Capítulo 19

 

 

En cuanto sintió las manos de Levi encima, Callie estuvo a punto de apartarse. Sabía que dejar que la tocara, aunque no fuera con intención de carácter sexual, solo serviría para hacerla desear un mayor contacto. Pero las caricias que le estaba haciendo con los pulgares en la planta de los pies eran maravillosas. Le habían hecho pocos masajes de pies a lo largo de su vida y no sabía que pudieran ser tan agradables. O tan eróticos.

Comenzó a respirar hondo mientras luchaba contra la avalancha de emociones que la invadía. Intentaba decirse que aquel interludio de televisión y masaje en los pies no debería afectarla más que una cita con… ¡con Stacy! Pero la verdad era que no debería estar con ninguno de los dos.

El problema era que había hombres más fáciles de rechazar que otros.

Cuando Levi comenzó a subir las manos por sus piernas para acariciarle los gemelos, entreabrió los ojos y le miró hasta que consiguió llamar su atención.

–Lo estoy notando –le dijo.

Levi continuó haciendo su trabajo.

–Eso era lo que esperaba.

Callie se obligó a apartar los pies de su regazo y se sentó.

–Deberíamos irnos a dormir.

Nada. No hubo respuesta.

–Hasta mañana.

Levi alargó los brazos hacia ella cuando se levantó, pero le permitió escapar cuando se alejó de él.

–Buenas noches –le dijo.

 

 

Cheyenne Amos tamborileó con los dedos en la mesa mientras esperaba a que sonara el teléfono.

–¿No vienes a la cama?

Al oír la voz de su marido, que estaba viendo la televisión en la cama, se acercó a la puerta del dormitorio y vio que tenía a Lucky, una perra de tres patas, y a sus otros dos perros con él. Se había colocado varios almohadones en la espalda y tenía el mando a distancia en la mano. Dormía en ropa interior, de modo que tenía el pecho desnudo. La vista era de lo más atractiva. Lo suficiente al menos como para hacerla desear reunirse con él en la cama y comprobar si estaba completamente desnudo…

La tentación era muy fuerte. No había nada que a Cheyenne le gustara más que hacer el amor con Dylan, abrazarle, quedarse dormida a su lado y despertar al día siguiente junto a él. Pero todavía no podía sucumbir a la promesa de lo que le ofrecía.

–¿Qué haces? –le preguntó Dylan cuando la vio en la puerta.

Solo estaba mirándole, pensando en lo feliz que era desde que le había conocido, pero ya se lo decía suficientemente a menudo.

–Estoy esperando una llamada conjunta de Eve, Riley, Baxter y Noah. Queremos hablar con Kyle también. Estamos preocupados por Callie. Lleva mucho tiempo comportándose de manera extraña.

–Si alguien sabe lo que le pasa, ese tiene que ser Kyle.

–Exactamente.

Levi estaba viendo un combate de artes marciales mixtas que tenía grabado. En otra época de su vida, mantenía a sus hermanos pequeños ganándose la vida en el cuadrilátero y todavía continuaba teniendo interés por las AMM. Normalmente, veía los combates con sus hermanos, pero desde que le había comprado a Cheyenne aquella casa de dos dormitorios en el pueblo, una casa con una cerca de madera blanca que él mismo había pintado, ya no veía a sus hermanos después del trabajo tan a menudo como cuando vivían juntos al final del río.

–El viernes estaba muy rara –comentó Dylan–. ¿Y qué me dices de Sophia? No la has mencionado, y tampoco a Ted.

Cheyenne se cruzó de brazos, se apoyó contra la puerta y desvió la mirada hacia el combate mientras hablaba.

–He intentado localizar a Sophia, pero no contesta. Me temo que todavía está enfadada por lo que le dijo Ted. No creo que hiciera falta una cosa así.

–¿Tú no crees que sea la responsable de la muerte de Scott?

–En realidad, no lo sé, ¿pero quiénes somos nosotros para castigarla por ello? Además, eso ocurrió hace mucho tiempo.

–Tienes razón –Dylan rascó a Lucky detrás de la oreja y la perra aulló agradecida–. ¿Y Ted no va a participar?

–No le hemos invitado. Estamos un poco enfadados con él por cómo ha tratado a Sophia. Quiero mucho a Ted, pero a veces es demasiado duro.

–Y demasiado brusco también, pero en una ocasión me dijiste que entendías que Sophia no le gustara.

Hasta que había tenido que abandonar los estudios, Dylan estudiaba en el mismo instituto que Cheyenne y sus amigos. Pero en aquella época estaba demasiado ocupado intentando superar su propio infierno como para fijarse en lo que pasaba en el grupo. En aquel entonces no tenían ninguna relación con él. De hecho, Cheyenne ni siquiera le habría conocido si su hermana no hubiera empezado a salir con él.

–Y lo entiendo, pero ya es hora de olvidar el pasado. Ted sabe que Sophia no es feliz. Ha visto las heridas que tiene en la cara y en los brazos. Creo que eso ya es suficiente castigo.

–A lo mejor todavía la quiere. A lo mejor es eso lo que no ha cambiado.

–Es posible que tengas razón. Si no, ya lo habría olvidado.

Dylan estiró las sábanas y Lucky y los otros perros cambiaron de postura antes de volver a tumbarse.

–¿Recibiste el recado de que te había llamado Presley?

–Sí, he hablado con ella.

–¿Y va todo bien?

–Sí, perfecto.

Cheyenne apenas podía creerlo, pero su hermana llevaba tres meses fuera del centro de rehabilitación. Eso significaba que llevaba limpia seis meses, lo cual era un alivio en muchos sentidos, pero, sobre todo, porque estaba embarazada de casi siete meses. El hijo era de Aaron, uno de los hermanos pequeños de Dylan, pero solo Presley y Cheyenne lo sabían. Cheyenne odiaba ocultarle un secreto tan importante a su marido. Y tenía miedo de cómo podría reaccionar cuando se enterara. De hecho, esperaba que ese día nunca llegara, porque Cheyenne no tenía más remedio que esconderle la verdad. Aquel hijo era lo único a lo que podía aferrarse Presley, el único motivo suficientemente poderoso como para renunciar a las drogas que habían estado a punto de destrozarle la vida.

En cualquier caso, Aaron no estaba preparado para tener un hijo. Ni siquiera había sido capaz de aguantar en el centro de rehabilitación. Seguía consumiendo drogas. Dylan le veía a diario en Amos Auto Body, el taller de chapa y pintura del que era propietario. Era testigo directo de lo que Aaron hacía y vivía constantemente preocupado por él.

–¿Te ha dicho algo de la ecografía?

–No –Cheyenne avanzó y se sentó en el borde de la cama–. ¿Y a ti te ha dicho algo?

–Ya sabe lo que va a ser el bebé.

Que Dylan hubiera sido el primero en enterarse fue una auténtica sorpresa para Cheyenne. Aparte de para decir que su padre era un tipo al que había conocido cuando estaba en Phoenix aquella Navidad, Presley apenas hablaba del bebé. Y menos aún con Dylan. No quería que se le escapara ninguna información sobre su vida delante de Aaron. Sabía que si se ponía en contacto con ella, podía derrumbarse y terminar viéndole, y eso sería lo peor, tanto para ella como para el bebé.

–¿Qué es?

Dylan sonrió.

–Un chico.

¡No podía ser de otra manera! Al parecer, los Amos no eran capaces de engendrar niñas. Pero no iba a hacer ningún comentario al respecto.

–¡Oh, Dios mío! ¡No me puedo creer que no me haya dicho nada! ¡Un chico! Y… ¿te ha dicho si todo iba bien?

Como se había quedado embarazada en un momento en el que todavía bebía y consumía drogas y había estado a punto de abortar, estaban muy preocupados por el desarrollo del feto. Presley ya tenía suficientes desafíos a los que enfrentarse con la lucha contra las adicciones e intentando conservar un puesto de trabajo. Cheyenne temía que no fuera capaz de cuidar de un niño con problemas médicos.

–Todo va perfectamente. Presley ya te lo ha dicho otras veces.

Pero Cheyenne necesitaba que se lo confirmara.

Dylan se echó a reír.

–Me encanta esa sonrisa tonta.

–¿Qué sonrisa tonta?

Cheyenne agarró uno de los cojines que Dylan había apartado de la cama y se lo tiró, haciendo que los perros se levantaran.

Dylan lo agarró y se lo devolvió. Lucky comenzó a ladrarles a los dos.

–Esa sonrisa que dice que no podrías ser más feliz.

–Es un milagro que haya llegado hasta aquí, Dylan. Los días que siguieron a la muerte de Anita, cuando Presley desapareció y pensé que no iba a volver a verla, fueron terribles. Me emociona que pueda estar tan bien.

–Es una pena que ya no viva en Whiskey Creek. Stockon es horrible.

–No a todo el mundo se lo parece. En cualquier caso, es una ciudad grande en la que ha podido encontrar un apartamento y un trabajo decente.

–¿Te parece un trabajo decente trabajar en una tienda de artículos de segunda mano?

–A ella le gusta.

–Podrías estar más pendiente de su embarazo si estuviera aquí –señaló Dylan.

Pero entonces Presley podría volver con Aaron. Callie sabía que seguía enamorada de él. Y no podían estar cerca porque en cuanto empezaran a salir otra vez, Presley correría el peligro de recaer.

–Es mejor que no vea a sus antiguas amistades.

–Te refieres a Aaron, lo sé. No sería una buena influencia.

Detuvo el combate y se volvió para mirar a Cheyenne.

–¿Qué pasa? –le preguntó ella.

–Hablando de bebés…

Hubo algo en su expresión que la hizo sonrojarse.

–¿Sí?

Dylan la agarró por la muñeca y tiró de ella hacia él.

–Me estaba preguntando si podría interesarte tener un hijo conmigo.

Cheyenne sintió el corazón en la garganta. Llevaba tiempo esperando que se lo pidiera. Sabía que si ella se lo pedía, le diría que sí, porque no era capaz de negarle nada. Pero para Cheyenne era importante que Dylan deseara ese hijo tanto como ella.

–Tú ya has tenido que criar a todos tus hermanos. ¿Estás seguro de que quieres empezar a formar una familia antes de saber qué va a pasar con tu padre?

–¿Qué tiene que ver mi padre con esto?

–El año que viene saldrá de la cárcel. Podríamos esperar hasta que… hasta que vuelva y haga lo que quiera que le apetezca hacer con su vida. Así tú también te sentirás más libre para hacer tu propia vida.

Dylan le apartó el pelo de la cara.

–No pienso planificar mi vida pensando en la liberación de mi padre. En este momento, ni siquiera estoy seguro de que vayamos a mantener algún tipo de relación.

–Pero quieres tener un hijo.

–Desde luego.

–Porque…

–Porque te quiero –la besó con ternura–. Y ahora déjame demostrarte cuánto.

Sonó el teléfono, pero Cheyenne lo ignoró. Tendría que hablar con sus amigos más tarde, porque, en ese momento, no había nada que pudiera importarle más que Dylan.

 

 

Baxter sabía cuál era el motivo de aquella llamada compartida y no se sentía particularmente cómodo participando en ella. No quería incumplir la promesa que le había hecho a Callie, pero tampoco quería mentir.

–Cheyenne no contesta. Debe de haberse quedado dormida –anunció Eve cuando todos los demás estuvieron en línea.

–Podemos dejarlo para mañana –propuso Baxter.

Con un poco de suerte, para un momento en el que él no estuviera disponible, pensó.

–No, mañana todo el mundo tiene que trabajar –respondió Eve–. Ya hablaré con ella para ponerle al tanto. No creo que podamos retrasarlo más.

–¿Retrasar el qué? –preguntó Noah.

–A Callie le pasa algo –contestó Eve–, ¿no lo has notado?

–Últimamente no viene los viernes a la cafetería. ¿Sabéis si le va bien el negocio? –dijo Noah.

–El negocio ya no parece importarle mucho –respondió Eve–. Por lo que yo sé, le ha cedido todo el control a Tina.

–Porque ahora está arreglando la granja para poder venderla –explicó Kyle.

–¿Tú crees que es eso? –intervino Eve otra vez–. ¿No viste cómo estaba el viernes?

–¿Alguien ha intentado preguntárselo? –quiso saber Noah.

–Lo hemos intentado todos –respondió Eve–. Pero nos evita siempre que puede. Si empezamos a presionarla, cuelga el teléfono, rara vez devuelve las llamadas. Estoy preocupada por ella. ¿A alguien le ha dicho algo que pueda darnos una pista sobre lo que podría estar pasándole?

Baxter esbozó una mueca, pero permaneció en silencio.

–A mí no me ha dicho nada –le dijo Kyle.

–¿Estás seguro? –presionó Eve–. Tengo la sensación de que si alguien puede desvelar el misterio, eres precisamente tú.

–Pues yo no sé lo que le pasa –insistió Kyle.

Baxter se preguntó si Kyle se sentiría culpable. Seguramente se preguntaba a sí mismo si tenía algo que ver en el comportamiento de Callie.

–Yo no pude ir el viernes –Riley intervino entonces en la conversación–, así que no sé cómo se comportó. Pero estoy de acuerdo en que ha estado más distante de lo habitual.

–¿Más distante? –repitió Eve–. Callie nunca está distante. No es de esa clase de personas.

–Sabemos que hay un hombre con ella en la granja –Noah no parecía particularmente preocupado, pero tampoco era un hombre que se preocupara fácilmente por nada–. Y ha tenido el problema con los perros de sus vecinos. Creo que su actitud podría estar relacionada con ese hombre y con todo lo que ha pasado. ¿No estás de acuerdo, Kyle?

–Esto empezó antes de que ocurriera eso –replicó Kyle.

–¿Entonces qué le pasa? –preguntó Eve–. ¿Y qué podemos hacer para ayudarla?

Baxter se aclaró la garganta.

–Creo… creo que es posible que esté pasando por un momento difícil. Lo que tenemos que hacer es dejarle espacio para enfrentarse a ello.

–Espacio –repitió Eve.

–Sí –contestó, pero Eve no estaba en absoluto de acuerdo.

–Ya le hemos dado espacio… Y no parece que eso la esté ayudando a levantar el ánimo. Como Kyle ha dicho, esto ya lleva prolongándose durante mucho tiempo. Ha adelgazado y está muy distante.

–La salud de su madre está empeorando –sugirió Riley–. A lo mejor es eso.

–En vez de intentar averiguarlo a sus espaldas, deberíamos acercarnos a su casa y hablar con ella –propuso Noah.

–¿Esta noche? –preguntó Riley.

Baxter hizo todo lo posible para descartar aquella idea.

–No, es muy tarde.

Noah siguió presionando.

–Entonces mañana. O pasado mañana.

–No sabemos si le gustará –Eve parecía vacilante.

–Somos sus amigos –insistió Noah–. No siempre necesitamos una invitación.

Baxter estaba a punto de decir que creía que no deberían presentarse por sorpresa cuando Kyle intervino antes de que hubiera podido articular palabra.

–Es por mi culpa.

–Kyle…

Baxter quería advertirle que lo que iba a decir podría no servir de ayuda, pero no tuvo oportunidad.

–Callie y yo nos hemos acostado –anunció–. Y me siento fatal porque sé que se arrepiente.

A las palabras de Kyle les siguió un silencio cargado de asombro. A lo mejor todos lo habían sospechado, pero nadie esperaba que Kyle lo confesara.

Baxter admiró la capacidad de Kyle para asumir la responsabilidad de lo ocurrido. Eso demostraba que también él estaba preocupado y que quería a Callie tanto que no le importaba descubrirse.

–No creo que sea eso –respondió, intentando mitigar parte de la sorpresa y el embarazo provocado por la declaración.

–¿Te has acostado con Callie? –preguntó Noah estupefacto.

–Solo unas cuantas veces. Pero no ha vuelto a ser la misma desde entonces. Ahora me siento fatal por haber dejado que ocurriera. No sé lo que me pasa. Desde que rompí con Olivia, no soy el que era. Parece que solo sirvo para amargarle la vida a todo el mundo.

–De verdad, no creo que sea eso –repitió Baxter.

–Yo también lo dudo –admitió Eve.

Noah soltó una maldición.

–¿Entonces qué vamos a hacer?

–De momento, olvidarnos de lo que nos ha contado Kyle –propuso Baxter–. Estoy seguro de que Callie se avergonzaría de que lo supiéramos. No es asunto nuestro.

–Pero por lo menos nos ayuda a saber por lo que está pasando –dijo Eve.

–A lo mejor está pasando… una especie de crisis. A lo mejor se siente culpable –Riley bajó la voz y adoptó un tono cercano a la exasperación–. Las mujeres son así.

–¿Has dicho «las mujeres», Riley? –le espetó Eve–. ¿De verdad? ¿Crees que todas somos iguales?

Riley se puso inmediatamente a la defensiva.

–Relájate, es solo una generalización.

–Estoy segura de que se acostó con Kyle porque tiene miedo de no encontrar nunca al hombre de su vida –aseveró Eve.

–¿Eso qué significa? –preguntó Noah.

–Que se conformó con lo primero que encontró disponible.

–Vaya, lo dices como si realmente me apreciara –se quejó Kyle.

–¡Oh, basta! –dijo Eve–. El que está hablando ahora es tu ego. Todos sabemos que todavía estás enamorado de Olivia.

Kyle no lo negó.

Baxter se cambió el teléfono de oreja. Sabía que se equivocaban, pero no podía corregirlos sin revelar que sabía más que ninguno de ellos.

–Habla mucho de Cheyenne y de lo feliz que es –les dijo Eve–. Tengo la sensación de que está deseando conocer a alguien y sentar cabeza.

–Si eso es verdad, a lo mejor deberíamos preocuparnos más por el vagabundo que se ha instalado en su casa –contestó Noah.

Kyle intervino de nuevo.

–¡Yo ya llevo tiempo preocupado!

–No, tú lo que estás es celoso –bromeó Riley.

–¡No estoy celoso! El problema es que ese hombre no tiene nada que ofrecerle. ¿Cómo va a poder hacerla feliz? Probablemente solo se quede con ella lo suficiente como para romperle el corazón.

–A lo mejor ese hombre es justo lo que Callie necesita en este momento.

Baxter comprendía lo que Levi significaba para ella en la situación en la que se encontraba. Era una relación temporal, Callie sabía que podía disfrutar de él y que Levi se marcharía antes de que ella hubiera tenido que enfrentarse a un futuro que quizá ni siquiera existía.

Se produjo un momento de silencio. Evidentemente, aquella no era una opinión compartida.

–¿Qué te hace decir eso? –preguntó Noah por fin.

–Callie es una chica inteligente –contestó Baxter–. Tenemos que confiar en su criterio.

–Eso es lo que hemos estado haciendo hasta ahora y no hemos solucionado nada –se quejó Eve.

Baxter se levantó de la butaca para acercarse a una de las centenarias ventanas de su casa.

–Yo creo que tenemos que darle más tiempo.

–Estoy de acuerdo –le apoyó Noah–. A mí no me haría ninguna gracia que estuvieras teniendo esta conversación sobre mí.

–Lo único que pretendemos es asegurarnos de que estamos haciendo todo lo que podemos por ella –Eve parecía dolida.

–Noah, hablamos constantemente de ti –bromeó Riley.

Noah le ignoró.

–Sé que las intenciones son buenas, Eve, pero…

Riley se puso serio entonces.

–¿Por qué no nos dejamos caer por su casa en algún momento de esta semana, le hacemos saber que Kyle nos ha contado… lo que pasó entre ellos y le decimos que lo comprendemos?

Baxter pensó que aquello podría ayudar. Por lo menos pondría fin a una de las preocupaciones de Callie.

–Si esa es la intención, apoyo la visita. Pero tenemos que tener cuidado con el momento en el que lo hacemos.

–Entonces, ¿a todo el mundo le parece bien? –preguntó Riley, y todos se mostraron de acuerdo.

 

 

Levi gimió al oír el agua de la ducha. Al parecer, Callie no había ido directamente a la cama. A lo mejor, necesitaba refrescarse.

Desde luego, a él no le sentaría nada mal una ducha. Aunque no estaba seguro de que fuera a servirle de nada. Deseaba a Callie con tal intensidad que apenas podía detener los pensamientos que fluían por su mente.

Imaginó sus labios entreabriéndose bajo los suyos como lo habían hecho el día anterior y su cuerpo se tensó en respuesta. Dos años negando sus apetitos sexuales eran mucho tiempo para cualquier hombre. Y estaba empezando a aprender hasta qué punto podían ser implacables aquellos apetitos.

Pero ya lo había fastidiado todo una vez. Le había hecho ponerse a Callie aquel corpiño y se había apartado de ella casi en el instante en el que la había tocado. La había rechazado cuando más vulnerable era y dudaba de que estuviera dispuesta a confiar nuevamente en él. Seguramente no querría encontrarse con el mismo problema.

Y, por cierto, tampoco él.

Si iba a buscarla aquella noche, ¿sería capaz de terminar lo que iba a empezar? Lo haría, decidió. ¿Pero cómo se sentiría después?

Tenía las hormonas tan revolucionadas que apenas podía pensar. Su cuerpo continuaba mostrándole tentadoras imágenes de lo que sería tener a Callie bajo él, sentir sus caderas alzándose para salir a su encuentro. A una parte de él, la parte que continuaba diciéndole que siguiera adelante y se olvidara de todo lo demás, no parecía importarle que siguiera enamorado de Behrukh y que hubiera prometido amarla eternamente.

¿Dónde habían quedado sus convicciones? ¿El remordimiento por lo que había provocado al incitarla a ser su amigo, su amante y su prometido?

Avergonzado por la facilidad con la que parecía estar renunciando al que sería un justo y merecido castigo, dejó caer la cabeza entre las manos. Era cierto todo lo que le había dicho a Behrukh, ¿verdad?

Por supuesto que sí. Pero entonces, ¿por qué hacía promesas que no era capaz de cumplir?

Rifle, que permanecía a su lado, alzó la cabeza e irguió las orejas como si le estuviera preguntando por qué estaba tan nervioso.

–Ojalá lo supiera –le explicó al perro–. No puedo estar con ella, pero tampoco soy capaz de dejar de desearla.

El perro bostezó sin dejarse impresionar por la gravedad de aquel problema y apoyó el hocico entre las patas.

–Gracias por tu apoyo.

Levi deseó contar con la habitación del establo. Quizá, si ponía suficiente espacio entre ellos, el corazón dejaría de latirle como un martillo hidráulico y bajaría la erección. Pero si seguía dentro de la casa, enjaulado junto a ella, le iba a resultar imposible renunciar a su deseo.

Estaba luchando contra lo inevitable.

Convencido de que al final sucumbiría, se metió en el dormitorio y cerró la puerta para dejar a Rifle fuera.

Sería únicamente una liberación física, se dijo a sí mismo. No iba a engañar a Behrukh, porque aquello no significaba nada para él.

Cuando llegue el verano
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