Capítulo 10

Vivian nunca había hecho el amor de aquella manera. Se quitaron la ropa y se unieron al instante.

—Vamos a... calmarnos —le pidió Myles entre jadeos, con el pecho húmedo de sudor. Se habían trasladado de la pared hasta el lugar más blando que tenían cerca, una alfombra de piel de oso—. Quiero que esto... sea bueno para ti.

Parecía que él estaba empeñado en mantener el control, pero ella no podía permitírselo. Pensaba que le resultaría más fácil olvidarse de él si se tomaban aquello como un modo rápido de satisfacer la lujuria, y solo eso. Así pues, le pidió que se dejara llevar, que lo quería así, y él la complació. Pasó los brazos por debajo de sus rodillas y la acometió con el abandono que ella deseaba, y la intensidad y el placer llevaron a Vivian al lugar en el que necesitaba estar, un lugar donde no existían los pensamientos, sino solo las sensaciones.

Todo terminó casi tan rápidamente como había empezado, y Vivian se sintió como si hubiera ganado una especie de batalla. Por lo menos, no había disfrutado demasiado, y eso significaba que después no lo echaría de menos. O, al menos, eso fue lo que se dijo hasta que, después de dormitar durante un rato, se despertaron y comenzaron otra vez. Hicieron el amor en el salón y en el dormitorio después de aquella primera vez en el pasillo, y cada experiencia fue mejor que la anterior.

Tres horas más tarde, Vivian estaba demasiado agotada. Ya no tenía energía. Se alejó rodando de Myles para mirar el reloj que había en la pared, sobre la mesa del comedor. Eran casi las once. Ella había estado admirando su rostro mientras dormía, pero el hecho de saber que nunca iba a volver a verlo así le parecía tal pérdida que ni siquiera quería pensar en ello.

—Tenemos que irnos —le susurró, dándole un suave empujoncito para despertarlo—. Es muy tarde.

Él abrió los ojos, pero no hizo ademán de levantarse.

—Vamos a dormir un poco más.

—Tenemos que ocuparnos de los niños.

—Una vez más.

—¿Cómo? —preguntó ella con una carcajada—. No me digas que no estás satisfecho.

En vez de reírse con ella, Myles se puso serio.

—No, no lo estoy.

—¿Y cuántas veces más van a hacer falta?

—Dímelo tú.

—¿De qué estás hablando?

—Te has estado conteniendo. ¿Por qué?

Ella frunció el ceño y apartó la mirada.

—No sé de qué estás hablando —le respondió.

—Sí lo sabes.

—Me he divertido.

—Me animaste a que me dejara llevar y disfrutara, pero tú no lo has hecho. Te has aferrado tanto al control que no he podido conseguir que hicieras lo mismo que yo.

—Ya basta.

Él se sentó.

—Quiero hablar de esto.

—¿De qué? —preguntó ella con exasperación.

—Del hecho de que en realidad, no estés dispuesta a conectar.

—¿Y cómo sabes que no ha sido culpa tuya?

Vivian se arrepintió al instante de haber dicho aquello. No había sido culpa suya en absoluto, pero ella no quería hablar de la verdad.

Por suerte, él no le aceptó la acusación.

—Porque te he observado. Cada vez que estabas cerca, te cerrabas en banda.

—Es solo que... no he podido, ¿de acuerdo?

—No es un problema físico...

Ella se ruborizó.

—No.

—Entonces, ¿por qué no has querido compartir ese momento conmigo? Tú sabías que yo quería.

Vivian comenzó a buscar su ropa.

—Has conseguido lo que querías —murmuró.

—He conseguido la mitad de lo que quería.

Su camisa estaba en el suelo. Sin embargo, no tenía ni idea de adónde había ido su ropa interior.

—¿Es por tu exmarido? —le preguntó él.

—No, no creo —dijo ella.

Podía culpar de muchas cosas a Tom, pero no de eso. La culpabilidad la atenazaba por robar algo que no tenía ningún derecho a tomar. Y los malos recuerdos también; recordaba a la gente que había muerto por tener algún tipo de relación con ella. No podía soportar el hecho de estar arrastrando a Myles al caos que era su vida.

—Entonces, ¿qué? ¿Es que pensabas que no me iba a dar cuenta?

Lo que había pensado era que a él no le importaría.

—Tengo ciertos... problemas. Seguramente, eso no es ninguna sorpresa para ti.

Por fin, encontró las bragas debajo de los pantalones vaqueros de Myles.

Él se puso en pie y la observó mientras se las ponía, y Vivian se sintió muy azorada.

—Si ibas a controlarte de esta manera, ¿por qué querías mantener relaciones sexuales? Pensaba que lo que querías era un buen orgasmo, o dos, o quizá diez.

Y ella también.

Pensaba que debía satisfacer aquel deseo que sentía y que se había vuelto tan agobiante y librarse de él. Sin embargo, no se había dado cuenta de que quería mucho más que una aventura de una noche con aquel hombre con el que llevaba fantaseando más de un año. Cuando miraba a Myles, o lo tocaba, o lo besaba...

No, no debía pensar en eso. El hecho de reconocerlo solo serviría para empeorar las cosas.

—Estoy bien, ¿de acuerdo? Tú has estado fantástico. Siento no haber gemido lo suficientemente alto.

—No me trates con superioridad. Esto no es una cuestión de ego para mí.

Vivian no quería discutir con él. Alzó una mano.

—Por favor, no quiero que esto termine mal.

—Yo tampoco, pero estoy dispuesto a que suceda eso si por lo menos puedo conseguir un poco de franqueza.

—¿Quieres franqueza?

—¡Exacto!

Ella se sujetó la camisa contra el pecho.

—¿Y si tú eres sincero conmigo primero?

—Muy bien —respondió Myles. Se puso las manos en las caderas, completamente despreocupado de su desnudez. Sin embargo, no tenía ningún motivo para sentirse azorado. Tenía un cuerpo delgado y fuerte—. ¿Qué es lo que quieres saber?

Ella siguió vistiéndose apresuradamente. Había revelado ya demasiado. Nunca debería haber comenzado aquello.

—¿Y bien? —preguntó él.

Vivian se sintió más segura con la ropa puesta, y se giró para mirarlo.

—¿Tienes alguna idea de quién pudo matar a Pat?

Él se echó hacia atrás.

—Me estás tomando el pelo. ¿El asesinato? ¿De eso se trata? ¿Acaso creías que iba a cambiar un revolcón por detalles de un caso policial?

—¡Deja de empeorarlo todo! Yo... necesito saberlo.

—Todos necesitamos saberlo, pero no se ha averiguado nada. Ni siquiera estoy seguro de si conoceremos alguna vez la respuesta. Estamos haciendo lo que podemos, y eso es lo que continuaremos haciendo. No tenemos suficiente para continuar.

—Pero la autopsia tuvo de desvelaros algún detalle.

—Si piensas que «algún detalle» es el hecho de que muriera a causa de un trauma provocado con un objeto contundente. Y eso ya se podía deducir viendo el cadáver de Pat.

—¿Habéis encontrado el abrelatas?

Él dio un paso hacia ella.

—¿Cómo sabes lo del abrelatas?

—Yo... eh... Gertie ha hablado de ello.

—¡Maldita sea! No quiero que se sepa esa información, Vivian. Si tengo la suerte de encontrar al desgraciado que mató a Pat, ese detalle puede ser muy útil para conseguir encerrarlo, pero no servirá de nada si todo el mundo lo sabe.

—Entiendo el motivo de tu preocupación, pero...

—No, no creo que lo entiendas.

Ella cerró los puños con fuerza y respiró profundamente para calmarse.

—Acabo de decirte que sí. ¿Por qué estás tan alterado?

—¡Porque estoy enfadado! Y ni siquiera estoy seguro de si puedo decirte por qué.

Ella le entregó sus calzoncillos.

—Si es por algo del caso, no tienes derecho a pagarlo conmigo.

—No es por el caso. O no es únicamente por el caso, mejor dicho.

—Estás diciendo que es por mí.

—¡Sí! Me diste todos los motivos para pensar que podía pedirte esta noche. Y sin embargo... Bah, déjalo —dijo Myles. Se sentía incapaz de seguir explicándose. Metió una pierna y después la otra en la ropa interior.

Ella le dio los pantalones vaqueros.

—¿Siempre te comportas así después de tener relaciones sexuales?

Él no se molestó en abrocharse los pantalones. Así, sin camisa y con el pelo revuelto, y con la sombra de la barba en las mejillas, estaba más atractivo, incluso, que antes de que hicieran el amor. Y eso la asustaba. Se suponía que lo que había ocurrido debía ser más que suficiente para satisfacerla. Tenía que ser suficiente.

—¿Es que no lo entiendes? —dijo él—. Intentar alcanzarte es como... ¡intentar atrapar el humo!

Ella se estremeció. Myles tenía razón, pero no podía evitarlo, no podía cambiar esa forma de ser, porque lo dejaría expuesto a una pérdida y un dolor peores a los que ya había experimentado.

Al darse cuenta de que sus palabras la habían afectado mucho, Myles se pasó una mano por la cara y suspiró.

—Lo siento. Sé que has pasado por algo horrible, y que te han hecho mucho daño. Lo sé, pero, ¿es demasiado pedir llegar a conocerte? ¿Qué es lo que tengo que hacer?

A ella se le formó un nudo en la garganta. Era un desastre. Era lo peor que podía haber hecho. En vez de sentirse mejor, o liberada de aquel deseo y aquel anhelo que había estado acumulando, se sentía destrozada.

Se dio la vuelta, para que él no pudiera ver la expresión de su cara.

—Solo cumple tu promesa.

—¿Qué promesa?

—La de encontrar a otra mujer para tu próxima relación sexual —respondió Vivian.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, e hizo todo lo que pudo por disimularlas mientras se ponía los zapatos. Sin embargo, él no le permitió que se cerrara tan fácilmente. La tomó del brazo y la acercó a sí.

—No te entiendo —le susurró.

Pero ella no podía explicarle nada. Tampoco podía impedir que se le cayeran las lágrimas. Quería esconder la cara en su pecho y pedirle que la abrazara hasta que recuperara las fuerzas para enfrentarse al mundo. No necesitaba el sexo; lo que necesitaba era un hombro en el que llorar. Y, sin embargo, ni siquiera podía pedirle eso.

Él le enjugó las lágrimas con los pulgares.

—Crees que ha sido tu exmarido, ¿verdad?

Ella dio un paso atrás y se tapó los ojos con las palmas de las manos.

—¿De qué estás hablando?

—Por algún extraño motivo, crees que tu marido está aquí y ha matado a Pat. Se nota porque has estado comportándote de un modo muy raro desde el asesinato.

Se estaba acercando demasiado a la verdad.

—No, no creo que sea mi exmarido.

—Entonces, ¿por qué necesitas una pistola?

Al oír aquella mención del arma, Vivian recordó que la había dejado sobre la mesa. La recogió y volvió a meterla en la cintura de su pantalón.

—Porque hay un asesino suelto.

—Pero, ¿por qué iba a estar más interesado en ti que en cualquier otra persona?

—Que yo sepa, no lo está.

—Entonces, no sería nada grave que te confiscara la pistola.

—Lo siento. Has perdido la oportunidad.

Él arqueó las cejas.

—Si decido quitártela, tú no tendrás más remedio que entregármela.

Vivian se secó las mejillas e irguió los hombros.

—Entonces, harás lo que tengas que hacer.

Él agitó la cabeza y se echó a reír sin ganas.

—¿Por qué tiene que ser todo tan difícil contigo?

—No será difícil si guardas las distancias.

Él tomó su camisa y se la puso, pero no le pidió que le entregara el arma, gracias a Dios.

—Dime cómo se llama.

—¿Quién?

—El canalla de tu exmarido.

—No.

—Ya sé cuáles son sus iniciales: una te y una hache, ¿no? Eso es lo que tienes grabado en el brazo. Dame más información. Deja que lo investigue, que averigüe qué ha hecho y dónde está. Tal vez así pueda tranquilizarte.

—Nadie puede tranquilizarme. Esto ha terminado. Tengo que volver con mis hijos —dijo ella, y salió de la cabaña.

«Nadie puede tranquilizarme». ¿Qué quería decir Vivian con eso? ¿Y por qué ocultaba su pasado con tanto secretismo?

Myles se repitió aquellas dos preguntas durante todo el viaje de vuelta a casa. Sentía que Vivian, a su espalda, intentaba no tocarlo, y eso le disgustaba. Le disgustaba tanto como para tomar las curvas con más brusquedad de la habitual para que ella se viera obligada a agarrarse a su cintura. Detestaba que hubieran discutido, pero aquella noche no les había proporcionado a ninguno de los dos la satisfacción que anhelaban. Sin embargo, él no podía decir que le sorprendiera mucho; ella le había advertido desde un principio que no debían mantener ningún tipo de relación. Demonios, él también se lo había advertido a sí mismo. Y, sin embargo, había seguido adelante porque la deseaba. Deseaba a alguien a quien debería dejar en paz.

Le había dicho la verdad a Vivian: estaba enfadado. En primer lugar, con ella, porque no podía hacer que lo que los dos sentían fuera tan fácil como él quería que fuera. En segundo lugar, consigo mismo, porque no era capaz de dejar de desearla. Y en tercer lugar, con su exmarido, porque él tenía que ser el motivo por el que Vivian tenía tanto miedo a confiar.

No obstante, algo había cambiado aquella noche. Había decidido que iba a averiguar lo que había sucedido, de veras, en el pasado de Vivian. Aunque ella no quisiera decirle el nombre de su exmarido, podía empezar con el de ella y retroceder. Quería encontrar al hombre que había dañado su vida y oír lo que tenía que decir ese hombre. Su curiosidad se estaba transformando rápidamente en una obsesión por conocer la verdad.

Cuando llegó a la acera de casa de Vivian, ella se bajó de la moto y se quitó el casco. A Myles le dio la impresión de que lo habría dejado en el suelo y habría salido corriendo sin decir adiós, si hubiera podido, pero tenía que recoger a sus niños.

Él también se quitó el casco.

—¿Quieres entrar, o prefieres que yo te lleve a los niños?

Ella se mordió el labio.

—Si están dormidos, tal vez sea mejor dejarlos en tu casa hasta mañana. ¿Sería posible?

Aquello le sorprendió. Ella nunca dejaba que sus hijos pasaran demasiado tiempo en su casa. Utilizaba cualquier excusa para llevárselos.

—Sí, por supuesto.

—Puede que te despierten temprano...

Myles inclinó la moto hacia un lado, sacó la pata de cabra y se bajó.

—No me importa. De todos modos tengo que madrugar.

Ella observó la calle y después estudió su casa, que estaba a oscuras salvo por la luz encendida del porche.

—Seguro que están dormidos.

—Es más de medianoche.

—Y estarán a salvo en tu casa.

De nuevo, su obsesión por la seguridad.

—No permitiré que les ocurra nada —dijo Myles. Quería decirle que tampoco iba a permitir que le ocurriera nada a ella, pero sabía que Vivian no iba a creerlo.

—Si se despiertan y preguntan por mí...

Él levantó la puerta del garaje y dejó los cascos dentro, y después salió para meter también la moto.

—Estarán bien. Ya sé dónde puedo encontrarte si te necesito.

Ella asintió y se quitó la chaqueta que él le había prestado.

-De acuerdo. Gracias. Tráelos en cuanto te hayas despertado, no importa la hora que sea. No quiero molestarte.

Ojalá ella se quedara también. Tal vez así pudieran terminar la noche de otro modo. Parecía que tenían muchas cosas de las que hablar, muchas cosas que resolver. Sin embargo, aunque pudiera convencerla para que entrara, cosa que dudaba mucho, él no estaba listo para pasar la noche con una mujer en la casa en la que había vivido con Amber Rose. Sería demasiado extraño, y de todos modos no iba a arriesgarse a hacerlo con Marley en casa.

No obstante, se sintió muy raro cuando Vivian le dio las gracias amablemente y se alejó de él como si no hubieran hecho el amor varias veces.

—¡Eh! —dijo él.

Ella se detuvo al borde de la hierba.

—¿Sí?

—Podrías decírmelo.

—¿El qué?

—Qué es lo que te tiene tan asustada.

—No hay nada que decir.

—Tienes miedo incluso por tus hijos.

—El hecho de que se queden en tu casa esta noche es algo práctico, nada más que eso.

—No es verdad.

Ella no respondió. Siguió caminando.

—Voy a averiguarlo —dijo él.

Pero Vivian no se dio la vuelta.