Capítulo 30

Myles había enviado a todos los ayudantes a la zona donde vivía Claire. Dos de ellos ya estaban allí. Al llegar, vio sus coches aparcados sin orden ni concierto, con las luces azules y rojas girando sobre el techo. También vio un Dodge Ram blanco que había chocado contra los servicios públicos del viejo Pineview Park. Sus faros delanteros lo iluminaban directamente, y se veía bien que la ventana trasera tenía varios disparos.

Pero eso era todo.

¿Dónde estaba todo el mundo?

Después de conducir como un loco para llegar hasta allí, ni siquiera quería bajar del coche. Tenía miedo de lo que podía encontrar. Había perdido a Amber Rose hacía tres años, y se había pasado todo aquel tiempo intentando volver a encontrar el sentido de la vida. Y ahora que había conseguido superarlo, que había conocido a Vivian y que quería recuperar todo lo que había tenido, sucedía aquello...

Cerró los ojos, tomó aire y salió del coche patrulla. La casa estaba abierta, y oyó un llanto...

Tuvo una sensación fría y dura que le llenó completamente, porque sabía que aquella no era la voz de Vivian.

El ayudante Campbell miró hacia arriba cuando él atravesó el umbral. Estaba hablando por radio, pidiendo una ambulancia. Claire estaba apoyada en la mesa, llena de arañazos. Ella era la que lloraba. Leanne estaba sentada, con los ojos secos, en su silla de ruedas, que estaba aplastada por un lado, y parecía abrumada. No vio a Vivian.

—¿Dónde está? —preguntó Myles.

—Se la ha llevado a rastras hacia el bosque —respondió Campbell—. Peterson’s ha ido tras ellos, pero... —el policía cabeceó y no dijo nada más.

No necesitaba terminar la frase. Myles entendió lo que quería decir: que no creía que la encontraran viva.

Vivian se cayó varias veces mientras Ink la empujaba por entre los árboles. Estaba demasiado oscuro como para ver otra cosa que no fueran formas indefinidas. Cuando ella había salido de la casa para salvar a Leanne, y él no la había disparado al instante, Vivian pensó que tal vez tuviera la oportunidad de escapar. Él no era el mismo hombre que había aparecido en su salón hacía cuatro años. Aquel Ink tenía una discapacidad, y era evidente que tenía muchos dolores. Sin embargo, todavía era increíblemente fuerte, y todavía más despiadado y brutal. La llevaba agarrada de la camisa. A veces la empujaba, y a veces tiraba de ella.

—¿Qué... qué es lo que quieres de mí? —le preguntó.

—Quiero que pagues. Que paguéis todos.

Ella se tropezó por intentar mirarlo, y él le dio una patada. Aunque estaba demasiado cerca como para darle un golpe fuerte, le hizo daño en la pierna, pero ella contuvo el gruñido. Lo que quería Ink era su dolor y su pánico. Vivian estaba segura de que por eso se había metido el arma en la cintura del pantalón. La llevaba a mano, por si la necesitaba, pero no quería usarla. Matarla de una manera rápida y fácil no sería suficiente deleite para él.

Quería disfrutar del proceso.

—Vas a volver... a la cárcel —dijo ella—. Espero que lo sepas.

Estaba intentando distraerlo para que la policía los alcanzara, pero él continuó moviéndose.

—No me atraparán vivo.

Vivian oyó los ruidos del bosque. A lo lejos se oían sirenas. Myles había llegado a rescatarla, pero, ¿la encontraría a tiempo? Había demasiado terreno boscoso, y estaba tan oscuro...

Rezó por ver el haz luminoso de alguna linterna entre los árboles, porque eso significaría que había más ayudantes que la estaban buscando, y que se acercaban. Sin embargo, la zona más próxima a ellos estaba oscura y silenciosa, salvo por su respiración jadeante.

—¿Vas a... dejar que te peguen un tiro? —le preguntó—. ¿O te lo vas a pegar tú mismo? Porque aunque me mates, no saldrás de esta.

Ink no respondió.

—Y Horse ha muerto —añadió ella.

Entonces, él se detuvo en seco.

—¿Qué has dicho?

—Que Horse ha muerto. Lo mató Virgil —dijo Vivian. No añadió que tal vez La Banda hubiera matado a Virgil. No quería admitir esa posibilidad, porque esperaba con todo su corazón que no fuera cierto.

—¡Estás mintiendo! —gritó él, y le golpeó una sien con la culata de su pistola.

Ella estuvo a punto de caerse, porque le fallaron las rodillas, y vio explosiones de colores delante de los ojos. Sin embargo, agitó la cabeza para mitigar el dolor.

—No. Puedes... comprobarlo. Sucedió anoche.

—Entonces, él también está muerto.

Ink volvió a golpearla. Parecía que su deseo de violencia y castigo había superado al miedo que hubiera podido causarle la noticia. O que sentía que ya había llegado lo suficientemente lejos. De todos modos, si Ink iba a parar en algún sitio, ella prefería que fuera cerca de las casas. Así, tal vez, Myles tendría más posibilidades de encontrarla...

Ojalá pudiera sobrevivir.

—Virgil lo lamentará —rugió él.

El siguiente golpe le partió el labio. Vivian notó el sabor metálico de la sangre en la boca. Así pues, Ink pensaba matarla a golpes allí mismo. Siempre existía la posibilidad de que le pegara un tiro, pero ella no creía que recurriera a la pistola a menos que se viera obligado. Así era mucho más personal y satisfactorio para él.

Recordó a Pat, y la rabia con que lo habían asesinado. Aquello era lo que Ink tenía guardado para ella, si ella se lo permitía.

—¡Zorra! ¡Mira lo que me habéis hecho tu hermano y tú! —ladró él—. ¡Me habéis destrozado la vida!

Vivian podía responder que él mismo se la había destrozado mucho antes de cruzarse con ella, que ella nunca se había mezclado en su mundo y que nunca lo habría hecho. Sin embargo, sabía que él no iba a entenderlo. Nunca había sido lo suficientemente racional como para aceptar la responsabilidad de sus propios problemas. De todos modos, no podía hablar. Él la estaba golpeando con los puños, una y otra vez, hasta que, con un golpe salvaje, la tiró al suelo.

Por un momento, Vivian pensó que le había roto la mandíbula. Llamó a Myles con un gemido, pero él no llegaba. No importaba cuánto daño le hubiera hecho ya Ink; tenía que levantarse y luchar por sí misma, o moriría. Y aquella era la primera vez, desde que habían salido de casa de Claire, que él la había soltado.

Se puso en pie, tambaleándose, e intentó correr. Si pudiera alejarse, esconderse entre los árboles... Tenía que parar los golpes de algún modo. No podía recibir más. Sin embargo, las piernas no la obedecieron con la suficiente rapidez, y él la agarró de la camisa otra vez.

Cuando comenzó a darle patadas, ella no pudo evitar gritar de dolor. Intentó devolvérselas, pero estaba indefensa, y él era como un animal embrutecido que solo quería hacerla pedazos. No sentía nada, no oía nada, no quería nada más que matarla.

Su única oportunidad era conseguir acercarse a él y quitarle el arma.

—¡No vas a... ganar!

Quería demostrarle que todavía podía hablar, que todavía podía funcionar, que no la había vencido. Sin embargo, su voz sonó extraña. Resonó por el bosque. O tal vez solo había resonado por su cabeza. ¿Había dicho algo, en realidad?

Él la agarró por el cuello y comenzó a zarandearla.

—¡Te odio! —le gritó—. ¡Os odio a tu hermano y a ti! ¡Y os voy a matar a los dos!

Parecía un niño. Emocionalmente, era como un niño. Casi todo el mundo maduraba al llegar a ser adulto, pero Ink se había quedado atascado en la edad de las rabietas, aunque tuviera treinta y tantos años. Ella tuvo ganas de reírse de él, pero no podía respirar, porque él la estaba asfixiando, y parecía que tenía una fuerza física inacabable.

Ella lo sorprendió quedando laxa antes de lo que él esperaba; eso lo obligaría a agarrarla para evitar que los dos cayeran al suelo.

Instintivamente, Ink trató de hacerlo, pero en su espalda debió de retorcerse algo, porque Vivian oyó un chasquido, algo parecido a cuando una rama se partía en dos. Ink gritó de dolor.

—¡Zorra! —dijo, sin aliento.

Estaba jadeando, pero había caído sobre ella, y todavía la tenía agarrada por la ropa.

Claramente, tenía una gran tolerancia al dolor y podía funcionar con él porque estaba acostumbrado. Sin embargo, aquella lesión de su espalda era una oportunidad para Vivian. Podía luchar con él por el arma, y estaba decidida a intentarlo.

—¡No eres nada! —le gritó ella, y le golpeó con la cabeza en la nariz.

Debió de darle el golpe perfecto, porque él se quedó atontando. Hubo una pausa durante la que él no pudo hacer nada. Entonces, soltó su camisa y volvió a echarle las manos al cuello. En aquella ocasión iba a matarla. Vivian se dio cuenta. Notó que le hundía los dedos en la piel, y ella le clavó los dientes en el antebrazo.

El sabor salado de su sudor le llenó la boca, y el olor a sucio de su cuerpo le invadió las fosas nasales. Sin embargo, cuando lo oyó gritar como un niño, Vivian apretó la mandíbula con todas sus fuerzas, y entonces notó su sangre.

Sintió náuseas y tuvo ganas de vomitar, pero siguió apretando.

Entre jadeos, Ink intentó agarrarla del pelo para tirar de su cabeza hacia atrás, pero Vivian lo llevaba tan corto que a él se le resbalaba entre los dedos. Entonces, ella notó el arma. No trató de sacársela del pantalón. Solo tenía un segundo, lo justo para apretar el gatillo.

El sonido del disparo reverberó por los árboles, y él gritó de agonía. Entonces, Vivian supo que le había dado en algún lugar.

A juzgar por su posición, estaba bastante segura de que le había acertado en los testículos.

El disparo que le reveló la posición de Vivian e Ink a Myles también consiguió que se le encogiera el estómago. Estaban cerca. ¿La habría matado Ink? ¿La había perdido él por tan poco tiempo?

El ayudante Peterson, que había entrado al bosque un poco antes, llegó primero a la escena. Cuando Myles se acercó, Peter estaba de pie sobre Ink, que yacía en el suelo. Peterson tenía el pie sobre el pecho del mafioso, y lo estaba apuntando con la pistola a la cabeza.

—¡Mátame! ¡Mátame, cabrón! —gritaba Ink—. ¡Aprieta el gatillo!

—Lo siento, amigo —le respondió el ayudante—. No soy como tú. Vas a pasarte el resto de la vida en la cárcel.

Myles oyó aquella conversación mientras iluminaba el suelo con la linterna. Vio mucha sangre. ¿Dónde estaba Vivian?

Entonces, la encontró. Aunque la había golpeado salvajemente, ella había conseguido alejarse varios metros arrastrándose, y estaba temblando, en silencio, observando la escena, como si temiera que todavía había alguna posibilidad de que Ink se escapara.

Myles temió que estuviera en estado de shock. Bajó la linterna y se acercó a ella.

—Eh, ¿cómo estás? —le preguntó, mientras se arrodillaba a su lado. Ojalá no tuviera heridas graves.

Ella apartó la vista de Ink y la clavó en sus ojos. Entonces comenzó a llorar.

—Ya ha terminado todo —dijo él, y la abrazó suavemente—. Nunca volverá a hacerte daño.

—¿Y... Virgil?

Myles no podía creer que aquella fuera su primera pregunta. Nunca había conocido a una hermana que se preocupara tanto por su hermano.

—Está bien. Va a sobrevivir. Y su mujer y su hija también.

Ella se limpió la sangre del labio.

—¿Has tenido noticias de Peyton?

—Rex me ha llamado a mí para darme las noticias al ver que no podía dar contigo. Peyton ha tenido una niña esta mañana. Pesa casi tres kilos y medio.

—¿Y las dos están bien?

—Perfectamente.

Las lágrimas brotaron más rápidamente.

—¿Y mis hijos?

—También. Rex me ha dicho que estaban tan emocionados con la niña que solo pueden hablar de eso.

—¿Y Virgil sabe... lo del... bebé?

—Estoy seguro de que sí —dijo Myles, y la tomó en brazos—. Vamos. Voy a sacarte de aquí.