Capítulo 6
Durante su estancia en la Academia de Guerra de Robinson, Arthur [Steiner—Davion] ha crecido junto a la familia Sandoval, quien, casi de forma universal, considera al Condominio Draconis como el único enemigo válido contra el que protegerse. Los elementos anti—Condominio de la Marca Draconis pueden intentar usar a Arthur como mascarón de proa—y con franqueza, Arthur es lo bastante emocional como para ser vulnerable a ese tipo de manipulación.
Página 37 del informe de inteligencia preparado por el Teniente General Jerrard Cranston, Unidad de Inteligencia de la FDLE, para el Capiscol Marcial de ComStar y General al Mando de la FDLE, Victor Steiner—Davion, 1 de noviembre de 3062.
Ciudad de Ecol, Thorin
Provincia de Skye
Alianza Lirana
12 de noviembre de 3062
Como el propio Felix Blucher, su oficina en el fuerte era espartana a excepción de unas pocas pinturas antiguas que llevaba consigo de una a otra unidad. Eran grabados que databan de siglos atrás, imágenes de soldados del siglo diecinueve. Las coleccionaba debido a que los uniformes y las expresiones en las caras de los hombres hacían recordar unos tiempos más simples, más nobles. Unos tiempos de actos heroicos en que las batallas se ganaban mediante el honor y la valentía.
Se produjo una llamada seca en la puerta, y Blucher estiró su uniforme un poco. Sólo podía ser el Teniente Fisk respondiendo a la convocatoria del coronel. Sobre la mesa de despacho gris pizarra estaba el informe preliminar del incidente que implicaba a Andrea Christifori. Blucher había entrevistado al otro personal presente en la escena del incidente y había llegado a sus propias conclusiones sobre lo que había ocurrido.
Fisk entró en la sala, adoptando una postura rígida conforme a la más alta tradición del ejército lirano:
—Presentándome como ordenó, señor —dijo formalmente. Blucher no estaba impresionado.
—Sí, Teniente. Tenemos algunos asuntos que discutir. —Abrió el archivo sobre la mesa y revisó el informe escrito. Lo había leído dos veces, desde luego leyendo entre líneas. Había sido un soldado el tiempo suficiente para saber que muchas veces la justicia militar era cualquier cosa menos justa. Y sus interrogatorios a los soldados presentes en la muerte de Andrea Christifori eran alarmantes. Blucher cerró, con lentitud, el archivo y dedicó una fija mirada larga y dura a Fisk.
—Así que dígame, Fisk ¿ realmente pensó que podía lograrlo?.
—¿Señor? —tartamudeó Fisk.
—No me insulte pretendiendo que no sabe sobre que le estoy hablando. He hablado con los otros testigos del incidente. Usted debería estar orgulloso de ellos. La mayoría de ellos se acogieron a la historia que usted les suministró. Uno de ellos, finalmente, dijo la verdad: usted se acojonó.
—Reaccioné para lo que fui entrenado, señor. Vi un arma y procuré protegerme
—contestó Fisk, pero la tensión de sus músculos faciales le traicionó.
—Una mujer civil sola, tres hombres armados en la habitación, dos más fuera, todos con traje antidisturbios, y ella sabía que ustedes iban a ir. ¿Y usted cree que era lo bastante loca para sacar un cuchillo? —La voz de Blucher se elevó de tono mientras hablaba. Estaba furioso. —Su falta de juicio es espantosa, Teniente.
—Hice lo que creí correcto.
—Y su intento de encubrirlo fue —Blucher buscó la palabra—patético. Yo diría impropio de un oficial, pero, en este momento, me siento avergonzado de que estemos en la misma organización, destinados a la misma unidad. ¿Qué pensaba? ¿Trataba de proteger el precioso nombre de su familia?
—Lo que usted denomina “encubrimiento” fue realizado en su beneficio —dijo Fisk.
—¿Y qué quiere decir con eso?
—Ambos sabemos que aquí, en Thorin, hay elementos rebeldes. Hemos visto los signos y leído los informes de inteligencia. Esa es la razón por la que el Decimoquinto fue ubicado como guarnición de este mundo. Yo recopilé una lista de líderes sospechosos bajo sus órdenes, y los podíamos haber cogido y detenido después del ataque terrorista a nuestros soldados en el bar.
Esta vez tenemos algo incluso mejor. La muerte de uno de sus líderes. Esto envía un claro mensaje a aquellos que piensan alzarse contra la Arcontesa. El precio de la resistencia es la muerte. La única forma de suprimir la rebelión abierta es con un puño de hierro.
Sus últimas palabras eran como un eco de sentimientos recientemente expresados por la Arcontesa en un mensaje destinado a mantener a las fuerzas militares unificadas y atentas bajo el liderazgo de ella.
Blucher miró fijamente a Fisk durante un momento. Luego, casi sonrió ante la triste estupidez del tipo..
—Usted es un tonto, Luther. Vomita retórica como un mono entrenado y no tiene idea de lo que realmente hace. Sí, algunas rebeliones pueden ser suprimidas en la manera que usted describe. Pero en este caso ello sólo actuará en su contra.
—La Arcontesa—
—La Arcontesa ——le cortó Blucher—es una mujer joven que tiene un corazón de político. Ella no ha tenido que vivir entre la gente a la que gobierna. Vivir con ellos y luchar para preservar sus libertades: las mismas libertades que usted intenta ahogar. Las acciones de ella son las de la desesperación, no las del liderazgo.
—¿Habla usted de traición? —preguntó Fisk enojado.
—No —replicó fríamente Blucher—. Soy pragmático. Usted acaba de dar a esta gente una razón para enfrentarse a nosotros. Usted ha asesinado a una persona bien conocida, que también era una mujer indefensa. Una mujer cuyo hermano es una celebridad global. Usted ha dado a aquellos que podían alzarse contra nosotros un propósito, una razón, una causa.
—Señor, con una nota de prensa escrita apropiadamente, los ciudadanos leales podrían volverse fácilmente contra Christifori. Si usted no hace nada, él permanecerá como una amenaza para la integridad de su unidad. —La preocupación en la voz de Fisk era genuina.
—Usted es el único que ve a Christifori como un enemigo del estado. Todo lo que ha hecho usted es ganarse un enemigo peligroso.
—Usted sigue hablando con gran reverencia de nuestro querido Teniente Coronel Christifori. ¿Nunca se le ha ocurrido que él podría ser uno de los que trabajan contra la Arcontesa?
—No descartaría nada.
—Si usted se mueve ahora, puede eliminarlo a él como una amenaza potencial.
Blucher agitó la cabeza una vez:
—No, Teniente Fisk. Si hago lo que me sugiere, me convierto en parte del problema.
Rechazo hacer eso.
—¿Usted no tiene lealtad hacia la Arcontesa?.
Blucher se puso de pie en un instante, y golpeó sobre la mesa con tal fuerza que pareció hacer temblar la habitación:
—¡Nunca cuestione mi lealtad! Usted era mi ayudante, pero eso no le garantiza ningún derecho especial, especialmente ahora. Yo soy totalmente leal al gobierno y a la oficina de la Arcontesa.
Era duro creer la insolencia del chico. Felix Blucher había estado en una carlinga, luchando y matando por el reino, desde antes incluso de que Fisk hubiese nacido. Si no fuese por la influencia de su padre en la corte, Luther Fisk nunca podía haber alcanzado este rango o destino. ¿Cómo se atrevía alguien como él a cuestionar la lealtad de Blucher? Hubo un tiempo en que tales oficiales habrían sido expulsados del servicio. Ahora simplemente eran promocionados.
Durante un largo silencio, Blucher miró fija y directamente a los ojos de Fisk, lo que hizo al joven retirar la mirada. Entre ellos se había dibujado una línea, invisible pero real. Fisk aún estaba de pie en posición de firmes, y Blucher podía ver gotas de sudor formándose en su frente, lo que le satisfacía.
—Coronel, ¿puedo preguntarle cuales son sus intenciones?
—¿Respecto a usted? Eso es simple. Usted está bajo arresto y permanecerá así hasta que tenga lugar, en cuanto sea posible, una corte marcial.
Fisk se hundió visiblemente donde estaba de pie. El rojo inflamado de su cara cambió a blanco:
—Usted no puede hablar en serio, señor.
Blucher colocó los nudillos de ambos puños sobre la mesa del despacho y se inclinó hacia el hombre más joven:
—Lo digo totalmente en serio. Los cargos ya han sido redactados y archivados con el Mariscal Secretario. Hay dos guardias esperando fuera, exactamente junto a la puerta. Ellos le llevarán al cuerpo de guardia donde esperará el juicio.
Fisk temblaba, lo bastante para que un ojo entrenado lo notase. Por primera vez desde que empezaran a hablar, Blucher sintió cierto grado de satisfacción.
—Contactaré con mi padre, el Conde.
Blucher estaba sorprendido por el hecho de que Fisk no lo hubiese hecho ya. El Conde Nicholas Fisk tenía bastante peso en la corte real, pero Blucher no era un hombre que fuese influido por las ráfagas de los vientos políticos. Era un soldado de corazón, y conocía su deber cuando lo veía.
Tampoco estaba ciego ante los riesgos de llevar cabo una corte marcial contra su propio ayudante. Era muy posible que el alto mando pudiese intervenir en beneficio del padre del chico.
Hasta ese momento, había reglas y procedimientos que debían seguirse:
—Preveo que su padre enviara muchos mensajes, tratara de pedir muchos favores. Pero Odessa está un poco lejos, y usted comprobará que, bajo mi mando, la justicia es rápida.
La voz de Fisk sonó resentida:
—Me pregunto de qué lado está usted . . . señor
—No tenía conciencia de que hubiese lados —respondió con tono cortante Blucher.
—¿Qué va a hacer usted respecto de la actividad rebelde? ¿Qué pasa con el Teniente Coronel Christifori? —La voz de Fisk se traicionó con un indicio de miedo.
El Coronel Blucher golpeó el pequeño botón de control en la esquina de su mesa. La puerta de su oficina se abrió, y una pareja de guardias armados entró. Uno de ellos portaba unas esposas. Dio un paso hacia Fisk y con suavidad empujó las manos del teniente hacia la espalda de éste y le deslizó las esposas.
—No se preocupe por Christifori —dijo Blucher sarcásticamente—. Si usted se comporta, prometo no dejar que él ponga sus manos alrededor de su cuello. —Luego, los guardias hicieron volverse a Fisk y lo llevaron marchando fuera de la oficina.
Archer estaba sentado en la sala familiar de su ahora vacía casa, casi como si la oscuridad y las sombras de la tarde fuesen viejos amigos que estaban de visita. Había sido un día largo en el que había hecho mucho. Había llevado a cabo los preparativos para el funeral, pero apenas recordaba haberlo hecho. Había habido varios visitantes en casa, todos expresando sus su pena ante su pérdida. Catherine Daniels había venido a cenar, empezando a llorar antes de que el pudiese invitarla a entrar. No recordaba la comida. Recordaba comer, posiblemente la primera vez en todo el día, pero eso era todo.
La Hauptmann Katya Chaffee también había venido con las condolencias de los demás miembros de la Milicia de Thorin y algo que el necesitaba mucho: conversación, que alejó de su mente los pensamientos de pérdida o dolor. Habló de lo que ocurría en la unidad, de las actividad y quehaceres mundanos del día. Durante un breve momento, había sido capaz de olvidar. Pero con la marcha de Katya, Archer estaba solo una vez más, sentado en la oscuridad, intentando recuperar recuerdos de tiempos mejores.
Cuando oyó la llamada a la puerta, no estaba seguro de si había imaginado el sonido o de si era real. Se levantó y caminó, con tanta lentitud como un anciano, hacia el vestíbulo principal, al que Andrea se había referido siempre, con un gran sentido del humor, como “el área de recepción” o “la antecámara”. Encendió la luz exterior y abrió la puerta, cerrando ligeramente los ojos ante el repentino resplandor.
El Coronel Blucher estaba de pie en la entrada, con su largo abrigo desabrochado, sus guantes de paseo de piel en una mano. Archer simplemente asintió. Ahora no estaba de servicio, y no se sentía particularmente bien teniendo que saludar al oficial que dirigía al hombre que había matado a su hermana.
—Coronel Blucher —dijo de modo inexpresivo.
—Espero no molestarle.
Archer agitó la cabeza:
—No, Coronel, sólo estaba atendiendo ciertos asuntos personales.
—Quería que supiese, antes de que lo escuchase en los medios de comunicación, que ha presentado formalmente cargos contra el Teniente Fisk por la muerte de su hermana. Será procesado en una corte marcial lo antes posible.
La cara de Archer no cambió de expresión:
—Alguien debe responder de este crimen.
—Lo hará, Archer. He recopilado amplia evidencia. El asunto se resolverá con rapidez.
—Muy bien, Coronel. ¿Eso es todo?
Blucher bajó la mirada durante un momento, luego, volvió a mirar a Archer:
—Si hubiese algo que pudiese hacer por usted, Teniente Coronel; por favor, hágamelo saber.
Archer le miró con tata dureza que el coronel dio un paso hacia atrás.
—Sí, señor —dijo el—. Usted puede asegurarse de que se hace justicia.
Con eso cerró la puerta y la oscuridad se cernió de nuevo en torno a él.
El sol del mediodía le daba demasiado calor en su traje negro, pero Archer lo ignoró.
Miraba a su alrededor a los otros reunidos con él sobre la herbosa ladera, vio la pena en sus caras. No podía mirar el ataúd de Andrea, que estaba detrás suya. Era demasiado que soportar.
Alguien lloraba. Otros parecían aturdidos. Comprendía los sentimientos. Los había experimentado todos en las últimas horas. Ahora no era el momento de pensar en él o en su pena.
Ahora era el momento de decir adiós.
Agradeció sus muchos años de vida militar, que le habían dado la consistencia necesaria para mantenerse a sí mismo de pie cuando se sentía tan débil. Entre los que estaban en la primera fila de asistentes al funeral vio a Katya Chaffee, quien inclinó la cabeza en señal de saludo.
Archer dio un profundo y largo suspiro captando la esencia del rocío de la mañana. En la distancia, oyó el canto de los pájaros, distante, pero lo suficiente musical para mantenerle centrado en el presente.
—Hemos venido hoy a presentar nuestros últimos respetos a Andrea Kendrick Christifori —dijo él—. La conocimos como amiga, jefe, camarada y querida hermana. Dedicó su vida a tratar de ayudar a mejorar las vidas de los demás, ya fuera dirigiendo los negocios familiares ya fuese trabajando en la comunidad.
Dejó que su mirada viajase a través de los presentes, reconociéndolos a todos ellos:
—Mi hermana murió antes de tiempo. Fue una muerte inútil, una que no debía haber ocurrido. En las últimas semanas de su vida dedicó mucho tiempo a escribir, esperando que sus palabras llamarían la atención del resto de nosotros en torno al hecho de que nuestras libertades tenían un precio. Su muerte nos recuerda que los seres humanos pueden ser corrompidos por dos cosas: el poder y el miedo. Ella comprendía esto, y esperaba persuadirnos al resto de nosotros de que debíamos oponernos a aquellos que abusan de su poder, con independencia de los insignificantes títulos o posesiones mortales.
>>Que nunca la olvidemos —dijo él, tragándose lentamente sus palabras—, y que nunca olvidemos el mensaje que ella trataba de darnos.
Cuando la multitud se alejaba, unos pocos minutos después de la corta ceremonia, Katya Chaffee se aproximó. Ella parecía diferente, casi extraña; luego, Archer se dio cuenta de que siempre la había visto en uniforme. Hoy, vestida con ropas civiles negras, parecía más humana, más femenina de lo que él nunca había percibido antes.
Ella alzó sus brazos y le tocó a él en un brazo:
—Señor, ¿hay algo que pueda hacer por usted?
Archer agitó la cabeza:
—No, estaré bien. Y no estamos de uniforme, Katya. Llámame Archer.
Ella asintió:
—Tu hermana era amada por mucha gente.
El miró a los demás asistentes mientras se alejaban:
—Sí, tenía muchos amigos.
—Muchos de nosotros en la unidad, así como amigos míos, hemos leído sus editoriales.
Eran brillantes. Comprendía tan bien lo que estaba ocurriendo en Tharkard y a lo largo de la Alianza.
Archer se frotó suavemente la mandíbula:
—Sus creencias, sus palabras, son las que la mataron.
—Eso es lo que las hace más importantes. Andrea no querría que sus ideales muriesen porque ella lo hizo.
—¿Qué dices, Katya?
—Digo que ella no querría que sus ideales acabasen aquí. Si vamos a honrarla, debemos honrar las palabras que estaba tratando de decirnos.
Archer asintió:
—Encontré un trozo que aún no había acabado. La mataron antes de que las palabras finales pudiesen ser escritas.
—Sólo me encontré con ella una vez, Archer, cuando vino a visitarte al puesto. Pero he leído sus editoriales y creo que sus últimas palabras deberían ser oídas: e incluso puestas en práctica.
Archer se dio la vuelta finalmente, por primera vez capaz de mirar el ataúd de Andrea que era bajado al suelo. Ahora me corresponde a mí, ¿verdad? Le preguntó a ella en silencio.
Cogió un puñado de tierra y dejó que cayese sobre tumba abierta. Descansa en paz, Andrea. Dejaste tu trabajo sin acabar, pero se hará.
Luego, se giró de nuevo hacia Katya y se alejó con ella, pensando en muchas cosas que Andrea había dicho y en cuál sería su próximo curso de acción.