Capítulo 32
Peyton no estaba segura de qué era lo que le había llamado la atención. Estaba metiendo algo de ropa en una bolsa de viaje, contenta y emocionada porque iba a ver a Virgil, y, al momento siguiente, sintió una punzada de miedo en el estómago. Tal vez fuera un crujido de la madera, un crujido distinto a los demás. Lo que la había puesto sobre aviso no era grande, porque no podía identificarlo. Sin embargo, tenía la impresión de que no estaba sola.
Se irguió sobre la bolsa de viaje y escuchó con suma atención. ¿Estaba imaginándose las cosas? Virgil estaba asustado por ella, y no quería que estuviera sola. Sin embargo, La Banda no podía encontrar su casa e ir por ella tan rápidamente.
O tal vez sí...
Miró por la cama, por la mesilla de noche, por el suelo, en busca del móvil, e incluso se palpó los bolsillos de los pantalones vaqueros que acababa de ponerse, cuando recordó que había dejado el bolso en el coche. Corrió hacia el teléfono fijo y marcó el número de la policía. Sin embargo, antes de que respondieran, oyó pasos en el piso de arriba, y sintió terror. No quería estar atrapada en su habitación. No tenía puerta al exterior, y la ventana era fija. Tendría que romper el cristal, que daba al mar, e ingeniárselas para salir, o tendría que marcharse por donde había venido: por las escaleras.
Entonces oyó un sonido distinto, mucho más cercano, y supo que no podía usar las escaleras. Alguien ya estaba bajando por ellas. Vio las zapatillas de deporte de un hombre, y las perneras de los pantalones vaqueros, justo antes de una mano tatuada que agarraba un enorme cuchillo.
—Servicio de Emergencias. ¿Puede decirme de qué se trata, por favor?
Ella intentó tomar aire para poder hablar.
—¡Hay un hombre en mi casa! —gritó.
En cuanto la encontró, Shady se agarró a la barandilla para bajar el resto de los escalones de un salto. Esperaba poder llegar a la habitación de la subdirectora antes de que ella cerrara la puerta, pero no lo consiguió. Ella soltó el teléfono y dio un portazo justo cuando él aterrizaba. Eso le enfureció. Ahora quería matarla solo por intentar resistirse. Y lo haría. La tenía acorralada; solo necesitaba derribar aquella frágil barrera.
—Hola, nena. Virgil te envía una sorpresa —le dijo—. Quiere que te enseñe lo que se siente cuando te viola por detrás uno de esos idiotas de la cárcel en la que trabajas —gritó.
Él había sido una de las víctimas de aquel abuso hacía muchos años. El tipo que lo usaba se parecía mucho a Virgil, pero las similitudes acababan ahí. Shady nunca había oído decir que Virgil hubiera tenido una relación homosexual. Siempre había conseguido defenderse, aunque había ingresado en prisión mucho más joven que él. Y por eso, Shady lo odiaba incluso más.
Empujado por la necesidad de distanciarse de aquellos recuerdos, volvió a golpear la puerta. ¿Acaso aquella zorra pensaba que podía dejarlo fuera? Estaba loca. Iba a entrar. La puerta ya estaba empezando a astillarse.
—¡La policía viene de camino! —le gritó—. Márchese de aquí, a menos que quiera pasarse el resto de la vida en una cárcel.
¿Estaba dispuesto a dejarse atrapar con tal de conseguir lo que quería? ¿Sería un error quedarse allí? Tal vez. Sin embargo, sabía que no iba a poder vivir tranquilo si se marchaba en aquel momento. Su autoestima no le toleraría semejante derrota.
Bajó el hombro, volvió a arremeter contra la puerta y, por fin, oyó un ruido estruendoso al conseguir derribarla.
Cuando Rex encontró la cabaña de Peyton, su coche blanco estaba aparcado en la calle de abajo. Todo estaba en orden. Seguramente, Skin se había preocupado demasiado sin necesidad. Sin embargo, ya que había llegado hasta allí, iba a decirle que Virgil estaba inquieto por ella, y que había estado intentando llamarla. Tal vez su teléfono móvil se hubiera quedado sin batería, y a ella se le había olvidado cargarlo...
Paró detrás del Volvo y salió del coche. Justo cuando llegaba a las escaleras, oyó el grito de una mujer en el interior de la casa.
¡Desgraciados! Se sacó la pistola de la cintura del pantalón y subió los escalones de dos en dos. Sin embargo, antes de poder llegar al descansillo, sonó un disparo desde el bosque.
Horrorizado, Rex se agachó y miró a través de la valla de madera para ver quién era. Sonó otro disparo, y en aquella ocasión, Rex sintió un dolor lacerante en el pecho, y la mano con la que sujetaba el arma se le quedó entumecida.
Fuera sonaron dos disparos, y Peyton se preguntó si realmente quería salir de casa. ¿Qué ocurría? ¿Acaso la policía estaba enfrentándose con La Banda? De ser así, no quería salir en medio de la batalla. De todos modos, no podía hacerlo. Había lanzado todo tipo de objetos contra la ventana, pero solo había conseguido hacer algunas grietas en el cristal de seguridad. No había tenido tiempo para hacer un agujero.
Todavía tenía la lámpara en las manos. Era su única arma. La puerta se rompió, y ella se giró para enfrentarse a su atacante. Era Shady, el líder de la La Banda del que le había hablado Virgil. Llevaba el nombre tatuado en el brazo.
—Vaya, vaya —dijo él—. Qué sorpresa. No eres fea, después de todo.
Ella sujetó la lámpara para golpearle si era necesario.
—¡No se acerque a mí!
—Tenía que ser Virgil el que se hiciera con una joya como tú —dijo él, relamiéndose mientras la miraba de arriba abajo—. No se puede decir que no tiene buen gusto.
—No sé de qué está hablando.
—¿Tú no eres la novia de Skin?
—¡No, claro que no! Está perdiendo el tiempo.
—Entonces, ¿por qué llevas puesto su medallón?
¡El medallón! No se le había ocurrido pensar que La Banda pudiera reconocerlo. Normalmente lo llevaba debajo de la ropa, pero cuando se había cambiado, se lo había puesto por encima del jersey de cuello alto.
—Él me lo dio como... soborno.
—Sí, claro —dijo el mafioso.
La hoja de su cuchillo resplandeció contra la luz del atardecer. La puesta de sol era impresionante desde su ventana. Pronto habría oscurecido. ¿Viviría para ver un día más, o sería aquel el último?
—Podemos hacerlo fácil, o podemos hacerlo difícil —le dijo él, guiñándole un ojo—. El modo fácil requiere que tú dejes la lámpara.
—Váyase al infierno.
Se oyó otro tiro. Peyton se sintió esperanzada, sobre todo al ver que Shady inclinaba la cabeza para escuchar. Él tenía tanta curiosidad como ella por aquellos disparos. Le pusieron nervioso, tanto que dejó de juguetear y se acercó a Peyton con los ojos brillantes.
—Parece que vamos a tener que saltarnos los juegos preliminares e ir directamente al grano.
—¿Y cuál es?
—Despedirme de ti para siempre.
Peyton gritó cuando él se lanzó hacia ella, y giró la lámpara con todas sus fuerzas, pero Shady se agachó y el impulso que había tomado la lámpara hizo que ella perdiera el equilibrio. Shady aprovechó la ocasión y agarró el pie de la lámpara con la mano libre. Se la arrancó de las manos y la lanzó a un lado al mismo tiempo que abatía el cuchillo sobre ella.
Peyton sintió un dolor increíble en el brazo. Miró la sangre que brotaba de la herida. Su mente la urgió a seguir luchando; él estaba a punto de acuchillarla nuevamente. Sin embargo, ya no podía usar el brazo derecho. En el último segundo, intentó bloquear la cuchillada con el otro brazo. En aquella ocasión, él intentó dañarle algún órgano vital, pero ella lo esquivó saltando a un lado.
Por fin, él se había apartado del camino hacia la puerta, así que ella intentó llegar a las escaleras. Su única posibilidad de sobrevivir era salir. Sin embargo, se tropezó con la lámpara y cayó, y él consiguió agarrarla del pelo. Peyton estaba segura de que iba a atravesarle el estómago o el pecho, y no iba a poder detenerlo. Estaba en sus manos.
—Virgil lo matará por esto —dijo, y se preparó para lo peor.
Sin embargo, sonó un cuarto disparo. En aquella ocasión, fue tan alto que le retumbaron los oídos. Entonces, Shady se desplomó.
Gritando y llorando, se alejó de él tan rápidamente como pudo. No sabía si estaba muerto, y no quería que volviera a apuñalarla. Además, quería ver quién le había disparado.
El hombre que entró tambaleándose en su habitación tuvo que apoyarse en la pared. Tenía la camisa empapada en sangre, y el brazo derecho le colgaba inerte. En la otra mano llevaba una pistola. Tenía los brazos cubiertos de tatuajes y estaba muy pálido, y daba tanto miedo como Shady. Sin embargo, era mucho más guapo, y ella supo que todo iba a ir bien cuando cerró los ojos, respiró profundamente para poder hablar y dijo:
—No tengas... miedo. Soy... el mejor amigo de Virgil.