Capítulo 19
Las acciones del Teniente Coronel Christifori y sus compañeros de la milicia no deben ser consideradas imprudentes. Si tuviese que hacer un pronóstico, Jerry, diría que esta autodenominada rebelión fracasará en una semana, dos como máximo.
La semana de Thorin revisada, comentario de Katie Winson, Compañía Emisora de Donegal, 1 de enero de 2063.
Poblado de Louisa, Thorin
Provincia de Skye
Alianza Lirana
2 de enero de 3063
El Gaitero estaba vacío, a excepción del camarero, dos parroquianos pobremente vestidos y Archer y Katya. Cuando Rufus King y dos de los suyos entraron en el bar, solo Archer y Katya reaccionaron. King pasó con lentitud y tranquilidad por la sala hasta llegar a la cabina donde ellos estaban sentados, en la zona más oscura al lado de la pared trasera. Se sentó en la silla enfrente de ellos.
—Pensaba que no íbamos a tener estas pequeñas sesiones cara a cara —dijo él mientras sus matones también entraban en los apretados confines de la cabina; provocando un chirrido al sentarse sobre las sillas de piel sintética. Su tono era tan sarcástico y arrogante como la ultima vez que se reunieron.
—En efecto —dijo Archer en voz baja, para que no pudiese ser oída por los otros parroquianos.— Eso fue antes del incidente en la base de los Guardias.
—No tengo idea de lo que está hablando —dijo King inocentemente, luego soltó una ligera risita como si estuviese contento consigo mismo. Eso hizo que Archer desease aplastarle las palabras en la cara.
Solo un tonto sonreiría ante las muertes de otra gente, aunque fuesen enemigos.
Katya tampoco se divertía:
—Tenemos nuestras fuentes, King. Sabemos todo sobre ese camión cargado con explosivos.
Eso le hizo cabrearse:
—No se pavonee de su moral superior ante mí, señorita. Solo porque, aquí el chico héroe —señaló con un dedo a Archer— no desee hacer un poco de daño de verdad a los liranos, eso no significa que yo tampoco. No tuve más elección que hacerme cargo de las cosas a mi modo. Blucher capturó casi a todos los de mi célula, mientras yo escapaba por los pelos. Bien, ahora sabe lo que pasa cuando te enredas con Rufus King.
Archer estaba igualmente cabreado. Con gran esfuerzo, mantenía una apariencia de calma y frialdad:
—Establecí nuestras reglas de actuación. Usted las rompió. Esto es serio, King.
—Si usted no aprueba lo que hice; bien, entonces es el momento de que me separe de usted y su pequeño ejercito y empiece a actuar a mi modo.
—Más de una docena de civiles inocentes murieron a causa de la bomba que puso usted. No libramos una guerra para volver a la gente en contra nuestra. Peor aun, usted ha dado a Blucher una buena razón para acosar a más gente inocente. Ya ha empezado a establecer campos de detenidos.
King se acarició su oscura barba de chivo y lanzó una sonrisa amarilla. El asiento chirrió bajo él cuando se movió:
—Usted se olvida de mencionar que matamos más de treinta soldados de infantería, por no mencionar las otras dos docenas que continúan aun hospitalizados. Mi acción neutralizó una compañía completa de infantería. Eso es más de lo que usted ha hecho, Christifori; y usted es quien tiene los BattleMechs.
Archer arqueó una ceja, que fue su única muestra de emoción:
—¿Cuántos inocentes deben pagar el precio de sus acciones, King? Más de trescientos han sido arrestados ya, y más son capturados cada día. Usted no parece darse cuenta de que gente inocente murió en su acción terrorista. Usted es imprudente.
—Bien, Coronel Christifori, esto me suena como si hubiésemos llagado al momento de la despedida. —King asintió a sus compañeros que era el momento de irse. Se deslizaron fuera de la cabina y se quedaron de pie esperando que King hiciese lo mismo.— Haga la guerra a su modo. Yo lucharé al mío. Al final, ambos ganaremos. —Se puso en pie y dejó escapar la misma risa autosatisfecha.
King se dio la vuelta y había dado varios pasos hacia la puerta cuando Archer y Katya también se deslizaron fuera de la cabina:
—King —dijo Archer, lo bastante alto para que le oyesen todos los que estaban en El Gaitero—, me temo que no va a ser tan fácil.
King y sus guardaespaldas se volvieron totalmente y los dos guardas sacaron sus lanzadoras de postas y las apuntaron en la dirección general de Archer y Katya.
—Lo siento, Coronel. Tengo mis propios planes —dijo King.
Un chasquido estrepitoso y un seco sonido llegaron desde detrás de King. Ni Archer ni Katya se movieron, pero el sonido de balas siendo colocadas en la recámara, de martillos siendo amartillados, tuvo el efecto deseado. Con miradas temerosas, miraron por encima de sus hombros y vieron al camarero con una escopeta apuntada hacia ellos. Los otros dos “parroquianos” tenían levantados subfusiles ametralladores. Katya caminó hacia delante y quitó las armas a los matones de King.
—Valoro el hecho de que usted tenga planes —dijo Archer—, pero como puede ver, yo también los tengo.
—¿Qué me va a hacer usted? —preguntó King.
Archer dejó que se desatase su rabia:
—Asegurarme de que no arruina más vidas inocentes.
Ciudad Opal era una ciudad industrial de tamaño mediano a unos doscientos cincuenta kilómetros al oeste de Ciudad Ecol. Como Ecol, había sido bombardeada durante la caída de la Liga Estelar original y, finalmente, había sido reconstruida. Sus fábricas producían fundamentalmente productos comerciales y químicos. Opal no manufacturaba armas, pero los materiales que enviaban fuera estaban entre los activos militares estratégicos de la Alianza Lirana. También era el campo de operaciones de los Tigres Blancos, la banda de motos aerodeslizadas dirigida por Joey-Lynn Fraser.
Bajo las nuevas ordenes de Blucher, los Guardias Arcturianos estaban obligados a patrullar todo el camino a Opal, un servicio que no le gustaba a nadie. Los Tigres Blancos habían atacado con francotiradores, de forma continua, a la infantería, hasta que Blucher los reemplazó por tanques. Cuando los tanques fueron bombardeados, los reemplazó con BattleMechs. Desde entonces, los Tigres Blancos habían evitado encontrarse son sus hombres.
Esta noche sería diferente.
Había dos BattleMechs de patrulla, pero Joey-Lynn y Darius Hopkins tenían una sorpresa esperando para ellos. Tres de las motos aerodeslizadas y uno de los diminutos aerodeslizadores Savannah Master de la milicia actuarían como cebo. Las motos, dirigidas por Joey-Lynn, dispararían sobre los ’Mechs de patrulla con cohetes lanzados desde el hombro y el Master dispararía con el láser. Eso atraería la atención de los ’Mechs mientras Hopkins y tres pelotones de infantería de la milicia intervenían para acabar el trabajo.
Desde su posición entre las ramas de un inmenso olmo, Hopkins vio una llamarada de luz y actividad a varios kilómetros de distancia, a través de sus binoculares de visión nocturna. Sabía lo que era: la descarga de misiles de corto alcance y un rayo láser clavándose en el aire nocturno. Bajó los binoculares y señaló al resto de sus tropas. Varios de ellos estaban también en los arboles, armados con barras de agarre que les permitirían sujetarse a, y escalar por, un ’Mech en movimiento. A lo largo de la carretera había una ligeramente atrincherada línea de parapetos que no supondrían un obstáculo para un BattleMech, pero proporcionaría a la infantería cierto grado de protección. El resto de la gente de Hopkins estaba oculta en una trinchera provisional a lo largo de los bordes de la carretera. En medio de la carretera, conectada al detonador en sus manos, había una pequeña sorpresa que había llevado horas preparar.
—Espero que los chicos ingenieros supiesen lo que hacían —murmuró Hopkins para sí mismo, mirando desde arriba el camuflado equipo de movimiento de tierra colocado en una cercana parcela del bosque.
Primero oyó el agudo murmullo de las motos aerodeslizadas. A menudo reducían la marcha, como si diesen tiempo a los ’Mechs para ponerse a su altura. El Savannah Master llegó a continuación, el sonido zumbante de la carga del láser y el estallido de sus audibles disparos más o menos al mismo tiempo que aparecía éste. Desviándose bruscamente de atrás a delante, el láser se clavó, calle abajo, en un par de BattleMechs: un Gallowglas y un Lancelot. El láser no hizo mucho más que hostigar a los ’Mechs.
El Lancelot disparó sus propios láseres al diminuto aerodeslizador, pero la velocidad del vehículo y los giros en arcos muy cerrados que ejecutaba hacían difícil impactar. Una lanza carmesí impactó en un árbol, que se separó en dos, moviendo el suelo y el árbol donde estaba acurrucado Hopkins.
Ambos ’Mechs corrían hacia delante mientras las motos aerodeslizadas pasaban a la carrera a través de una pequeña brecha en los parapetos, apenas visible en la oscuridad. Situados en un lugar seguro, en la retaguardia de la infantería, Joey-Lynn y sus camaradas ahora se daban la vuelta para encarar a sus perseguidores. Hopkins, desde su elevada posición entre las ramas, observaba atemorizado como pasaban los ’Mechs. Incluso después de tantos años de servicio militar, la majestad de las maquinas de guerra hacía que blindados e infantería empalideciesen en comparación.
El Gallowglas estaba a la cabeza, reduciendo el paso casi hasta pararse en frente de los parapetos. El Lancelot estaba algo más alejado por detrás, y se paró justo cuando el Savannah Master se elevaba hacia arriba y por encima de la infantería situada en la cuneta al borde de la carretera. Hopkins observaba paralizado. Los ’Mechs estaban junto encima de la trampa. Abrió el botón de seguridad del detonador y presionó con el pulgar en el disparador.
Era un foso de cuatro metros de profundidad —con el ancho de la carretera— y de diez metros de largo. Una falsa superficie era aguantada por docenas de soportes metálicos especialmente cortados.
La superficie había sido reforzada, pero tenía numerosas juntas de separación que estaban cubiertas con pequeños implantes explosivos. Los ingenieros de combate de la milicia habían apostado entre ellos mismos que el foso no se derrumbaría a la primera pisada del Gallowglas encima de él.
Los rayos explosivos cortaron la superficie de separación y, de forma repentina, la “carretera” que había debajo del par de ’Mechs de los Guardias desapareció en una humareda de humo, polvo y confusión. La MechWarrior del Gallowglas era buena. Justo cuando se produjo la explosión, ella trató de andar hacia delante por encima del parapeto. Pero con un pie levantado en alto y el otro cayendo cuatro metros, fue inútil. El Gallowglas cayó hacia atrás, golpeándose con tanta fuerza que el árbol de Hopkins tembló de nuevo y las pulverizadas placas de blindaje llenaron el aire.
El MechWarrior del Lancelot nunca tuvo ocasión de responder. Mientras el ’Mech más grande caía rozándole, el también cayó hacia delante. El ’Mech se giró ligeramente mientras caía; luego, se zambulló boca abajo en el foso enfrente del parapeto. Hopkins estaba apunto de indicar a la infantería que entrase en acción, pero no fue necesario. Ya estaban trepando por encima de los ’Mechs, sujetando mochilas de cargas en las articulaciones críticas de las maquinas caídas. Otros soldados se erguían sobre los parapetos y apuntaban sus MCAs de lanzamiento sobre el hombro a las carlingas de los ’Mechs, que se encontraban solo a unos pocos metros de distancia. Si los pilotos hubiesen intentado escapar, habían encontrado una muerte odiosa.
Hopkins sacó su unidad de comunicaciones y abrió un canal de banda ancha que era probable que escuchasen los Guardias:
—Desconecten sus BattleMechs y ríndanse ya, y vivirán. Tienen ambos adosados bastantes explosivos como para dejar a sus ’Mechs en simple chatarra chamuscada.
—¿Quién es usted? —le devolvió una voz de mujer mientras el piloto del Gallowglas intentaba salir por si misma del foso, balanceando al ’Mech lo suficiente para que la infantería de encima tuviese que saltar a un lado.
—Sargento Mayor Darius Hopkins de los Vengadores de Archer —dijo él—. Tienen tres segundos para obedecer.
—¡Bruto apestoso! —escupió ella en respuesta. Desde debajo él oyó el estallido y el siseo cuando las escotillas de ambos ’Mechs completaron el ciclo de apertura. Los MechWarriors salieron, con las manos sobre las cabezas pero mirando con desprecio. Hopkins bajó del árbol y se mantuvo de pie en el borde del foso mientras sus soldados iban quitando las cargas explosivas.
—Buen trabajo, chicos —dijo él, luego se giró hacia los dos MechWarriors con sus calzones y trajes refrigerantes.— Bienvenidos a los Vengadores de Archer. Considérense prisioneros de guerra.
Blucher miró fijamente al hombre que colgaba atado como un cerdo de la línea que corría a lo largo del puesto de seguridad. Estaba vivo, pero solo semiconsciente. Su boca estaba tapada con cinta, pero seguía intentando hablar e, incluso, lograba comunicar su angustia. Se retorcía casi como un pez cogido en un sedal, colgando solo medio metro por encima del ferrocemento de más allá del muro del fuerte.
—¿Cómo ocurrió esto? —preguntó el coronel a un sargento cercano mientras dos soldados iban a bajar al tipo.
—Dos de nuestros hombres estaban de patrulla y fueron aturdidos con gas desde detrás. Fueron desarmados, pero no dañados. Cuando se despertaron, encontraron a este tipo amarrado y con un sobre dirigido a usted. Aseguramos la zona y contactamos con usted.
Blucher cogió el sobre y lo abrió desgarrándolo. Desdobló la única hoja de papel y la leyó en la semioscuridad de las luces del perímetro mientras las polillas revoloteaban alrededor de ellos en la oscuridad. Reconoció la escritura, que había visto dos veces antes como la de Archer Christifori.
—Coronel Blucher —empezaba—. Este hombre que le he dejado es Rufus King, el único responsable del ataque terrorista con bomba contra sus tropas. Ni yo ni nadie de mi gente sancionamos sus acciones, ni éramos conscientes de su plan. Operó totalmente solo. La información que tiene sobre nuestra operación ya no es útil para usted.
>>Se lo entrego con mi promesa de que lucharemos un guerra honorable. No convencional (pero honorable). Lucho para echarle a usted, como símbolo de la presencia de la Arcontesa, fuera del planeta Thorin, no para matar gente de forma caprichosa. Haga con King lo que deba, pero le aseguro que esos campos de detenidos no serán ya necesarios. Usted tiene al hombre que derramó la sangre de su gente.
Usted y yo dirimiremos nuestra disputa como verdaderos soldados.
>>Firmado, Coronel Archer Christifori, Vengadores de Archer.
Blucher dobló la hoja con cuidado y la deslizó dentro de su bolsillo:
—Estoy seguro de que envió esto a los medios de comunicación también, Archer —dijo en voz baja—, pero no será tan fácil.
—¿Señor? —preguntó el sargento.
—Nada —respondió Blucher secamente—. Bajen esa cosa y métanla en una celda. —Gesticuló señalando la forma de Rufus King, que aun colgaba en el aire como una mosca atrapada en una telaraña.— Hay mucho que hacer antes del amanecer.