Capítulo 21

—Sr. Drannigan, como asesor destacado de varios gobiernos de los Mundos Libres sobre operaciones tácticas militares, ¿qué piensa usted sobre la lucha interna que hay ahora mismo en la Mancomunidad Federada?

—Lo que vemos, Dwight, es una sucesión de acciones independientes en bastantes mundos distintos. Los regimientos y las milicias toman partido, ajustan cuentas entre sí y luchan guerras de guerrilla. Es lo que pasó en las calles de Solaris pero magnificado diez mil veces.

—Bien, sabemos como evolucionó esa batalla. Suponiendo que se mantenga la analogía con Solaris, ¿cuáles son las predicciones de esta guerra Steiner-Davion a gran escala?

—No tengo una bola de cristal, Dwight, pero aceptémoslo, Katrina Steiner es enormemente popular entre su pueblo. Es un objetivo difícil para cualquiera que la persiga.

Corresponsal principal Dwight Lansing entrevistando al estratega militar Reinhold Drannigan,en el programa de noticias por holovideo El asunto real , Liga de Mundos Libres, 2 de enero de 3063.

Ruinas de la Universidad de Thorin

Bosque Remington, Thorin

Provincia de Skye

Alianza Lirana

7 de enero de 3063

El pelotón de infantería de los Guardias se movía con rapidez desde un grupo de arboles a otro, buscando cualquier cobertura y protección que pudiesen ofrecer. Un tanque aerodeslizado Zephyr serpenteaba de un lado a otro tras ellos con la torreta siguiendo la trayectoria con lentitud. El Kommandant Derkson pilotaba su imponente Quickdraw cerca del centro de la formación. No estaban solos. Desde detrás de un grueso bosquecillo de nogales, un JagerMech pilotado por el Sargento Malloy emergió, con los brazos armados imitando la acción del Zephyr. A lo lejos en la distancia, Derkson observó como el Chaparral de cincuenta toneladas se movía por el lejano flanco de la izquierda, con sus rodadas revolviendo el polvo. Un Hoplite con forma de pájaro seguía enérgicamente detrás del Zephyr, pero más hacia el lateral que hacia delante. El arbolado camino señalaba el centro de su formación, pero solo el Hoplite y el tanque aerodeslizado viajaban por el camino principal.

—Primer Suboficial Niles, mantenga a sus hombres moviéndose por el costado del camino —dijo Derkson en el micrófono de su neurocasco—. Debemos estar golpeando su perímetro en cualquier momento.

El ruido de una explosión distante y apagada le alarmó. Girando su Quickdraw, vio una humareda de humo elevándose desde donde la infantería había estado avanzando. Bajó la vista hacia sus sensores de corto alcance. Mostraban anomalías magnéticas que se movían en el limite del alcance del sensor, justo enfrente sobre el camino.

—Contacto —espetó él—. Malloy, avance y prepárese para dejar caer un patrón de fuego de supresión. —Luego llamó al comandante de la infantería.— Niles, estado.

—Señor —llegó una voz que tosía sobre la línea de comunicaciones—. Disparamos algunas minas: de estallido hacia arriba. Han caído cuatro hombres.

¿Minas? Avanzar era un error si iban a caer en un campo de minas, de tipo antipersonas o de cualquier otro. Derkson observó como, de repente, explotaba el suelo debajo del JagerMech de Malloy.

Sucios terrones se levantaron, y el humo envolvió al ’Mech como las piernas de un amante. El JagerMech se balanceó y cayó de rodillas, pero el humo, de forma temporal, evitó que Derkson viese mucho más.

—Retírense veinte metros y asuman una posición defensiva —ordenó mientras una andanada de misiles de corto alcance pasaba a gran velocidad más allá de él y hacia el Zephyr. Estos hicieron surcos en el costado izquierdo, destrozando las placas de blindaje en una onda horrible de explosiones naranjas y amarillas. Un transporte rebelde de MCA se había movido hacia delante lo bastante para provocar el daño, lo bastante para tentarle.

Derkson abrió la frecuencia de mando:

—Coronel Blucher —dijo él—, hemos topado con un campo de minas en las coordenadas cero-tres-cinco, Alfa, Zulú, dos uno. Nos enfrentamos al enemigo.

Apuntó sus misiles de largo alcance sobre el transporte de MCA, luego hábilmente movió el retículo de puntería sobre el lanzador de misiles de corto alcance hasta que relució de rojo brillante.

—Voy a vengarme un poco por haberme robado la paga —murmuró, clavando su dedo índice en el gatillo del CEB. El Quickdraw se sacudió ligeramente cuando la andana de misiles salió disparada de sus tubos y ascendió como un rayo la poco inclinada ladera.

Katya Chaffee estudió el edificio situado en lo alto de la colina y movió la cabeza. Necesitaban más tiempo. La estación de transmisión allí asentada constaba de varias antenas y un inmenso plato para la recogida de datos desde los satélites liranos que orbitaban Thorin. No era un objetivo especialmente formidable, y supuso que solo un puñado de personal manejaba la cabina de operaciones. El problema era la meticulosidad de Blucher en la protección de la instalación con relación al tipo de ataque que ella iba a intentar. Dos filas de sacos de arena rodeaban la estación, con una inclinada trinchera entre ellas.

Sensores montados sobre varas metálicas se esparcían por el terreno descubierto unos ciento cincuenta metros en torno a la estación y preparados para disparar una alarma si alguien trataba de escabullirse.

Búnkers de sacos de arena construidos especialmente estaban apilados alrededor del perímetro defensivo, y los horribles cañones de ametralladoras sobresalían de ellos. Aunque solo hubiese una escuadra o dos presentes, eso sería más que bastante para contener al equipo de Katya.

Martin Fox, en un tiempo técnico de sistemas y ahora luchador por la libertad, subió hasta ponerse a su lado:

—Comprobé el perímetro, Capitán. No pudimos encontrar ni un hueco entre las líneas.

—¡Cojones! —maldijo ella en voz baja; luego soltó un suspiro largo y profundo.— Parece que vamos a tener que hacerlo por las bravas.

Martin limpió el sudor de su ceja:

—¿Está segura?

—No —dijo ella, dándole una triste sonrisa—. Pero ¿qué elección tenemos?

Archer estaba sentado en la carlinga de su Penetrator cuando la lanza de cazas aerospaciales liranos entró como un rayo en las ruinas de la universidad desde el sur. En una formación perfecta en forma de “V”, soltaron los misiles (todas rondas lanzadoras de infiernos) sobre el bosque y el anciano campus. Los misiles infierno eran el tipo de arma anti ’Mech más indecente. En lugar de explotar rociaban por todos lados una sustancia como el napalm. Contra un ’Mech, podían sobrecalentar la máquina hasta el punto de desconexión.

El efecto de la andana de misiles fue inmediato. Los incendiados arboles se convirtieron en paraguas llameantes. Tres de los antiguos edificios también estallaron en llamas, haciendo que la pacifica escena pastoril pareciese más una ciudad moderna en llamas.

Desde su posición, cerca del borde de la base, Archer observó a los cazas elevarse y alejarse por el flanco para hacer otra pasada. El rugido de sus poderosos motores de fusión hizo moverse al Penetrator ligeramente cuando pasaron por encima de su cabeza. Hopkins había logrado evacuar al personal no combatiente unos pocos minutos antes de que llegasen los Guardias Arcturianos. Ahora estaba a cuatro kilómetros de distancia, cruzando el Vado de los Hombres Libres para alejarse de la zona de combate, junto con las piezas de repuesto y todo aquello que pudo ser cargado.

Todo el lugar resplandecía con rojos y amarillos brillantes, vomitando una enorme nube de humo en el aire. Archer no gastó mas tiempo observando. Comprobó sus sensores de largo alcance; luego, abrió la línea de comunicaciones de su neurocasco:

—Piolet Uno, informe de situación.

—Los hemos cercado en la carretera —respondió Darius Hopkins—. Les hemos disparado un poco, luego nos hemos retirado lejos de su alcance; luego, les hemos disparado un poco. Las minas los tienen asustados.

—Bien —dijo Archer, maniobrando su Penetrator hacia el camino—. Mazo, mueva alguno de sus chicos para apoyar a Piolet. El resto, prepárense para avanzar sobre el flanco izquierdo. —Casi por reflejo empezó el ciclo de carga de sus láseres.

La Teniente Culver llevó su Lucifer a una altitud cercana a los cincuenta metros por encima del suelo, justo por encima de las copas de los arboles. A su derecha, el Chippewa de Andrew Hackley se elevaba más alto. Mientras cruzaron la meseta que dominaba el continente sur de Thorin, se mantuvieron pegados al suelo de modo que solo las estaciones de rastreo Dopplers más sofisticadas les captarían y la mayoría de ellas estaban concentradas en el continente norte.

—Detecto un poco de lluvia suave sobre el lugar objetivo —dijo Culver, observando con interés sus sensores de largo alcance.

—Confirmado. Hora de ejecutar la orden de bombardeo, señor. Te cubriré a las seis en punto.

Culver sonrió:

—Adelante, buena puntería. Golpea esa estación con todo lo que tengas.

El Chippewa era esencialmente una gran ala voladora con bastantes misiles y otro armamento para derribar una manzana urbana. Se ladeó lentamente y se adelantó por delante del más pequeño Lucifer de Culver. A lo lejos en la distancia, un único edificio en un claro aparecía ante ellos —la estación de transmisión del satélite del sur. Justo en ese momento, las nubes se apartaron y la estación quedó bañada por la luz del sol. No podías tener un blanco más claro.

—Estoy casi en la diana —dijo Hackley, con una voz un poco menos confiada esta vez.

—Dispara y sal a la izquierda. Estaré detrás de ti y a la derecha. —Ella redujo la velocidad ligeramente para dejar alguna distancia entre ellos. Delante de ella, como un enorme pájaro de presa, el Chippewa estabilizó su trayectoria de vuelo y empezó su pasada.

—¡Me disparan! —gritó Hackley frenéticamente.

—Manténte en el objetivo, ajusta la puntería. Dispara cuando estés listo —dijo ella, con un tono de voz tan tranquilo como era humanamente posible.

Una bala de rifle gauss de un Atlas chocó con tanta fuerza en la parte más baja de la pierna derecha del Penetrator de Archer que el ’Mech casi cayó hacia delante bajo el impacto. Luchando contra los controles y la ola de calor que subió en su carlinga, de algún modo, logró mantenerse enhiesto, pero la pantalla de daño le dijo lo que pasaba. La bala gauss había cercenado un montón de placas de blindaje.

Archer, en silencio, mandó al Atlas al infierno.

El Stalker delante suya suponía una amenaza incluso mayor, mientras el Atlas se deslizaba fuera de alcance. Acababa de alcanzar el punto donde Hopkins y sus tropas se habían atrincherado en el costado de la carretera y habían atascado el avance de los Guardias. A mediada que Archer y su lanza de mando pasaban, todos dispararon a la vez para crear la ilusión de que había más que vibrabombas, infantería y unas pocas lanzas de blindados.

Se lanzó con rapidez hacia delante, esperando abrirse paso a través del flanco derecho del enemigo, pero los Guardias ponían más resistencia de lo previsto. Archer supuso que Blucher debía haber empujado sus fuerzas centrales hacia este lado. El hombre era condenadamente bueno, pensó Archer. De lo contrario no estaría en la maldita puerta delantera de la base. Los Guardias ya habían cruzado el campo de minas y capeado el daño, y, ahora, derramaban furiosamente fuego sobre los Vengadores de Archer.

La luz láser rasgó a través de los pequeños grupos de arboles que los ’Mechs y tanques usaban como cobertura; y las ráfagas de cañón automático arrancaron trozos de tierra, dejando enormes cráteres por todas partes. Los Vengadores habían sido obligados a retirarse un poco, pero ahora era el momento de tornar la tortilla.

—Espectro Uno a todas las unidades, concentren el fuego sobre el Stalker de cabeza durante dos salvas, luego fuego a discreción —espetó él mientras movía sus láseres pesados de alcance ampliado para apuntar sobre el Stalker verde gris. El MechWarrior de los Guardias cargó con su ’Mech, con forma rectangular, a través de un grupo de arboles, derribándolos hacia los lados como hierbajos. Ambos láseres de Archer impactaron en el torso izquierdo del Stalker, haciendo profundos surcos de ardiente destrucción.

Espectro Dos pareció salir de la nada a la izquierda de Archer. El Watchman pintado de verde y marrón aterrizó en un claro, con los cohetes de salto montados en las piernas chamuscando la hierba mientras los pies del gigante se hundían ligeramente en el suelo. El Alférez Wally George, el piloto del Watchman, de forma inmediata atacó con su láser pesado, seguido de los medios. El Crab del Sargento Val Kemp disparó sus láseres también. Los láseres pesados impactaron la vaina en forma de caja de las armas de la derecha que servía de brazo izquierdo del Stalker, y otra salva de MLA se clavó profundamente donde los disparos de Archer habían impactado un segundo antes. Ese fue probablemente Espectro Siete, el Whitworth del Cabo Tanner, a quien vio cortar a su derecha en el monitor secundario.

Mientras el calor de la carlinga disminuía lentamente, Archer liberó sus láseres de pulso medios.

Una vez más la carlinga se puso más caliente que una sauna mientras las ráfagas esmeraldas se clavaban en el Stalker, que se tambaleó a causa de los impactos. Casi a cámara lenta, el ’Mech se dio la vuelta, y Archer vio las escotillas de misiles estallar al abrirse para dejar salir sus letales andanadas de misiles de corto y largo alcance. En su auricular silbó la alarma de ataque de misiles mientras treinta y dos cabezas explosivas de diversos tamaños corrían velozmente hacia él desde los tubos lanzadores. Activó el sistema anti misiles y encorvó su ’Mech hacia atrás ligeramente para prepararse para los impactos que querían destruir su Penetrator.

Las volutas de humo habían cubierto virtualmente la estación de transmisión del satélite mientras Katya esperaba hacer su movimiento. Luego, Martin Fox y su gente empezaron a disparar desde la orilla del bosque que rodeaba la estación. El fuego de las pequeñas armas fue escupido con ruido sordo hacia los lejanos búnkers a su derecha, y ella pudo ver las formas de soldados huyendo de la zona de disparo.

La estación no estaba fuertemente defendida, pero su posición estaba bien atrincherada, otorgando a los Guardias la posición ganadora.

El ritmo de fuego pareció cambiar de tempo cuando el equipo de Fox disparó sobre el búnker con sus CPPs portados en mochilas personales. El relámpago artificial salió hacia fuera y entró precipitadamente en los búnkers hechos con sacos de arena, haciendo explotar las defensas con un ruido atronador. Los defensores se batieron en retirada hacia la segunda línea de defensa.

Katya miró a sus tres camaradas:

—Nos movemos a mi señal —dijo ella. Asintieron pero no parecían muy seguros de si mismos.

Ella levantó la mano y esperó mientras la segunda oleada de rondas de mortero golpease. Estas también eran rondas de humo, el tipo de cobertura que ella y su equipo, la verdadera amenaza para la base, iban a necesitar.

Katya bajó la mano, y el cuarteto de soldados corrió hacia delante. En sus espaldas llevaban tubos de misiles de corto alcance lanzados desde los hombros. Aunque se usaban fundamentalmente para operaciones anti ’Mech, hoy servirían para otro propósito. Martin Fox y sus “comandos” retendrían a los defensores, mientras su equipo inutilizaba el plato y la antena del satélite. La baza era acercarse lo bastante para hacerlo, en algún sitio hacia dentro entre las dos líneas de trinchera del perímetro.

Corriendo a través del humo con su equipo, ella medio esperaba ser impactada por el fuego de la ametralladora, pero no pasó nada. Luego, todos intentaron superar la trinchera, pero solo uno de sus soldados lo logró con un simple salto. El estómago y las costillas de Katya dolían de arrastrase sobre ese lado. Con un frenético esfuerzo, logró avanzar arrastrándose sobre manos y rodillas. Su corazón latía desbocado, sus oídos embotados con el ruido de los disparos. El enemigo no los había visto llegar. Al menos todavía no. En unos pocos segundos, eso no supondría ninguna diferencia en cualquier caso.

Levantando la espalda, ella corrió hacia delante para unirse a los otros en la trinchera interior.

Ahora estaban a una distancia apropiada. Se tiró al suelo, habló tan bajo como la situación le permitía:

—Rondas normales para empezar. Seguidas de infiernos.

Dos de los soldados se pusieron de pie y dispararon. Sus lanzadores, de un solo uso, de misiles de corto alcance dispararon rondas de explosivos normales a la base del enorme plato y de la erguida antena. Penachos de llamas amarillas y de humo se elevaron desde las explosiones. Katya de levantó para disparar su propio lanzador, este cargado con rondas de infiernos inflamables. Ahora que el equipo de la estación estaba dañado, los infiernos lo quemarían hasta el suelo.

Pulsó el botón del lanzamiento de caucho bajo la parte trasera del lanzador de MCA y notó un tirón cuando soltaba su carga. De repente, el suelo en torno a ella pareció desaparecer. Ella oyó un rugido en sus oídos, y el pánico la controló mientras volaba hacia la izquierda, lanzada completamente por el aire. Ruidos, chillidos —los suyos— llenaban sus oídos mientras ella golpeaba en el suelo.

Una explosión . . . Su mente recuperó el control de su pensamiento cuando vio el brazo cortado de unos de sus soldados aterrizar sobre el suelo solo a dos metros por delante de ella. Sus dedos de las manos, luego sus dedos de los pies se estremecieron. Los ruidos se transformaron en ecos, y su visión pareció flotar dentro de un túnel. Quería gritar, pedir en voz alta ayuda, pero el túnel en su mente se hacía cada vez más pequeño y más pequeño. Los sonidos reverberaron hasta la nada mientras ella se deslizaba en el olvido.

Mirando hacia atrás y hacia abajo, la Teniente Francine Culver vio la devastación que su ataque había provocado. La estación de transmisión del satélite no estaba en llamas; sino que explotaba a causa de la rotura de su reactor de fusión secundario. El inmenso plato se derrumbó hacia dentro bajo la explosión, devorado en cuestión de segundos por el fuego y la muerte candente.

—Guau —llegó la voz de Andrew Hackley cuando él, también, observó la carnicería—. Macanudo. —Su Chippewa aun lanzaba blancos jirones de humo a causa del impacto de los misiles de defensa aérea que habían golpeado en él, pero solo habían chamuscado algunas placas de blindaje.

—Creo que podemos dar el objetivo por alcanzado —dijo ella, enviando la señal codificada a Espectro Uno—. Pensaba que sería bastante más resistente.

Abrió su línea de comunicaciones:

—Espectro Uno, hemos terminado antes de tiempo. ¿Algún objetivo más? —Todo lo que recibió fue más estática y los distantes sonidos de la batalla sobre la frecuencia de mando.

El sistema anti misiles del Penetrator destruyó cuatro de los misiles que se dirigían hacia Archer, pero los otros continuaron su marcha. Se tiró hacia atrás en su asiento y giró la cabeza para aguantar las explosiones, pero no hubo ninguna. Hubo un raro y claro ruido sordo cuando los misiles impactaron pero no estallaron. Fueron seguidos un milisegundo más tarde por los rociados escombros de los misiles que su sistema de defensa había hecho pedazos.

Sin explosiones. Sonrió levemente, contento de que su plan hubiese funcionado. Cuando la Fuego de Angel había llegado con las municiones para los Guardias Arcturianos, el había enviado a un colega de confianza para que desarmase e inutilizase las cabezas explosivas que iba a entregar. Estas debían haber estado mezcladas con la munición de los Guardias y ahora estaban siendo usadas.

Disparaban correctamente, incluso daban la lectura de armadas para los ordenadores de combate, pero sus cabezas explosivas manipuladas eran inútiles. Archer inclinó hacia delante a su Penetrator y presionó el pulgar en el gatillo para disparar sus láseres pesados contra el gravemente destrozado Stalker.

—Sus misiles no estallan —comunicó al resto de su unidad—. ¡Los tenemos!

El MechWarrior del Stalker debió haberse dado cuenta del error cuando el indemne ’Mech de Archer disparó sus láseres pesados. Uno penetró en la carlinga, destruyendo casi todo su blindaje e incluso hundiéndose en la escotilla de salida. El otro disparo impactó en el torso central, clavándose en el mismo lugar donde el Crab de Val había dejado el disparo de su láser pesado.

La línea de comunicaciones siseó en su oído durante un instante cuando una voz le llegó en directo:

—Espectro Uno, hemos terminado antes de tiempo. ¿Algún objetivo más? —Era la voz de la Teniente Culver.

Esas eran buenas noticias. Una de las dos estaciones de transmisión del satélite había caído. Casi decidió traer sus cazas aerospaciales para que se uniesen a la batalla, luego tuvo otra idea:

—Buen trabajo. Ahora vayan y ataquen el búnker de mando en el fuerte.

—¿Señor?

Archer esquivó una oleada de disparos de cañón automático que se clavaron en los arboles cercanos a él, todos fallando en la explosión pero liberando una devastadora cantidad de daño cinético mientras golpeaban arboles y rocas con un impacto bestial:

—Usted me oyó bien. Solo unas pocas pasadas, concéntrense en su búnker de mando. Probablemente no le harán mucho daño, pero puede desviar la atención de Blucher.

—Entendido, Espectro Uno.

El Stalker de los Guardias se inclinó bajo la andanada y se giró para evitar el ataque, pero los Vengadores siguieron llegando. Maxwell Grath, ahora pilotando el capturado Gallowglas, hizo el disparo definitivo. Un rayo azulado de cruda energía de su CPP golpeó en el torso del Stalker, destripando la estructura interna y enviando arcos de energía blancoazulada extendiéndose al exterior como una telaraña en el centro del ’Mech. Pareció congelarse en el sitio mientras humo de ozono blanco flotaba desde el agujero en su pecho. Luego, volcó hacia un lado, golpeando sobre algunos arboles.

Desde el lado de Archer en la línea de batalla, misiles, disparos de cañón automático y láseres se clavaban con furia renovada mientras caía el Stalker. Vio un novísimo modelo Cobra aparecer y disparar sus misiles de largo alcance en el capturado Cicada de los Vengadores. La mayoría de las cabezas explosivas impactaron, pero solo dos explotaron, prácticamente reviviendo al MechWarrior del verde Cicada. Archer y Grath dispararon ambos al nuevo objetivo, destrozando al Cobra con suficiente fuego de láser y CPP para enviarlo a estrellarse de espaldas sobre el suelo.

El poderoso Atlas pilotado por el Coronel Blucher se erguía en una pequeña elevación, disparando sus armas a larga distancia, acribillando varios objetivos diferentes. Un Hollander también intentó volverse y disparar, solo para encontrarse a sí mismo bajo una andanada de fuego láser medio y pesado del Watchman de Wally George. El ’Mech de Wally había recibido varios impactos, y un extenso flujo, como la sangre, de refrigerante verde brotaba del torso del ’Mech. La mayoría de sus disparos impactaron en las piernas del Hollander, desnudándolas hasta nada mas que expuestos músculos de miomero, que se empañaron de calor mientras el ’Mech se tambaleaba hacia atrás.

—Todas las unidades, avancen —ordenó Archer—. Se retiran. —Luego vio que los cazas aerospaciales de los Guardias se ladeaban de nuevo, balanceándose en la distancia, mas allá de donde habían bombardeado su base hasta convertirla en ruinas. Supo, al instante, lo que hacían. Los liranos habían encontrado a sus fuerzas de apoyo en el río.

Martin Fox observó como las rondas letales del enemigo se acercaban a su posición. El era un analista de sistemas, no un guerrero. Había llegado el momento de largarse. Miró fijamente a través del humo y vio los inmóviles cuerpos del equipo de Katya Chaffee yaciendo en el borde de un cráter. Lo habían hecho, logrado, pero ¿a qué coste?

—Nos largamos —dijo por su comunicador—. Retirada hasta los equipos de huida.

Uno de su equipo llegó corriendo, señalando a donde Chaffee y los otros habían caído. Una ráfaga disparos le seguía mientras continuaba hacia delante:

—¿Qué pasa con ellos? —gritó el hombre.

Martin le indicó con el brazo que siguiese:

—Es demasiado tarde para ellos. Hicimos nuestro trabajo, y ahora tenemos que largarnos de aquí. Haré la señal al coronel en cuanto pueda.

Los miedos de Archer eran innecesarios. La pareja de Lucifers y el Stuka habían cambiado de rumbo como si hubiesen localizado la caravana de los Vengadores a varios kilómetros de distancia, pero luego volvieron a ladearse para alinearse de cara a dar una pasada de bombardeo sobre la línea de batalla.

Su alivio se transformó en miedo cuando se zambulleron sobre el Dervish de Rhelm y el Stealth de Livernois, los cuales intentaron correr. Uno de los misiles del Lucifer cayó lejos del objetivo, pero los otros dos dieron en el blanco. Los MLAs impactaron en el Dervish, rasgando blindaje de sus brazos y su delgado torso trasero. Luego los láseres pesados del Lucifer se deslizaron en su brazo derecho, rompiéndolo por el codo. El miembro destruido cayó en la maleza como el juguete de un niño.

El Stealth de Livernois aguantó lo más recio del fuego del Stuka. Los misiles estallaron en torno por todas partes a la vez, envolviendo el BattleMech en una nube de humo negro manchada de explosiones anaranjadas. Los láseres pesados se clavaron perforando la nube, buscando al Stealth. A juzgar por las placas de blindaje que caían desde el humo, los láseres lo habían encontrado. Archer observó como Kane Livernois hizo una cosa que nadie esperaba. Disparando sus cohetes de salto, se lanzó hacia atrás, justo a tiempo de escaparse.

Archer esperaba que los aerocazas se diesen la vuelta para otra pasada, pero, en cambio, se alejaron y abandonaron el campo de batalla. Comprendió. Debían haber captado a Culver acercándose a su base. Hacía tiempo que ella se había ido cuando llegaron, pero atrajo su atención como él había esperado que ocurriese. De nuevo tuvo que felicitar, de mala gana, a Blucher. Usaba sus activos muy bien.

Archer barrió el campo y vio que los Guardias empezaban a retirarse. Uno de ellos, el Hollander, pisó una vibrabomba que no había estallado durante el ataque inicial y se derrumbó de una vez para siempre. Divisó también al Atlas de Blucher en la distancia, casi fuera de su campo de visión, entre los arboles. La imagen del retículo de puntería era débil, pero disparó de todos modos, ignorando la onda de calor que inundó toda la carlinga. Una de sus armas de los Clanes de alcance ampliado impactó en el brazo izquierdo del Atlas, mientras el otro falló por mucho. El blindaje del enorme ’Mech se llenó de hoyos y cicatrices; durante un momento pareció que Blucher se volvía para encararse con él a través del campo de batalla. El tiempo pareció detenerse mientras Archer observaba la carlinga en forma de cráneo del Atlas en la distancia.

Luego, Blucher y el resto de los Guardias Arcturianos se retiraron, disparando mientras se iban.

—Contengan el fuego y déjenles irse —ordenó Archer mientras veía salir al Stealth de Livernois de su escondite. La mayoría de su blindaje estaba destruido, y los filamentos de los músculos de miomero saltaban y se arrastraban detrás de él como enormes cordones desatados.

El dispositivo táctico de exploración a corta distancia de Archer mostraba su fuerza maltrecha pero aun operativa. Los Guardias habían resultado dañados, también, y se retiraban hacia la carretera de regreso a Ciudad Ecol. Los Vengadores de Archer habían aguantado en el campo de batalla. La persecución era tentadora, pero Archer sabía que su fuerza estaba cansada. Si presionaba demasiado fuerte, podía, simplemente, dar a los liranos lo que querían: una victoria total en lugar del empate que había concedido.

—Bien, gente, recuperemos lo que podamos y dirijámonos a los puntos de encuentro. Allí se indicarán las bases y tareas. Traigamos los equipos de recuperación lo antes posible.

Habían conseguido cierto tiempo y debían emplearlo de la mejor forma posible. Perder la base de operaciones era todavía una perdida importante en la mente de Archer, sin importar quien mantuviese el campo al final de la pelea.

Mientras giraba su Penetrator para ir al encuentro de Hopkins, se preguntó como le habría ido a Katya y rogó que lo hubiese logrado.