Capítulo 24

 

 

Levi tenía la sensación de estar disfrutando de una vida normal para variar. Era casi como si lo que había vivido en Afganistán no hubiera ocurrido, como si todo aquello no hubiera sido nada más que una terrible pesadilla.

Pero el pasado había vuelto a hacerse realidad. El mismo resentimiento, el mismo enfado profundo vibraba dentro de él, haciéndole desear romperle la cara a alguien. Pero no a alguien cualquiera. Deseaba destrozarle la cara a Stacy. Sabía que no iba a dejarle en paz. Continuaría presionándole y presionándole hasta averiguar quién era y después se aseguraría de que se sometiera a juicio en Nevada, donde tendría las mismas probabilidades de salir indemne que minutos antes. Si no hubiera sido por Joe, en aquel momento estarían tomándole las huellas dactilares en la comisaría por culpa de una infracción de tráfico que no había cometido. ¿En qué habría estado pensando aquellos días? No podía dejarse llevar por la inercia. No podía instalarse en Whiskey Creek y fingir eternamente que era alguien que no era. Callie no era propietaria de aquella granja y sus padres no tardarían en venderla. ¿Adónde iría después? Ella le había dicho que volvería al apartamento que tenía alquilado encima del estudio. ¿Y él se iría con ella? No parecía muy realista sabiendo que Stacy estaría esperándole dispuesto a causar problemas. Callie no sabía en qué se estaba metiendo, ni siquiera sabía cuál era su verdadero nombre.

Tenía que ponerse de nuevo en ruta, salir de Whiskey Creek antes de hacer algo de lo que pudiera terminar arrepintiéndose.

–¿Levi? –gritó Callie por encima del ruido del motor.

Levi pestañeó. Había llegado a la granja, pero continuaba sentado en la moto. Callie permanecía a su lado como si estuviera esperando que reparara en su presencia. Levi apoyó la moto y apagó el motor.

–¿Vienes? –Callie señaló la puerta que había dejado abierta.

La sonrisa de Callie le provocó una opresión en el pecho nacida de un sentimiento que no había sentido, y que no quería volver a sentir, en mucho tiempo.

–Sí –le dijo.

Pero no podía quedarse. Y sería terriblemente difícil marcharse.

 

 

Levi estaba hambriento. El estómago le sonó al oler la cena que Callie había preparado. Pero, de pronto, comer le pareció una pérdida de tiempo. En cuanto llegó al cuarto de estar, abrazó a Callie y la besó como si no la hubiera visto desde hacía semanas.

–¿Qué te pasa? –preguntó Callie, sorprendida por aquella intensidad.

Levi negó con la cabeza. No tenía sentido decírselo. Callie no podía detener a Stacy porque no podía hacer nada para cambiar lo que él había hecho. Nadie podía. Por mucho que deseara dar marcha atrás en el tiempo y regresar a aquella noche en Nevada, era imposible. Y lo mismo podía decir de Behrukh.

¿Por qué cometía errores que tenían que ser tan… definitivos?

En cualquier caso, incluso si Callie pudiera hacer algo respecto a Stacy, Levi no quería esconderse tras ella, se negaba a permitir que una mujer librara una batalla por él. Además, Callie no tenía problemas con sus vecinos antes de su llegada y quería asegurarse de que tampoco los tuviera después.

–¿Levi?

–Nada, no me pasa nada –susurró contra su cuello mientras continuaba besándola–. Solo que te he echado de menos.

Callie le tomó el rostro entre las manos para mirarle a los ojos, pero Levi solo le permitió hacerlo durante unos segundos antes de quitarle la camisa y besarle los senos. Estaba loco por hacer el amor con ella. Estaba deseando perderse en la plenitud de Callie.

–Yo también te he echado de menos, pero… –comenzó a decir Callie.

Pero nada. La deseaba en ese mismo instante. Y Callie pareció comprenderlo cuando la interrumpió con un beso y le quitó el resto de la ropa.

Si aquella repentina agresividad, si aquella urgencia en sus caricias la sorprendió, no se quejó. Jadeó cuando Levi la reclamó como suya hundiendo sus dedos en ella, pero se arqueó como si confiara plenamente en él y eso le excitó todavía más.

Aunque temía que Callie pudiera presionarle y pedirle una respuesta a su actitud, que continuara preguntándole si había pasado algo, no lo hizo. Estaba jadeando y moviéndose contra su palma, tan receptiva como lo estaba siempre.

–¿Qué quieres que haga? –susurró.

–Te quiero a ti –contestó Callie, y le quitó la camiseta.

Aunque se había lavado las manos en el trabajo, Levi no las tenía más limpias que cuando esa misma semana había insistido en lavárselas antes de acariciarla. Pero en aquel momento, no podía plantearse la posibilidad de darse una ducha o de hacer cualquier otra cosa que pudiera retrasar el momento de su unión. Aquel día nada parecía importar, excepto la sensación del cuerpo desnudo de Callie contra el suyo, la sensación de su suavidad rindiéndose a su dureza, de su piel contra su piel.

–Nadie me ha hecho nunca sentirme como tú –musitó Callie.

A Levi le produjo más satisfacción la pasión con la que pronunció aquellas palabras que las palabras en sí mismas. Era eso precisamente lo que estaba buscando, pero se negaba a precipitarse. Aquella vez no iba a dejarse arrastrar por la energía y el entusiasmo. Aquella vez no iba a intentar satisfacer sus propias necesidades. Quería que Callie temblara y gimiera entre sus brazos una y otra vez.

Mientras cruzaba su mente aquel pensamiento, reconoció en él un juvenil y absurdo intento de asegurarse de que se acordara de él. Pero, aun así, le parecía importante ser capaz de darle placer.

–Otra vez –dijo después de que Callie hubiera alcanzado el orgasmo varias veces.

La urgió a colocarse encima de él, pero Callie negó con la cabeza.

–Yo ya he terminado –jadeó con la respiración entrecortada por el esfuerzo–. Estoy agotada.

Aquella era la señal que había estado esperando. Callie estaba satisfecha. Le colocó los brazos por encima de la cabeza, disfrutando de la visión de sus senos desnudos, completamente expuestos a él, y de la visión del colgante que le había regalado descansando en la base de su cuello.

–Ha sido brutal –susurró Callie cuando por fin Levi se derrumbó sobre ella.

Levi no contestó. También él estaba agotado. Sobre todo mentalmente.

Levi se tumbó de lado para que Callie no tuviera que soportar su peso y posó la mano en su mejilla.

–¿Levi?

Levi respiraba profundamente, disfrutando de aquella esencia tan única que desprendía Callie.

–¿Mm?

–Por favor, dime que esto no ha sido una despedida.

Levi cerró los ojos. Odiaba aquella situación. Jamás había pensado que pudiera llegar a sentirse tan unido a una mujer.

–Lo siento –le dijo.

 

 

Aunque Levi había recogido ya todas sus cosas y las había dejado en una mochila al lado de la puerta, Callie le había convencido de que se quedara un día más. Habían salido a montar en moto aquella mañana, habían parado en las montañas y se habían bañado en un arroyo. En aquel momento, Callie se estaba arreglando mientras él navegaba por Internet, buscando noticias deportivas en el ordenador de Callie.

Según el último mensaje que Baxter le había enviado, sus amigos estaban ya de camino. Así que tendría que superar aquel encuentro y después podría pasar el resto del día con Levi antes de que llegara el momento de poner punto final a su relación.

Le parecía increíble el haber sido capaz de ocultar su enfermedad a pesar de lo cerca que había estado de ella. Un día atrás, había estado castigándose a sí misma, segura de que Levi averiguaría la verdad y la odiaría por habérsela ocultado. Pero ya no tenía ningún motivo para pensar que la situación pudiera cambiar antes de que se fuera, así que se alegraba de haberse ceñido a su decisión. Gracias a su silencio, habían podido pasar juntos dos semanas maravillosas, algo que habría sido imposible si las cosas hubieran sucedido de otra manera. Y tal como había planeado desde el primer momento, Levi iba a salir de su vida ignorando que estaba a punto de morir.

–¿Cómo sabes que van a venir? –preguntó Levi.

Callie sacó la máscara para las pestañas de la bolsa del maquillaje.

–Baxter me ha puesto un mensaje.

–No lo entiendo. ¿Por qué creen que te pasa algo?

–Hace días que no les devuelvo las llamadas y muchos viernes no voy a la cafetería.

–¿Y por qué?

–Porque he estado muy ocupada. Primero con la granja y después contigo. Pero están convencidos de que me he estado comportando de forma extraña.

Sí, claro que se había estado comportando de manera extraña. Había tenido que enfrentarse a su propia muerte, algo que no era nada fácil a los treinta y dos años. De modo que aquella era una mentira más. Le estaba mintiendo a Levi y les estaba mintiendo a ellos. Pero cuando Levi se marchara, estaría preparada para compartir la verdad con sus amigos y su familia. Contar con el apoyo de Baxter en el hospital había sido maravilloso. Y ya estaba preparada para dejarse ayudar.

–¿Entonces vas a echarme la culpa a mí?

Callie se echó a reír.

–Básicamente. ¿No te importa?

–No –respondió Baxter con cierta indiferencia.

Al fin y al cabo, iba a marcharse al día siguiente, aunque ninguno de los dos quisiera hablar de ello.

–Me aseguraré de decirles que eres muy bueno en la cama. ¿Crees que eso puede compensarte?

–Sí, será una manera de preservar parte de mi orgullo viril.

–Un orgullo que te mereces… –se interrumpió para ponerse brillo de labios–. Entonces, ¿te apetece conocer a mis amigos?

Daba casi por sentado que diría que no.

–¿Por qué no?

Sorprendida, Callie asomó la cabeza por la puerta del cuarto de baño.

Cuando se miraron a los ojos, Levi reconoció:

–Voy a echarte de menos.

 

 

Cheyenne jugueteaba nerviosa con la correa del bolso mientras permanecía en el porche de Callie con Dylan, Eve, Riley, Noah, Baxter y Kyle. Habían quedado en casa de Cheyenne y allí se habían repartido en dos coches para llegar todos a la vez. Ted estaba terminando todavía su próximo libro y no había podido ir y a Sophia no habían conseguido localizarla.

–Espero que esto no empeore las cosas –musitó Cheyenne, sin dirigirse a nadie en particular.

Eve era la que estaba más unida a ella, pero probablemente era la que menos de acuerdo estaba con ella con la decisión tomada. Los hombres tendían a evitar ese tipo de intervenciones. Eve había tenido que presionarles para que participaran en aquel encuentro.

–Tenemos que hacer algo –les había dicho–. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Dejar que se aleje de nosotros?

A Cheyenne no le gustaba la idea de perder la amistad de Callie, pero tenía que reconocer que, al casarse, ella también se había apartado un poco del grupo para poder atender las necesidades de una vida en pareja. A lo mejor Callie estaba pasando por algo parecido, por un proceso vinculado a la madurez y a un orden diferente en las prioridades.

Pero antes de que hubiera podido comentarlo, se abrió la puerta.

Cheyenne contuvo la respiración, temiendo que Callie se enfadara, pero esta pareció alegrarse tanto de ver a sus amigos en su casa que Cheyenne olvidó inmediatamente sus preocupaciones.

–Me alegro de veros –dijo Callie mientras les iba saludando uno a uno con un abrazo.

–Todo esto es muy raro –susurró Eve.

Eve y Cheyenne estaban un poco apartadas y podían hablar a media voz en medio de los gritos de alegría de los demás sin miedo a que las oyeran.

–A lo mejor es cierto que estaba muy ocupada con la venta de la granja –susurró Cheyenne en respuesta.

Cuando estuvieron dentro, Cheyenne miró a su alrededor, esperando ver a aquel misterioso motorista que estaba viviendo con su amiga, pero no estaba en el cuarto de estar.

–He hecho café –anunció Callie mientras se sentaba–. Y también ese bizcocho de azúcar integral y canela que llevé al cumpleaños de Ted.

Noah arrugó la nariz.

–¿Azúcar a esta hora? No tienes por qué darnos nada, ¿pero qué tienen de malo la fruta, el yogurt o los cereales?

–Noah, eso lo comes todos los días –replicó Callie.

–Yo hace poco que he dejado de fumar –intervino Dylan–. Esa ha sido mi gran concesión a una vida sana, así que acepto encantado un pedazo.

Cheyenne le apretó la mano.

–Superar la adicción a la nicotina no es fácil. Estoy muy orgullosa de ti.

Dylan le sonrió, pero Cheyenne apenas lo notó. La expresión pensativa de Callie hizo que Cheyenne se acordara de lo que le había dicho sobre el matrimonio. Pero fuera lo que fuera lo que estaba pensando, no pareció arruinarle la alegría del momento.

–Hoy no vamos a contar ni calorías ni hidratos de carbono ni nada de eso. Así que olvidémonos de las arterias obstruidas y de todo lo demás. Esto es una celebración.

Noah apoyó los pies en la mesita del café.

–¿Y qué estamos celebrando?

Cheyenne se había estado preguntando lo mismo, pero como Noah se había adelantado, no tuvo que decir nada.

Callie rodeó al grupo con la mirada.

–La amistad.

–Espera un momento –Noah bajó los pies y se irguió en el asiento–, ¿cómo es posible que lo tuvieras todo preparado?

Baxter se sonrojó tan violentamente que Cheyenne adivinó inmediatamente que había sido él el que la había avisado.

–¿Qué pasa? –preguntó Baxter, extendiendo las manos cuando todo el mundo se volvió para mirarle–. ¡Me ha parecido de buena educación advertirle que íbamos a invadir su casa!

Callie se rio más despreocupadamente de lo que Cheyenne la había visto hacerlo desde hacía mucho tiempo.

–No pasa nada. Me alegro de que hayáis venido todos. Os he echado mucho de menos.

–Yo diría que eso es un cálido recibimiento –Riley le dio un codazo a Eve, que estaba sentada a su lado–. Supongo que ya no podemos acusarla de tratarnos de manera extraña.

Algunos de ellos se echaron a reír y Cheyenne vio que Callie posaba las manos en los hombros de Kyle desde detrás del respaldo de la silla en la que estaba sentado. Cuando Kyle alzó la mirada hacia ella, reflejando en la mirada en dolor que tanto se había esforzado en ocultar, Callie se inclinó y posó la mejilla contra la suya. Cheyenne no pudo oír bien lo que le dijo, pero le pareció oírla susurrar que lo sentía.

–¡Eh, ya basta! Vosotros ya os habéis besuqueado suficiente –bromeó Riley.

Callie se sonrojó mientras se apartaba.

–Eso no quiere decir que no pueda quererle –le espetó–. Siempre le querré, de hecho.

Por un momento, Cheyenne temió que Kyle fuera a echarse a llorar. El alivio que le invadió fue prácticamente visible.

–Asumo toda la responsabilidad –se limitó a decir.

Callie le revolvió el pelo.

–Buen intento. Yo también participé, pero gracias por contárselo a todo el mundo.

Al advertir el evidente sarcasmo que reflejaba su voz, Kyle se llevó la mano al pecho.

–¡Yo pensaba que era eso lo que querías que hiciera! Me lo dijiste un día por teléfono. ¿Crees que a mí me apetecía contarlo?

–No. Creo que los dos lo hemos hecho mal en muchos aspectos. Pero ahora ya está todo arreglado, ¿verdad?

Kyle se relajó en su asiento y sonrió.

–Sí, ya estamos bien.

–Genial –Callie asintió satisfecha y señaló a Eve–. Ayúdame a servir el bizcocho.

Cheyenne las siguió a la cocina.

–Estás muy bien –le dijo a Callie–. Nunca te había visto tan delgada, pero pareces… feliz.

Callie la miró a los ojos.

–Gracias.

–¿Entonces estás bien? ¿De verdad va todo bien?

–Me siento… afortunada.

Cheyenne y Eve intercambiaron una mirada.

–¿En qué sentido?

–Tengo muy buenos amigos.

–Supongo que sabes que nos estás dejando completamente desarmados –dijo Eve.

Callie abrazó a sus amigas.

–Relajaos y divertíos.

–¿Y dónde está… tu amigo? –preguntó Eve.

–Se está duchando –contestó Callie–. No tardará en salir.

Aliviada, Cheyenne llevó los platos con el bizcocho y las tazas al cuarto de estar. Allí todo el mundo estaba hablando y riendo como siempre. El ambiente era mucho más animado de lo que lo había sido durante los últimos viernes en el Black Gold Cofee. Cheyenne fue la que se mostró más emocionada cuando vio salir a Levi del dormitorio. Inmediatamente le cayó bien. Le gustó ver cómo miraba a Callie.

Pero cuando se fijó en la mirada de su marido, comprendió que pasaba algo raro. Dylan no dijo nada. Se limitó a permanecer sentado en el sofá fulminando al recién llegado con la mirada.

Cheyenne pasó por delante de sus amigos, que estaban llevando los platos a la cocina o sirviéndose más café, y se sentó a su lado.

–¿Qué te pasa, Dylan? –le preguntó con voz queda–. No pareces muy contento.

No acertaba a imaginar por qué. Al igual que todos los chicos, se había mostrado receloso a la hora de hacer aquella aparición, pero todo había salido perfectamente. Callie no se había sentido ofendida y no había habido ningún tipo de discusión. Todos lo estaban pasando en grande, menos él.

Dylan señaló con la cabeza a Levi, que estaba concentrado hablando con Baxter y con Noah.

–Conozco a ese tipo –dijo

 

 

–¿Cómo que le conoces? –preguntó Noah, adelantándose a Baxter, que pretendía hacer la misma pregunta.

Dylan conducía su jeep. Cheyenne iba sentada en el asiento de pasajeros y Noah detrás con Baxter. Riley y Kyle se habían ido en el Mercedes descapotable de Eve, de modo que no habían oído la bomba que Dylan había soltado en cuanto habían salido del camino de la granja.

–Le conozco y sé que no se llama Levi McCloud –Dylan miró por el espejo retrovisor, pero llevaba gafas de sol, de modo que Baxter no sabía si le estaba mirando a él o a Noah–. Es Levi Pendleton.

Cheyenne apoyó la cabeza contra la ventanilla. Evidentemente, estaba escuchando, pero no estaba mirando a su marido. A través del espejo retrovisor, Baxter podía ver cómo apretaba los labios mientras contemplaba el paisaje. Lo que Dylan estaba diciendo no le gustaba más que a ellos.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Baxter.

Dylan cambió de marcha.

–Porque es uno de los mejores luchadores que he visto en mi vida.

Cheyenne apartó la cabeza de la ventanilla.

–Pero Callie parece muy feliz. Basta ver cómo le mira para saber que está enamorada. ¿Estás seguro de que no es un error?

Dylan posó la mano en la pierna de su esposa.

–Estoy convencido.

Eran tantas las preguntas que se agolpaban en la mente de Baxter que no sabía cuál formular primero.

–¿Dónde le habías visto antes? ¿Y hace cuánto tiempo?

–La última vez que le vi fue hace años, cuando yo todavía combatía.

–Pero en esa época conocías a muchísimos luchadores –Cheyenne todavía albergaba la esperanza de poder crear alguna duda para no tener que creer lo que estaba diciendo su marido.

La boca de Dylan era apenas una dura línea bajo las gafas de espejo.

–Como acabo de decir, era uno de los mejores. Todos estábamos pendientes de él.

–Eso quiere decir que tiene muchas cosas de las que enorgullecerse –dijo Noah–. ¿Qué sentido tiene entonces que se cambie el nombre? ¿Y por qué se dedica a viajar sin rumbo y no tiene ni familia, ni amigos, ni un hogar?

Dylan permaneció durante unos segundos en silencio, como si no quisiera responder. Pero al final lo hizo:

–Porque le buscan por agredir a un par de policías en Nevada.

–Mierda –susurró Noah–. ¿Y tú cómo lo sabes?

–En el mundo de las artes marciales todo el mundo se enteró. Ocurrió hace un par de años y los dos policías terminaron en el hospital –bajó la voz–. Uno de ellos con heridas serias.

–¿Y no le detuvieron? –preguntó Baxter.

–Por lo que yo sé, nunca le encontraron.

Noah se derrumbó en el asiento.

–No me lo puedo creer. Para una vez que Callie se enamora de alguien, tiene que ser de un hombre que la engaña. Kyle estaba preocupado por ese tipo desde el principio. Se va a llevar un gran disgusto.

Baxter sabía mejor que cualquiera de ellos lo mucho que Levi significaba para Callie.

–¿Y qué le pasó a Levi con esos policías? ¿Estaban intentando detenerle por alguna otra cosa?

–Al parecer, estaba borracho y causando problemas. Pero no sé qué pasó exactamente antes de que empezara la pelea.

–¿Y la policía por qué no utilizó las armas? –preguntó Noah.

–Les desarmó antes de que pudieran sacar la pistola.

Baxter no era aficionado ni al boxeo ni a ningún otro tipo de combate. Si alguna vez había oído algo sobre aquel incidente, lo había olvidado por completo.

–¿Y dices que eso ocurrió hace dos años?

–Sí, creo que fue hace un par de veranos. Llevaba tiempo sin luchar. Habían pasado seis o siete años desde su última pelea, y algo más desde la última vez que yo le había visto, pero, aun así, continuaba siendo noticia.

Noah posó la mano en el hombro de Dylan.

–¿Alguna vez has luchado contra él, Dylan?

–No –contestó–. Y me alegro de no haber tenido que hacerlo. Yo empecé a luchar con muy poca preparación. Y solo contaba con la fuerza de la desesperación. No quería que el Servicio de Protección del Menor se llevara a mis hermanos. Y a él le entrenaron para el combate desde niño.

–Vamos, Dylan, ¿no crees que podías haberle ganado? –preguntó Noah.

–Sinceramente, me habría derrotado. Rara vez perdía una pelea. Te aseguro que era alguien muy especial.

–Así que ya no podemos estar tranquilos porque Callie está bien, sino que tenemos que volver a preocuparnos por ella –se lamentó Cheyenne–. ¿Qué podemos hacer ahora?

–Tendremos que hablar con ella. No podemos permitir que siga pensando que ha encontrado al hombre de su vida. A ese hombre le está buscando la policía. Agredir a un agente es un delito serio. Podría ir a prisión –contestó Noah.

Baxter quería intervenir, decirles que no deberían decir nada. Si Levi se marchaba de Whiskey Creek tal y como Callie esperaba, él no volvería a saber nada de ella y ella no tendría por qué saber nada de él. Por lo que a Baxter concernía, aquello era lo mejor para los dos. Pero tenía que encontrar la manera de respaldar su argumentación, puesto que era el único que sabía que Callie estaba enferma.

Dylan se pasó la mano por el pelo.

–Es posible que sea verdad, pero yo no pienso delatarle.

–¿Ni siquiera para proteger a una de nuestras mejores amigas?

Cheyenne parecía sorprendida. Dylan se movió incómodo en el asiento.

–No quiero que le pase nada malo a Callie, por eso os lo he dicho a vosotros. Pero no puedo denunciarle. A lo mejor es lo más correcto, pero a lo mejor no. Y no pienso ser yo el que decida su destino. Yo también me he visto en situaciones problemáticas muchas veces, y muy pocas de ellas fueron realmente culpa mía.

A Baxter le gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación. Si Dylan lo hacía por él, con un poco de suerte, ni siquiera tendría que convencerles de que no dijeran nada.

–¿Qué quieres decir exactamente?

Baxter bajó el volumen de la radio.

–Lo que quiero decir es que no sabemos qué pasó esa noche con esos dos policías. Nosotros no estábamos allí.

–Son policías, Dylan –intervino Noah–, ¿eso no significa que siempre tienen la razón? A mí me da la sensación de que estaban intentando hacer cumplir la ley. A lo mejor se lo querían llevar porque estaba causando problemas y él, en vez de marcharse tranquilamente, se enfrentó a ellos.

–No necesariamente –gruñó Dylan–. Llevar una placa no te convierte en un hombre perfecto.

Baxter aprovechó aquella oportunidad para decir:

–Además, si está huyendo de la policía, no se quedará aquí durante mucho tiempo. ¿Por qué no lo dejamos pasar? ¿Por qué no dejamos que Callie disfrute de esta aventura amorosa mientras dure?

Cheyenne se giró en el asiento para mirarle.

–¿Estás de broma? ¡Tú no sabes cuánto tiempo piensa quedarse ni de qué manera podría afectarle esto a Callie! A lo mejor es un hombre agresivo. ¡A lo mejor no lo ha sido todavía, pero eso no significa que no vaya a estallar en algún momento!

Baxter se frotó la mandíbula y suspiró. Al ver la mirada de Noah, comprendió que este sabía que pasaba algo. Y no le sorprendió. Noah siempre le había conocido mejor que nadie. Bueno, por lo menos en algunos aspectos. En otros no le conocía en absoluto. O a lo mejor no quería ver lo que tenía delante de las narices. Siempre y cuando no hablaran de su orientación sexual, siempre y cuando no reconociera que sentía por él más de lo que debería, su relación podía continuar como hasta entonces.

Noah se aflojó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia delante arqueando las cejas con expresión expectante.

–¿Y bien?

–¿Y bien qué? –dijo Baxter.

–Vamos, suéltalo. Estás ocultando algo.

Era cierto, estaba ocultando que si Callie no conseguía un trasplante de hígado, importaría muy poco quién fuera Levi McCloud. No estaría viva para verle entrar en prisión. Y por lo que le había oído decir al médico en el hospital la semana anterior, no creía que Callie pudiera vivir mucho tiempo.

–¿Qué ocurre? –insistió Noah–. ¿Qué es lo que no nos estás contando, Baxter?

Ya era hora de que supieran la verdad. De que todos se enteraran. Pero Baxter no podía divulgar el secreto de Callie, no podía decirles que se estaba muriendo.

–Llamadla. Llamadla, contadle lo de Levi y a ver qué os dice ella.

Cuando llegue el verano
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