Capítulo 30

Virgil pensaba que tenía fiebre. Tenía náuseas, y un sudor frío le cubría la piel. Sin embargo, no iba a permitir que la Furia del Infierno supiera que no estaba en forma. Y menos, teniendo en cuenta que ellos estaban reunidos en el mismo rincón que la noche en que lo habían atacado.

Algo había cambiado. No sabía qué, pero incluso Buzz, que le había prometido que iba a introducirlo en su banda, se mantenía alejado de él. Varios miembros de Nuestra Familia se habían acercado para invitarle a que se uniera a ellos, pero Virgil se daba cuenta de que la Furia del Infierno estaba esperando cualquier excusa para agredirlo, y no quería que aquello fuera el detonante. No se sentía bien ni siquiera para ponerse en pie, así que mucho menos para pelearse.

Acababa de decidir que iba a hacer una visita a la enfermería, cuando el mismo guardia que se había acercado a él en la celda, Hutchinson, se dirigió a él.

—Eh, ¿cómo te va? —le preguntó, haciendo globos de chicle mientras hablaba.

Virgil respiró profundamente.

—No muy bien —dijo—. Creo que se me ha infectado la herida.

—Eso puede ser grave —dijo.

A Virgil le parecía que hablaba en voz muy alta, pero lo achacó a su estado febril. Al ver que no respondía, Hutchinson se inclinó sobre él y le susurró:

—¿Quieres que avise a Peyton? Ella puede sacarte de aquí, ¿sabes? Puede llevarte a un buen hospital. Los médicos de la enfermería dan asco. Y no es de extrañar. Si tú fueras un buen médico, ¿querrías trabajar aquí?

Virgil apartó la bandeja.

—¿Vas a llevarme a la enfermería, sí o no?

—Eres un bastardo y un arrogante, ¿lo sabías? —le dijo el guardia—. Claro, te llevaré. Cuando todo el mundo haya salido, yo mismo te acompañaré.

Virgil no puso objeciones. Se dio cuenta de que debería haberlo hecho cuando el comedor comenzó a vaciarse, y él no fue el único que quedaba atrás. Uno de los guardias les hizo una señal a los miembros de la Furia del Infierno para que comenzaran a moverse, pero Hutchinson dijo:

—No te preocupes, Greg, yo me ocupo de esos.

Greg se dio la vuelta y salió con el resto de los presos.

Entonces, Virgil supo que tenía problemas. Hutchinson dijo:

—Si vais a hacerlo, que sea ahora, y rápido. Porque esta vez no puede salir vivo.

Peyton sintió cierto alivio cuando llamó al Módulo A y le aseguraron que la cena había terminado y que los hombres habían vuelto a sus celdas. Pensó que tal vez Buzz intentara algo cuando estuviera a solas con Virgil, pero seguramente, esperaría hasta que Virgil se hubiera dormido para tener alguna oportunidad contra él.

Sin embargo, eso no significaba que fuera a dejarlo en una posición vulnerable a un ataque sorpresa. Iba a sacarlo de Pelican Bay en cuanto pudiera. Ahora que La Banda lo había encontrado, y seguramente había echado por tierra su tapadera, la Operación Interna ya no tenía sentido. Solo esperaba poder sacarlo de allí sin demasiado escándalo. Sabía que a Fischer no iba a gustarle que los empleados supieran lo que habían estado haciendo, porque eso crearía desconfianza entre ellos, al no haber sido avisados de la investigación. Y, para dirigir con éxito una cárcel, había que salvaguardar la moral de los guardias. Así pues, ella tenía que gestionar aquello tan rápidamente y tan discretamente como fuera posible.

—Por favor, tráigame a Simeon Bennett —le dijo al sargento Hostetler, que todavía estaba hablando por teléfono con ella—. Necesito hablar con él.

—¿Hay algún problema? —preguntó él.

—No, no es nada grave. Solo son unos rumores que necesito aclarar.

—Sí, claro que sí. Espere un momento, por favor.

Un momento después, Hostetler tomó el auricular de nuevo.

—Parece que no ha llegado todavía a su celda. Lo acompañaré a su despacho en cuanto lo vea.

Peyton miró el reloj. La mayoría de los presos volvían a su celda, después de la cena, antes de las seis. Así pues, ¿por qué no había llegado Virgil todavía?

—No espere. Vaya a buscarlo.

—¿A buscarlo? Aparecerá en cualquier momento. No puede ir a ninguna parte.

La urgencia de su voz había desconcertado al sargento. Ella acababa de decirle que lo que quería no era nada importante. Sin embargo, en aquella ocasión no trató de disimular el miedo que sentía.

—¡He dicho que vaya a buscarlo! —gritó, y colgó de golpe.

No podía fiarse de que el guardia se diera toda la prisa necesaria, puesto que no sabían cuál era la gravedad de la situación, así que salió corriendo, atravesó el patio y entró en la prisión.

«Voy a morir», pensó Virgil. Gracias a una herida infectada, a un guardia corrupto y a tres mafiosos, no iba a salir vivo de aquel comedor.

Al aceptar el trato que le había ofrecido el gobierno, sabía que entrañaba riesgos. Aquel ataque no le sorprendía. Así era como había pensado que iba a morir a los dieciocho años, al entrar en prisión por primera vez. Lo que realmente le había sorprendido era todo lo demás. La absolución, conocer a Peyton, enamorarse de Peyton. Y ahora, aquella esperanza iba a extinguirse.

¿Qué pensaría Peyton? Había luchado mucho contra aquello. ¿Y qué les pasaría a Mia, a Jake y a Laurel?

—¡Cabrón! —gritó Buzz. Tenía un objeto punzante. Parecía un bolígrafo bien afilado.

Sin embargo, su compañero de celda no le había agredido todavía. Virgil notó su reticencia. Solo le faltaban cuatro semanas para ser libre, y no quería que lo condenaran otra vez. Eso alimentaba su furia, en parte. Culpaba a Virgil de la situación, y no a sus jefes de la Furia del Infierno por obligarle a hacer aquello.

—¡Y yo que quería que te convirtieras en uno de nosotros!

—¿Estás seguro de que quieres otros diez o quince años por asesinato?

—Yo hago lo que tengo que hacer —dijo Buzz, dándose golpes en el pecho con el puño—. ¡Soy leal! ¡Soy de la Furia del Infierno!

Virgil intentó ponerse en pie.

—¿Y crees que Detric Whitehead iba a sacrificar una década de su vida por ti? Eso no es cierto, tío. A él, tú no le importas. No se preocupa de nadie, más que de sí mismo. Te está utilizando.

—¡Acabad con él! —gritó Hutchinson—. Solo tenemos unos segundos. ¡Si volvéis a causarme problemas, yo le diré a la policía quién mató a ese juez!

Buzz avanzó hacia Virgil, con los ojos desorbitados.

Virgil consiguió esquivar el primer pinchazo. Casi no tenía energías, pero su propia descarga de adrenalina se lo permitió. Después, fue por el guardia. El guardia era su única esperanza, porque no esperaba ser atacado. Nadie esperaba que lo atacara, en realidad. Pero el guardia tenía un bote de spray de pimienta en el cinturón. Si Virgil quería usar sus últimas fuerzas para algo, necesitaba ser efectivo contra más de una persona.

Buzz volvió a intentarlo justo cuando Virgil iba a agarrar el spray, pero Virgil lo vio y, con un movimiento instintivo, tiró de John y se lo colocó delante del cuerpo.

El guardia se balanceó y estuvo a punto de caerse. Después gritó, cuando el pincho se le clavó en el cuello.

Virgil no tenía fuerzas para sujetar el peso del guardia. Tuvo que dejar caer su escudo humano mientras los otros se adelantaban para terminar lo que había empezado Buzz.

Otro guardia apareció corriendo, y les gritó a los presos que se agacharan. Virgil oyó sus pasos y los gritos de otros hombres, que sonaban en la distancia. Esperaba que el oficial que estaba más cerca tuviera tiempo suficiente para actuar. Él no sabía lo que estaba ocurriendo y necesitaría unos segundos preciosos para entender cuál era la situación.

Virgil consiguió agarrar el bote de pimienta, pese a las violentas sacudidas que John estaba dando en el suelo. Lo sacó del cinturón del guardia y consiguió rociar a sus enemigos, pero después de que alguien le clavara el pincho en el costado.

Cuando Peyton llegó al comedor y vio a Virgil tirado en el suelo, sintió pánico. Era demasiado tarde. Tenía sangre en la camisa. Lo habían apuñalado otra vez, en aquella ocasión, en el costado derecho.

¿Estaba muerto? No se movía...

John Hutchinson estaba a su lado, retorciéndose de dolor. Tenía un pincho clavado en el cuello. Estaba jadeando para respirar, mientras el guardia que había respondido al sonido de la alarma ponía a Buzz, a Ace Anderson y a Félix Smith contra la pared.

—El personal sanitario viene para acá —le dijo Hostetler a Peyton.

Era profesional y eficiente. Había resuelto la situación ciñéndose fielmente a las normas. Sin embargo, aquel no era un episodio de violencia común que tuvieran que catalogar de acuerdo a un montón de reglas. Una de las personas afectadas en aquel incidente lo era todo para ella.

Entre lágrimas, se agachó y le tomó la mano a Virgil. Había tardado treinta y seis años en enamorarse, y entonces, lo había hecho contra toda la lógica y en cuestión de días. ¿Había terminado todo antes de comenzar?

—¿Virgil? —susurró, acariciándole la mejilla.

Notó la sorpresa y la atención de los demás, y sus ojos clavados en la espalda, pero no le importó. Apretó dos dedos en su cuello y notó un pulso débil. ¡Estaba vivo!

—Virgil, ¿me oyes? Estoy contigo.

—¿Lo conoce? —preguntó alguien.

—Eso parece.

El equipo médico entró rápidamente en el comedor e intentó apartarla del herido, pero ella no se lo permitió.

—Subdirectora —dijo el médico, en un tono de reproche.

—No voy a estorbar, pero tampoco lo voy a dejar, doctor.

Se alegró de no haberlo hecho cuando lo colocaron en la camilla y él abrió los ojos y la miró.

—No llores —le susurró con una tierna sonrisa.

Cuando Peyton consiguió sacar a Virgil de Pelican Bay e ingresarlo en el Sutter Coast Hospital, ya era de noche. Los médicos dijeron que tenía septicemia y le recetaron unos antibióticos más fuertes que los que estaba tomando, y le dieron más puntos de sutura. No le aseguraron que pudiera sobrevivir, puesto que su estado no era bueno. Podía haber muerto a causa de la infección, sin necesidad del segundo pinchazo. Sin embargo, ella tenía esperanzas. Por lo menos, estaba fuera de la cárcel y tenía la mejor atención médica posible. Y ella ya no tenía que fingir que no le importaba. Mucha gente había visto cómo había reaccionado al verlo herido. Eso le había quitado un gran peso de encima.

Ella estaba dormitando en una silla, junto a la cama, cuando él comenzó a moverse. Peyton abrió los ojos para comprobar que estaba bien, y lo encontró mirándola, con la suave luz que entraba desde el pasillo.

—Hola —dijo, levantándose y acercándose más a la cama.

—Hola —respondió él—. ¿Qué ha pasado?

Peyton se inclinó y puso su cara a pocos centímetros de la de Virgil.

—Estás bastante enfermo, por si no lo sabías.

—Se me ha infectado la herida.

—Y tú lo sabías, ¿no? —le reprochó ella, tomándole de la mano—. Los médicos han dicho que llevabas así veinticuatro horas, o más.

—Lo sospechaba.

—Y no dijiste nada.

—Lo que estaba intentando hacer era muy importante, y lo sabes.

—No importa. Habría sido mejor que lo comunicaras antes, Virgil. Ahora, la infección se te ha pasado a la sangre.

Él sonrió irónicamente.

—Entonces, ¿me voy a morir?

—Deja de hacerte el gracioso. Podría suceder.

—Vamos. Me voy a curar.

Ella le besó los nudillos.

—Eres tan temerario...

—Tú también, o no estarías aquí conmigo. ¿Qué haces aquí, por cierto?

—¿Qué quieres decir?

—Es muy tarde, para empezar.

—¿Y qué?

—Ya hemos hablado de lo demás.

—No te molestes en darme otra lista de tus defectos, por favor —replicó ella—. Ya me he decidido.

—¿De verdad? —preguntó él con seriedad, y la observó atentamente—. ¿Y qué has decidido?

—Que a menos que seas un canalla en secreto, completamente distinto a lo que aparentas, eres exactamente lo que quiero.

—Me da miedo que no duremos —admitió él.

—Sí, bueno, estar juntos es un riesgo para los dos, ¿no?

—¿Y estás dispuesta a correr ese riesgo? ¿Lo has pensado bien, Peyton?

—Durante estos últimos días no he pensado en otra cosa.

Él alzó la mano y le acarició la mejilla con un dedo.

—Por tu propio bien, ojalá pudiera convencerte de lo contrario. Pero, por mi bien... ¿Lo ves? Tal vez sea un completo egoísta.

—Tienes derecho a ser feliz —dijo ella. Apoyó la cabeza en su pecho, y oyó los latidos de su corazón. Él le acarició el pelo—. ¿No te importa que tal vez no pueda tener hijos? —le preguntó, por fin.

—¿Estamos hablando de hijos?

Ella alzó la cabeza para mirarlo.

—Si quieres tenerlos, debes reflexionar sobre ello.

—¿Me estás haciendo un examen previo al matrimonio? —le preguntó Virgil, riéndose.

—Solo quiero aclarar unas cuantas cosas antes de que sigamos adelante.

—¿No crees que es un poco pronto?

—¿Con tus posibilidades de tener una larga vida? Lo mejor será que empecemos a mover las cosas ahora mismo —dijo ella, moviendo las cejas.

—Quiero tener hijos. Pero si no se puede, nos tendremos el uno al otro.

—¿Estás seguro?

—Estoy seguro —dijo él. Después se quedó en silencio, pero siguió acariciándole el pelo—. ¿Sabes si Laurel está bien?

—Sí, estoy segura de que está bien, pero volveré a comprobarlo mañana por la mañana. Ella me llamó esta tarde.

—¿Cómo?

—Wallace.

—¿El le dio tu número?

—Sí. Ella se empeñó en conseguir noticias tuyas.

—De todas formas, es un desgraciado. Le dije que no le diera ninguna información a mi hermana.

Claramente, Rick estaba exasperado y no había querido atender a Laurel. Su divorcio le estaba poniendo la vida muy difícil... Sin embargo, era casi como si Rick supiera mucho antes que ellos que la Operación Interna había terminado.

—Laurel te echa de menos. Me pidió que te dijera que te quiere.

—Me voy a alegrar cuando no tenga que preocuparme por ella. ¿Qué le ha pasado a Buzz?

—Está en el Módulo de Aislamiento, con sus amigos. Todos van a ser acusados de intento de asesinato.

—Ya puede despedirse de la libertad condicional.

—Bueno, por lo menos va a ser como su héroe.

—¿Como Detric Whitehead?

—¿Qué otro podría ser?

Ella jugueteó con sus dedos.

—¿Y el guardia?

—¿John Hutchinson? Está aquí, en el hospital. Está más grave que tú, incluso. Los médicos están luchando por salvarle la vida.

Él cerró los ojos, y volvió a abrirlos. Estaba demasiado cansado, demasiado hastiado de todo aquello, y sin embargo, siguió hablando.

—Es un corrupto. Lo sabes, ¿verdad?

Peyton lo sospechaba. Poco después de que ella llegara al hospital, había tenido una llamada de Rosenburg, que estaba investigando lo ocurrido en el comedor. Le dijo que los guardias presentes durante la pelea, sobre todo Greg Mortenson, tenían la sensación de que Hutchinson y la Furia del Infierno tenían algún tipo de trato que había hecho posible aquel incidente.

—Lo investigaré. Ya no va a trabajar más en la cárcel, pero que se convierta o no en un recluso dependerá de lo que podamos demostrar.

—Él me vendió.

—Entonces, testificarás contra él en el juicio. Si sobrevive.

—Yo...

—Ya es suficiente. Ahora descansa un poco, ¿de acuerdo?

Él no podía descansar. Estaba empeñado en que Peyton escuchara lo que tenía que decir.

—Él puede decirnos quién mató al juez, Peyton.

—¿Cómo lo sabes?

—Dijo algo así cuando pensó que yo no iba a sobrevivir.

John... Al pensar en todo lo que había hecho, Peyton sintió repugnancia. ¡Qué hipócrita! Ella siempre había esperado mucho más de él.

—Se lo diré a la policía. Si conozco bien a John, estará dispuesto a soltar cualquier información con tal de que le facilite las cosas —le dijo a Virgil. Le apretó suavemente la mano y susurró—: Vamos, ahora descansa un poco.

—Espera. Hay una cosa más...

—No hay nada más importante que tú, Virgil. Tienes que descansar.

—Es que no entiendo cómo ha sucedido. Todo iba bien. Buzz todavía estaba intentando reclutarme. La Furia del Infierno estaba interesada. Y, de repente, todo se vino abajo.

—Fue La Banda —le dijo ella—. Averiguaron dónde estabas y le hicieron una visita a Detric Whitehead para avisarlo.

—¿Cómo?

Ella recordó a su amigo Rex McCready, que había llamado tantas veces a la cárcel para intentar avisarlos. Sin embargo, no lo mencionó. Virgil ya estaba suficientemente agitado, y quería sentarse en la cama.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Peyton, empujándole para que volviera a tumbarse.

—Si La Banda sabe dónde estoy, tenemos que salir de aquí.

—¡Pero si no puedes moverte! ¡Te morirías!

Él la agarró por los brazos.

—No lo entiendes. No van a dejarlo, Peyton. Para ellos es una cuestión de orgullo. Su líder, Shady, siempre se ha sentido amenazado por mí. Vendrá por mí una y otra vez, solo para demostrar su superioridad. Y si saben que tú estás conmigo, intentarán llegar a mí a través de ti.

—Entonces, pediré que pongan a un policía en la puerta —le dijo ella.

Virgil estaba demasiado enfermo como para seguir luchando, y se desplomó sobre la cama.

—Muy bien, pero entonces no puedes separarte de mi lado. Tengo que saber dónde estás todo el tiempo.

—No, no me voy a ir —dijo ella.

Era la única manera de conseguir que se relajara. Sin embargo, sabía que era una promesa que no iba a poder cumplir. No podía dejar de vivir la vida. Tenía que ir a casa, ducharse, cambiarse e ir a trabajar. Y tenía que hacer todo eso dentro de muy pocas horas.