Capítulo 23
–¿A qué se debe ahora esta visita? –Baxter hizo una mueca mientras se ponía las gafas.
Estaba muy guapo con ellas. De hecho, era un hombre de una belleza clásica que estaba guapo de cualquier manera. Pero, normalmente, la vanidad le llevaba a intentar prescindir de ellas.
Callie se acercó a la nevera de Baxter y se sirvió un vaso de agua fría.
–Quería enseñarte la declaración vital de voluntades.
–¿Y eso es?
–Básicamente, una especie de poder notarial.
–¿Para qué?
–Para que mis padres puedan tomar decisiones en el caso de que… –intentó buscar un eufemismo para hablar de la cruda realidad–, de que no pueda tomarlas yo.
Una vez entendido, Baxter no se molestó en leer la letra impresa. Dejó el documento en la mesa, se quitó las gafas y se frotó los ojos. Callie le había pillado a primera hora del sábado, justo cuando acababa de levantarse de la cama. Sabía que era un poco pronto para presentarse en su casa, pero Levi solo iba a trabajar media jornada y ella quería ocuparse de aquella cuestión mientras Levi estuviera ocupado. Desde que no solo vivían juntos, sino que también dormían juntos, tenía mucha menos intimidad. Levi escuchaba sus conversaciones telefónicas, buscaba en su bolso cambio o bolígrafos y se sentía suficientemente cómodo en su dormitorio como para hacer en él lo que le apetecía. Callie ya no disponía de un espacio propio. Y eso significaba que cada vez le resultaba más difícil encontrar un lugar para guardar la medicación. Había tenido que sacarla del armario que tenía encima de la nevera y guardarla en una caja de zapatos debajo del porche. Pero no se atrevía a dejar allí la declaración de voluntades. Necesitaba que estuviera en manos de alguien que supiera qué hacer con ella.
Baxter la miró con el ceño fruncido.
–¿Y por qué me has elegido a mí como afortunado receptor?
–Porque no puedo dársela a mis padres. Por lo menos todavía. Lo único que quiero es que la guardes hasta que les dé la noticia.
–Si de verdad piensas darles pronto la noticia, como siempre dices, probablemente deberías quedártela.
–Creo que de esta manera es más seguro.
–En el caso de que al final esperes demasiado para decírselo.
–Exactamente.
Las gafas se deslizaron sobre la mesa cuando Baxter las apartó con la mano.
–Háblame de tu relación con Levi. Prefiero oírte hablar de eso que del día en el que tengan que desenchufarte.
–Somos felices –le dijo–. Es posible que sea un vagabundo, una persona que lleva dos años dedicándose a viajar en moto por los Estados Unidos, pero, para mí, es como mi hogar. No se me ocurre una manera mejor de describirle.
Baxter cruzó las piernas.
–¿Y no crees que deberías hablarle de tu enfermedad?
Callie se frotó la frente.
–Sí, claro que debería hablarle de mi enfermedad. Tendría que habérselo contado desde el primer momento. Pero, al principio, no me pareció necesario. Y ahora… cada vez que lo intento, es como si se me atascaran las palabras en la garganta.
–¿Qué piensas hacer entonces? ¿Dejar que se lleve una sorpresa?
–No –cruzó los brazos para dar más énfasis a su declaración–. He decidido ponerme bien para no tener que decírselo.
–Me gusta la idea.
Callie se sentó a su lado y le tomó la mano.
–Esta semana me he encontrado muy bien, Baxter. Ahora creo que es posible que me recupere.
Baxter no le sostuvo la mirada, lo que le indicó a Callie que pensaba que aquello solo era una ilusión.
–¿Por qué no viniste ayer a la cafetería?
–Me resulta difícil estar con todo el grupo. No me gusta engañarles.
–Están asustados. Después de todos estos años, te distancias de todos sin ninguna razón aparente. He hecho todo lo que he podido para evitar que se presenten en tu casa en masa.
–¿De verdad?
–Todo empezó con Kyle –le dirigió una mirada que advirtió a Callie de que tenía algo desagradable que decirle–. Callie, el domingo pasado, Kyle le contó a todo el mundo que habíais sido amigos con derecho a roce.
Callie le miró boquiabierta.
–¿Que hizo qué?
–Contó todo lo que había pasado entre vosotros. Estábamos hablando todos por teléfono en una llamada compartida, intentando averiguar qué te pasaba, y nos dijo que pensaba que estabas evitándonos por su culpa. Se siente un ser despreciable.
Callie dio un golpe en la mesa.
–¡No quiero que se sienta despreciable! Yo ya le dije que…
–Lo de menos es lo que le hayas dicho –la interrumpió Baxter–. Tus actos son tan elocuentes que lo que puedas decir es lo de menos.
–¡Pero era él el que no quería contarlo! Aunque, en realidad, a mí tampoco me hace ninguna gracia que lo sepa todo el mundo –apoyó la barbilla en la mano–. Ese no es el legado que quiero dejar tras de mí.
–Otra razón para que te pongas bien.
Callie se abrazó a sí misma.
–¿Y qué dice todo el mundo?
–En general, se muestran comprensivos. Por eso no tienes que preocuparte.
–¿Y por qué nadie me ha dicho nada?
–¿Además de por el hecho de que no contestas al maldito teléfono?
–¡Qué horror! –se reclinó en la silla–. Estoy arruinando mi propia vida.
Baxter la miró con compasión.
–Hay otra cosa que me gustaría decirte.
–Y es…
–Que al final fallaron mis intentos por detenerlos. Mañana irán todos a la granja. Ya están hablando de lo que van a llevar.
–Espera, ¿y qué es lo que pretenden?
–Quieren asegurarte que, te ocurra lo que te ocurra, siguen siendo tus amigos y te apoyarán en todo lo que necesites. Tanto si te estás acostando con tu mejor amigo como… si padeces una enfermedad del hígado –añadió más suavemente–, pero, por supuesto, lo último no van a poder decirlo.
–¡No quiero confesar mi enfermedad mientras esté Levi aquí!
–Lo siento, como te he dicho, he retrasado el momento todo lo que he podido. Pensaban presentarse en la granja el lunes pasado, pero esa fue la noche que, supuestamente, te llevé a San Francisco.
–La noche que pasé en el hospital.
–Después, tuve miedo de que un encuentro de ese tipo pudiera afectarte y hacerte recaer, así que les aseguré que estabas bien, que se nos había ocurrido la idea de repente y que lo único que te pasaba era que estabas muy ocupada. Les pedí que te dieran algún tiempo para superar la vergüenza de tu relación con Kyle. Ya casi les había convencido de que te dejaran en paz. Si por lo menos hubieras ido ayer a la cafetería…
–¿Y no podías haberme avisado de que era tan importante que fuera a desayunar con vosotros?
–¡No lo sabía! Y ayer se pusieron a hablar todos de ti y estaban tan nerviosos que ninguno me hizo ningún caso.
Por lo menos había intentado ayudarla.
Callie consideró lo que podría significar, tanto para ella como para Levi, que al día siguiente se presentara un batallón de amigos en su casa.
–¿Saben lo que siento por Levi?
–Estoy seguro de que Kyle se lo imagina –respondió Baxter, guiñándole el ojo.
Callie se encogió por dentro. Prácticamente, había evitado todo tipo de relación con Kyle y sabía que no estaba bien. Habían sido amigos durante mucho tiempo y se habían prometido que serían amigos de por vida.
–Me cuesta creer que haya confesado la verdad. Él no quería que se supiera. Creo que, después de haberse casado y divorciado de Noelle tan rápidamente, todavía se siente un poco avergonzado.
Baxter fue a la cocina para servirse un vaso de zumo de naranja.
–Ha pasado por una situación muy difícil. Entiendo que no quisiera hablarle a nadie de su último… lo que fuera. Pero está muy preocupado por ti –le dijo, alzando la voz para que pudiera oírle–. Tiene miedo de que lo que ha pasado entre vosotros sea el origen del problema. Y supongo que quiso contárnoslo para que pudiéramos asegurarte que no te odiábamos por haber hecho algo así.
–¡Dios mío! Tengo que hablar con él.
–Tienes que hablar con todo el mundo –la corrigió Baxter mientras se sentaba de nuevo a la mesa–. Y como ya te he dicho, vas a tener oportunidad de hacerlo muy pronto.
–Mañana.
–Exacto.
Callie bebió otro sorbo de agua.
–¿Él también vendrá?
–Estaremos Eve, Riley, Cheyenne, Dylan, Noah, Kyle y yo. El grupo entero. Excepto Gail, por supuesto, porque está en Los Ángeles. Y Ted, que tiene que entregar un trabajo.
Al oírle mencionar a Ted, Callie se acordó del comentario que había hecho sobre Scott la semana anterior en la cafetería.
–No has mencionado a Sophia.
–No participó en la llamada.
–¿Y ayer tampoco dijo nada en la cafetería?
El hielo del zumo tintineó en el vaso cuando Baxter bebió un sorbo.
–No vino.
–Pero si siempre va.
–Cuando Skip está en el pueblo, no.
–Skip nunca está en el pueblo los viernes por la mañana. Si vuelve a casa un viernes, suele hacerlo tarde.
Baxter se encogió de hombros.
–Entonces no sé por qué no vino.
Callie giró el vaso y limpió la condensación.
–Creo que es por lo que dijo Ted la semana pasada. ¿Tú no?
–Es posible. Lleva mucho tiempo intentando hacerse nuestra amiga. A lo mejor ha renunciado.
–¿Cómo reaccionó Ted ante su ausencia?
–Parecía inquieto. Aunque se comporta como si no soportara encontrarse con ella cada viernes, ayer, cada vez que se abría la puerta, miraba hacia allí como si estuviera deseando verla entrar. Y al ver que no aparecía, comenzó a mostrarse callado y sombrío.
–No debería haber sido tan duro con ella –comentó Callie.
–Su relación es complicada.
–Ahora mismo, parece que todo es complicado –Callie dejó el vaso en el fregadero y buscó las llaves del coche en el bolso–. ¿Qué voy a decirle a Levi cuando se presenten todos mis amigos en la granja preguntándome que qué demonios me pasa?
Baxter tamborileó con los dedos en la mesa, como si la respuesta fuera evidente.
–¿Qué?
–En algún momento podrías considerar la posibilidad de decir la verdad.
Pero Levi no solo se marcharía entonces, sino que la odiaría por haberle mentido. Pero, ¿y si conseguía combatir la enfermedad? ¿Y si conseguía un trasplante y sobrevivía?
–Gracias –le dijo–. Lo tendré en cuenta la próxima vez que quiera que me abandone el hombre del que estoy enamorada.
Levi encontró un casco de moto en un mercadillo doméstico cuando se dirigía hacia su casa. Le pareció un poco grande para Callie, pero estaba dispuesto a arriesgar aquellos veinticinco dólares. No hacía falta que le quedara perfecto para protegerla. Y por lo menos así podría llevarla en moto.
Después de pagar el dinero al niño que estaba a cargo del mercadillo, colocó el casco tras él y puso la moto en marcha. Pero no llegó muy lejos. Antes de llegar a las afueras del pueblo, vio las luces de un coche de policía por el espejo retrovisor de la moto.
–Mierda –musitó.
¿Qué habría pasado? No iba a una velocidad excesiva. Había demasiado tráfico para eso.
Llevó la moto a la cuneta, se bajó y esperó a que el policía se acercara.
–¿Tienes prisa? –preguntó Stacy, tuteándole con evidente desprecio.
Era Stacy. Levi se quitó el casco y fijó los ojos en la mirada glacial del jefe de policía de Whiskey Creek.
–No mucha –señaló hacia la carretera–. ¿Está diciendo que iba a más velocidad de la permitida a pesar de las retenciones de tráfico?
Stacy pareció darse cuenta de que sería muy poco creíble.
–No, es posible que no te hayas dado cuenta, pero te has saltado un semáforo cuando venías hacia aquí.
Levi le miró con el ceño fruncido.
–No me he dado cuenta porque no lo he hecho.
–Lo siento, pero lo he visto con mis propios ojos.
–Tiene que haber sido otro. Solo hay dos semáforos en el pueblo y me he fijado perfectamente en los dos.
–Puedes decir lo que quieras –Stacy curvó los labios en una arrogante sonrisa–. Es tu palabra contra la mía.
Cuando Levi comenzó a montarse de nuevo en la moto, Stacy se llevó la mano a la pistola.
–Quédate donde estás.
–¿O qué? –le dijo Levi–. ¿Me disparará por llevarme mi moto?
–No creas que no me tienta la idea.
–¿Por qué? ¿Se puede saber qué le he hecho?
–Si no recuerdo mal, te aconsejé que continuaras tu camino.
–Quiere decir que me ordenó que me largara del pueblo.
Stacy no había apartado la mano de la pistola.
–Ahora estás hilando demasiado fino.
–Me temo que no soy muy sensible a las sugerencias injustas. No he hecho nada malo y no pienso marcharme hasta que Callie esté a salvo.
–No tienes que preocuparte por Callie. Yo puedo protegerla.
A Levi le entraron ganas de tumbarle de un puñetazo. Sabía que era capaz de hacerlo antes de que Stacy sacara la pistola. Pero también sabía que ya tenía suficientes problemas. En el pasado había sido más imprudente porque le importaba muy poco lo que pudiera ocurrirle.
–¿De la misma forma que la protegió del incendio?
–Eso no volverá a ocurrir. Denny y Powell se han marchado –infló el pecho–. Problema resuelto.
Levi no se lo podía creer.
–¿Que se han qué?
–Ya me has oído.
Pero pocos días atrás continuaban en el pueblo y se suponía que iban a pasar allí todo el verano.
–¿Adónde han ido?
–Digamos que, de pronto descubrieron que les interesaba más alquilar una casa en cualquier otra parte.
Así que se trataba de eso.
–Quiere decir que también a ellos les invitó a marcharse.
–Y entendieron mejor que tú la indirecta. No querían arriesgarse a que les acusaran de haber provocado ese incendio.
–No había ninguna prueba contra ellos. Lo único que tenía era una posible motivación –señaló Levi.
–Y con eso fue más que suficiente. Nadie del pueblo haría una cosa así.
¿Acaso se creía capaz de leer el pensamiento? Levi no tenía ninguna simpatía por Denny y por Powell, pero Stacy le gustaba todavía menos.
–Estoy seguro de que la coacción no entra dentro del trabajo legal de la policía.
Stacy le miró con los ojos entrecerrados.
–¿Quién demonios te crees que eres para decirme eso? En cualquier caso, creo que estamos siendo demasiado amables contigo. Estamos haciendo demasiado cómoda tu vida en este pueblo –sacó la libreta–, así que a lo mejor hace falta empezar a complicarte un poco las cosas.
Levi apretó los dientes en un esfuerzo por controlar su genio.
–¿Por eso va a ponerme una multa? ¿Porque no le gusta que esté aquí?
Stacy no contestó.
–Quiero ver el permiso de conducir y la documentación de la moto.
–Ya sabe que toda mi documentación se quemó en el incendio.
–¿Y también la documentación de la moto?
–Sí, se quemó la cartera.
Stacy chasqueó la lengua.
–Pues es una lástima –dijo mientras se guardaba la libreta de multas–. Supongo que ahora solo tengo dos opciones.
–Y son…
–Puedes marcharte mañana mismo de Whiskey Creek… O podemos ir ahora mismo a la comisaría, donde te tomaremos las huellas dactilares para poder hacerte la documentación.
Levi sacudió la cabeza sin disimular su disgusto.
–De ninguna de las dos maneras va a conseguir lo que quiere.
Stacy pareció sorprendido por aquella declaración.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque Callie no tiene ningún interés en usted.
–¿Crees que puedes ofrecerle más que yo? –se echó a reír–. Sube al coche patrulla.
Antes de que Levi pudiera moverse, se oyó el sonido de unas ruedas sobre la grava de la cuneta. Levi miró hacia atrás. Era Joe.
–¡Hola, Stacy! –le saludó Joe mientras bajaba de la cabina–. ¿Ha pasado algo?
Stacy señaló el logo de la camiseta de Levi.
–Tu nuevo mecánico se ha saltado un semáforo en rojo.
Joe frunció el ceño.
–¿Cuál?
–¿Qué más da? El que está justo allí.
El jefe de policía señaló un semáforo que había a solo una manzana de distancia.
–¿Está seguro de que era ese, jefe? –preguntó Joe.
–Claro que estoy seguro –contestó Stacy con aburrimiento.
Joe estiró los músculos del cuello como si los tuviera tensos después de un duro día de trabajo.
–En ese caso, creo que se equivoca de hombre.
–Sé lo que estoy haciendo –Stacy hizo un gesto como para que se marchara–. Puedes montarte en la camioneta y seguir tu camino.
Levi sabía que el policía estaba molesto por aquella inesperada intromisión. Y también Joe parecía consciente de ello, pensó Levi. Dio por sentado que su jefe obedecería a Stacy, pero no fue así.
–Estoy deseando volver a casa –dijo–, el problema es que cuando he salido de la ferretería, he visto a Levi esperando a que se pusiera el semáforo en verde. Podría habérselo saltado si hubiera adelantado a los tres coches que tenía delante, pero estaba intentando asegurar ese casco en la parte de atrás de la moto.
Stacy se puso violentamente rojo.
–Tienes que haberte equivocado.
Señaló el coche patrulla con la cabeza, indicándole a Levi que se montara, pero Joe metió las manos en los bolsillos y se interpuso entre ellos.
–No, señor. Estoy completamente seguro de lo que he visto.
Lo que Joe decía era cierto. Aunque Levi no había visto a Joe, había estado colocando el casco que había comprado para Callie mientras esperaba a que el semáforo cambiara. Aun así, le sorprendió que Joe se enfrentara a Stacy por él. Se llevaba bien con su jefe, pero tenían tanto trabajo que apenas hablaban. Desde luego, no podía decirse que fueran amigos íntimos.
Por primera vez, Stacy mostró cierta inseguridad. Seguramente, era consciente de que tendría que forzar la situación si quería arrestar a Levi, y que, incluso en ese caso, Joe podría interponerse en su camino. Al final, decidió que no merecía la pena sufrir las consecuencias de aquel abuso de autoridad.
–Mm, supongo que era otro motorista.
–Sí, seguramente –dijo Joe, permitiéndole salir airoso de la situación.
Stacy se volvió hacia Levi.
–Parece que no va a hacer falta llevarte a la comisaría. Pero… –volvió a mirarle con los ojos entrecerrados–, es posible que te convenga considerar la alternativa que he mencionado antes.
Levi no dijo nada.
–¿Cuál es la alternativa? –preguntó Joe en cuanto Stacy se metió en el coche patrulla.
–Me ha invitado a largarme del pueblo.
Joe le miró boquiabierto.
–¿En serio?
–Al parecer, no le gusta que vivan tipos con mala reputación en Whiskey Creek.
Bajó la mirada hacia las marcas rosadas que habían dejado los puntos en sus brazos y añadió:
–Mi mera presencia podría provocar otro ataque de los perros, o que se incendiara un establo.
–Ninguna de las dos cosas fue culpa tuya. Y estamos en un país libre. No puede pedirte que te vayas. Eso pertenece al pasado.
Levi volvió a ponerse el casco.
–Pues acaba de decírmelo. De todas formas, gracias por la ayuda.