Capítulo 9
Callie no estaba segura de cómo reaccionaría Levi cuando viera la ropa que le había comprado. No creía que le hiciera mucha gracia. Había dejado muy claro que no quería deberle ningún favor. Si Callie cocinaba, él insistía en lavar los platos o en arreglar algo de la casa, como la pantalla de la puerta de atrás, que llevaba años colgando, a cambio de la comida. Aquella mañana, se había preparado él mismo el desayuno. También la había ayudado a quitar las malas hierbas del huerto y, gracias a su ayuda, Callie había podido terminar mucho más rápido. Parecía sentirse en deuda y, técnicamente, lo estaba. Callie se había gastado doscientos ochenta dólares en los repuestos de la moto. Pero le habría costado mucho más contratar a alguien para que arreglara y pintara el establo, así que pensaba que había hecho un buen trato.
Sabía que Levi no quería que gastara más dinero en él. Pero pensar en algo que le gustaba, como el propio Levi, servía para contrarrestar, aunque solo fuera un poco, la mala noticia dada por el médico. Callie disfrutaba teniendo a Levi en su vida. No estaba segura de por qué. Jamás había sentido nada parecido por otro hombre.
Pero tampoco había estado a punto de morir por culpa de una enfermedad hasta entonces. Y tenía que admitir que aquello le había cambiado la perspectiva.
–¿Puedo ayudarla en algo?
Callie se volvió hacia la dependienta. Había conducido hasta un centro comercial, Arden Fair, para tener más opciones de compra.
–Necesito una camisa y unos vaqueros para un hombre que mide un metro noventa y pesa alrededor de ochenta y cinco kilos.
–¿Quiere algo informal para verano?
Callie asintió. Levi no era un hombre que se arreglara. Estaba perfecto con una camiseta blanca y unos vaqueros gastados. Pero Callie no había conseguido quitar las manchas de la camisa que llevaba el día que le habían atacado y los vaqueros estaban exageradamente desgastados.
–¿Qué le parece esto?
La mujer le mostró una camiseta lavada a la piedra de color rojizo y cuello de pico. Era una prenda sencilla y resistente. No le resultó difícil imaginar el pecho perfectamente definido de Levi con ella, y le pareció suficientemente masculina como para que le gustara.
–Perfecta. Me llevo la más grande.
La vendedora llevó la prenda a la caja registradora y regresó después con distintos vaqueros.
–¿Los prefiere claros u oscuros?
–Oscuros –le llevaría unos vaqueros algo más formales de los que él tenía.
–¿Qué le parecen estos? Son un poco sueltos.
Callie los estudió con atención y al final decidió que no le gustaban.
–Con el cuerpo que tiene, puede permitirse el lujo de llevar algo más ajustado.
–Entendido –curvó los labios con una sonrisa de conspiración y le llevó otro par.
–¿Estos?
–Exacto.
No eran pantalones excesivamente ceñidos, no podían ser tildados de metrosexuales o excesivamente modernos y, definitivamente, eran muy favorecedores.
–¿Qué talla quiere?
–Supongo que una cuarenta y dos.
–Pues tiene suerte. Es el único par que nos queda –sacó unos vaqueros de debajo de una pila.
Callie pagó las compras. Salía con la bolsa del centro comercial cuando la llamaron por teléfono. Era Godfrey, su vecino. Callie se había olvidado de que había llamado antes, cuando estaba en el médico.
–¿Diga?
–¿Callie?
Un hombre le sostuvo la puerta para que pudiera salir a la soleada tarde.
–¿Qué pasa, Godfrey? ¿Quieres ponerme al día de lo que ha pasado con esos pit bulls?
–Me temo que la situación no es buena. Es posible que tenga que matarlos. Esa es la única manera de asegurarme de que no vuelvan a hacer daño a nadie más. Pero si lo hago, los propietarios denunciarán al Ayuntamiento.
Callie odiaba la idea de matar a unos animales, pero, en aquellas circunstancias, no creía que le quedara otra opción.
–Si no matas a esos perros, volverán a atacar a alguien y la víctima o los familiares de las víctimas también nos denunciarán porque ya sabíamos que esos perros eran peligrosos.
–Pero la situación no está del todo clara.
Callie esperó a que se detuviera el tráfico para poder cruzar hasta su coche. Cuando habían tenido que coserle las heridas a Levi la situación estaba perfectamente clara.
–¿Y por qué no?
–Porque no estábamos allí cuando ocurrió. No sabemos qué sucedió exactamente.
–Levi nos contó lo que ocurrió.
–¿Pero es verdad? Además, incluso en el caso de que lo sea, es muy posible que no esté aquí cuando llegue el juicio.
Callie estaba agotada por el esfuerzo de haber estado en el centro comercial. El cansancio era casi lo peor de todo lo que estaba pasando.
–¿Y? Viajar en moto no es ilegal. Y Levi se merece la misma consideración que cualquier otro ciudadano –dejó el bolso en el asiento de pasajeros–. ¿Qué ocurre, Godfrey?
–Ahora mismo los perros están en el refugio. Quería ver si estabas realmente convencida de lo que había que hacer antes de dar el siguiente paso.
Callie suspiró. Si aquellos perros eran peligrosos, no podía permitir que su amor a los animales tuviera prioridad sobre la seguridad de los humanos. ¿Qué ocurriría si atacaban a un niño?
No quería sentirse responsable de una tragedia así. Y tras haber conocido a Denny y a Powell y haber visto cómo se comportaban, dudaba de que pudieran tomarse la situación suficientemente en serio como para que aquellos perros dejaran de constituir una amenaza.
–Creo a Levi –dijo–. Y tú mismo viste lo que le hicieron los perros.
–Pero, ¿y si se metió en la propiedad? ¿O si los provocó de alguna manera?
Callie podría haberle recordado la falta de sangre en el garaje de Denny, o el lugar en el que estaba la moto de Levi, pero sabía que allí había un problema de credibilidad. Godfrey y ella la tenían, habían vivido en Whiskey Creek durante todas sus vidas y conocían a todo el mundo. Levi, Denny y Powell no.
–Ya te he dicho que creo a Levi –insistió.
–Muy bien –contestó, como si con ello ya estuviera todo decidido–, en ese caso, no hay nada más que decir. Pero…
–¿Pero? –repitió Callie.
–Hay otra razón por la que he estado retrasando la decisión…
–¿Y es?
–No confío en Denny Seamans ni en Powell Barney. Tengo miedo de cómo pueden reaccionar, de que te culpen a ti en vez de a mí.
–No tienen por qué culpar a nadie, excepto a sus perros o, mejor dicho, a ellos mismos, por no haberlos entrenado adecuadamente.
–No son dos personas capaces de asumir su responsabilidad. Desde que ocurrió el incidente, han estado intentando culpar a todo el mundo. Así que… deberías tener cuidado. No me sorprendería que reaccionaran de manera violenta.
Denny y Powell habían dejado de atacar, pero nadie sabía por qué. Probablemente, la única razón era que eran conscientes de que si regresaban a su casa y volvían a tener algún altercado, terminarían pareciendo tan agresivos como sus perros. Además, Callie pensaba que a un hombre que se enorgullecía de su tamaño, no le hacía gracia admitir que había sido derribado por otro que pesaba treinta kilos menos.
–Tendré cuidado.
Aunque intentaba parecer confiada, sabía que, en su situación, no tendría muchas posibilidades de defenderse cuando Levi se fuera.
Eran cerca de las siete cuando Levi vio el todoterreno de Callie en el camino de entrada a la granja. Había terminado ya el trabajo del día, acababa de darse una ducha en el minúsculo cuarto de baño del establo y estaba jugando con Rifle. Afortunadamente, la llegada de Callie le permitiría dejar de pensar en qué podía entretenerse a continuación. Estaba hambriento, pero no se había atrevido a invadir la privacidad de Callie estando ella fuera, a pesar de que le había dejado muy claro que podía sentirse como en su propia casa.
Se acercó al coche mientras ella aparcaba.
–¡Hola! –le saludó Callie.
Su sonrisa sugería que se alegraba de verle. Y era tan contagiosa que Levi no pudo evitar devolvérsela.
–¡Hola! Al final, has estado todo el día fuera.
–Tenía muchas cosas que hacer.
–¿Y has conseguido hacerlo todo?
–Creo que sí –se inclinó y sacó una bola del coche–. He encontrado los clavos que querías, pero ha sido como buscar una aguja en un pajar.
Levi tomó la bolsa y comparó los clavos con los que tenía en el bolsillo.
–Has hecho un gran trabajo.
Callie se agachó para saludar al perro, que estaba tan emocionado por tenerla de nuevo en casa que movía no solo la cola, sino todos sus cuartos traseros.
–¡Ese es mi chico! ¿Cómo ha ido el día? –le arrulló mientras le acariciaba y le abrazaba. Miró a Levi con los ojos entrecerrados–. Parece que os habéis hecho amigos.
–Rifle es muy buen perro.
–¿Has oído eso? Le caes bien –le palmeó una vez más, se enderezó y sacó las bolsas que llevaba en el asiento de atrás–. No quiero que te enfades por esto, pero te he comprado un par de cosas en el centro comercial.
–¿A mí? –preguntó sorprendido.
–He pensado que te vendrían bien.
Levi inclinó la cabeza con la mirada clavada en las bolsas.
–¿Qué me has comprado?
–Unos vaqueros y una camiseta –le tendió la bolsa–. Pruébatelos.
Levi aceptó la bolsa con desgana, pero frunció el ceño, haciéndola saber que no le hacía mucha gracia.
–Callie…
–¡Oh, basta! –respondió ella impaciente–. Vas a terminar haciendo un trabajo que vale mucho más de lo que te he pagado. Te lo debo, y, además, no te vienen mal cambiarte de vez en cuando de ropa, así que no merece la pena que hagamos de esto un tema de discusión.
La expresión de fastidio de Levi parecía casi infantil.
–No, supongo que no.
–¡Genial! –volvió a sonreír–. ¿Quieres probártelo para que nos aseguremos que son de tu talla?
–Claro.
Con un suspiro, la ayudó a meter algo en casa que olía suficientemente bien como para que se le hiciera la boca agua, además de otras bolsas de diferentes tiendas.
–Creo que con la camiseta he acertado, pero con los vaqueros no estoy tan segura.
Levi le tendió la comida y dejó el resto de las bolsas en el sofá antes de meterse en el dormitorio para cambiarse de ropa. Cuando salió, la comida había desaparecido, probablemente la había llevado Callie a la cocina, y ella estaba descansando en el sofá.
–¿Te encuentras bien?
La palidez de su rostro le hizo recordar las desgarradoras horas de la noche anterior.
Callie abrió los ojos.
–Sí, solo un poco cansada.
–Tienes que acostarte pronto.
–Te quedan muy bien –respondió Callie tras fijarse en la ropa–. Creo que he acertado.
Ambas eran prendas muy cómodas y la talla era la suya.
–Me gustan –le aseguró Levi–. Gracias.
–Das la impresión de ser muy conservador con la ropa. Así que he pensado que con unos vaqueros oscuros y una camiseta no podía equivocarme –se echó a reír–. ¿Listo para cenar?
–Estoy muerto de hambre.
–Tienes la cena en la mesa.
Levi se detuvo a medio camino de la cocina.
–¿Y tú?
–Yo voy a quedarme un rato tumbada.
Le había comprado carne y verdura asadas, una mazorca de maíz y un delicioso pan de un lugar llamado Just Like Mom’s. Con la esperanza de animarla a comer, le llevó un planto antes de servirse, pero ya era demasiado tarde.
–Maldita sea –dijo al ver que se había quedado dormida.
Dejó el plato en la mesa y la levantó en brazos para llevarla a la cama.
–¿Qué tal estaba la cena? –musitó Callie mientras la levantaba.
–Estoy seguro de que estará deliciosa.
Pensaba que Callie iba a decirle que era demasiado pronto para acostarse, pero no fue así. De hecho, ni siquiera se quejó de que la llevara en brazos al dormitorio.
–¿Dónde vas a dormir esta noche? –le preguntó Callie.
–En el establo, que es donde se supone que tengo que dormir.
–No, quédate aquí, ¿quieres?
Levi estaba comenzando a desear cosas que no había deseado desde hacía mucho tiempo, así que no sabía si aquel sería un movimiento inteligente.
–Creo que será mejor que duerma en el establo, Callie.
Ella cerró los ojos y volvió el rostro hacia su pecho.
–¿Mejor en qué sentido?
Si ella no lo había imaginado, Levi no pensaba explicárselo.
–Da lo mismo. Dormiré dentro.
–Gracias.
Después de dejarla en la cama, la tapó y volvió al cuarto de estar. Tenía prisa por cenar antes de que la comida se enfriara y tuviera que calentarla, pero vio algo que le hizo detenerse en seco. Una de las bolsas que había dejado Callie en el sofá tenía un color y un logo muy característico.
Rosa. Victoria’s Secret.
¿Qué habría comprado?
A lo mejor solamente unas bragas y un sujetador de diario, pero no pudo evitar comprobarlo. Apartó el papel de seda y sacó un corpiño con la parte delantera de encaje y un par de bragas a juego.
–¡Dios mío! –musitó ante la reacción de su cuerpo.
Un sonido en la espalda le indicó que Callie había abandonado el dormitorio. Avergonzado al ser descubierto sosteniendo su lencería, se volvió y le descubrió observándole.
Al principio, Callie no dijo nada. Se miraron en silencio. Al cabo de unos segundos, Callie se aclaró la garganta y le dijo:
–He venido a por mis cosas.
Aquella fue la señal para que Levi volviera a meter las prendas en la bolsa y se alejara. Pero no podía fingir que lo que había visto no le había afectado.
–No sé por qué he comprado eso –Callie estaba roja como la grana–. Es solo que… me apetecía comprar algo así por si…
–¿Por si?
–Por si se daba la ocasión…
Una ocasión que Levi no iba a provocar. Tiró la bolsa al sofá y regresó a la cocina. Comida. Necesitaba concentrarse en otra cosa, porque sabía que como Callie continuara mirando aquellos ojos azules durante un segundo más, iba a llevarla al dormitorio y terminaría rompiendo la promesa que le había hecho a Behrukh.