Capítulo 19

Vivian tenía un compromiso con aquel lugar. Después de haber buscado su sitio durante toda la vida, por fin había encontrado lo que deseaba y no estaba dispuesta a abandonarlo. Ella misma había pintado, reparado y decorado su casa, y había plantado un huerto en el jardín. Si se marchaba, no vería madurar nada de aquello.

Sin embargo, enviar a sus hijos a Nueva York no le había resultado nada fácil. No sabía si iba a volver a verlos, y eso le causaba todo tipo de dudas. ¿Estaba cometiendo un error? ¿Estaba exponiéndose innecesariamente al peligro? ¿Estaba siendo demasiado obcecada para su propio bien?

Había estado a punto de volver a Kalispell muchas veces durante el trayecto de regreso a Pineview, para tomar un avión a Nueva York. Sin embargo, tampoco tenía la seguridad de poder quedarse allí con sus hijos. Y vivir huyendo constantemente no era vivir.

Virgil y Peyton criarían a Mia y a Jake si a ella le ocurría algo. Sin embargo, aquel era un pequeño consuelo, porque sus niños lo eran todo para ella. Ellos eran completamente felices allí; en Pineview había un futuro para ellos. Los tres habían formado vínculos de afecto y de simpatía con mucha gente, como por ejemplo Vera y Claire, y ella quería quedarse allí y formar parte de verdad de aquella comunidad.

Mientras conducía rodeando el lago, sus ojos se fijaron en la casa de dos pisos que había junto a la suya. La noche que había pasado con el sheriff King no había ido tan bien como esperaba; seguramente, él no estaba muy impresionado con ella en aquel momento. Sin embargo, había sido capaz de hacer algo con respecto a sus sentimientos, y pese a lo que había ocurrido, siempre valoraría mucho aquella experiencia.

Miró su propia casa. Durante los siguientes días, o quizá semanas, iba a sentirse muy rara sin Mia y sin Jake. El lugar ya le parecía distinto, vacío y triste sin el triciclo de Mia en el césped del jardín, y sin una niña pequeña que saliera de la casa y se montara en él.

Cuando aparcó el coche en su parcela, sacó la pistola de debajo del asiento y se apeó, pero no se alejó del vehículo inmediatamente. Observó la casa en busca de señales que le indicaran que había habido alguien por allí durante su ausencia.

No veía nada raro. Así pues, cuando una figura emergió de su porche, estuvo a punto de levantar la Sig y disparar.

Era Claire, que había estado sentada en las sombras del porche, detrás de una columna. Debía de haber ido hasta allí dando un paseo, porque su coche no estaba a la vista. Algunas veces lo hacía, aunque estaban casi a tres kilómetros de distancia. Le gustaba hacer ejercicio. Sin embargo, si no hubiera dicho su nombre, tal vez ella hubiera disparado.

—¿Dónde están los niños? —le preguntó su amiga, levantando una mano para protegerse los ojos del brillo del sol.

Vivian se angustió por lo que había estado a punto de hacer y metió la Sig en el bolso. Esperaba que Claire no hubiera visto el arma. No lo parecía. Su amiga no imaginaría que ella portara una pistola, así que no era probable que pensara nada raro.

Sin embargo, aquel incidente hizo que se preguntara si sabía lo que estaba haciendo. Había decidido lo que era mejor para su familia, pero, ¿era lo mejor para la gente de Pineview? Ellos no se merecían verse en el fuego cruzado entre Ink, o quien hubiera enviado La Banda para matarla, y ella. Y eso podía ocurrir fácilmente si Claire, por ejemplo, seguía yendo a visitarla sin avisar. Recordó lo que le había ocurrido a la pobre Trinity Woods. A ella la habían matado en la puerta de su casa, en Colorado.

Vivian esbozó una sonrisa forzada.

—Están de visita en casa de unos parientes de fuera del estado.

—¿En casa de tu hermana?

—Eh... sí.

Se había inventado una familia ficticia que vivía en Denver, y se sentía culpable cada vez que Claire se los mencionaba. «¿Has hablado con tus padres? ¿Cómo están? ¿Cuándo va a nacer el bebé de tu hermana?».

Sin embargo, no había tenido más remedio que hacerlo; todo el mundo provenía de algún lugar, de alguna familia. Para poder compartir la alegría por el embarazo de Peyton, había creado a una hermana llamada Macy que se había casado recientemente y que iba a tener su primer hijo. También se había inventado a unos padres que eran maestros de escuela y que estaban jubilados, e incluso había dicho que su madre tenía diabetes, motivo por el que Claire preguntaba frecuentemente por su salud.

¿Había llegado la hora de decirle la verdad a su amiga?

Nunca hubiera soñado que podría hacerlo. Solo con pensarlo se sentía más libre de lo que se había sentido en cuatro años. Podría ser honesta de nuevo. Y no solo eso; teniendo en cuenta el peligro, su obligación moral era ser honesta.

No sabía cómo iba a darle la noticia a Claire, ni cómo iba a reaccionar. Claire la había hecho partícipe de sus secretos, había confiado completamente en ella. ¿Cómo respondería cuando se enterara de que ella no había hecho lo mismo, y que había fingido que era alguien que no era desde el principio?

Claire se sentiría traicionada y herida. Ella no creía que pudiera soportar eso en aquel momento, además de la presión y la preocupación que la atenazaban. Sin embargo, no podría vivir con el remordimiento de saber que a Claire le había pasado algo porque ella no la había avisado del peligro.

—Vaya, ¿y cuánto tiempo van a estar fuera? —le preguntó.

—Seguramente todo el verano —respondió Vivian.

Le parecía una eternidad, pero tenía que asumir que en solucionar su problema podía tardar ese tiempo, o más. Si tenía suerte, la policía encontraría a Ink y lo devolvería a la cárcel antes de que Ink la encontrara a ella, y Horse sería encarcelado con él. Y tal vez encerraran a algunos miembros más de La Banda, a los que querían vengarse de Virgil y de Rex...

Si tenía suerte, podía suceder eso. Sin embargo, ella había dejado de contar con la suerte hacía muchos años...

Temiendo que La Banda llegara derrapando y las abatiera a tiros a las dos, le hizo un gesto a Claire para que se acercara y subiera al coche.

—Vamos a cenar por ahí.

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

—Porque son solo las tres de la tarde.

—No he comido —replicó Vivian. Aunque con la inquietud que sentía, no creía que pudiera tragar ningún bocado. Había sido demasiado duro despedirse de los niños. Sin embargo, tenía que llevarse de allí a Claire—. Además, tengo que contarte una cosa.

Claire percibió su tono sombrío.

—¿De qué se trata?

—¿Podemos hablar en el Chowhound?

—Bueno, supongo que sí. Si te apetece...

—Sí, me apetece mucho —dijo Vivian, mirando hacia la calle, vigilando hasta que Claire entró y se sentó en el asiento del pasajero. Entonces, ella se colocó tras el volante.

—¿Qué pasa? —le preguntó Claire.

—Ya lo verás.

—¿Es malo?

—Sí.

Claire sonrió débilmente.

—Estupendo. Me encantan las malas noticias.

Vivian ya había arrancado el coche. Miró por el espejo retrovisor y salió a la carretera con brusquedad; Claire tiró del cinturón de seguridad para ponérselo.

—¡Vaya! —exclamó—. Ten cuidado. Vives al lado de un poli, ¿no te acuerdas?

¿Cómo iba a olvidarlo? Observaba la casa del sheriff, y lo esperaba, todo el tiempo.

—Está trabajando —dijo.

Claire debió de entender que Vivian estaba organizando sus pensamientos. La observó atentamente durante un momento, como si pudiera descifrar el problema sin palabras, antes de intentar dominar su curiosidad.

—Seguro que el sheriff King está muy ocupado.

—Mucho —dijo Vivian.

El comentario de Claire había sido inocente, pero ella no pudo evitar recordar la cabaña donde habían hecho el amor. Claire se quedaría alucinada si lo supiera. Le había dicho muchas veces a Vivian que le diera una oportunidad al sheriff. Como todo el mundo en Pineview, tenía un gran concepto de él. De no ser porque todavía estaba superando la muerte de su marido David, que había ocurrido hacía pocos meses, Claire también estaría interesada en Myles.

—Pero has hablado con él, ¿no?

—De vez en cuando —dijo Vivian.

Le contaría a Claire que en realidad, su nombre era Laurel Hodges, pero no iba a mencionar su aventura con el sheriff King.

—¿Y te ha dicho algo sobre el asesinato?

—No, en realidad no.

Cuando llegaron a la autopista, Vivian se fijó en un coche que no conocía. Se puso muy tensa, pero en el asiento del conductor había una mujer mayor. Claramente, no era un miembro de La Banda.

—¿Estás bien? —le preguntó Claire.

—Perfectamente.

A medida que se alejaban de su casa, le resultaba más fácil respirar, e intentó calmarse para poder mantener aquella conversación con tanto tacto como le fuera posible.

—Bueno, entonces, ¿el sheriff no te ha contado nada del asesinato? —preguntó Claire.

—No tiene nada que ver con lo que le ocurrió a tu madre, Claire.

—Eso no lo sabes —dijo su amiga—. Nadie lo sabe.

Parecía que enterarse de que Alana había muerto a manos de un asesino psicópata era mejor que continuar viviendo con el misterio de su desaparición.

A Vivian le rompía el corazón constatar hasta qué punto podía afectar el pasado al presente. Sin embargo, no podía culpar a Claire por ser tan decidida y tan obcecada. Según lo que ella había oído decir, la madre de Claire era tan cariñosa y buena con sus hijas como egoísta había sido su propia madre.

—¿Y qué dice tu padrastro al respecto?

—Piensa que la desaparición de mi madre puede tener relación con el asesinato de Pat. Bueno, no lo ha descartado. Hasta que no sepamos quién lo mató, y si tiene alguna relación con nuestra familia, nadie puede decirlo.

—¿Ni tu padrastro?

—Exacto.

Lo que pensaba ella era que probablemente, Darryl O’Toole sabía más de lo que aparentaba. Él había sido la última persona que había visto a su mujer con vida, y el que más se había beneficiado con su muerte.

—¿Consiguió ese contrato que esperaba para quitar la nieve de las carreteras?

—Sí.

—Estupendo.

Aunque Darryl, o Tug, como lo llamaba todo el mundo, no necesitaba el dinero. Había heredado dos millones de dólares gracias a la riqueza de la familia de su esposa. Con ese dinero había comprado una guardería y la bolera de Libby, así que tenía otros negocios aparte de su empresa de máquinas quitanieves. Sin embargo, estaba casi jubilado y disfrutando de una buena vida en una casa lujosa en las montañas, con la mujer con la que había empezado a vivir tan solo seis meses después de que desapareciera Alana.

—¿Cómo está Leanne?

—Su empresa está creciendo. ¿La has visto últimamente?

Vivian no le había preguntado por el trabajo de Leanne, sino por ella misma. Sin embargo, aquella respuesta era típica de Claire, a quien no le gustaba demasiado hablar de su hermana. Aparentemente, se llevaban bien, pero eran tan distintas...

—¿En qué está trabajando ahora?

Leanne hacía ventanas y lámparas de cristales de colores y los vendía por las tiendas de todo el estado de Montana, o por Internet. Su trabajo era increíble, y ya le habían encargado las vidrieras de varias iglesias.

Vivian pensaba que Claire debía marcharse de Pineview e intentar hacer realidad su sueño de convertirse en una gran estilista en Nueva York o en Los Ángeles, aunque tuviera que dejar allí a su hermana. Se había casado a los veintiséis años, y solo después de cuatro había perdido a su marido, antes de que decidieran tener hijos. Aunque su padrastro y su hermana eran todo lo que la ataba a Pineview, Claire no pensaba marcharse. Vivian nunca había conocido los detalles del accidente de trineo en el que Leanne se había roto la columna, porque Claire no quería hablar de ello, pero sospechaba que su amiga se sentía culpable por ser la que había llegado sana y salva a los pies de la montaña. De lo contrario, habría salido de Pineview hacía muchos años.

—Está haciendo una cristalera para la nueva biblioteca de Kalispell —le explicó Claire.

—¿Se lo encargaron?

—Qué va. No tienen dinero.

—Entonces, ¿la va a donar?

—Sí.

—Qué detalle por su parte. Es mucho trabajo.

—Leanne puede ser sorprendentemente generosa.

Fue el «sorprendentemente» lo que hizo que Vivian se preguntara si su relación era tan afectuosa como parecía.

Cuando llegaron al restaurante Chowhound, no detuvo el coche para aparcar, sino que continuó por delante de la tienda de Chrissy Gunther y el banco. Claire dio en la ventanilla con los nudillos.

—¡Eh! ¿No querías cenar ahí?

Pues sí, pero primero quería ver quién estaba en el pueblo. Miró bien a todo el mundo que pudo ver, en busca de alguien que estuviera fuera de lugar, que pudiera ser Ink o su amigo. Cuando llegó hasta Gina’s Malt Shoppe, decidió girar y volver al restaurante.

Cuando estaban en la puerta del Chowhound, Claire la tomó del brazo.

—Estás muy rara.

—Lo entenderás dentro de un minuto —le dijo Vivian. Se irguió de hombros y le hizo un gesto a su amiga para que la precediera hacia una de las mesas.

Por las noches, el Chowhound se convertía en un club de striptease. Alguna gente del pueblo pasaba por allí, pero la mayoría de la parroquia la conformaban hombres que habían ido a la zona a cazar y pescar. Durante el día servían desayunos y comidas. En esos momentos estaba mucho menos concurrido, aunque sirviera las mejores hamburguesas del pueblo.

Aquel día había pocos clientes. Uno de ellos era Tony Garvey. Tenía puestas las botas de trabajo y unos pantalones vaqueros tan sucios como su camisa. Tony era el dueño de la gravera Garvey’s San and Gravel, pero no se le caían los anillos por trabajar junto a sus empleados.

Asintió a modo de saludo cuando pasaban a su lado. Claire conocía a todo el pueblo. Tony era uno de los mejores amigos de su difunto marido.

—Tony y su mujer se van a divorciar —le dijo Claire a Vivian, en voz muy baja, después de que se hubieran sentado.

—Lo siento por su hijo —comentó Vivian.

Aunque la mujer de Tony no pertenecía a su grupo de literatura, allí era donde ella se había enterado de que la señora Garvey tenía una aventura con su quiropráctico. Normalmente, los chismorreos eran bastante fiables en Pineview, pero a Vivian no le gustaba aquel rasgo de la comunidad, así que intentaba ignorarlos. Tampoco quería que nadie hablara de ella; tenía mucho que ocultar.

—Me siento mal por lo que les ha pasado —dijo Claire—. Siempre me cayeron muy bien los dos.

El propietario del Chowhound, George Johnson, se acercó en persona a preguntarles qué iban a tomar.

—Para mí solo agua —dijo Claire.

Vivian pensó que, teniendo en cuenta su estado de nervios, tal vez fuera mejor tomar algo más fuerte, pero no era buena idea ingerir alcohol cuando se llevaba un arma en el bolso. Además, el alcohol le hacía daño en la úlcera.

—Bueno, ¿qué era eso que tenías que contarme? —le preguntó Claire cuando George se alejó.

Vivian no sabía por dónde empezar. Abrir su alma iba a ser un gran alivio, porque se liberaría de la necesidad de mentir y de evadirse, pero también corría el enorme riesgo de que Claire no la perdonara. ¿Y si se quedaba en Pineview, pero perdía las relaciones que más le importaban?

—Es algo que te va a parecer muy... sorprendente y desagradable.

A Claire se le borraron la sonrisa y la expresión de curiosidad de la cara cuando se dio cuenta de que Vivian iba en serio.

—¿Hasta qué punto me voy a disgustar?

—Creo que bastante.

—¿Contigo, o con otra persona?

—Conmigo.

—¿Y cómo es que es tan horrible?

Vivian le tomó la mano por encima de la mesa.

—Claire, todo lo que te he contado durante estos dos años es mentira.

Claire frunció el ceño.

—Tal vez deberías ser más específica.

—No soy quien tú crees. No me llamo Vivian Stewart.

¿Cuántas veces oía alguien esa frase de labios de su mejor amiga?

Claire tragó saliva.

—¿De qué estás hablando?

Vivian no quería hacerle daño a su amiga, pero no sabía cómo evitarlo.

-Es un nombre falso que yo misma elegí. No tengo madre diabética, y mis padres no son maestros jubilados. No tengo hermana. Tengo un hermano que está casado y tiene un niño, y va a tener una niña dentro de muy poco, pero eso es todo. Son lo único que tengo en el mundo, aparte de mis dos niños, y ni siquiera puedo verlos. Siempre estamos huyendo, y hace dos años tuvimos que separarnos por motivos de seguridad.

Claire soltó los bordes de la mesa y se apoyó en el respaldo del asiento.

—No querrás decirme que te busca la policía.

—No —respondió Vivian. Intentó pensar en qué iba a decirle después. Ahora que ya había empezado, quería sacárselo todo lo más rápidamente posible—. Hay unos... hombres. Ellos... intentaron matarme una vez. Fue en Colorado. Y vienen por mí otra vez. Realmente quieren a mi hermano, o por lo menos así es como empezó todo. Ahora... me odian tanto a mí como a él.

—¿Intentaron matarte?

—Sí. Y mataron al alguacil federal que nos estaba protegiendo cuando vinieron a buscarme.

—Vaya.

Fuera del contexto de las películas, seguramente Claire nunca había oído nada parecido. No era el tipo de cosas que sucedía en Pineview. Tampoco el asesinato, y sin embargo, Pat estaba muerto. Tampoco el secuestro, y sin embargo, la madre de Claire había desaparecido. ¿Era eso lo que estaba pensando? ¿Que tal vez nada era lo que parecía?

Vivian hizo todo lo que pudo por explicarle claramente lo que había ocurrido con su madre, con su tío y con su padrastro, y lo que le había pasado a Virgil, y cómo terminó perteneciendo a La Banda. Cuanto más hablaba, más increíble le parecía su propia historia. ¿Acaso Claire pensaría que había perdido la cabeza?

Sin embargo, su amiga no se mostró tan escéptica como Vivian había creído. Cuando terminó de contarle su historia, la miró con impotencia, temiendo que su amiga se hubiera tomado muy mal la noticia. Sin embargo, Claire miró a su alrededor, y después se inclinó hacia ella.

—¿Y cómo son esos hombres?

Aquella no era la respuesta que Vivian esperaba.

—Ink tiene tatuado todo el cuerpo, pero se escapó de la cárcel con un tipo al que yo no he visto nunca. Seguramente, también tendrá muchos tatuajes —dijo. Sin embargo, al recordar a Pretty Boy, se corrigió—. Claro que es posible que tenga un aspecto tan limpio como el de un misionero mormón.

Claire palideció, pero no le preguntó por qué no había confiado en ella, ni cómo podía haberle hecho algo así. No hubo recriminación alguna por su parte, ni acusaciones, ni ira. En vez de eso, le preguntó con ansiedad: —¿Cómo te llamabas antes?

—Eso depende —respondió Vivian—. He tenido dos identidades diferentes durante estos cuatro últimos años.

—¿Y cuál es el nombre que conoce esa gente?

—Es mi nombre verdadero: Laurel Hodges.

Claire se quedó boquiabierta y se posó una mano sobre el corazón.

—Oh, Dios mío. Los he visto hace menos de una hora en Mailboxes Plus. Eran dos tipos. Uno estaba sentado fuera, en un coche blanco. No pude verlo muy bien. El otro se me acercó. Me dijo que estaba buscando a su hermana, que fue adoptaba al poco de nacer. Se suponía que vivía por esta zona. Y me dijo que se llamaba Laurel Hodges.

A Vivian se le heló la sangre. Había tenido mucho miedo de que La Banda hubiera llegado a Pineview.

Ahora lo sabía con certeza.