Capítulo 7

En un movimiento que hoy tomó por sorpresa a toda la Marca Capelense, el Octavo GRC de la Mancomunidad Federada atacó al Primero de Dragones Capelenses en el mundo clave de la ManFed de Kathil.

Los Dragones, recientemente redestinados a Kathil desde Verlo por el duque, remplazaban al Octavo GRC, que era enviado a un nuevo puesto. La batalla aun continua, aunque no está claro quien provocó el ataque. Fuentes fiables dentro del ejército de la ManFed informan que el jefe del Octavo ha estado expresando abiertamente su oposición a “dejar la Marca Capelense expuesta a enemigos: dentro y de fuera”.

Boletín de noticias locales emitido desde la ciudad de Nueva Esperanza, Alianza Lirana, 16 de noviembre de 3062.

Ciudad de Ecol, Thorin

Provincia de Skye

Alianza Lirana

16 de noviembre de 3062

Felix Blucher estaba de pie delante de la celda y miraba hacia las sombras. El cuerpo de guardia del puesto de mando estaba sucio, mal iluminado y el mismo olor a sudor de las barracas y los cuerpos de guardias de toda la Esfera Interior. La celda tenía dos literas, un lavabo, un suelo de cemento gris, una pequeña pila de metal y un hombre: Luther Fisk. Le habían quitado el uniforme nuevo, reemplazándolo hacia varias días por un descolorido traje de faena de prisionero rojo y naranja. Sentado en el borde la litera inferior, miraba hacia arriba a Blucher.

La corte marcial había sido poco más que un breve encuentro de oficiales. A causa de la implicación personal de Archer Christifori con la víctima, éste no había sido uno de ellos. Había tres testigos, y la defensa de Fisk fue un alegato de “sin contestar”. Eso sólo hizo sospechar a Blucher, pero el tema se decidió en una hora. Bajo los cargos de asesinato y mala conducta, el propio coronel había impuesto la sentencia: treinta años.

Felix Blucher no era tonto. El sabía que la poderosa familia del chico estaba ya trabajando para lograr su libertad. De hecho, con toda la confusión de estos días en la Mancomunidad Federada, le sorprendió lo rápido que llegó una respuesta desde el alto mando.

Una transmisión de GHP prioritaria había llegado desde el propio palacio, un mensaje que, seguramente, crearía más problemas en Thorin.

Blucher no dijo nada durante un largo rato, sabiendo que la situación estaba a punto de cambiar. Fisk se puso de pie y caminó hacia los barrotes de la celda:

—¿Viene a regodearse, Coronel? — dijo con esa arrogancia que Blucher había llegado detestar.

El coronel cruzó los brazos y miró al joven oficial, ocultando su rabia detrás de una máscara de calma:

—Usted ha sido un chico ocupado, Luther —dijo finalmente.

La cara de Fisk, de pronto, se iluminó:

—Deduzco que ha tenido noticias de mi padre, ¿cierto?

Blucher solo le miró durante un momento:

—Ha llegado un mensaje de la propia Arcontesa. Su padre debe haber pagado mucho por su piel. Por orden de la Arcontesa Katrina Steiner, la sentencia de su juicio militar ha sido conmutada. Se me ha ordenado que le restituya como mi ayuda de campo también. Usted es un hombre libre.

Aunque Blucher mantenía una cara glacial y un tono neutral, todo su ser se rebelaba al decir tales palabras. Era un militar leal que comprendía lo importante que era la justicia de cara a mantener el mando. Ahora ése le había sido usurpado por la Arcontesa. Peor aún, sabía que la población local no le apoyaría ni creería. La Arcontesa compraba su apoyo político con favores como éste, dejando a hombres como él para resolver los follones que esto causaba.

Fisk inclinó la cabeza contra los barrotes:

—Traté de decirle que esto ocurriría, Coronel. Mi padre tiene una gran influencia en la corte.

—Cuide su tono, Fisk. No estoy impresionado por esta pequeña proeza de los suyos.

Usted puede tener un padre al que le deben favores, pero usted aún está bajo mi mando.

Fisk actuó como si no hubiese oído:

—¿Cuándo seré liberado?

—En unos instantes. Primero, usted y yo necesitamos tener una pequeña charla. Usted solo ha logrado una victoria parcial, amigo. ¿Creía usted que podía escapar totalmente del castigo? Bien, no mientras yo esté al mando.

Fisk sonrió brevemente:

—Coronel, el modo en que obtuve la libertad no es importante. Usted proclama leer la historia. Seguro que usted sabe que los fines justifican los medios. Usted tiene sus órdenes. Libéreme.

—Usted no comprende, ¿verdad, Fisk? Obedeceré, pero como su oficial al mando aún tengo una gran cantidad de influencia.

—¿Y?

—Primero de todo, usted es libre, pero también es degradado a Suboficial Mayor. En segundo lugar, encontrará una lista de asignaciones en su mesa, incluyendo servicio de cocina, seguridad del perímetro, etc. Para alguien como usted con un historial tan conocido, este es el mejor puesto posible. ¿No le parece, Suboficial Fisk?

El color desapareció, de momento, de la cara de Fisk:

—Usted no puede hablar en serio, ¿servicio de cocina?

—Hablo muy en serio —dijo Blucher, deslizando la llave de acceso en el mecanismo de cierre de la puerta de la celda. Este sonó de forma audible, y Fisk podía ahora abrir la puerta y dejar la celda cuando quisiese. No obstante, degradado Suboficial Mayor se quedó anonadado, miran al coronel con cara de incredulidad.

—Usted es libre de ponerse el uniforme y empezar sus deberes de forma inmediata, querido Fisk.

Fisk parecía volver a sí mismo, como si, de pronto, meditase una idea:

—Usted sobrestima su autoridad, Coronel. Si anular un juicio marcial fue tan fácil, no debería costar prácticamente nada, en absoluto, lograr que la Arcontesa ame restituya en mi puesto.

—Quizás —dijo Blucher—, pero apuesto a que su padre debe haber gastado sus favores para liberarle. No puede pedir más en tan poco tiempo. Eso le haría parecer un tonto y sería un insulto para la Arcontesa que su perdón no fuese suficiente. No, estoy dispuesto a apostar que su querido papíto tendrá que esperar un rato. E incluso entonces, hay cosas que puedo hacerle a usted como su OM que usted nunca imaginaría.

—Simplemente solicitara mi traslado —contraatacó Fisk.

—He sido un soldado la mayoría de mi vida, Fisk. Muchos oficiales del ejército de la Alianza son mis amigos, y la mayoría me debe favores porque nunca me he detenido en la política de trastienda. Si, usted puede eludir mi garra, pero usted se llevará el resto de su vida mirando sobre su hombro para ver si yo, o su otra amenaza, le seguimos.

—¿Mi otra amenaza?

Blucher tenía la sonrisa de un gato:

—Usted se ha buscado un poderoso y peligroso enemigo en Archer Christifori. Por lo que he oído de él, habrán pocos sitios en esta galaxia en los que usted pueda considerarse a salvo. En muchos aspectos, me da pena, Suboficial.

Archer estaba sentado a la mesa de su despacho y desplazó las facturas sobre ella a un lado cuando sonó una llamada a la puerta. Se abrió un poco y Catherine Daniels apareció:

—Tiene usted visitantes, señor.

—Catherine —dijo el, inclinándose hacia atrás en su silla con un suspiro—, usted ha retenido las llamadas y mantenido a todos en espera. ¿Qué es tan especial para, de repente, modificar su historial?

—Son la Señorita Chaffee y el Señor Hopkins. Decían que era importante, y le vi con la señorita Chaffee hace unos pocos días en el funeral de su hermana . . .

—Ella es una buena amiga, Catherine.

—Si me lo pregunta, diría que ahora necesita una amiga como ella —dijo ella en tono protector. Archer estaba acostumbrado a que ella le tratase más como a un hijo que como a un jefe, e incluso apreciaba su interés. Su presencia le ayudaba a llenar un vacío muy grande en su vida, igual que hacía la de Katya Chaffee.

—De nuevo, se está entrometiendo, Catherine —dijo él con un reproche falso.

—Sólo hago mi trabajo.

—Hagales pasar.

La puerta se abrió totalmente, y ella hizo pasar a los dos amigos. Katya vestía ropas de faena y no le devolvió la sonrisa cuando el les indicó mediante un gesto que se sentasen. Cuando Catherine cerró la puerta, Archer se levantó y chocó las manos con el oficial más viejo, el Sargento Mayor Darius Hopkins. El hombre tenía las manos callosas y ásperas que se esperarían en el jefe de la infantería de la Milicia.

—Es bueno veros a ambos —dijo Archer—. Debo admitir que no lo esperaba.

A pesar de su buen humor, ambos visitantes parecían serios. La frente de Katya estaba surcada por la preocupación, y la boca de Hopkins se fruncía hacia debajo de forma huraña bajo su grueso bigote entrecano.

—Algo ha ocurrido. Lo veo en vuestras caras.

—Señor, ¿no lo ha escuchado? —preguntó Katya—. Vinimos tan pronto como lo oímos en las noticias.

—¿Escuchar qué en las noticias? —Miró de acá para allá entre Hopkins y Katya.

—Teniente Coronel —dijo Hopkins—, ese asqueroso coronel lirano ha liberado a Luther Fisk.

Las palabras golpearon a Archer como una ráfaga de n cortina de fuego de artillería. Su boca colgó abierta, pero solo un instante:

—Eso no es posible. Fue juzgado militarmente y encontrado culpable.

—Blucher dijo que la propia Arcontesa anuló lar órdenes —explicó Katya—. El papaito de Fisk tocó algunas teclas en la Corte Real para sacar a su hijo de la trena.

Archer escuchó con incredulidad y pasmado. Había ordenado retener las llamadas. Si Blucher había intentado contactar con él, no habría podido lograrlo:

—Esto no puede estar pasando.

—Lo está, chaval —dijo Hopkins.

—Ese bastardo mató a mi hermana. Ella estaba indefensa, y fue derribada de un tiro en nuestra casa. Ahora, ¿el está libre? —Su mente se aceleró. ¿Dónde estaba la justicia? Si la Arcontesa hacía esto, entonces, al infierno con esa zorra. Entonces, la idea le golpeó. Andrea había tenido razón sobre Katrina Steiner durante todo el tiempo.

—Blucher trató de manipular el asunto. Dice que degradó a Fisk de rango, pero se ve obligado a retenerlo como ayudante —añadió Katya—. Lo siento, señor.

Hopkins soltó una sonrisa de desprecio:

—Llegó incluso tan lejos como para tratar de decirnos que respetará los derechos de los ciudadanos de Thorin y que la gente no debía reaccionar de modo exagerado ante este anuncio: que actúa para asegurarse de que Fisk sea castigado de modo apropiado. He estado en el ejército el tiempo suficiente para saber que está luchando una batalla que no puede ganar. La Arcontesa ha ido demasiado lejos esta vez.

Archer asintió:

—Blucher me prometió que se haría justicia. No puedo creer que este esté ocurriendo.

—Yo sí —dijo Hopkins—. Katie Steiner está tan embelesada en mostrar su poder en torno a ella que ha olvidado que trabaja para nosotros, y no al contrario.

Archer descansó la barbilla sobre una mano meditando:

—Tienes razón. Esto no tiene que ver con Blucher. Esto tiene que ver con ella, la Arcontesa. Ella ha abusado de su poder.

—Vinimos a decirle, señor, que todo el batallón le apoya —dijo Katya lenta y cuidadosamente—, no importa el curso de acción que usted adopte.

Archer la miró a los ojos y vio la misma rabia y frustración que él sentía. Se giró hacia Darius Hopkins, cuya curtida cara parecía resuelta e implacable. Hopkins se levantó de forma abrupta de su silla:

—Señor, Archer . . . Te conozco desde que tenías catorce años y te uniste a la milicia.

Maldición, te entrené yo mismo para que te preparases para el ICNA. Hice de carabina cuando tu padre estaba ocupado, y te ayudé a preparar los exámenes finales. Cuando fuiste promocionado, viajé a Nueva Avalon para estar a tu lado. Cuando volviste de Huntress, estaba allí para recibirte.

—Estoy aquí a su lado, señor, no importa para qué.

Archer se sintió presionado por la carga de lo que ellos sugerían:

—Ambos estáis hablando de traición. Lo sabéis, ¿verdad? —Su voz apenas era más alta que un susurro.

—Traición es una palabra usada por el opresor para describir a sus víctimas —dijo Katya—. Hablamos de derrocar a un gobierno que ya no representa a los mejores intereses de su pueblo. Hablamos de liberación.

—Sea como sea, colocaríamos a Thorin en mitad de una guerra civil potencial como la que vemos avecinarse sobre toda la ManFed.

—Pueden perderse vidas inocentes, Teniente Coronel —dijo Hopkins—, pero si no hacemos nada el riesgo es aún mayor.

—No te engañes, viejo. —El apodo era afectivo y Archer lo usaba a menudo cuando él y Hopkins estaban solos. — El Decimoquinto de Guardias Arcturianos no es una unidad de novatos. Se echarán sobre nosotros con todo lo que tengan: y luego algo más. Nuestros soldados son buenos, pero sólo somos milicia.

—Planificar será la clave —dijo Hopkins.

—Y esperar —añadió Katya.

Archer miró primero a Katya, luego a Hopkins, y cada uno asintió como respuesta.

Sintió una nueva explosión de energía correr a través de su cuerpo, un tipo de dinamismo que no había sentido en semanas: no, hacía meses. No la había sentido desde que había dejado el servicio de la Liga Estelar. Como militar, había tenido un propósito: la audaz y noble campaña para aplastar a los Jaguares de Humo y obligar a los Clanes a acabar con su invasión de la Esfera Interior. Ahora, Katrina Steiner, siempre la defensora de la paz más prominente, estaba protegiendo a culpable y dejando que los inocentes fuesen asesinados.

De repente, sintió algo de ese mismo viejo sentido de propósito:

—Si lo hacemos, no será por venganza. La misión es simple; expulsemos al Decimoquinto de Guardias Arcturianos de Thorin. Sin ellos, la Arcontesa no podrá imponer su retorcida justicia o sus mezquinas reglas. Thorin será libre, y la gente inocente no tendrá que temer por sus vidas.

—De acuerdo —dijo Hopkins, y Katya también asintió.

—Tenemos mucho que hacer antes de que podamos hacer cualquier movimiento.

Blucher mantendrá un ojo abierto sobre nosotros durante un tiempo. Dejémosle. Mantendremos los planes en secreto mientras trabajamos para fortalecernos para cuando llegue el momento adecuado.

—¿Cómo sabremos cuando es el momento de golpear —preguntó Katya.

—Cuando exista una razón para que la población se solidarice con nosotros en lugar de quedarse al margen de la lucha. Si la gente de Thorin nos respalda, los Guardias nunca serán capaces de pararnos.

Archer miró alrededor de la sala donde había dedicado tanto tiempo sentado detrás de una mesa de despacho durante los últimos años. A veces la había parecido más una prisión que una oficina. Ahora no lo estaba sólo Luther Fisk. Archer Christifori también estaba libre.