Capítulo 17

 

 

Como era domingo, Callie pensaba que el detective encargado de investigar el fuego no aparecería hasta el día siguiente, pero se presentó en la granja a primera hora de la mañana. Callie no le conocía. Era un hombre pequeño, de constitución fuerte, que había sido enviado por el condado. Apenas hablaron. Stacy insistió en que Levi y ella se mantuvieran apartados de su trabajo, de modo que apenas se relacionaron con él. Fue Stacy el que le enseñó la granja. Aun así, no tuvieron que esperar mucho para conocer el veredicto. El detective solo tardó un par de horas en averiguar el origen del fuego. Inmediatamente, fue a buscarles y les dijo que se había utilizado un combustible, seguramente gasolina, que podía haber sido encendido con una cerilla.

–Así que ha sido provocado –repitió Callie, impactada a pesar de que ya lo había supuesto.

–Sin ninguna duda –respondió el detective.

Después, les hizo repetir paso por paso lo que había ocurrido aquella noche. En cuanto terminaron, Stacy se lo llevó a un aparte y comenzó a hablar con él en voz baja. Levi y Callie permanecieron cerca de los restos quemados del establo.

–Tengo un presentimiento –musitó Callie–, pero todavía no quiero creerlo.

¿Cómo podía haber alguien tan furioso y sediento de venganza como Denny Seamans? ¿Qué habría pasado si Levi hubiera muerto en el fuego? ¿De verdad pretendía acabar con la vida de un hombre? Denny sabía, porque había estado allí antes, que Levi dormía en el establo.

Levi miró a los policías con los ojos entrecerrados.

–Lo que me gustaría saber es si van a ser capaces de demostrar su culpabilidad. La gasolina y las cerillas son productos muy normales. Todo el mundo tiene acceso a ellos, así que no son muy útiles a la hora de acotar la lista de sospechosos.

–A lo mejor alguien vio la camioneta de Denny ayer por la noche.

–¿Aquí fuera? ¿Quién va a pasar por aquí a esa hora de la noche?

–Es posible que pasara alguien.

–Pero no probable.

–Y eso significa que no recibirá ningún castigo por lo que ha hecho.

–Y que podrá volver a repetirlo.

–Con un incendio ya tengo más que suficiente –se frotó el brazo, intentando aliviar la carne de gallina–. ¿Qué vamos a hacer ahora?

–Mantener los ojos bien abiertos.

Callie asintió. La aterrorizaba pensar que podrían volver a tener problemas. Pero aquello tenía sus ventajas. Sabía que, mientras estuviera preocupado por su seguridad, Levi se quedaría.

 

 

Cuando alguien llamó a la puerta a última hora de la tarde, Levi imaginó que sería de nuevo el detective con intención de hacer más preguntas o de volver a revisar el establo. O quizá Stacy. ¿Habría descubierto por fin su verdadera identidad? ¿Tendría una orden de arresto?

Pero no era ninguno de ellos. Sujetó a Rifle mientras le abría la puerta a un hombre grande, de pecho voluminoso y el pelo corto y entrecano que miraba hacia el establo con el ceño fruncido.

–Mira eso –dijo cuando Levi le abrió la puerta–. Qué manera de destrozarlo todo.

Levi no sabía qué decir. No tenía la menor idea de quién era aquel hombre. Hasta que el hombre le miró directamente. Entonces vio algo en su rostro que le recordó a Callie, probablemente los hoyuelos a ambos lados de la boca.

–Usted debe de ser el padre de Callie –aventuró.

–Exacto.

El hombre se inclinó para saludar a Rifle, que estaba emocionado con la visita, y fijó después la mirada en los puntos que Levi tenía en el brazo.

–Y supongo que tú eres el joven al que atacaron esos perros.

–Sí, ese soy yo.

Boone se enderezó.

–Una experiencia terrible. Lo siento.

Después de que el jefe de policía hubiera dejado claro que Levi no era bienvenido en Whiskey Creek, que ni siquiera era suficientemente bueno como para poder quedarse allí durante una o dos semanas, Levi no esperaba que los padres de Callie fueran tan amables. Si alguien tenía derecho a dudar sobre él, a mostrarse receloso, eran ellos. Pero Levi decidió rápidamente que el padre de Levi era incapaz de pensar mal de nadie. No tenía una naturaleza escéptica o desconfiada, y eso se hizo evidente desde sus primeras palabras.

–Boone Vanetta –le tendió su enorme mano–. Encantado de conocerte.

–Igualmente –respondió Levi.

Levi se apartó para dejarle pasar.

–¿Mi hija anda por aquí?

Levi negó con la cabeza.

–Me temo que no, señor. Ha tenido que ir al pueblo. Su ayudante necesitaba que le echara una mano.

En realidad, Callie no había dado muchas explicaciones sobre su destino. Le había dicho que tenía que hacer algunos recados y Levi la había oído hablar por teléfono con Tina y sabía que iba a pasar por la tienda. Normalmente, Tina no trabajaba los domingos, le había explicado Callie, pero el lunes tenían muchas citas y querían prepararlas.

–¡Vaya! Así que nos hemos cruzado.

–¿Quiere pasar?

Levi le ordenó a Rifle que se quedara fuera y abrió la puerta un poco más por si quería entrar. Imaginaba que a aquel hombre no podía hacerle ninguna gracia encontrar a un hombre, y menos todavía a un vagabundo, en casa de su hija, pero no parecía particularmente preocupado. Levi tenía la impresión de que Boone era tan confiado como Callie. O a lo mejor era más sagaz a la hora de interpretar las intenciones de un hombre que el jefe de policía. A lo mejor sabía que él nunca le haría ningún daño a su hija.

–Solo un momento. Menudo calor hace hoy, ¿verdad? ¿Te importaría darme un vaso de agua?

–Claro que no.

Se hizo a un lado mientras aquel hombre enorme entraba en la casa.

–¿Prefiere un zumo? –preguntó Levi.

–Si tienes…

Levi se dirigió a la cocina y sacó un vaso.

–¿Qué estás arreglando? –Boone señaló las herramientas extendidas en el suelo.

–Hay una fuga debajo del fregadero desde hace algún tiempo y están saliendo hongos. He pensado que podría arreglarla ahora que tengo tiempo.

Boone asintió.

–Un gesto muy amable.

–La que fue amable fue su hija al ayudarme después del ataque.

–Es una joya –sonrió con orgullo mientras le acariciaba la cabeza a Rifle–. No encontrarás una mujer mejor en ninguna parte.

Levi sonrió mientras sacaba el zumo de granada de la nevera. Era lo único que bebía Callie. No tenía en la nevera ni refrescos ni alcohol. Solo la botella de vino que había abierto para él. Por lo que él había visto, mantenía una dieta más estricta que la de su propio padre.

–Gracias.

Boone aceptó el vaso, bebió el zumo, arrancó una toalla de papel del rollo y comenzó a secarse el sudor de la frente.

–¿Ya sabe lo que ha dicho el detective sobre el origen del fuego? –preguntó Levi.

–Sí, Callie me llamó después de que se fuera. Por eso he venido. Quería ver lo que ha pasado con mis propios ojos. Me cuesta creer que alguien haya provocado un incendio intencionadamente.

–Es algo que sucede con demasiada frecuencia.

–Pero no aquí.

Levi tomó aire.

–Me temo que yo soy el responsable de lo que ha pasado.

Boone le devolvió el vaso.

–Pero tú no has provocado el incendio, ¿no?

–No, señor.

–Entonces, por lo que a mí concierne, no eres responsable de lo que ha pasado.

Levi apenas podía creer lo que estaba oyendo.

–Se lo agradezco, señor. Pero nada de esto habría pasado si Callie no me hubiera ayudado.

–Mi hija hizo lo que debía. Es Denny el que se está equivocando. Le dije a mi hija que deberíais quedaros en nuestra casa hasta que Stacy pueda meter a ese estúpido entre rejas, pero no quiere hacerme caso. Dice que no quiere causarnos problemas –bajó la voz–. Y tiene parte de razón. No resultaría fácil sacar a su madre de casa si alguien provocara un incendio. Por eso me alegro de que estés aquí. Prefiero que no esté sola en la granja ahora que sé que alguien pretende hacerle daño.

–¿Su madre está… enferma?

–Va en silla de ruedas. Le diagnosticaron esclerosis múltiple hace años. Es una enfermedad complicada, ¿sabes? Hay días que son mejores que otros.

–Lo siento.

–No sabes cuántas veces he deseado ser yo el que tuviera la enfermedad en vez de ella –dijo con un enorme suspiro. Y Levi no tuvo la menor duda de que estaba siendo completamente sincero–. Pero todos tenemos problemas –continuó.

–Sí, todos tenemos problemas –respondió Levi.

Boone lo estudió con la mirada.

–Eres un tipo guapo, muchacho. No me extraña que a mi hija le gustes.

Levi se echó a reír.

–Ella tampoco está nada mal. Pero no se preocupe, pronto me iré de aquí.

–¿Y por qué iba a preocuparme?

Boone había vuelto a sorprenderle.

–Según Stacy, no soy un hombre en el que se pueda confiar. No le hace gracia que esté en el pueblo.

–Stacy es un hombre con muchas responsabilidades e intenta llevarlas lo mejor que puede. Pero él no lo sabe todo. Si a mi hija le caes bien, es porque tiene motivos para ello.

Sabiéndose culpable de todo lo que había hecho, de haber puesto a Behrukh en una situación que le había costado la vida y de lo que había llegado a hacer en Nevada, aquellas palabras le llegaron muy dentro. Las sospechas de Stacy solo habían servido para tentarle a seguir viviendo de espaldas al mundo. Pero habían bastado unas cuantas palabras de Boone para que deseara ser un hombre mejor.

–¿No le importaría que su hija estuviera con un vagabundo?

Los hoyuelos de Boone se hicieron más profundos cuando sonrió.

–Si sientas cabeza, no serás un vagabundo.

 

 

–¿Entonces qué piensas hacer? –le preguntó Baxter.

De camino hacia Sacramento, Callie había pasado por su casa, un edificio victoriano recientemente restaurado que no estaba lejos del pueblo. El médico la había llamado justo después de que se fuera el inspector para decirle que quería que comenzara a tomar rifaximin, un antibiótico utilizado para evitar la encefalopatía que podía causar la enfermedad. Callie no sabía por qué se le había ocurrido pensar en ella un domingo, pero sabía que era un hombre que se tomaba muy en serio la profesión y que rara vez dejaba de trabajar. Lo lamentaba por su familia, en el caso de que tuviera. No debía de ser fácil para él tratar con tantos pacientes en estado crítico.

Después de colgar el teléfono, había inventado una excusa para así poder ir a la farmacia en la que compraba la medicación. No podía ir a la que había en Nature’s Way, un supermercado que estaba cerca de Whiskey Creek, a no ser que quisiera que todo el mundo supiera de su enfermedad antes de que hubiera reunido el valor para confesar lo que le pasaba. No podía ir a pedir espirolocatona, un diurético, ni lactulosa, una medicación que tenía que tomar cuatro veces al día para inhibir la acumulación de amoniaco en sangre, como si tuviera algo tan inocuo como dolores menstruales. Y tenía suerte de no necesitar bloqueadores beta. Muchas personas con cirrosis desarrollaban una hipertrofia en las venas del esófago y, como resultado, sufrían hemorragias internas.

–No puedo hacer nada –se sentó en el borde del columpio que Baxter había colgado del techo del porche–. Si fue Denny el que provocó el incendio, lo único que puedo hacer es esperar que la policía pueda demostrarlo y le denuncie. Y, si no, tendré que seguir viviendo con miedo.

Baxter vestía habitualmente de traje para ir a trabajar, o con algo igualmente clásico y elegante cuando prefería ir de manera más informal. Pero haciendo honor a una perezosa tarde de domingo, aquel día llevaba solamente unos vaqueros de diseño, una camisa y unas zapatillas.

–¿Indefinidamente?

Siempre y cuando sobreviviera hasta entonces. Callie se preguntó por los efectos secundarios de la medicación mientras fruncía el ceño y observaba las medicinas que acababa de comprar, dispuesta a tomarse la primera dosis.

–¿Qué otro remedio me queda? Ya sé que es un horror, pero no pueden acusarle de un delito solo porque yo crea que es culpable.

–Podrías venir a vivir al pueblo.

–¿Y de qué me serviría?

–¡Serviría para alejarte de Denny!

–No piensa quedarse mucho tiempo en esa casa. Solo la ha alquilado para este verano. En cualquier caso, ¿por qué voy a dejar que me eche del lugar en el que he decidido pasar mis últimos meses de vida?

Baxter se llevó la mano al pecho, como si acabara de darle una puñalada.

–¡No digas eso!

–Lo siento –guardó la medicación en el bolso para no tener que mirarle–. De todas formas, ¿adónde iría?

–A casa de tus padres. O… –señaló la casa centenaria que tenían tras ellos.

Baxter había dedicado una cantidad extraordinaria de tiempo a seleccionar los suelos, la pintura y todos los accesorios para que Riley se encargara de la restauración. La casa había quedado preciosa.

–¡Sí! Podrías venir aquí. Tengo un dormitorio de sobra.

–Y dejarte ver en primera fila todo lo que va a pasarme –negó con la cabeza–. No, gracias.

Baxter le tomó la mano.

–Yo te cuidaría, Callie.

–No quiero que tengas que cuidarme.

–Vamos, Callie, para eso están los amigos.

–Ya lo sé –entrelazó los dedos con los de Baxter–. Pero no quiero que mis problemas con Denny afecten a la vida de nadie más. Y me gusta estar en la granja. Allí tengo la intimidad que necesito para afrontar la enfermedad.

–Lo que quieres decir es que Levi está allí –replicó Baxter con una risa.

Callie sonrió.

–Sí, eso también.

Baxter empujó el columpio, que empezó a mecerse.

–Me gusta –dijo mientras contemplaban los coches que pasaban por la calle.

Gran parte de ellos eran de turistas que querían conocer un auténtico pueblo de la época de la fiebre del oro.

Callie ensanchó su sonrisa.

–Es guapo, ¿eh?

–No tanto como Noah, pero…

Rieron juntos, hasta que Baxter se puso serio.

–¿Cuándo se lo vas a decir?

–¿El qué?

Baxter abrió los ojos como platos.

–¿Tú qué crees?

–¿Que está a punto de morir? ¿Por qué voy a tener que decírselo?

Baxter detuvo el columpio.

–Callie…

–Levi y yo solo vamos a estar juntos hasta que la policía llegue al fondo de lo del incendio. ¿Por qué voy a tener que hacerle saber que soy una terrible pérdida de tiempo? ¿Que no vamos a volver a vernos?

–Conocerte a ti es un privilegio –insistió Baxter–, durante el tiempo que sea.

–¡Vamos, Baxter! Es un tema demasiado serio como para hablarlo con un desconocido.

Baxter le soltó la mano para atarse un cordón que se le había desatado de las zapatillas.

–Tengo la sensación de que las cosas pueden cambiar en ese sentido.

–Pues para tu información, ayer tiré todos los preservativos que tenía en casa.

–No me parece una buena idea.

Callie subió un pie al columpio.

–¿No entiendes que Levi no tiene ningún interés en mí?

–A lo mejor eso es lo que te ha dicho, pero no tiene por qué ser verdad. Creo que yo no fui el único en percibir la tensión sexual que había ayer entre vosotros –se inclinó, como si quisiera darle más peso a lo que iba a decir a continuación–. Kyle también lo comentó.

–¿De verdad?

–En cuanto nos fuimos.

–¿Y… estaba enfadado?

Echaba de menos a Kyle. El año anterior habían pasado mucho tiempo juntos y desde que había dejado de acostarse con él para intentar recuperar la relación que tenían, se sentía tensa y torpe. Pero con todo lo que había pasado, con lo que Kyle sabía sobre ella y lo que no sabía, no iba a resultar fácil retomar la relación del pasado.

–Parece que se lo ha tomado bien, como si de verdad se alegrara de que hubieras encontrado un buen hombre.

Callie jugueteó con la cadena que sostenía el columpio.

–Levi es un buen tipo, pero no es el hombre de mi vida.

–Es evidente que está luchando contra algunos demonios internos, Callie. No permitas que ganen ellos. Es posible que no quiera ir a ninguna otra parte. Que tú consigas ese trasplante de hígado y Levi se quede.

–¡Tú sueñas! –replicó Callie, elevando los ojos al cielo.

–Ayer pensabas que se había ido y, sin embargo, volvió, ¿no?

Una ligera brisa agitó los crisantemos del porche.

–Solo porque se siente responsable de haberme metido en todo ese lío. Si hubiera pedido ayuda en otra casa después del ataque de los perros, probablemente no sería mi establo el que habrían incendiado.

–A lo mejor es consciente de lo importante que puedes llegar a ser para él.

–Enfrentémonos a ello –se oyó un portazo y Callie bajó la voz al ver que el vecino de Baxter había salido a regar el jardín–. Ese sería el peor escenario de todos. Yo no quiero que Levi tenga que sufrir otra pérdida.

Consideró la posibilidad de contarle a Baxter lo de la mujer a la que habían matado en Afganistán, pero como Levi se lo había contado como si fuera algo muy personal, quería respetar su intimidad.

–Así que a lo único que puedo aspirar es a disfrutar de dos magníficas semanas a su lado antes de que se vaya, y antes de que esta maldita enfermedad se lleve lo mejor de mí y yo no valga para nada.

Baxter frunció el ceño mostrando su preocupación.

–¿Te encuentras mal?

–Sorprendentemente, no. Bueno, tengo mis momentos –como la noche que había estado vomitando y Levi había tenido que llevarla a la cama–. Pero normalmente me encuentro como siempre, excepto por la sensación de cansancio. Hay muchos enfermos que no tienen ninguna clase de síntoma hasta el final de la enfermedad.

–En ese caso, si todavía te encuentras suficientemente bien como para desear a un hombre, vuelve a comprar preservativos.

Callie le dio un empujón en el hombro.

–¡Ya basta! Estoy decidida a conformarme con ser su amiga, con saber que le he ayudado en un momento en el que necesitaba a alguien.

El vecino de Baxter les saludó con la mano y Baxter devolvió el saludo.

–He estado pensando –le dijo Baxter.

–¿Sobre tu situación o sobre la mía?

–No intentes cambiar de tema.

–¿Por qué no?

–Porque en mi caso no se puede hacer nada. Me gustaría poder cambiar mi orientación sexual, pero no puedo.

–¿Cuándo te diste cuenta de que eras gay?

–En quinto grado, cuando me di cuenta de que las chicas no significaban para mí lo mismo que para Noah.

–¿Y lo has sabido durante tanto tiempo?

–Por lo menos entonces ya empecé a preguntármelo. Pero estábamos hablando de ti. Creo que deberías contárselo a Gail. A lo mejor ella puede ayudarte.

–¿De qué manera?

–Está casada con uno de los actores más importantes del planeta. Tiene dinero y contactos que nosotros no tenemos.

Callie le miró con el ceño fruncido.

–Ya te dije que la lista de donantes no funciona de esa manear. Además, ¡su dinero es suyo!

–Pero estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por Gail. ¿Y de qué sirve el dinero si no podemos utilizarlo en las cosas que de verdad importan? Todos podemos echar una mano, pero él ni siquiera necesita pedir donaciones.

–¿Crees que podría ponerme en el primer lugar de la lista sobornando a alguien?

–Estoy seguro de que podría conseguirte un hígado nuevo mañana mismo.

–Espero que la gente que se ocupa de este tipo de cosas no sea tan corrupta.

–Yo también lo espero, pero no se puede estar seguro. El dinero lo mueve todo.

–Pero eso significaría que todas las personas que están en la lista perderían un puesto.

–¿Y?

–¿Y? –repitió Callie–. ¿Quiénes somos nosotros para decidir que yo tengo más derecho a vivir que las otras personas que están esperando el trasplante?

Callie sabía que Baxter no quería contemplarlo de ese modo.

–Ahora mismo no hay garantías para nadie.

–No podría vivir sabiendo que me he aprovechado de la oportunidad que tenía otro para sobrevivir. Todo esto me produce cierta repulsión. Es como estar jugando a ser Dios.

Baxter se levantó, haciendo que el columpio se inclinara hacia donde estaba Callie.

–¡Tienes que luchar por tu vida, Callie! Y eso significa que tienes que utilizar todo lo que tengas a tu alcance para salir adelante. Y da la casualidad de que eres una de las mejores amigas de la mujer de Simon O’Neal. ¡Tienes que estar dispuesta a aceptar toda la ayuda que te ofrezcan!

Callie deseaba con tanta desesperación seguir viviendo que por un instante consideró la posibilidad de permitir que la convenciera. No estaba segura de que Simon pudiera hacer nada. No creía que tuviera muchos contactos en el mundo de la medicina. Pero todo el mundo le trataba como a un Dios. Su fama era inigualable. Y, además, en un mundo en el que el dinero tenía tanta importancia, era muy posible que pagando a las personas indicadas pudieran mejorar sus posibilidades de recibir un hígado antes de que fuera demasiado tarde.

Pero, ¿y todos aquellos enfermos que continuaban esperando y que no conocían a ningún personaje tan célebre? ¿Y si alguno de ellos era una madre soltera? ¿O un padre del que dependía toda la familia? ¿O un niño?

Negó con la cabeza.

–No puedo. Vivir es importante, pero…

–¿Qué puede haber más importante que eso? –la interrumpió Baxter exasperado al oírla poner peros cuando él estaba seguro de que tenía la solución perfecta.

Era una decisión difícil. Callie habría dado cualquier cosa para tener una promesa de futuro, para saber que podía evitar el terrible destino que se cernía ante ella.

Cualquier cosa salvo la integridad.

–Vivir de acuerdo con mis principios.

Aquello pareció acabar con las ganas de discutir de Baxter. Los ojos se le llenaron de lágrimas y desvió la mirada.

–No quiero perderte –dijo con la voz estrangulada.

A eso era a lo que iba a tener que enfrentarse si les daba la noticia a todos sus amigos, pensó Callie. Gail incluso era capaz de ponerse a funcionar por su cuenta.

–Siempre hay alguna posibilidad de que me recupere –agarró el bolso y se levantó del columpio–. Tengo que irme, Baxter.

Baxter parpadeó para apartar las lágrimas.

–¿Y cuándo piensas contarles a los demás tu secreto?

No le gustaba llevar él solo aquella carga, pero si ella contaba la verdad, también le llegaría a Levi la noticia. Como ya había llegado a un acuerdo para ayudar a Joe en la gasolinera, seguiría yendo al pueblo cada vez que Joe le llamara. El taller no abría los domingos, pero sí durante el resto de la semana. Eso significaba que ella no tendría ningún control sobre lo que Levi oía y lo que no. De modo que, ¿por qué arriesgarse? Levi no tenía por qué soportar la carga de algo que Callie podría contar a sus amigos cuando él se marchara.

Prefería disfrutar del poco tiempo que le quedaba a su lado.

–Cuando Levi se vaya –contestó.

Baxter se aferró a la barandilla.

–¿En serio? ¿Piensas retrasarlo otra vez? ¡Pero si ya hablamos sobre esto!

–He esperado durante meses. ¿Por qué no esperar unas cuantas semanas?

Unas cuantas semanas podían significarlo todo. Podían ser el final. Y, aun así, prefería pasarlas con una persona que acababa de llegar a su vida.

–¿Tan importante es Levi para ti?

–Por alguna extraña razón, sí.

Baxter soltó una maldición, pero, al final, suspiró.

–Muy bien.

–¿Respetarás mis deseos?

–Por supuesto, pero…

–¿Hay un pero?

–¡Por lo menos acuéstate con él! –le recomendó Baxter antes de despedirse de ella.

Cuando llegue el verano
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