Capítulo 28
L.J. ya no le servía de nada. Ink se había divertido hurgándole en el hombro en busca de la bala con las manos sin lavar, y se conformaba con dejarlo morir en paz, si acaso sucedía eso. Si L.J. no moría, tal vez pudiera bajar de la montaña y conseguir tratamiento médico. Seguramente, volvería a la cárcel. El chico no tenía la inteligencia necesaria para valerse en el mundo siendo un fugitivo. Tampoco tenía agallas para hacer lo que debía hacer un fugitivo.
Él, sin embargo, tenía todo lo que necesitaba, incluyendo un buen plan. No podía creer que no se le hubiera ocurrido antes. Sabiendo Laurel que él estaba en el pueblo, no volvería a su casa, y él tendría que empezar a buscarla otra vez. Sin embargo, alguien que contara con la confianza de sus vecinos de la comunidad podría ayudarlo a encontrarla mucho antes que su antiguo compañero de celda, y más después de que L.J. hubiera recibido un disparo. ¿Y quién sería más respetado y digno de confianza que un miembro de la familia Rogers?
Había visto a su guapa hija adolescente y a su atractiva madre de mediana edad. Eran una familia estupenda. Y estaban solo a un kilómetro de distancia, en la cabaña de al lado. Tal vez hubiera un padre. Ink pensó en que podría encargarse de él igual que se había encargado de los cazadores.
La madre le serviría mucho mejor para conseguir sus propósitos. Laurel tenía un nombre nuevo, así que él enviaría a la señora Rogers al pueblo para indagar. Si se quedaba con su hija y con todas las demás personas que hubiera en la cabaña, ella tendría un buen incentivo para trabajar rápido y mantener cerrada la boca. Cuando volviera con la dirección de los amigos y familia de Vivian que pudieran vivir por la zona, él mataría a toda la familia para que no lo delataran. Y después iría a Pineview a terminar con la hermana de Virgil.
Revisó la pistola que había cargado de nuevo en la cabaña, después del tiroteo con el sheriff. Estaba en perfecto estado. Ya solo tenía que esconderse entre los árboles y esperar a que oscureciera, cosa que iba a suceder muy pronto.
El teléfono del motel despertó a Vivian a las cinco en punto. Se había quedado dormida después de hacer el amor con Myles, hacía varias horas, y había conseguido descansar. Sin embargo, la realidad interfirió en su sueño con el sonido del teléfono, y el miedo regresó.
—¿Quieres responder tú? —le preguntó a Myles. Pensó que sería uno de sus ayudantes, que lo estaba buscando. Nadie más sabía que estaban allí.
Él le acarició la piel, pero siguió con los ojos cerrados.
—Ummm... No. Todavía estoy atontado. Contesta tú.
Vivian se alegró de comprobar que él estaba durmiendo, por fin. Lo necesitaba desesperadamente. Sin embargo, temía que ninguno de los dos iba a poder descansar más. Ella tenía que conseguir hablar con Peyton y con Rex, y averiguar lo que había pasado con sus hijos y con su hermano. Y tenía que responder a aquella llamada. Esperaba que fueran buenas noticias.
—¿Diga?
—Hola, buenas tardes. Soy Sandra, de EZ Security. ¿Podría hablar con Vivian?
Reconoció el nombre de la recepcionista de la empresa de Virgil, y se irguió.
—Soy yo.
—Tengo que darle un número de teléfono para que llame.
Vivian lo apuntó en una libreta del hotel, que estaba junto al teléfono.
—¿De dónde es? —preguntó. Reconoció el código de la zona, pero no el resto de los dígitos.
—Del Mercy Medical Hospital de Los Ángeles.
Vivian se mordió el labio.
—¿Por qué he de llamar a un hospital?
—Su hermano ha recibido un disparo.
Vivian debió de soltar un gemido de dolor, porque Myles se sentó a su lado, completamente despierto.
—¿Qué ocurre?
Ella no podía explicárselo en aquel momento. Tenía que averiguar todo lo posible de aquella mujer.
—¿Se... se va a recuperar?
—Los médicos tienen esperanzas. Ahora lo están operando.
—Entonces, ¿a quién tengo que llamar, si Virgil no puede hablar?
—A Rex.
—¿Por qué no le dio mi número?
—Él no puede hacer una llamada a cobro revertido a un hotel.
¿Rex también estaba en Los Ángeles? ¿Por qué? ¿Dónde estaban sus hijos?
—¿Sabe si Peyton está bien?
—Sí, está bien.
Era evidente que aquella mujer conocía su pasado. Ella estaba usando sus nombres verdaderos, los que no habían vuelto a usar desde que habían adoptado sus identidades falsas y se habían mudado a Washington D.C.
—Rex me pidió que le dijera que Peyton tiene a Jake y a Mia con Brady, y que están en un hotel, aquí en Buffalo. Que no se preocupe por ellos.
Sintió un gran alivio al saber que sus hijos estaban bien, en buenas manos. Sin embargo, después de lo que había sabido sobre Virgil, no podía sentirse mucho mejor.
—¿Peyton sabe lo de Virgil?
Hubo un ligero titubeo.
—No. Por eso no es ella quien está haciendo esta llamada. Rex me dijo que no se lo contara hasta que... hasta que sepamos si Virgil va a salir con vida o no.
Laurel tuvo que apoyar la cabeza en una mano.
—¿Cómo ocurrió?
—No conozco los detalles. Solo sé que Rex quiere hablar con usted. Su teléfono se estropeó cuando su hermano resultó herido, así que me llamó desde el hospital.
—¿Rex no está herido?
—No. Pero lo estaría, si no hubiera llevado el teléfono en el bolsillo.
—¿Y por qué fue a Los Ángeles?
—Creo que debería preguntárselo a él. Rex solo me llamó para saber si usted había llamado aquí. Le dije que no sabía si todavía seguía en este número, pero que intentaría ponerme en contacto con usted.
—Ya entiendo. Gracias —dijo, y colgó.
—¿Qué sucede? —le preguntó Myles—. ¿Están bien los niños?
—Sí, están perfectamente.
Entonces, con cara de preocupación, le tomó la mano y le besó los dedos.
—Entonces, ¿qué pasa?
—Es mi hermano.
Cuando lo llamaron por megafonía, Rex se acercó rápidamente al mostrador de información, se identificó y tomó el teléfono que la enfermera le ofreció con una sonrisa amable.
—¿Diga? —preguntó, girándose para tener un mínimo de privacidad.
—Soy yo.
Laurel. Rex estuvo a punto de echarse a llorar al oír su voz, aunque no lo había hecho desde niño. Laurel estaba viva; él había tomado la decisión correcta.
—Dios, cuánto me alegro de oírte.
—Yo podría decir lo mismo. ¿Estás bien?
—He estado mejor.
Se encontraba tan enfermo, tan nervioso. No estaba seguro de poder aguantar tanto como fuera necesario, y sin embargo había llegado hasta allí. Cada minuto y cada hora eran un nuevo desafío, pero se sentía bien por los minutos y las horas que había conquistado hasta entonces. Y en aquel momento, se aferraba a la esperanza de que su presencia y sus oraciones pudieran ayudar a Virgil mientras los médicos lo operaban. Cuando se había marchado de la sala de espera de urgencias de Buffalo, con intención de comprar OxyContin para librarse del dolor de cabeza y de los terribles calambres que tenía en el estómago, recordó el viaje a Libby. Recordó que, durante la última parte del trayecto, había ido tomado de la mano con Laurel, y se había sentido en paz. Entonces se dio cuenta de que si volvía a tomar las pastillas nunca conseguiría escapar de ellas. Así pues, en vez de comprar droga, le había pagado a su camello para que lo llevara al aeropuerto y había tenido que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida.
¿Iba a Montana a intentar proteger a Laurel?
¿O iba a Los Ángeles a apoyar a Virgil?
Al final había decidido ir a Los Ángeles. Sabía que Virgil iba directo a un gran problema, y Laurel, por lo menos, estaba intentando evitarlo. Y, por mucho que dijera que no tenía confianza en el sheriff de aquel pequeño pueblo, sabía que Myles haría lo posible por protegerla, y seguramente era más capaz de lo que él quería admitir.
Laurel estaba intentando contener la emoción.
—¿Cómo... cómo está Virgil?
—Recibió tres disparos, dos en la espalda y uno en el brazo. Estaba muy mal cuando llegué. Es un milagro que siga vivo.
—¿Y qué estaba haciendo en Los Ángeles? ¿Cómo pudo dejar sola a Peyton?
Rex estudió las baldosas del suelo.
—Pensó que no tenía más remedio que acabar con La Banda de una vez por todas, o que ninguno de nosotros volvería a estar seguro.
—¿Y entonces fue por ellos?
—Sí. Fue al club de Horse.
—¿Y tú lo seguiste?
—Por desgracia, él llegó antes que yo.
—O tú también estarías en manos de los médicos. O en la morgue.
—Puede que sí. Tuve suerte. Nadie esperaba que llegara alguien a última hora. Estaban tan ocupados intentando matar a Virgil que ni siquiera se dieron cuenta de que entré.
—¿Y así es como conseguiste sacarlo de allí?
—Sí.
Después de abatir a cinco hombres, por lo menos.
—¿Qué fue de Horse?
—Muerto —dijo Rex. No especificó que había sido Virgil el que le había matado. Quería ahorrarle los detalles.
—¿Y los otros miembros de La Banda que estaban allí?
Rex no sabía si habían muerto o si solo les había herido. Él había entrado disparando, pero no tenía otra alternativa. Era el único modo de salvar a Virgil, y de salvarse a sí mismo, porque ellos se habrían vuelto contra él después. Estando tan enfermo, todavía no entendía cómo había podido conseguirlo.
—¿Y la policía ya lo sabe?
Rex sabía que la enfermera lo estaba observando. Él se había puesto a sudar, y tenía palpitaciones. Sin embargo, estaba empeñado en pasar el síndrome de abstinencia sin ayuda. Se apoyó en el mostrador.
—No lo sé. Tal vez ahora sí. No me quedé mucho para averiguarlo; ni siquiera esperé a la ambulancia. Un tipo, un vecino al que desperté, me ayudó a cargar a Virgil en mi coche de alquiler, y después me marché.
—Al final te investigarán —dijo ella—. Pero fue en defensa propia.
—Con todo lo que han hecho ellos, y todo lo que han intentado hacer, creo que debería ser fácil de demostrar.
—Virgil habría muerto de no ser por ti —dijo ella—. Gracias.
—Y yo habría muerto hace mucho tiempo de no ser por vosotros dos —respondió él en voz baja.
—Tienes que dejar las pastillas, Rex. Por favor.
Él respiró profundamente. No sabía cuándo iban a remitir los síntomas del síndrome de abstinencia, pero tenía que resistirlos.
—Las he dejado, te lo prometo.
Ella no respondió, y él estuvo a punto de caerse al suelo. Las piernas ya no lo sostenían.
—No me crees.
—En realidad, sí.
Él se pasó una mano por la cara.
—Eso me ayuda. Esta vez lo voy a conseguir, Laurel.
—Me alegro de oírlo —dijo ella. Cubrió el auricular y habló con otra persona. Después volvió al teléfono—. ¿Crees que Ink se habrá enterado de la muerte de Horse?
—Lo dudo. Ha sido hace muy poco. Y de todos modos, aunque se entere, no creo que renuncie a sus planes.
—Entonces, ¿por qué lo hizo Virgil?
A Rex le llegó al alma la angustia contenida en aquella pregunta. Sin embargo, sabía cuál era la respuesta. La entendía perfectamente.
—Para decapitar a La Banda. Es el único modo de acabar con ellos para siempre.
—Pero... ¿crees que va a funcionar?
—El tiempo lo dirá —dijo Rex. La enfermera lo miró como si ya llevara demasiado tiempo usando aquel teléfono, pero él apartó la mirada—. Entonces, ¿Ink no ha dado señales?
—Entró en mi casa anoche.
—¿Y? —preguntó Rex con tensión.
—Consiguió huir.
Él soltó una imprecación.
—¿Dónde estaba el sheriff?
—Intentando detenerlo. Recibió un disparo, pero está bien. Podía haber sido mucho peor.
—Me alegro de que esté bien —dijo Rex. Y era sincero, pese a lo que sentía por Laurel—. Tengo que dejar libre el teléfono. Te llamaré cuando Virgil salga de la operación, ¿de acuerdo?
Ella le dio el número del teléfono del sheriff, además del número del motel, y se despidió. Cuando él le entregó el auricular a la enfermera, ella frunció el labio como si lo despreciara, como si supiera que era un drogadicto que no valía para nada, y por segundo, el ansia de OxyContin se intensificó.
Sin embargo, entonces se dio cuenta de que no podía empeorar más, y pese a lo que opinara aquella mujer, pese a lo que opinara cualquiera, él había resistido aquella ansia durante casi tres semanas. Y tres semanas era mucho más tiempo de lo que podía resistir la mayoría de la gente.
Iba a conseguirlo. Solo tenía que creer en sí mismo.
Sonrió a la enfermera para transmitirle que no le importaban nada sus juicios y se alejó.
Mientras Vivian se duchaba, Myles llamó a Janet Rogers. Un poco antes la había despertado, a ella y también a Marley, para contarles todo lo que había pasado y advertirle a su hija que no se acercara a casa hasta que Ink y Lloyd hubieran sido detenidos. Sin embargo, tenía miedo de que Marley se hubiera asustado al saber que él estaba herido, y quería hablar con ella otra vez.
—Está muy bien —le dijo Janet.
—Espero que no sea mucha molestia tenerla allí.
—No, en absoluto. Ya sabes lo mucho que se quieren Elizabeth y ella. Marley está preocupada por ti, por supuesto, pero hemos hablado sobre ello, y entiende que el disparo no te alcanzó en ninguna zona vital.
Después de perder a su madre, seguramente Marley no se estaba tomando tan bien el incidente, pero estar con Elizabeth sería una distracción para ella, y él le agradecía a Janet sus intentos de calmarlo. Además, él todavía tenía que resolver aquella situación y librar a Vivian y a todo el pueblo del peligro que suponían Ink y Lloyd.
—Te lo agradezco mucho, pero, ¿estás segura? Puedo organizarlo todo para que Marley se quede en otro sitio...
—No, no. Como Henry está fuera del pueblo y los niños están en el campamento, me gusta que las niñas estén aquí. Me hacen compañía.
Myles exhaló un suspiro de alivio. Aquello le facilitaba mucho las cosas, porque estaba impaciente por retomar la búsqueda.
—Gracias. Te agradezco mucho tu ayuda. ¿Podría hablar con Marley?
—Claro.
Un minuto más tarde, oyó la voz de su hija por el teléfono.
—¿Papá?
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Bien, pero, ¿y tú?
Él se movió para aliviarse el dolor de la pierna.
—Estoy perfectamente.
—¿De verdad? ¿Después de que te hayan pegado un tiro? No me estás mintiendo, ¿verdad?
—No, en absoluto.
—¿Y cuándo voy a poder verte?
—Iré después del trabajo.
—¿A recogerme?
—No. Solo a verte. Necesito que te quedes ahí una noche más. Voy a estar muy ocupado intentando detener a esos tipos, y no quiero que estés sola en casa.
—Los atraparás. Si hay alguien que pueda hacerlo, eres tú.
Ojalá él tuviera la misma confianza que su hija.
—Espero que tengas razón.
—Pero da miedo, ¿verdad? —dijo ella—. Da miedo pensar que esos dos expresidiarios estén en el pueblo. Cuando vivíamos en Phoenix nunca ocurrió nada tan peligroso.
—Ya lo sé. Y con suerte, no volverá a ocurrir.
—¿Está bien Vivian?
—Sí, está muy bien. A ti te cae bien Vivian, ¿verdad?
—Claro.
—Bien.
Marley se echó a reír.
—¿Por qué me preguntas eso?
Porque quería que Vivian formara parte de sus vidas. No sabía con seguridad si iban a mantener una relación permanente, pero por todo lo que sentía, tenía la sensación de que sí.
—Por curiosidad.
—Es una pregunta rara —dijo ella, y volvió a reírse—. ¿Por qué no me iba a caer bien? Es nuestra vecina. ¿Quieres que venga a quedarse con nosotros hasta que detengas a los tipos que quieren hacerle daño, o algo por el estilo?
—No. Vivimos demasiado cerca de su casa.
—¿Y a qué otro sitio va a ir? ¿Todavía estáis en el motel?
—Por ahora sí. Ella está en la habitación de al lado. Pero creo que le voy a pedir a Claire que venga a buscarla.
—¿La señora que me corta el pelo?
—Exacto.
—Ah, muy bien. Vivian y ella son muy amigas. Ella siempre tiene algún bolso de Vivian.
—Vivian también ha sido muy generosa contigo en ese sentido —comentó él.
—Ya lo sé. Estoy deseando ver sus últimos diseños.
Él sonrió ante el entusiasmo de su hija. No sabía si su hija iba a aceptar rápidamente que él tuviera un interés amoroso en Vivian, pero tenían una base sobre la que empezar, y eso le daba confianza.
—Será mejor que me vaya a trabajar. Nos vemos después, ¿eh?
—Muy bien. Te quiero, papá.
—Yo también te quiero —dijo él, y colgó.
Vivian entreabrió la puerta del baño, y el vapor de la ducha salió por la rendija.
—¿Todo bien con Marley?
—Sí.
—¿Te he oído mencionar a Claire?
Él se puso una camisa que había sacado de la maleta al salir de la ducha. No tenía allí el uniforme, pero aquel día tendría que bastar con unos vaqueros y la camiseta, y con su arma.
—Estaba pensando que podías pasar la tarde en su casa, ya que yo no me puedo quedar contigo. Así te resultará más fácil esperar noticias sobre tu hermano.
Ella salió del baño envuelta en una toalla.
—No sé si hay algo que pueda facilitármelo.
—Es que... yo no sé cuánto tiempo voy a tardar, y tú no puedes ir a casa. Y tampoco puedes moverte en tu coche, porque Ink y Lloyd lo vieron aparcado en tu calle. ¿Qué vas a hacer si no? No quiero que andes sola por el pueblo si yo no llego a tiempo para traer la cena.
Ella se secó el pelo con la toalla y miró el teléfono.
—Quiero que llame Rex.
—Puede que tarde un rato —dijo él suavemente.
Vivian suspiró.
—Entonces llamaré al hospital desde el teléfono de Claire. Prefiero estar con ella que sola.
A él le dolía la pierna a cada paso que daba, pero se acercó a ella y la abrazó.
—Va a sobrevivir, Vivian.
Ella no respondió, pero cuando apretó la cara contra su cuello, Myles notó sus lágrimas.
—Llama a Claire. Yo te llamaré después para ver cómo va todo —le dijo, y la besó en la frente antes de irse.
Entrar en la cabaña fue mucho más fácil de lo que Ink hubiera pensado. Las puertas estaban cerradas con llave; él las probó todas, empezando por la de la parte de atrás. Sin embargo, las puertas cerradas no eran ningún problema cuando la llave estaba debajo del felpudo. Supuso que aquella era la llave que usaba la chica adolescente cuando llegaba tarde a casa por las noches, o un regalo que le había dejado a su novio. Seguramente, los padres ni siquiera sabían que estaba allí.
La puerta se abrió sin un solo chirrido, e Ink sonrió al atravesar el umbral. Había una televisión encendida a un volumen muy fuerte en algún lugar de la casa. Había visto el brillo de la pantalla por una ventana un momento antes, así que no le sorprendió. Seguramente, debería haber esperado hasta que todos estuvieran en la cama, pero se sentía demasiado impaciente. Además, quería que la gente del pueblo estuviera despierta para que la señora Rogers tuviera muchas personas a las que preguntar por Laurel...
No se esperaba que la casa estuviera cerrada con llave tan pronto. La mayoría de la gente no cerraba las puertas hasta las ocho y media. Sin embargo, habría entrado de todos modos, aunque no hubiera encontrado la llave debajo del felpudo, rompiendo algún cristal. No había vecinos por los que preocuparse, y ya había cortado la línea de teléfono. ¿Qué iban a hacer?
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? —preguntó alegremente.
La hija a la que había visto cuando estaba con L.J. apareció en primer lugar.
—Hola, guapa. ¿Está tu padre en casa?
A ella se le cayó el mando a distancia cuando vio la pistola. Sin embargo, él todavía no la había apuntado, así que la chica no sabía cómo reaccionar.
—¿Quién es usted?
—Supongo que podrías decir que soy el amigo de un amigo. ¿Conoces a Vivian Stewart? ¿Y a Mia y a Jake?
Ella dio un paso atrás, como si acabara de darse cuenta de quién era él, y entonces, Ink levantó el arma.
—Si yo fuera tú, no me movería.
—Alexis...
La mujer a la que había visto un poco antes por la ventana apareció por una esquina y se quedó paralizada. Iba secando un molde de horno, pero bajó las manos y el molde inmediatamente.
—Avise a su marido, o le pego un tiro a su hija —le dijo él.
Ella se quedó mirándolo con la boca abierta.
—Le he dado una orden.
—Mi marido... Él... Él..
—¿Él qué? —dijo Ink—. Puede hacerlo. Vamos, dígalo.
—Él no está en casa —dijo Alexis.
Eso le sorprendió, y pensó que podía ser una mentira. Había un hombre que formaba parte de aquella familia. Era evidente, por cómo estaba organizado el garaje, por las herramientas, por la cabeza de ciervo montada sobre la chimenea, incluso por el olor, que le recordaba al cuero y a los juegos de cartas.
—A mí me parece que sí. Creo que la furgoneta del garaje es suya, así que... le doy cinco segundos para que lo traiga aquí.
La señora Rogers gimoteó. Él todavía estaba apuntándole a su hija, y eso no debió de gustarle.
—¡No! ¡Por favor! Escuche, él... está fuera del pueblo. Trabaja fuera del pueblo. Esa furgoneta es su Esplanade, sí, pero yo lo llevé al aeropuerto.
¿Sería cierto eso? En realidad, Ink no había visto a ningún hombre en la cabaña en ninguna de las dos ocasiones en las que había estado allí. Y dudaba que la mujer pusiera en peligro la vida de su hija.
—¿Cuándo vuelve?
Respondió Alexis, como si tuviera miedo de que su madre no fuera capaz de hacerlo.
—Dentro de dos días.
—Si estás mintiendo...
—¡No estoy mintiendo! —la chica estaba tan pálida como su madre, pero llevaba una coleta y se le veían las orejas. Las tenía muy rojas.
—Bueno. Parece que tengo suerte. ¿Y los niños?
La señora Rogers abrió mucho los ojos.
—¿Qué niños?
Para que su amenaza quedara más clara, Ink dio un paso hacia Alexis.
—Puedo violarla aquí, delante de usted, o llevármela a la parte de atrás. Usted elige.
—¡No le haga daño! —susurró la madre.
—Estoy hablando de los niños que usan la pelota de fútbol que hay en el jardín, y el resto de equipamiento deportivo que hay en el garaje.
—Los gemelos —dijo Alexis—. Están en un campamento.
—Umm... Otra vez la suerte. ¿Por qué no vamos al salón y nos sentamos para que pueda explicarle lo que quiero que haga por mí?
Madre e hija se dieron la vuelta justo cuando alguien gritó desde arriba: —¡Mamaaaá! ¿Podemos tomar Marley y yo más helado?
Ink estuvo a punto de apretar el gatillo en aquel momento. Pensó que una muerte sería muy convincente. Sin embargo, no quería que la señora Rogers se pusiera histérica. Necesitaba que pudiera pensar con claridad.
—Está intentando engañarme, ¿eh? Eso me lo va a pagar —dijo, en vez de disparar—. Que bajen aquí.
La chica del piso de arriba volvió a preguntar.
—¡Mamáaa!
La señora Rogers cerró los ojos y movió los labios como si estuviera rezando.
—¡Ahora! —gritó él, y la empujó, pero ella no tuvo que decir nada. El sonido de su propia voz hizo que dos niñas bajaran las escaleras para ver qué ocurría. Cuando lo vieron, se quedaron boquiabiertas en el descansillo.
—Supongo que no te habías dado cuenta de que teníais compañía —dijo él, agarrando a Alexis, y le puso la boquilla de la pistola en la sien—. ¿Hay alguien más en la casa?
Alexis estaba temblando. No se atrevía a moverse, pero respondió una de las otras chicas.
—No-no —dijo.
A juzgar por sus rasgos, era de la familia. Era la parte «yo» de «Marley y yo». La otra chica era morena, alta y esbelta, y no pertenecía a la familia. Era la parte «Marley».
—No se va a salir con la suya —dijo Marley, con un brillo de desafío en la mirada.
Él admiró sus agallas. «Yo» ya estaba llorando.
—Ya lo veremos —respondió, e hizo un gesto con el arma para que todas fueran al salón.
Allí, le explicó a la señora Rogers exactamente lo que quería que hiciera durante la hora siguiente, o volvería a casa y se encontraría muertas a sus hijas. Entonces, ella le dijo que no necesitaba irse al pueblo para decirle lo que él quería saber.
Buscó en un listín telefónico regional, anotó el nombre y la dirección de alguien llamado Claire, que tenía una peluquería anunciada en las Páginas Amarillas, y le dijo que era la mejor amiga de Vivian. Que seguramente, Vivian estaría en su casa, o que Claire sabría dónde encontrarla. Fue muy convincente. La desesperación hacía que la gente fuera convincente.
Aunque hubiera delatado a Laurel, era una estúpida si pensaba que las iba a dejar en paz. Él había cortado la línea telefónica, pero ellas seguían teniendo los coches, o podían ir andando hasta la autopista para pedir ayuda. Sin duda, encontrarían la manera de avisar a la policía en cuanto él se hubiera ido.
Y por eso tenía que matarlas.