Capítulo 12
Callie fue a comprarle a Levi otra camisa. Necesitaba distraerse para poder poner sus sentimientos bajo control antes de volver a la granja. Le gustaba comprarle ropa a Levi, le gustaba imaginárselo con las prendas que encontraba. Le gustaba decirse a sí misma que estaba satisfaciendo una necesidad de Levi, que prácticamente no tenía nada. Y, de alguna manera, saber que Levi llevaría aquella camisa mucho después de que se separaran, le proporcionaba un sentimiento de paz. A lo mejor hasta pensaba en ella cuando se la pusiera.
Sabía que Levi encontraría extraña aquella afición a comprarle ropa, puesto que se marcharía al cabo de unos días y no volverían a verse otra vez. ¿Pero y qué? Callie estaba dispuesta a hacer lo que pudiera para afrontar la vida tal y como ella la conocía. Si comprarle ropa a Levi le levantaba el espíritu, compraría ropa para Levi. Por supuesto, le iba a costar algunos dólares, pero no tantos como si le comprara un coche deportivo.
Por supuesto, el hecho de que hubiera comprado también preservativos, y de que se hubiera ido al pueblo de al lado para no arriesgarse a que nadie la viera, era revelador. Pero nadie tenía por qué enterarse. De hecho, ya los había escondido en el bolso.
En cuanto apagó el motor, Levi avanzó a grandes zancadas hacia ella con Rifle pisándole los talones.
–¡Vaya, mira eso! –dijo Callie cuando abrió la puerta.
Levi miró tras él.
–¿Qué es lo que tengo que mirar?
Alegrándose de verle más de lo que probablemente debería, Callie sonrió.
–Rifle te sigue por todas partes. Parece que a pesar de tu desagradable encuentro con Spike y con Sauron os habéis hecho amigos.
–¿Quiénes son Spike y Sauron? ¿Los pit bulls?
–Exacto.
Levi se agachó ligeramente para acariciar a Rifle.
–Rifle es muy buen perro. Inteligente, leal, y siempre dispuesto a agradar.
–Espero que no intente marcharse contigo cuando te vayas –respondió Callie con una risa.
Rifle nunca había mostrado demasiado interés por otro ser humano. Callie siempre había sido la primera para él. Pero parecía llevarse muy bien con Levi. Aunque comprendía aquella atracción, Callie no pudo evitar una punzada de celos. Levi poseía una cualidad indefinible que iba mucho más allá de su hermoso rostro y su cuerpo perfectamente musculado.
Levi se enderezó.
–No creo que quepa detrás de la moto.
–Parece dispuesto a seguirte a cualquier parte.
Rifle parecía saber que estaba siendo el tema de conversación. Las tarjetas que llevaba al cuello tintinearon cuando se acercó a Callie para lamerle la mano. Inmediatamente después, regresó al lado de Levi.
–Traidor –gruñó ella.
Levi no hizo ningún comentario sobre la conducta del perro. Era evidente que eran otras cosas las que le preocupaban.
–Y tú… ¿estás bien?
Callie se había asegurado de estar fuera el tiempo suficiente como para que no quedara rastro de las lágrimas y pensaba que lo había conseguido, así que la pregunta la sorprendió.
–Sí, claro, ¿por qué no iba a estarlo?
–Has salido hace mucho tiempo. Estaba empezando a preocuparme.
–¿Tenías miedo de tener que hacerte la cena? –bromeó Callie.
Levi puso los brazos en jarras, colocando las manos encima del cinturón de las herramientas.
–Tenía miedo de que hubieras tenido problemas.
–¿Qué tipo de problemas?
Esperaba que no mencionara su palidez o su evidente cansancio. Una vez en casa, quería olvidarse de su condición de enferma, aunque solo fuera durante unas horas. ¿Por qué arruinar el tiempo que le quedada viviendo constantemente preocupada? Enfrentarse a la realidad como lo había hecho aquella mañana la había dejado emocionalmente exhausta. No podía continuar llevando una carga tan pesada. Tenía que apoyarse en la esperanza, que era lo que había hecho hasta entonces. Seguro que en algún momento el médico la llamaba para darle una buena noticia. Y esperaba que no tardara mucho en hacerlo.
–Han pasado por aquí Denny y Powell.
Callie acababa de volverse para sacar la camisa vaquera que le había comprado en una tienda de ropa que había en el pueblo. Estaba deseando enseñársela. Pero al oírle, se quedó helada. ¿Han hablado contigo?
–Un poco. Creo que les ha sorprendido encontrarme aquí. Evidentemente, esperaban que me hubiera ido.
–¿Y qué querían? –preguntó Callie con inquietud.
–Estaban buscándote. Tenían un documento que querían que firmaras.
–¿Y han intentado provocarte?
–No, han guardado en todo momento las distancias.
Al parecer, no eran tan estúpidos como parecían. Pero Callie tenía miedo de que pudieran ser tan retorcidos como pensaba.
–¿Qué querían que firmara?
–No lo he visto y tampoco he preguntado por ello. Creo que lo más probable es que se tratara de algo relacionado con los perros.
–¿Y por qué no te han pedido a ti que lo firmaras?
–Probablemente sabían que era preferible que no me lo pidieran.
–Yo tampoco pienso firmarlo.
Levi se cruzó de brazos, haciendo que sobresalieran sus músculos.
–A lo mejor deberías.
Callie sacó la bolsa y se enderezó.
–¿Por qué?
–No quiero que sigan molestándote cuando me vaya.
–Pero esos perros son peligrosos –señaló el brazo derecho de Levi, en el que todavía se distinguían las heridas–. Después de la noche que pasé cosiéndote con Godfrey, no voy a olvidarlo fácilmente.
–A lo mejor fue un accidente. Es posible que algún ruido o algún olor activara en ellos algún recuerdo que despertó su agresividad y que no vuelvan a atacar. Normalmente, los perros no reaccionan de esa forma, a menos que estén en manos de un irresponsable o de que hayan sido especialmente entrenados para ello.
–Y, en este caso, las dos cosas son bastante probables. Y aunque no lo fueran, lo que es indudable es que esos perros te atacaron. Y tú mismo dijiste que ibas por la carretera y que no hubo ningún tipo de provocación.
–Sí.
Callie estrechó las bolsas contra su pecho y guardó las llaves del coche en el bolso.
–¿Entonces cómo vamos a arriesgarnos a que vuelvan a atacar a alguien?
Levi suspiró y entrecerró los ojos con la mirada clavada en la distancia antes de volverse de nuevo hacia ella.
–Estoy preocupado por Denny y por Powell. Esos tipos no respetan a las mujeres. No dejarán que te conviertas en el único obstáculo que les impida conseguir lo que quieren. Están convencidos de que tienen que ser capaces de ganar a alguien tan poco importante para ellos como una chica de pueblo que ha metido las narices en sus asuntos.
Callie le miró indignada.
–¿Eso es lo que han dicho?
–Básicamente, es lo que dijeron la noche que pegué a Powell. Si no les das lo que quieren, me temo que podrían contraatacar. Y si no estoy aquí para defenderte…
Callie le interrumpió antes de que terminara.
–No creo que sean tan estúpidos como para empeorar su situación.
–Las cárceles están llenas de gente así de estúpida –señaló Levi.
Callie ya había tenido un día suficientemente difícil. No quería seguir pensando en ello.
–Te estás preocupando por nada. Si tanto les importan sus perros, deberían tener más cuidado.
–Pero no son capaces de asumir la responsabilidad que tienen en lo que ha pasado.
–Lo que no significa que no la tengan –señaló con la cabeza hacia la casa, indicándole que la siguiera–. Entra y date una ducha.
–Puedo ducharme en el establo.
–No tienes por qué, puedes usar mi cuarto de baño –sonrió, sintiéndose feliz a pesar de todo–. Te he comprado otra camisa, por cierto.
–¿Que me has comprado otra camisa? –preguntó Levi indignado.
Como esperaba aquella reacción, Callie siguió avanzando sin alterarse.
–Estaba de rebajas. No podrás ponértela hasta dentro de unos meses porque es de manga larga, pero te quedará genial.
–Callie, no soy una especie de perro abandonado al que tienes que cuidar…
Callie alzó la mano.
–No interpretes nada raro. Me divierte salir de compras, eso es todo.
La camisa no tenía la menor relevancia, se dijo a sí misma. La había comprado por pura diversión y porque era una manera de ayudarle.
¿Pero qué podía decir de los preservativos?
No tardó nada en preparar la cena. Tenía la lasaña que le había dado su madre y que ella no podía comer, lo que significaba que había más que suficiente para Levi. Tampoco podía probar el pan de ajo, pero cenaría ensalada que había preparado para completar la cena.
Levi apareció en la cocina con el pelo mojado después de la ducha y oliendo al jabón de Callie.
–Vainilla ¿eh?
Sonrió al oírle entrar, pero no se volvió. Estaba ocupada sacando el pan del horno.
–Si quería lavarme de verdad, el jabón perfumado parecía la única opción.
–Podrías haberme pedido otra cosa –dejó el pan encima de la cocina.
–No pasa nada. No es un olor demasiado femenino. Además, ¿por qué un tipo no tiene derecho a oler a galleta casera?
Callie sabía que estaba bromeando.
–Por lo menos, pareces sentirte cómodo con tu masculinidad.
–Es absurdo no hacerlo. Bueno, ¿qué te parece?
Después de cerrar el horno con el pie, Callie se volvió para ver cómo le quedaba la camisa nueva. Lo que le parecía era que le quedaba perfecta, pero no quería mostrar demasiado entusiasmo.
–Te queda bien, ¿te gusta?
–Sí, pero hace demasiado calor para llevarla esta noche.
Se esperaban temperaturas más altas de lo normal incluso para ser verano. Callie tenía las ventanas abiertas y el ventilador del cuarto de estar girando. Así refrescaban siempre la casa sus abuelos durante los meses de verano.
–Desde luego.
Rifle se acercó a Levi, y le saludó moviendo la cola. Aquel perro reclamaba la atención de Levi tanto como ella, pensó Callie con ironía.
–¡Eh, muchacho! –Levi se agachó para acariciarlo–. ¿Huelo como Callie?
–A lo mejor por eso le gustas.
–Ya le caía bien antes de usar tu jabón.
Empezó a quitarse la camisa y Callie se detuvo y se le quedó mirando fijamente.
Al darse cuenta, Levi arqueó las cejas y ella se encogió de hombros.
–Mirar no hace daño a nadie –le dijo riendo.
Pero se obligó a volverse hacia el mostrador y comenzó a servir la cena.
Cuando se volvió de nuevo hacia Levi, este ya se había puesto una camiseta limpia y estaba sentado en el lugar que ocupaba habitualmente.
–Estoy muerto de hambre –anunció.
Cuanto más tiempo estaba en casa, mejor se sentía Callie. Levi también parecía relajado, contento, mucho más relajado y contento que cuando se había despertado allí el martes anterior.
–¿Has trabajado mucho hoy? –le preguntó Callie.
–Estoy apunto de terminar el tejado. La madera vieja estaba más deteriorada de lo que pensaba. He tenido que quitar una parte muy importante.
–Te pagaré horas extra.
–No hace falta. Me conformo con lo que acordamos. Solo quería que supieras que esto nos va a llevar más tiempo del que esperaba.
Para variar, Callie tenía hambre. Aquella noche, se sentó enfrente de Levi y comió, en vez de limitarse a observar.
–Por fin –dijo Levi.
–¿Por fin qué?
Levi señaló su plato.
–Es la primera vez que te veo comer.
–Me alegro de que eso te haga feliz.
–Soy fácil de complacer.
Callie temía que terminaran cayendo en el silencio que había marcado sus cenas anteriores, pero aquella noche, Levi parecía tener ganas de hablar. Evitaba ciertos temas, o quizá, Callie imaginaba que los evitaba porque también había temas que ella prefería no abordar, pero Levi parecía ansioso por compartir con ella los detalles sobre los lugares que había visitado desde que había vuelto de Afganistán. Había recorrido prácticamente todos los estados y en todos ellos había encontrado algo digno de apreciar. Pero estaba particularmente enamorado del sudeste de Utha.
–¿Has estado alguna vez allí?
–No, ¿hay algo que merezca la pena ver?
–Están los parques nacionales de Zion, Arches y Moab, y la zona de los alrededores, la que llaman Canyonlands.
–Yo he estado en el Gran Cañón, en Arizona. Cuando tenía catorce años, fuimos en coche hasta allí durante unas vacaciones.
–También me gustó el Gran Cañón, claro, pero ya sabía que era espectacular. Pero el sudeste de Utha fue toda una sorpresa.
–¿Viajabas mucho cuando eras niño?
–La verdad es que no.
–Y te criaste en Seattle, ¿no? Tus padres son de allí.
Sabía que era una pregunta demasiado personal. La clase de pregunta que estaba fuera de los límites permitidos. Pero no fue capaz de reprimirse. Levi la había ayudado la noche que había estado vomitando, incluso había dormido con ella, y, sin embargo, apenas sabía nada de su vida o de su pasado.
La vacilación de Levi la hizo lamentar el haberlo preguntado, pero, para su sorpresa, Levi contestó:
–No sé de dónde es mi madre.
–Porque…
–Porque se fue con mi hermana cuando yo era niño.
La comida que Callie tenía en la boca pareció perder el sabor. Bebió un sorbo de agua y tragó.
–¿Cuántos años tenías?
–Diez.
–¿Y ella?
–¿Quién? ¿Ellen o mi madre?
–Las dos, supongo.
–Ellen tenía cuatro años. Y mi madre… tendría aproximadamente mi edad –dijo, como si le sorprendiera ligeramente aquella conexión.
–Y tú tienes…
–Veintisiete años.
Cinco años menos que ella, tal y como había imaginado.
–¿Tu madre te tuvo a los diecisiete años?
–Sí, y mi padre tenía dieciocho. Se casaron al terminar el instituto, cuando yo tenía un año.
–Pero el matrimonio no funcionó.
Levi se rio con amargura.
–No, desde luego que no.
Callie tomó un trozo de apio.
–¿Por qué tu madre no te llevó con ella cuando se fue?
Se tensó un músculo en la mejilla de Levi.
–Porque sabía que mi padre la perseguiría y la mataría.
Callie dejó el tenedor en el plato. Esperaba que no hubiera utilizado la palabra «matar» en un sentido literal, pero tenía la sensación de que así era.
–¿Era un hombre violento?
–Podía llegar a ser agresivo, y era un hombre muy controlador –sacudió la cabeza–. Era imposible vivir con él.
–¿Y por qué no le importó que se llevara a su hija?
Levi también dejó de comer. Parecía estar buscando en el pasado algo que había enterrado mucho tiempo atrás, algo que no apreciaba particularmente, pero por lo que sentía curiosidad.
–A mi padre no le había hecho mucha gracia tener una niña.
–¿Tú significabas mucho más para él?
–Solamente porque había demostrado tener aptitudes para las artes marciales.
–¿Y eso por qué le importaba tanto?
–Siempre había querido ser un campeón, un hombre reconocido en el mundo de la lucha, pero una lesión le impidió llegar lejos en el mundo de la competición. Así que decidió llegar a hacerse famoso por un camino diferente. Abrió un dojo, un gimnasio especializado en artes marciales, y comenzó a entrenar deportistas, decidido a preparar a los mejores luchadores del mundo.
–Y tú eras uno de ellos.
–Ganaba campeonatos y le proporcionaba los trofeos que él necesitaba, sí –sonrió con amargura–. Nunca se mostraba tan orgulloso de mí como cuando yo llevaba a casa algún trofeo. Apenas teníamos dinero para comida, pero se gastaba miles de dólares en expositores para poder exhibir los trofeos en el dojo.
–Supongo que eso le hacía sentirse como un gran sensei.
–Y, de hecho, lo era. Pero no era un buen padre.
Callie deseaba poder acariciar a Levi, hacerle saber que no estaba tan solo como probablemente se sentía. Parecía terriblemente solo mientras hablaba, atrapado en aquellos oscuros recuerdos.
–¿Te gustaba competir?
Levi se encogió de hombros.
–En general, sí.
El sol comenzaba a ponerse. Callie se inclinó para encender la vela que había llevado a la mesa.
–¿Y por qué te incorporaste al ejército?
–Para alejarme de mi padre.
La llama de la vela titiló, proyectando sus sombras sobre el rostro cincelado de Levi.
–¿Te maltrataba físicamente a ti también?
–Desde luego. No ocurrió nada particularmente grave, como que me rompiera un hueso, pero era un hombre violento. Pero no me fui por eso. Temía no ser capaz de controlarme algún día y terminar haciéndole daño. Tenía miedo de llegar a matarle. Tenía que marcharme de allí antes de que llegara ese día.
Evidentemente, vivía enfrentado al enfado y al resentimiento. Su situación ya le había hecho imaginárselo. Pero hasta entonces, Callie desconocía los motivos de aquella rabia contenida.
–Ya entiendo.
Levi meció en la copa el vino que Callie le había servido.
Por su enfermedad, Callie evitaba el alcohol con la misma rigidez que la sal, pero le gustaba tener vino en casa para invitar a sus amigos. Sabía que les extrañaría que no lo hiciera. El vino era algo que compartían siempre en sus cenas.
–¿Y tus padres? –le preguntó Levi.
Su labio inferior, húmedo por el vino, pareció reclamar la atención de Callie. Tenía una boca bonita, algo en lo que habría sido más sensato no fijarse, porque entraba en la misma categoría que la compra de preservativos.
–Mis padres son maravillosos –se levantó para llevar el plato al fregadero–. Son muy cariñosos. Hoy he pasado a verlos.
–¿Tienes hermanos?
–No. Soy hija única. Mis padres tenían problemas de fertilidad y me tuvieron muy tarde. Yo soy una especie de milagro, la respuesta a sus súplicas –sonrió–. Me han adorado durante toda mi vida.
–Pero no pareces una chica mimada.
–No creo que se le pueda hacer ningún daño a nadie ofreciéndole amor.
Durante unos segundos, lo único que rompió el silencio fue el agua corriendo en el fregadero y el golpeteo sordo de la cola de Rifle contra el suelo.
–¿Y qué es lo más difícil a lo que has tenido que enfrentarte? –preguntó Levi.
Callie estuvo a punto de echarse a reír. Levi lo había preguntado como si pensara que le iba a costar encontrar una respuesta. Él había crecido sin madre y con un padre maltratador. Después había estado en la guerra y, si los nombres que llevaba tatuados en el brazo significaban lo que ella había imaginado, había visto morir a algunos de sus amigos. Pero por lo menos él había sobrevivido. Por lo menos había podido darle la espalda a la muerte y había continuado con su vida.
–¿No se te ocurre nada? –la urgió Levi al ver que no contestaba.
Nada que quisiera compartir con él.
–Supongo que tendría que decir que… lo que he hecho con Kyle.
–¿Preferirías no haberte acostado con él?
Callie cerró el grifo y se volvió hacia él.
–Fue un error.
–Porque…
–Porque no me acosté con él por las razones que debería.
Levi pareció estar pensando la respuesta.
–¿Y por qué lo hiciste?
–Me llevaron a ello diferentes circunstancias.
Levi se reclinó en la silla, dispuesto a escuchar, pero escéptico ante las posibilidades de que pudiera convencerle. Se cruzó de brazos.
–Como, por ejemplo…
–La falta de opciones. Este pueblo es muy pequeño.
–¿Eso significa que tienes que acostarte con tus amigos?
Lo dijo en un tono de diversión que la hizo sonrojarse.
–No, pero aquí no hay muchas posibilidades de tener una relación. Así que esta es la situación: dos amigos íntimos, hombre y mujer, que pasan mucho tiempo juntos en un pueblo en el que no hay mucha gente con la que se pueda llegar a tener una cita. El hombre en cuestión acaba de pasar por un terrible divorcio que le ha dejado muy deprimido. La mujer sabe que él necesita cariño y atención y que ese hombre es todo lo que ella debería desear.
Levi inclinó la silla hacia atrás.
–Básicamente, lo consideraste como una posibilidad.
–¿Que yo qué?
–Pensaste que a lo mejor te gustaba que llegarais a ser algo más que amigos.
Callie se secó las manos en un trapo que dejó después sobre el mostrador.
–Creo que tanto él como yo llegamos a pensarlo. Creíamos que la vida nos resultaría más fácil a los dos si llegábamos a enamorarnos. Los dos queremos disfrutar de una relación estable y queremos tener hijos siendo todavía jóvenes. Ambos sabemos que somos personas en las que podemos confiar. El problema es que la naturaleza del amor no cambia por el mero hecho de que dos personas se acuesten.
–¿Entonces por qué no lo olvidas? Lo has intentado y no ha funcionado. Lo que tienes que hacer es seguir adelante con tu vida.
Típico de un hombre. Extremadamente práctico.
–Porque cada vez que le veo me acuerdo. Y tengo miedo de que él pueda estar esperando otro encuentro, y de lo difícil que será decirle que no cuando hace solo unas semanas le decía que sí.
–¿No puedes evitarle?
–No –sabía que Levi estaba de broma, pero contestó de todas formas–. Es uno de mis mejores amigos. Y ahí está el problema.
Levi echó la silla de nuevo hacia delante para meterse el último trozo de lasaña en la boca.
–¿Ha sido el primero?
–¿A los treinta y dos años? –se echó a reír–. Es cierto que he estado muy protegida durante toda mi vida, pero no tanto. No, no ha sido el primero. Aunque me habría gustado que lo fuera.
–¿Tan bueno es en la cama?
–El primer hombre con el que me acosté fue muy malo.
–Háblame de él.
–Peter fue… una auténtica sorpresa. Y no de las agradables.
–Esto se pone cada vez más interesante.
Levi se sirvió otra copa de vino. Levantó la botella para ofrecerle a Callie, pero ella negó con la cabeza.
–Llevas una vida de lo más saludable, por lo menos por lo que se refiere a la comida.
–Hago lo que puedo.
–En cualquier caso, ¿cuál fue la sorpresa que te dio Peter?
–Al principio, pensaba que no era nada raro. Tenía dos años más que yo, era un hombre muy agradable, muy popular. Un gran jugador de tenis. Yo estaba locamente enamorada de él.
–Hasta que…
–Hasta que me dijo que era gay.
Levi la miró boquiabierto.
–¿Lo dices en serio?
–Completamente.
–¿Y no te diste cuenta?
–No. Bueno, sabía que no tenía mucho interés en hacer el amor. Era muy cariñoso conmigo cuando estábamos en público, lo que me hacía pensar que todo iba bien. Pero en cuanto entrábamos en casa, se mostraba distante. Yo tenía que presionar para provocar cada encuentro y no se mostraba particularmente participativo cuando teníamos relaciones.
Levi sostuvo la copa con ambas manos y apoyó los codos en la mesa.
–¿Qué quieres decir exactamente?
–¿No te lo imaginas?
–Explícamelo.
Callie creyó detectar cierta diversión en su voz, pero contestó de todas maneras.
–Me resultaba difícil excitarle.
–¿Y qué te decía cuando no conseguía excitarse?
–Me echaba la culpa a mí. Me decía que yo no sabía lo que le gustaba a un hombre. Que no estaba suficientemente delgada, o que era demasiado atrevida. Llegó a insinuar que estaba obsesionada con el sexo.
–Muchos hombres se considerarían afortunados al encontrarse con una mujer obsesionada con el sexo –bromeó Levi–. ¿Cuántos años tenías cuando empezaste a salir con él?
–Veinte.
–¿Y cuánto tiempo tardaste en descubrir la verdad?
–Él mismo la confesó cuando rompimos. Para entonces, llevábamos juntos nueve meses.
Levi apoyó el brazo en el respaldo de la silla.
–Debió de ser un día terrible.
–¿Entonces por qué te estás riendo?
Intentaba parecer enfadada, pero eran tan pocas las veces que le había oído reír que no pudo evitar sonreír.
–Lo que pasa es que me cuesta imaginar a un homosexual con una mujer que…
–¿Con una mujer cómo? –preguntó con curiosidad.
–Con una mujer como tú, con un cuerpo como el tuyo, que parece salido de la fantasía de un hombre.
¿También de sus fantasías? Porque no se había mostrado particularmente interesado en ella. Callie no creía que sus razones para no tocarla fueran las mismas que las de Peter. Levi la miraba de una forma completamente diferente. Pero había algo que le obligaba a reprimirse.
–A lo mejor por eso me dijo que debería sentirme halagada –reflexionó–. Cuando le dije que por qué había empezado a salir conmigo, me contestó que si alguna mujer podría haberle excitado, esa era yo.
Miró la botella de vino, sintiendo la tentación de romper la dieta y tomar una copa. Si de todas maneras iba a morir, era absurdo privarse de aquel placer. Pero no era capaz de apagar del todo la esperanza.
–Supongo que era la manera de justificar el haber estado durante tanto tiempo contigo.
Callie asintió.
–Desde luego, en ese momento no me pareció un cumplido.
–No me extraña. Pero supongo que, al ser tu primer amante, no eras consciente de que no era normal que a un hombre le resultara tan difícil excitarse, sobre todo a esa edad.
Callie se preguntó entonces hasta qué punto le resultaría difícil excitarle a él.
–Oía hablar a mis amigas de cómo se comportaban sus novios, pero imaginaba que cada persona era diferente. No quería romper con él simplemente porque no era capaz de mantener una erección.
–Lo dices como si fuera un problema menor –respondió Levi entre risas.
–Yo quería tener una vida sexual más satisfactoria, pero, como ya te he dicho, él me convenció de que la culpa era mía –se dio una palmada en la cabeza–. ¡No sé cómo podía ser tan ingenua! Y lo peor de todo era que tenía una terrible sensación de fracaso por no haber sido suficientemente atractiva como para lograrlo.
–Callie, tú no puedes cambiar la orientación sexual de una persona.
–Ahora lo entiendo. Pero era mi primer amor, ¿recuerdas?
–¿Ahora dónde está él?
–Lo último que supe es que estaba viviendo con su pareja en San Francisco.
Levi movió suavemente la copa y observó el vino girando en el interior.
–¿Y has estado con alguien más alguna vez?
–¿Además de con Kyle? No. Solo tuve una aventura de una noche unos días después de que Peter me diera la gran noticia. Decidí que iba a acostarme con alguien que supiera tratar a una mujer.
–¿Y qué tal fue la experiencia?
–No muy buena.
–Pensabas que te merecías disfrutar de un buen orgasmo después de todo lo que habías pasado.
–Sobre todo, quería sentirme atractiva. Deseada.
–¿Y?
–Al final terminó siendo la peor experiencia de mi vida.
–¿Por qué?
Callie intentó tomárselo a broma.
–En primer lugar, no hubo orgasmo.
Levi la miró con fingida lástima.
–Pobrecita.
–En segundo lugar, hacer el amor con un desconocido no es tan excitante como parece –esbozó una mueca–. No era capaz de dejarme llevar. Me sentía ridícula, degradada en cierto sentido.
–Supongo que eso explica la falta de orgasmo. ¿Quién era el hombre en cuestión?
–No me acuerdo de cómo se llamaba. He bloqueado ese recuerdo.
Levi se levantó para retirar el plato. Pero después de dejarlo en el mostrador, no se movió. Callie podía sentir el calor de su cuerpo tras ella, sabía que si retrocedía un solo paso, le rozaría, que era exactamente lo que quería.
–Entonces no compraste ese corsé para Kyle –le susurró Levi al oído.
–No –contestó.
Cuando sintió los labios de Levi en la sensible piel del cuello, contuvo la respiración y cerró los ojos. Continuaba diciéndose que no conocía a Levi suficientemente bien como para desearle de aquella manera. Pero en aquel momento, no importaba. No sentía la confusión que había experimentado con Peter, ni la repugnancia que había sufrido con aquel hombre que había tenido la fortuna de tropezar con ella. Ni las dudas que acompañaban a sus encuentros con Kyle. Se alegró entonces de haber comprado los preservativos.
Pero justo cuando estaba a punto de volverse para besarle, Levi se apartó.
–Lo siento, Callie. Yo no soy el hombre adecuado para ti.
Y, como para echar más sal a la herida, Callie tuvo que ordenarle a Rifle que se quedara en casa cuando Levi se fue al establo.