Capítulo 22

 

 

A las doce de la mañana del día siguiente, Callie ya estaba en casa. Estaba deseando ver a Levi. No había sido capaz de pensar en otra cosa. Pero no llevaba maleta, como habría hecho en el caso de que hubiera ido de verdad de excursión a San Francisco. Y como apenas se había peinado y no llevaba ni una gota de maquillaje, era bastante evidente que no se había duchado ni arreglado, algo que habría hecho si de verdad hubiera estado de vacaciones en la ciudad. Su único equipaje era un cepillo de dientes y algunos artículos de aseo que Baxter le había comprado el día anterior. Desde luego, no había tenido tiempo de preparar nada antes de entrar precipitadamente en urgencias. Había muchos detalles que podían delatarla.

Pero su preocupación por si Levi podía descubrir o no su mentira, fue gratuita. Aunque Rifle salió a recibirla cuando entró en casa y la ventana estaba arreglada, no se veía a Levi por ninguna parte. Había dejado una nota en la nevera, tal y como había hecho ella:

Pasaré el día trabajando en la gasolinera. Hasta la noche. En cuanto la vio, Callie se acordó de los mensajes de Joe. Seguramente había encontrado la manera de localizar a Levi por sus propios medios. Ella no se había acordado de mencionárselo cuando habían hablado el día anterior y no había tenido manera de ponerse en contacto con él.

–¿Va todo bien? –Baxter entró en la cocina tras ella.

–Genial, de hecho. Levi está en el pueblo.

–Eso te dará un momento de respiro, ¿eh? –habían estado hablando de cómo iba a manejar las preguntas que podría hacerle Levi.

–Por lo menos puedo descansar un poco y ducharme antes de verle.

También tendría tiempo de llamar a sus padres, asegurarles que estaba bien y hablar durante todo el tiempo que sus padres quisieran. En el hospital había tenido que ser breve para evitar que pudieran oír al médico hablando en algún momento por el intercomunicador o algo parecido.

Rifle aulló, reclamando su atención, y Callie se agachó para acariciarle.

–Ya estoy en casa, Rifle, no pasa nada. Por lo menos de momento.

–Yo tengo que irme –anunció Baxter.

Callie le dio un abrazo.

–Gracias, Baxter. Por todo.

Baxter la retuvo entre sus brazos durante unos segundos.

–Me alegro mucho de que me hayas contado lo que te pasaba. Y agradezco poder pasar estos momentos contigo.

Callie sabía que estaba hablando implícitamente de las otras personas que formaban parte de su vida. Le estaba diciendo que ellos sentirían lo mismo. Pero añadió de pronto algo que no esperaba.

–Aun así, tengo que admitir que si tuviera oportunidad de estar con Noah como has conseguido estar tú con Levi, la aprovecharía. Tienes todo el derecho del mundo a hacer cualquier cosa que te haga feliz. Así que disfrútalo y no te sientas culpable.

–¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? –le preguntó Callie mientras se separaban.

–Me costaba creer que pudiera significar tanto para ti sabiendo que le conocías desde hacía tan poco tiempo, pero… –le dio un beso en la mejilla–, me has convertido en un hombre de fe.

 

 

Levi estaba ansioso por volver a la granja. No había vuelto a ver a Callie desde que la había llevado a la cama después de la ducha. Había pensado en ella constantemente, pero no por las razones que esperaba. Sorprendentemente, no sentía ningún remordimiento por haberse acostado con ella. De hecho, era todo lo contrario. Se sentía como si de pronto se hubiera liberado de todo lo que le había tenido cautivo durante los dos años anteriores, como si el soldado de Afganistán hubiera muerto.

Quería enterrar para siempre a aquel joven y no volver a mirar atrás. Sabía que Behrukh querría que continuara su vida sin ella y que fuera feliz. Pero, en realidad, eso siempre lo había sabido. ¿Qué había cambiado entonces? ¿Se estaba dando en realidad una excusa para hacer lo que quería?

Quizá. Desde luego, creer que Behrukh lo aprobaría parecía muy conveniente. Pero ya se había acostado con Callie. Y el hecho de que dejara de hacerlo no cambiaría nada. De hecho, no creía que pudiera apartar sus manos de ella. Aquel único encuentro había sido demasiado breve.

La vio tras la ventana de la cocina cuando tomó el camino de entrada a la casa. Al oír el motor de la moto, Callie alzó la mirada y sonrió. Y aquello bastó para que a Levi le golpeara una avalancha de testosterona.

Con el corazón palpitante de anticipación, bajó de la moto y caminó a grandes zancadas hasta la casa.

Callie salió a la puerta a recibirle.

–¿Qué tal ha ido el trabajo?

–Muy bien. He ganado doscientos dólares.

–Buenas noticias. A lo mejor necesitas comprarte algo de ropa.

En aquel momento, lo único que necesitaba Levi era estar con ella.

Callie retrocedió para dejarle pasar, como si no estuviera segura de cómo debería recibirle.

Levi quería tocarla, abrazarla. Pero había estado arreglando coches todo el día y aunque se había lavado las manos con un jabón especial en el garaje, tenía la ropa llena de grasa.

Le dirigió una sonrisa de disculpa.

–Estoy sucio.

–Ya lo veo –respondió Callie, riendo.

Pero entonces se miraron a los ojos y Levi supo que Callie no quería esperar ni un segundo más.

Afortunadamente, él tampoco.

–Tengo la sensación de que has estado fuera de aquí durante una eternidad –le dijo, y la llevó al dormitorio.

 

 

Se ducharon juntos, pero aquella vez los dos se desnudaron antes de meterse en la ducha. Callie reía mientras Levi la enjabonaba. Él consiguió quitarse la mayor parte de la grasa antes de comenzar a acariciarla, pero a ella no le habría importado que lo hubiera hecho tal y como estaba. Imaginaba que la impaciencia estaba justificada en una mujer a la que no le quedaba mucho tiempo de vida. Al fin y al cabo, ¿qué podía importar un poco de grasa frente a la muerte?

–Estás impaciente, ¿eh? –bromeó Levi riendo.

Pero dejó de reír cuando Callie arqueó una ceja con expresión desafiante y se estrechó contra él. En cuanto la sintió tan cerca, Levi tomó aire y dijo:

–De acuerdo, tú ganas.

A partir de ese momento, todo se precipitó. Salieron de la ducha y se besaron contra la pared, contra el tocador y contra la puerta antes de llegar a la cama.

Una vez allí, Callie intentó tirar de él para que se colocara encima de ella, pero Levi se resistió.

–Antes te debo algo –le dijo.

Y sonrió mientras le abría las piernas y comenzaba a bajar la cabeza.

 

 

Callie estaba decidida a disfrutar del presente. Se negaba a pensar en ninguna otra cosa. Ni en el tiempo que había pasado en el hospital ni en el que tendría que pasar más adelante. Se sentía completamente satisfecha y feliz y no quería que cambiara absolutamente nada.

–¿Qué está pasando dentro de esa cabecita? –musitó Levi.

Llevaban en la cama cerca de tres horas. Ni siquiera se habían tomado la molestia de levantarse para comer algo. En un momento determinado, Callie había ido a la cocina para sacar la cena del horno, pero ya era demasiado tarde. Levi podía oler los restos achicharrados del asado que había estado cocinando, a pesar de que había abierto todas las ventanas.

Pero ni siquiera la pérdida de una magnífica cena podía minar su felicidad.

–¿Callie?

Le había hecho una pregunta. Callie se obligó a abandonar el mundo de sus pensamientos y posó los labios en el pecho.

–Estaba pensando en El pájaro espino.

–¿En qué?

–Es una novela. Me la compró mi madre cuando estaba en el instituto. Era una de sus novelas favoritas.

Levi alzó la barbilla para mirarla a los ojos.

–¿Y qué te ha hecho pensar en ella?

Callie admiró la tupida línea de pestañas que enmarcaba sus ojos.

–En la novela se habla de un pájaro mítico que se pasa toda la vida buscando espinos. Cuando encuentra el espino perfecto, se empala y muere.

–¿Y por qué hace una cosa así?

–No lo sé, pero mientras muere canta la más hermosa de sus melodías.

Levi disimuló un bostezo.

–Suena deprimente.

–En cierto modo lo es, pero a veces merecen la pena el dolor y la pérdida a cambio de un momento maravilloso.

Levi cambió de postura para besarle el cuello.

–Digamos que no me entran muchas ganas de leerlo.

Callie sonrió ante su respuesta.

–De todas formas –preguntó Levi–, ¿por qué se te ha ocurrido pensar ahora en pájaros suicidas?

Callie cerró los ojos e intentó retener todos los detalles de la cercanía de Levi en su memoria. Iba a necesitar aquellos recuerdos para darse fuerza en los momentos difíciles.

–Porque me gustó mucho ese libro.

Levi se inclinó entonces hacia ella.

–Pues tengo malas noticias.

Callie se tensó instintivamente. ¿Iba a decirle en aquel momento que se iba? ¿Que tenía planeada su marcha para el día siguiente?

Sabía que en algún momento tendría que llegar…

–Eh, relájate –le dijo Levi al notar su reacción–. No debería haberlo dicho así. Lo único que iba a decir es que tengo hambre y se ha quemado la cena.

Callie se echó a reír.

–No me extraña que tengas hambre.

–¿Y tú? ¿Tú no tienes hambre?

–No mucha. Tengo mantequilla de cacahuete y mermelada. Puedo prepararte unos sándwiches.

–No estarás intentando adelgazar, ¿verdad?

En aquella ocasión, Callie tuvo más cuidado a la hora de disimular su reacción.

–No, ¿por qué?

–Porque estás más delgada que en las fotografías que he visto. Y la mayor parte de la ropa que tienes te queda un poco grande.

Callie se encogió de hombros como si no hubiera nada de lo que preocuparse.

–Tenía que perder unos cuantos kilos.

–¿Y ahora estás bien?

–¿Qué quieres decir?

–A veces… a veces pareces cansada.

Callie contuvo la respiración.

–Durante estas últimas dos semanas hemos perdido muchas horas de sueño.

–Pero esto es diferente. Es más… como una especie de debilidad. Cuando te miro a los ojos, tengo la sensación de que… no sé, de que te pasa algo. Como la vez que te vi inclinada sobre la mesa de la cocina al poco de llegar aquí.

Callie sabía que si en algún momento iba a tener que hablar a Levi de su enfermedad, aquella era la ocasión más adecuada. Pero eso significaría echar a perder una experiencia que se había prometido preservar. Continuaba aferrada al sueño de que Levi se marcharía y no averiguaría jamás que estaba enferma.

–Estoy bien –le besó–. Vamos a preparar esos sándwiches.

 

 

–¿Qué estás haciendo?

Callie forzó una sonrisa cuando Levi entró en la habitación. Después de cenar, se había metido en el cuarto de baño y ella se había acercado al armario de la ropa blanca.

–Preparándote la cama en el sofá.

Levi se acercó a ella.

–Sí, eso es lo que me ha parecido.

–Duermes bien en el sofá, ¿no?

–La pregunta es por qué quieres que duerma en el sofá.

La respuesta era que no se atrevía a dormir con él. Por culpa del sándwich que había comido volvía a encontrarse mal y no quería arriesgarse a vomitar delante de él. Se sentía avergonzada por todas las mentiras que le había dicho. Pero, sobre todo, Levi le importaba mucho y no quería que sufriera con su pérdida como iban a sufrir sus padres y sus amigos. Y eso significaba que tenía que intentar guardar las distancias.

–He pensado que… como solo vas a estar aquí durante un corto período de tiempo, a lo mejor no deberíamos intimar demasiado.

Levi arqueó las cejas.

–¿Te parece que dormir juntos es intimar demasiado pero acostarnos no?

Callie no sabía qué contestar a eso.

–Creo que… creo que tenemos que poner nuestra relación en perspectiva –intentó justificarse.

Levi puso los brazos en jarras con una postura que le hacía parecer sexy y disgustado al mismo tiempo. Iba sin camisa y tenía el pelo revuelto.

–¿Qué significa eso exactamente?

–Significa que no quiero hacerte daño cuando nos separemos.

–¿Quieres decir que quieres poner distancia entre nosotros para no hacerme daño más adelante?

–¿Quién sabe cómo puede acabar esto? La vida es algo completamente incierto. De esta manera también me protejo a mí misma. No quiero que se me rompa el corazón cuando te vayas.

Ya era demasiado tarde para eso, pero, por lo menos, ella había conseguido reconciliarse con su realidad. El problema era que Levi no conocía esa realidad.

–Así que ese es el problema. Estás pensando otra vez en la despedida.

Callie no se atrevía a mirarle a los ojos.

–Espero que podamos olvidarnos de ella durante unos cuantos días –musitó.

–¿Por qué siempre tienes que hablar del final? ¿De que voy a terminar marchándome cuando quiera? ¿O de las mujeres con las que voy a estar? ¿Por qué no podemos disfrutar de lo que tenemos y partir del presente?

–Porque creo que debemos estar preparados para lo inevitable. ¿Tú no?

Levi se acercó y agarró la sábana que Callie había estado poniendo en el sofá.

–¿Por eso no me has presionado para que te diga mi verdadero nombre? ¿Porque ves nuestra relación como algo temporal?

–Ya te pregunté en una ocasión tu verdadero nombre.

–Solo una vez. Me lo preguntaste cuando supiste que tenía un nombre falso.

–No quisiste decírmelo entonces y supongo que continúas sin querer decírmelo ahora.

–Es cierto, pero creo que el hecho de que no quieras saberlo evidencia un problema.

–Respeto tu privacidad.

–Así que ahora que ya hemos hecho el amor, ¿ya tienes suficiente?

–¡En algún momento tendremos que separarnos! Y creo que es mejor que los dos lo tengamos en la cabeza.

Levi parecía tan encantadoramente desilusionado que las ganas de besarle eran casi abrumadoras. No importaba que hubieran hecho el amor tantas veces. Quería estar con él otra vez. Y Levi parecía sentir lo mismo.

Levi fijó la mirada en su boca, posó un dedo bajo su barbilla y la besó. Callie se inclinó inmediatamente hacia él.

–¿Lo ves? –musitó.

Callie permaneció en silencio mientras le miraba a los ojos.

–Esto –Levi señaló la sábana–, es una tontería. No pienso dormir en el sofá.

–¿Perdón?

Levi rozó sus labios con un beso.

–Dime que no quieres que duerma en tu cama.

En aquel momento, Callie no podía pensar en nada que no fuera en un verdadero beso.

–No es eso… Es solo que creo que deberíamos tener cuidado.

–¡Al infierno con el cuidado! –gruñó Levi–. El amor y la guerra no funcionan de esa manera.

–¿Entonces cómo funcionan?

–O todo o nada –respondió Levi.

Y la llevó a la cama, donde volvió a desnudarla.

 

 

Callie consiguió pasar la noche sin vomitar. A lo mejor la ayudó el hecho de tener a Levi a su lado. Su respiración reposada la ayudó a relajarse, y sentir el cosquilleo que le provocaba el vello de sus piernas cuando la rozaba le gustaba casi tanto como acariciar la sedosa piel que cubría los músculos de sus brazos y su pecho.

En aquel momento, cuando se acurrucó contra él, Levi se acercó a ella para estrecharla contra la curva de su cuerpo.

–¿Estás bien? –le preguntó en un susurro.

Callie fingió estar dormida para que Levi no pensara que debería despertarse y Levi volvió a quedarse dormido. Callie sonrió mientras se volvía en sus brazos y estudiaba su rostro bajo la luz de la luna. El aspecto demacrado que tenía la primera vez que había llamado a su puerta, cuando le había recordado a un gato abandonado, comenzaba a cambiar. A Callie le gustaba que pareciera mucho más saludable, pero admiraba también todas las cosas que no habían cambiado en él. Como la curva de su nariz, la incipiente barba dorada que cubría su mandíbula y la cicatriz del labio, ganada seguramente en alguna pelea. Le entraron ganas de ir a buscar la cámara para capturarlo en una fotografía que la ayudara a preservar los recuerdos, pero no creía que a Levi le gustara que le fotografiaran en medio de la noche.

Alrededor de las cuatro, se durmió por fin, convencida de que había conseguido lo que quería. El universo le había regalado lo que más deseaba antes de morir: conocer lo que era estar profundamente enamorada. Después de aquello, sentía que era un exceso pedir nada más, así que decidió prepararse para lo peor. Sabía que la felicidad que habían encontrado no podía durar, pero estaba dispuesta a disfrutarla durante tanto tiempo como pudiera.

Durante los tres días siguientes no ocurrió nada terrible. La semana transcurrió en el mismo tono que aquella noche perfecta. Levi y ella se levantaban temprano, y reían y hablaban mientras cuidaban el huerto o tenían una pela de agua. Después, se duchaban juntos. Si tenían tiempo, hacían el amor y después Levi se iba a trabajar a la gasolinera. Mientras Levi estaba trabajando, Callie limpiaba la casa, iba a visitar a sus padres, se reunía con el agente de seguros para hablar sobre la reparación del establo y hacía diferentes recados, entre ellos, ir a comprarle a Levi algo de ropa o algún viaje al supermercado. Pero siempre estaba esperándole en casa cuando volvía del trabajo. Por las noches dormían juntos y hacían el amor cada vez que en cualquiera de ellos se encendía el deseo.

Quizá fuera por el cuidado con el que estaba tomando la medicación, respetando los intervalos, o porque jamás se saltaba la dieta, pero no volvió a vomitar en todo aquel tiempo. Se encontraba tan bien que casi se convenció a sí misma de que estaba mejorando, de que, de alguna manera, el hígado se estaba regenerando y estaba volviendo a ser un hígado sano. Al fin y al cabo, los milagros médicos ocurrían de vez en cuando, ¿no?

Quería creer que ella podría ser uno de esos casos afortunados. Estaba decidida a creerlo, de hecho. Pero temió estar adentrándose con Levi en un camino destinado a un triste final cuando, al final de la semana, el viernes, Levi llegó a casa con un regalo para ella.

–¿Qué es eso? –preguntó cuando Levi le tendió una cajita de felpa de color azul.

Levi le dirigió una sonrisa con la que consiguió que le diera un vuelco el corazón.

–Ábrela y lo averiguarás.

–Espero… –se aclaró la garganta–, espero que no te hayas gastado mucho dinero.

–Con lo que estoy ganando, no tienes que preocuparte por eso –respondió Levi riendo.

Pero cuando abrió la cajita, Callie comprendió que se había gastado por lo menos lo ganado en una jornada. Una gargantilla comprada en Hammond & Son Fine Jewelers, una joyería situada cerca del estudio, no podía ser barata. Aquella tenía un colgante de un colibrí con un diamante diminuto por ojo.

–Me recordó a esos pájaros de los que me hablaste –le explicó.

Callie sabía que se refería a aquellos pájaros que cantaban su más hermosa melodía al morir. Afortunadamente, él no sabía que había un paralelo en su relación. Asociaba aquella historia con la primera noche completa que habían pasado juntos y con el interés de Callie por aquellos pájaros.

–¿Te gusta? –le preguntó.

Callie tenía un nudo en la garganta que hacía que le resultara casi imposible hablar.

–Sí.

Levi inclinó la cabeza para mirarla a los ojos.

–¡Eh! ¿Qué te pasa?

Callie sacó la gargantilla de la caja y se volvió para que Levi no pudiera ver las lágrimas y la ayudara a ponérsela.

–Es el mejor regalo que me han hecho en mi vida –le dijo.

Pero con aquel pajarillo de oro había irrumpido la realidad de nuevo en su vida. Callie había dado por sentado que Levi tardaría mucho tiempo en volver a enamorarse, en superar la pérdida de la mujer que había estado con él. Se había convencido a sí misma de que nada podía arruinar la felicidad de aquellos días.

Pero cuando después de abrocharle la gargantilla, Levi deslizó los brazos por su cintura y la besó en el cuello, Callie se preguntó si no habría subestimado la capacidad de Levi para sanar.

–Tenían unas joyas preciosas –le dijo Levi–. Algún día te llevaré allí para que elijas algo más caro.

¿Algún día? Lo decía como si no tuviera pensado marcharse en un futuro cercano.

Cuando llegue el verano
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