Capítulo 16
Rex la estaba abrazando. Estaban debajo de un árbol, en uno de los parques de Libby, y él le estaba diciendo palabras de consuelo al oído.
—Todo va a salir bien, te lo prometo. No te preocupes por nada.
Vivian oía lo que le estaba diciendo, pero sus palabras no tenían sentido. Su madre había muerto. La habían matado. Y Vivian ni siquiera sabía si la había querido. ¿Era posible querer a alguien en quien no se podía confiar, a quien se culpaba de tanto dolor?
Ella siempre había deseado querer a su madre, pero...
Si antes de que ocurriera aquello, ella pensaba que los sentimientos que albergaba hacia su madre eran complicaos, ahora eran muchísimo más confusos. Necesitaba encontrarse a sí misma en medio de todo aquello, encontrar alguna emoción que pudiera entender. Pero no lo conseguía.
—¿Qué te sucede, Laurel?
En aquel momento, su nombre verdadero le parecía tan ajeno como todo lo demás. Ya no era Laurel, y él tampoco era Pretty Boy. Él mismo se lo había dicho. Las cosas habían cambiado.
Vivian lo echaba de menos, y también echaba de menos su antigua personalidad. Y, sin embargo, quería tener más poder que antes. Quería tomar las riendas de su vida e impedir que La Banda la controlara por medio de una gran amenaza.
Rex se echó hacia atrás para mirarla a la cara.
—No has dicho ni una palabra desde que soltaste el auricular del teléfono.
Al verla agarrarse a la cabina para no caerse, Rex se había dado cuenta de que sucedía algo grave, y se había acercado rápidamente a ella para ayudarla a volver al coche. Entonces la había llevado hasta el parque, donde no había teléfonos ni tráfico, solo hierba verde, árboles, flores doradas y naranjas, y un inmenso cielo azul.
—No sé qué decir —respondió—. Ni siquiera sé lo que tengo que sentir.
Estaba segura de que debería haber algo dentro de ella, algo además del vacío. ¿Pena? ¿Arrepentimiento? ¿Alivio? ¿Sentimiento de venganza? Podría justificar cualquiera de ellos y, sin embargo, no estaban allí. Solo sentía un vacío en el corazón, en el lugar donde debería estar el dolor.
Él le quitó las gafas e hizo que alzara la barbilla para mirarla a los ojos.
—Empieza por lo que estás pensando.
—Nada —dijo ella, y agitó la cabeza—. Estoy entumecida.
—Vamos, no te cierres en banda —le dijo él, apretándole los hombros suavemente—. Di algo. Si hablas, será más fácil pasar este momento. Puedes confiar en mí, ¿no te acuerdas?
Podía confiar en que Rex cuidara de ella, pero no podía confiar en que cuidara de sí mismo. Eso significaba que no podía quererlo y, sin embargo, lo quería. Pero como amigo, no en un sentido romántico. Lo quería como un gran amigo, como alguien que siempre sería muy especial para ella.
Incluso eso la asustaba.
—¿Laurel?
Tenía que conseguir que dejara de llamarla así.
—Vivian —dijo.
—Muy bien. Vivian. Me estás asustando. Estás muy pálida, y he sentido tu pulso hace un segundo. Te late el corazón como el de un conejo. ¿Vas a decirme lo que tienes en esa preciosa cabeza?
Vivian miró la hierba mientras intentaba aislar uno solo de sus pensamientos. Quería preguntar qué significaba la muerte de Ellen, pero él no iba a saberlo. ¿Significaba que La Banda le había hecho una visita a Ellen y ella no les había dado la información que tenía?
Aquella posibilidad hizo que Vivian se estremeciera. ¿Había hecho un juicio equivocado de su madre, después de todo?
O... ¿les había dicho Ellen todo lo que sabía sobre sus llamadas?
Ni siquiera su muerte podía darles la respuesta. Era posible que La Banda la hubiera matado pese a que su madre hubiese cooperado con ellos.
—¡Eh! —exclamó Rex, y volvió a apretarle los hombros.
Hablar. Tenía que hablar.
—¿Quién se va a encargar del entierro? —preguntó—. Virgil no puede.
—Tienes razón. No puede dejar sola a Peyton, tan cerca de la fecha del parto.
Había más: su hermano estaba convencido de que Ellen había conspirado con Gary para asesinar a Martin y dejar que él fuera declarado culpable. No iría al funeral de Ellen de ninguna forma.
—¿Y? —preguntó.
—Es un homicidio, así que le harán la autopsia al cadáver —respondió él—. Puede que tarden varios días, incluso un par de semanas.
—Ya llevaba muerta un tiempo, quién sabe cuánto. Sonja Ivey estaba tan disgustada que no podía hablar. Jadeaba y lloraba —dijo Vivian. Recordó las imágenes del alguacil al que habían matado en Colorado, pero se las apartó de la cabeza.
—La policía querrá conseguir toda la información posible sobre la forma en que fue asesinada. Pero en realidad, lo que quiero decir es que no tienes por qué tomar ninguna decisión en este momento. Primero vamos a superar la conmoción.
Eso era lo que estaba intentando hacer. Se sentía como si de repente la hubieran abandonado en mitad del Ártico. Si no se obligaba a sí misma a seguir pensando, a seguir planeando, a seguir moviéndose, se congelaría y no podría hacer nada.
—Pero... en algún momento tendré que ocuparme del entierro, ¿no? Pronto. Además, como mínimo tendré que decirle a la policía quiénes son los culpables. No voy a permitir que La Banda salga indemne de esto.
Aquel lugar vacío de su interior estaba empezando a llenarse de ira y de rabia, y eso podía hacer que se comportara de un modo temerario, porque estaba empezando a preocuparse menos por su seguridad y por su bienestar que por el hecho de conseguir justicia.
O tal vez no fuera justicia lo que quería, sino venganza. ¿Acaso estaba empezando a parecerse menos a la gente normal y más a la gente que quería cazarla? No le sorprendería. Ellos la habían obligado a vivir en su mundo, la habían obligado a mirar constantemente hacia atrás, por encima del hombro, durante cuatro años.
—Será mejor que dejes a la policía que lleve la investigación a su manera —le dijo Rex.
—No.
Él la agarró del codo.
—Mira, sé lo que estás sintiendo. Yo siento lo mismo. Pero esta es una guerra que no podemos ganar.
Ella le apartó la mano.
—No ganaremos si no luchamos.
—¿Es que crees que Virgil y yo no hemos pensado ya en eso? Lo hemos pensado muchas veces. Pero ellos son demasiados. Aunque acabáramos con uno o dos, o con tres o cuatro, nunca llegaríamos a los miembros más poderosos, y ellos seguirían enviándonos matones hasta que nosotros cometiéramos un error o nos cansáramos de huir. Entonces, nos cazarían.
Ella no quería oír eso, por muy lógico que fuera.
—Puede que debamos arriesgar la vida para conseguir que merezca la pena vivirla.
—Eso está muy bien para nosotros —respondió Rex—. Yo estoy dispuesto a correr el riesgo, pero, ¿qué me dices de Jake y de Mia? ¿Y de los niños de Rex?
—Eso es exactamente lo que piensa La Banda: que no vamos a ofrecer resistencia, que vamos a ser dóciles.
—O puede que quieran sacarte de tu escondite matando a tu madre. Por eso no puedes ponerte en contacto con nadie, y menos con la policía de Los Ángeles.
—Oh, vamos. La Banda no puede tener informantes en todas partes.
—¡En Los Ángeles sí! ¡Es su territorio!
¿Acaso no iba a poder ir, ni siquiera, al funeral de su madre?
—Entonces, ¿quién la va a enterrar?
—Natalie.
Era su tía, la hermana de Ellen.
—¿Crees que ella se va a molestar en interrumpir su vida por nosotros?
Natalie vivía en Texas con su esposo, que era militar del ejército del aire. Ella había tenido buen cuidado de mantenerse a distancia del resto de su familia, porque no quería que lo que había ocurrido le destrozara la vida.
—Si no hay otra persona —dijo él—. Después de todo, ella siguió siendo leal a Ellen durante todo este tiempo, ¿no?
Natalie creía que Gary había matado a Martin como favor a Ellen, pero que Ellen no tenía conocimiento previo de sus planes. Según ella, Gary había implicado a Ellen en el asesinato porque Ellen no le dio más dinero, y la exmujer de su tío apoyaba aquella teoría; otro motivo más por el que Ellen nunca había sido acusada. Sin embargo, dejar que Natalie se hiciera cargo del funeral era concederle otra victoria más a La Banda.
—Ella era mi madre. Su funeral es responsabilidad mía.
Él se pasó los dedos entre el pelo.
—No importa. No puedes volver a Los Ángeles. La Banda está vigilando y esperando a que lo hagas.
O tal vez estuvieran allí mismo, en Montana. Ese era el problema: que no lo sabían.
—Yo... ya estoy harta. Esto es la gota que ha colmado el vaso para mí —dijo—. No sé de qué otra forma explicarte lo que me está pasando.
Él se sentó al borde de la mesa de picnic más cercana.
—No te queda más remedio que aguantar, si quieres sobrevivir.
—No. Podría luchar. Tengo esa opción.
—Pero, ¿sabes lo que significa luchar?
—Significa que pondré en peligro a mis hijos, como ya has dicho tú. Pero, ¿y si tú te los llevas con Virgil?
Él se levantó de nuevo.
—Eso es una locura. No te voy a dejar aquí sola.
Él tenía que irse. No estaba bien.
—Si no tengo que preocuparme por mis hijos, podré defenderme.
Con su expresión, Rex le estaba diciendo que no pensaba que tuviera la más mínima oportunidad. Y seguramente, estaba en lo cierto. Sin embargo, ella necesitaba intentar liberarse, por lo menos. Seguir huyendo tampoco era lo más seguro. La Banda podía encontrarla una vez más, y tal vez la próxima ocasión ella no contara con ningún aviso.
—¿De cuántos? —le preguntó él—. ¿De uno, de dos? ¿No te acuerdas de lo que ocurrió en Colorado?
Nunca podría olvidarlo. Sin embargo, no podía permitir que el miedo que le provocaba aquel recuerdo limitara toda su vida. No podía seguir viviendo así.
—De los que envíen.
En vez de seguir discutiendo con ella, Rex se sacó el teléfono móvil del bolsillo y marcó un número. Sin duda, esperaba que Virgil la hiciera entrar en razón.
—Malas noticias —dijo—. Ella está bien, pero... está diciendo locuras. Y tiene que contarte una cosa.
Al principio, Vivian se negó a tomar el teléfono. Sabía lo que iba a decirle Virgil. Sin embargo, Rex le dijo que no iban a marcharse de allí hasta que tuviera aquella conversación, y ella no podía quitarle las llaves del coche.
—Chismoso —le murmuró, y le clavó una mirada asesina cuando él sonrió burlonamente—. ¿Diga?
—¿Qué ocurre? —preguntó Virgil.
Ella echó hacia atrás la cabeza y miró el cielo azul. Respiró profundamente el perfume de los pinos.
—Han matado a mamá.
Él respondió en voz tan baja que ella casi no pudo oírlo.
—Lo siento, Laurel.
De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas, pero pestañeó para no derramarlas. Ya no iba a llorar más. Tampoco iba a seguir asustada e intimidada. Aquella era su vida, y quería recuperarla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Virgil.
—La apuñalaron. Sonja Ivey la encontró en el suelo del cuarto de la lavadora.
—¿La Banda?
—¿Y quién si no? Con Ink fuera de la cárcel, tienen que ser ellos.
Pese a sus esfuerzos, las lágrimas se le cayeron por las mejillas, y ella se puso las gafas de sol para esconderlas.
—No te había contado esto, pero... intenté advertírselo.
Aquello dejó asombrada a Vivian.
—¿Tú llamaste a mamá?
—Fui a verla. Justo después de que nos marcháramos de Washington D.C.
Ella cerró los ojos con fuerza, y volvió a abrirlos. Si Virgil había ido a visitar a Ellen, era porque tenía las mismas dudas que ella sobre su culpabilidad.
—¿Y qué te dijo?
—Lo que decía siempre. Que no sabía que Gary iba a matar a Martin. Que ella nunca hubiera sido cómplice de tal cosa. Que pensó que había sido yo porque se lo dijeron los detectives.
—¿Y qué le dijiste tú?
—¿Qué iba a decirle?
—Podías haberle dicho que la creías.
—Lo intenté, pero... no pude.
Vivian lo entendía. ¿Cuántas veces había estado ella a punto de perdonar a su madre? Demasiadas. Y, sin embargo, aunque quería creerla, cuando decidía confiar en Ellen, su historia sonaba falsa.
—¿No tenías miedo de que La Banda estuviera esperando que aparecieras por allí?
—Tuve mucho cuidado de minimizar los riesgos.
—¿Cómo?
—Fui en avión hasta Phoenix y allí alquilé un coche. Después, devolví el coche en San Francisco y me marché.
—¿Y por qué no me habías contado nada de este viaje?
—No lo sé.
Porque su madre era un tema de conversación muy duro para los dos. Porque no había conseguido cambiar de opinión después de la visita, cosa que seguramente esperaba. Porque era más fácil fingir que no le importaba, como había hecho durante años.
—Podías haberme llevado también.
—Necesitaba verla a solas para darle una última oportunidad.
Ellen no se había dado cuenta de que era una última oportunidad. Hacía menos de seis meses había intentado una vez más convencerla a ella de que todavía podían formar una familia unida. Pero eso era típico de su madre.
—Le hablé de La Banda —dijo Virgil—. Le expliqué por qué me uní a ellos y por qué no permitían que abandonara el grupo. Intenté que comprendiera que iban a utilizar todos los medios posibles para encontrarme, incluida ella, y que no se iban a rendir. Le sugerí que se marchara de aquella zona.
—Ella no hizo caso de tu consejo, obviamente.
—No. Se sentía segura porque no sabía dónde vivía yo, ni tenía mi número de teléfono. Llevábamos tanto tiempo separados, que... supongo que pensó que ellos seguirían pensando que no pintaba nada en mi vida. Además, conoció a Randall el día que yo me fui. Después de eso, se olvidó de todo lo demás.
De repente, Vivian percibió con claridad la ironía de la situación. A Ellen siempre le habían importado más los hombres de su vida que sus propios hijos. Sus aventuras y sus relaciones siempre iban primero y, sin embargo, al final se había quedado sola.
—Entonces, ¿por qué crees que la han matado ahora, después de todo este tiempo? Podían haber ido por ella hace cuatro años.
—Sabían que no teníamos contacto, así que no le vieron la utilidad. Sin embargo, ha pasado tiempo... Tal vez decidieran intentarlo.
Vivian vio un coche patrulla pasar lentamente por delante de ellos. Seguramente, el policía pensaba que estaban comprando droga. Estaban solos en mitad de un parque y no tenían niños, ni perro, ni cesta de la merienda.
—No es solo eso.
—¿Qué quieres decir?
—Es Ink.
—¿Crees que la ha matado él?
—Si no la ha matado él, seguramente está detrás del asesinato. La cuestión es... ¿está cerca de aquí ahora?
—Eso depende de lo que le dijera nuestra madre.
—No pudo decirle mucho. Tal vez apuntara los números desde los que yo llamé y se los diera, pero eso es todo.
—Así que tenemos que asumir que Ink sabe que vives en Montana. Seguramente, a través de Horse o de otro contacto, tiene a un policía en el cuerpo que ha podido localizar uno de esos números y situarlo en Pineview.
Era horrible oírle decir eso a Virgil. El hecho de que él reconociera que Ink podía conseguirlo tan fácilmente lo hacía todo mucho más real. Tal vez estuviera esperándola en casa en aquel preciso instante.
—Por eso quiero que Rex se lleve a Jake y a Mia contigo hasta que esto pase.
—¿Estás loca? De ninguna manera vas a quedarte allí sola.
—Es mejor que estar aquí con los niños. ¿Qué pasa si no puedo protegerlos?
—¿Y si no puedes defenderte a ti misma? Ven aquí con ellos. Puedes empezar de nuevo. Esta es una zona muy amplia. Yo pagaré la mudanza y todo lo que necesites.
Ojalá fuera tan sencillo. Echaba mucho de menos a Virgil y a Peyton, pero no quería marcharse de Pineview, y además no tenía la seguridad de que aquella fuera la última vez que tenía que huir.
—¿Y qué pasará cuando nos encuentren en Nueva York?
—Ya nos preocuparemos de eso si sucede.
El policía volvió a aparecer. Aminoró el paso y aparcó al lado de su Blazer. No salió del coche patrulla, pero su presencia la distraía y la irritaba. La policía estaba presente y disponible cuando no los necesitaba, pero no tenía confianza en que la ayudaran cuando importaba de verdad. Antes nunca habían sido capaces de hacerlo.
—No. Estoy harta de huir. No voy a mudarme otra vez.
—Entonces, yo tendré que ir allí.
—¡No puedes dejar sola a Peyton!
—Tampoco a ti.
—Esto es decisión mía.
—Pero no lo estás pensando bien.
Rex no estaba cómodo con un policía tan cerca. Miró el coche patrulla mientras se sentaba de nuevo en la mesa. No se encontraba bien; estaba temblando. Vivian lo notó, aunque él estuviera intentando disimular.
—Lo estoy pensando perfectamente, y por eso tú estás tan enfadado. No tienes un plan mejor.
Él no respondió, y ella supo que tenía razón.
—Dime la verdad —le pidió—. ¿Qué harías tú en mi lugar?
—Yo no soy tú. Me he pasado catorce años luchando con hombres de otras bandas. He tenido que matar en defensa propia, Laurel. Aunque tú pudieras defenderte, no quiero que pases por esa experiencia. Es demasiado, y no podrás olvidarlo nunca. Escucha, Peyton no va a dar a luz hasta dentro de dos semanas. Voy a ir allí y...
—No. Puede ponerse de parto en cualquier momento, y el embarazo es de alto riesgo debido a la diabetes gestacional. Sé que estás muy preocupado. ¿De verdad vas a dejarla sola? ¿Y si pierde también a esta niña?
No hubo respuesta. Virgil estaba sopesando todas sus opciones, intentando decidirse, así que ella suavizó la voz e intentó convencerlo.
—Quédate allí, Virgil. Cuida de tu familia. Yo creo que Ink ya está aquí, y tengo que enfrentarme a él.
—¿Y por qué no me mandas a los niños y dejas que Rex se quede allí?
Vivian miró a Rex.
—Porque Rex también necesita ayuda.
—¿Qué clase de ayuda?
—Ya sabes qué clase de ayuda. Metedlo en rehabilitación en cuanto baje del avión.
—¡Tonterías! —dijo Rex—. Dame mi teléfono. La rehabilitación puede esperar.
Ella se alejó un par de pasos. Con un policía mirando, Rex no podía arrebatarle el teléfono móvil.
—No sabemos cuánto tardará en resolverse esta situación. ¿Una semana? ¿Dos? ¿Un mes? —le dijo a Virgil—. Rex no se tiene en pie. No quiere admitirlo porque es un terco, pero necesita ayuda.
—Ahora sí que me estás cabreando —gruñó Rex—. Llevaré a los niños con Virgil, pero volveré.
—Sí volverá —dijo Virgil—. Rex no va a permitir que te enfrentes a esto tú sola.
Seguramente, lo intentaría, pero ella no creía que su cuerpo aguantara mucho más.
—Ya hablaremos de eso cuando los niños estén contigo.
De cualquier modo, ella tenía la sensación de que para entonces todo habría terminado.