretty Boy? —repitió ella.
—De Rex McCready —se corrigió él. Ya no era Pretty Boy. Aquél era el apodo que le habían puesto en La Banda.
Laurel respiró profundamente y se pasó la mano por las mejillas mojadas.
—¿Y por qué has venido con ellos, si no...?
—Alégrate de que lo hiciera —la interrumpió él—. Y, hagas lo que hagas, no te quedes en Colorado. Llévate muy lejos a tus hijos, y si quieres estar a salvo, no vuelvas más por aquí.