Capítulo 12
Como informábamos a última hora, la noticia más
importante es que ha habido un ataque o una explosión en el planeta
Robinson y que el Condominio Draconis es responsable.
Los detalles son incompletos en este momento, pero el informe inicial indicaba que Arthur Steiner—Davion, hermano más joven de la Arcontesa, puede haber resultado herido en el incidente, que sucedió mientras el hablaba ante una reunión anti—Condominio en Robinson.
Esperen: iba a terminar la emisión. Oh, Dios mío—
Flash de noticias de Los medios al minuto, Thorin, Compañía Emisora de Donegal, 5 de diciembre de 3062.
Ciudad de Ecol, Thorin
Provincia de Skye
Alianza Lirana
8 de diciembre de 3062
Archer se movía a lo largo de la calle East Catulpa como había hecho muchas otras veces en su vida. La llamada de Katya había sido breve, pero al menos sabía que no estaba siendo maltratada.
Por ahora, tanto ella como los secretos de él estaban a salvo. Pero una vez que él y su gente actuasen, tendrían que liberar a Katya, para que los liranos no usasen medios más “persuasivos” para romperla. Ella le dijo que le habían dicho que iba a ser trasladada a otras instalaciones al final de ese día. Según parecía la cárcel de la ciudad estaba repleta de lo que Fisk y Blucher consideraban que eran subversivos potenciales.
De pronto, se dio cuenta de que había cada vez más gente en las calles, que normalmente a esta hora del día estaban casi vacías. Las vio empezar a reunirse en pequeños grupos, hablando todos con excitación, e incluso algunos gritando. En sus caras había rabia, miedo y confusión. Algo iba mal. Muy mal. Archer caminó hasta uno de los grupos y tocó a una de las mujeres en el hombro:
—¿Qué pasa? —preguntó.
—¿No se ha enterado? Todo está en las noticias.
Archer agitó la cabeza en sentido negativo, pero su sangre se heló. ¿Otro antedato terrorista?
—El Príncipe Victor Davion ha declarado que la Arcontesa era responsable de la muerte de su hermano Arthur en Robinson. Declara que tiene evidencias de que ella está tratando de incriminar al Condominio del ataque. Ha pedido a todas las tropas leales que se unan a él para deponer a su hermana.
Archer pareció congelarse en el tiempo y el espacio, y la mujer le dio un pellizco en el brazo con la intención de devolverlo a la realidad. No funcionó.
Archer había oído las noticias de la muerte del joven Arthur en los medios un día o dos antes, y era algo serio. No tenía idea de qué pruebas tendría Victor de la complicidad de Katrina, pero Archer no dudaba de que las tenía. Davion no podía hacer tal declaración sin la evidencia para respaldarla. La macabra realidad golpeaba a domicilio. Katrina Steiner había ido, por fin, demasiado lejos, y esta vez ella había encendido la mecha de una guerra civil hecha y derecha.
A lo lejos vio dos jóvenes peleándose a empujones. A su alrededor la gente hablaba de lo que esto suponía. Algunos decían que no era posible que fuese cierto. Otros argumentaban que si lo era, Katrina Steiner no merecía mantenerse en el poder.
Victor Davion había perdido su trono mientras estaba lejos, pero se había convertido en el jefe de los Com Guardias, lo que le habría conferido un abundante poder si hubiese deseado usarlo a su favor. Hasta ahora no lo había hecho. Al haber declarado su intención de deponer a su hermana del poder, no habría marcha atrás.
Mientras estaba allí de pie, en la calle Catulpa, a una manzana de su oficina, algo le dijo a Archer que se encontraba en un momento histórico. A su alrededor se daba un punto distintivo del tiempo que cambiaría su vida para siempre. Empezó a caminar de nuevo, muy rápido, casi corriendo. Todo el mundo recordaría este día, recordaría donde estaba el o ella cuando escucharon las noticias. El momento por el que había estado esperando había, por fin, llegado.
Esto era algo a lo que la gente se podría unir, al menos, la gente suficiente para apoyar una guerra de guerrillas. Ahora era el momento de moverse. Ahora o nunca.
Le tomó unos pocos minutos a atravesar las calles atestadas de gente hasta llegar a la oficina de Christifori Express. Cerró la puerta tras de sí en el momento en que Catherine se lanzaba a prepararle un café y sujetarle el abrigo, que se había quitado de forma despreocupada.
Una vez detrás de la mesa de despacho, activó el sistema de comunicaciones empotrado. Ajustó el canal oportuno directamente al comunicador personal de Darius Hopkins. Al Sargento Mayor le llevó sólo un momento responder con la brusca formalidad:
—Hopkins.
—Aquí Espectro Uno —dijo Archer, sólo ahora tomando asiento.
—Todo claro. —Eso significaba que era seguro hablar.
—El Aguila levanta el vuelo —dijo Archer con parsimonia y cuidado.
—Captado, Espectro Uno. El Aguila levanta el vuelo. —Era la frase código que habían preparado por si los liranos estaban controlando las comunicaciones. — Estaremos listos en veinte minutos.
Archer activó su agenda electrónica e introdujo el código de autorización. Catherine Daniels entró con la taza de café, pero el negó con la cabeza.
—Catherine —dijo, dejando la agenda electrónica por un momento—, ¿ha oído las noticias?
Ella asintió seriamente:
—Sí, señor.
—Bien. Quiero que contacte con todos los empleados de Express. Estaremos cerrados de forma indefinida. He ordenado la transferencia electrónica de fondos a sus cuentas hasta que el dinero se acabe, pero eso no será hasta dentro de unos meses. También he preparado una declaración que he almacenado en su directorio personal. Por favor, tómela y distribúyala. Si alguien pregunta, usted no sabe nada de lo que pasa . . . nadie lo sabe. Estas acciones son solo mías, no de los de Christifori Express.
—Sí, señor —dijo, con un tono casi militar—. Jack y yo nos uniremos a usted y los otros esta noche. Estoy segura de que algunos de los otros también querrán venir.
—Límitelo a ustedes dos por ahora. No tiene sentido arriesgar el cuello de todos.
El sistema de comunicaciones de su mesa de despacho parpadeó y pitó, indicando un mensaje de entrada. Mirando hacia abajo, vio que la etiqueta de protocolo del mensaje era la del puesto de mando del Decimoquinto de Guardias Arcturianos en la otra punta de la ciudad de Ecol.
Archer miró a Catherine mientras el sistema pitaba solicitando su atención:
—Es Blucher. Le apuesto que me llama para ordenarme que active la Milicia para ayudar a sofocar cualquier problema. —No respondió a la llamada, sino que simplemente se quedó de pie mirando la pequeña luz verde parpadeante.
—Señor —preguntó Catherine—. ¿No va usted a contestar?
Archer sonrió. Era la primera sonrisa verdaderamente completa que se había permitido a sí mismo desde la muerte de Andrea, y era algo maravilloso, como si le nutriese con vida y energía. Llevando la mano hasta el cajón superior de su mesa de despacho, sacó un sobre que ya tenía una dirección de envío. Luego sacó algo del bolsillo de sus pantalones y lo puso en el sobre:
—Esta es mi respuesta al Coronel Blucher. No le pido muchos favores personales, Catherine, pero ¿le entregará esto a él en persona?
Ella le devolvió una sonrisa y cogió el sobre, manteniéndole cerca de su pecho:
—Con placer, señor.
—Gracias por todo lo que ha hecho. Tómese su tiempo en llegar al fuerte. Necesito alrededor de una hora. Y cuando allá acabado allí, tendré un disco de información para los medios de comunicación. —Extrajo un disco de datos plateado y lo deslizó en el sistema de grabación.
—Ha empezado, ¿verdad? —dijo ella casi con tristeza.
—Sí. Empezar las guerras es fácil, acabarlas es lo que requiere una verdadera habilidad.
—Archer se sentó, listo para grabar su mensaje para su pueblo.
Poco después de haber llegado a la base de la Milicia, Archer fue directo al hangar de ‘Mechs, sintiéndose más lleno de energía al ver el ajetreo de actividad presente. Se había puesto su traje ajustado de combate. Estaba descolorido de años de uso, pero le ofrecía un sentimiento de comodidad que muy pocas de las otras cosas podían. Cajones de embalaje estaban siendo cargados en los transportes, los BattleMechs estaban siendo preparados, y allá donde miraba, sus soldados le daban amplias sonrisas, pulgares en alto, y asentimientos de apoyo. Le hubiese gustado dejarse atrapar por el momento, pero comprendía la gravedad de lo que pasaba. La guerra civil era el peor tipo de guerra. Hermano contra hermano. Amigo contra amigo. Padres contra hijos. El entusiasmo a su alrededor era contagioso, pero Archer sabía que algunos de esta buena gente morirían a las manos de aquellos a los que se enfrentaban para pararlos.
Darius Hopkins dirigía el tráfico en el centro del hangar de ‘Mechs mientras Archer se aproximaba. Se saludaron uno a otro con rapidez, luego Archer fue directo al grano:
—¿Cuánto tiempo más?
—Diez minutos más —dijo Hopkins, alargando al mismo tiempo una lista a un hombre de infantería que había estado esperando órdenes—. Fue una buena cosa que empezásemos a mover parte del material antes o esto ya habría estado atascado.
—Todo está en la planificación —dijo Archer, barriendo el hangar que le rodeaba con la vista—. ¿Alguna señal de los Guardias Arcturianos?
—Nuestro equipo de comunicaciones ha estado controlando sus transmisiones. Nada todavía. Han sido cogidos fuera de guardia tanto como nosotros. Hemos recibido varios mensajes de prioridad para usted del Coronel Blucher. El, finalmente, habló con el Hauptmann Snider como su segundo al mando. Las órdenes son presentarse en la base de los Guardias y llevar todo el equipo.
—Bien. Dado que parece que estamos empaquetando para obedecer las órdenes, Blucher no sospechará nada. ¿Has contactado con las familias restantes? —Esa era una parte importante del plan. Del mismo modo que con su gente en Christifori Express, Archer no quería dejar atrás inocentes que pudiesen dar a Fisk y Blucher una ventaja contra él o contra otros miembros de su unidad.
—Sólo unos pocos aún no han ocultado a sus familias.
—Buen trabajo, Sargento Mayor —dijo Archer.
—Hablando del plan, señala la existencia de una diversión para que podamos dejar la ciudad antes de que los Guardias tengan tiempo de reaccionar. Usted nunca especificó cual era la diversión.
—¿Está listo mi ‘Mech? —preguntó Archer, elevando su pulgar hacia el Penetrator que estaba detrás de él.
—Fue el primero en ponerse en línea. Está listo para salir —replicó Hopkins—. Por tanto, ¿dígame de que diversión hablábamos?
Archer sonrió:
—Si mi ‘Mech está listo, entonces la diversión está lista. Salgo en cinco minutos. Usted y los demás me seguirán cinco minutos después de eso. Usen las rutas de salida de la ciudad preestablecidas. Sepárense a nivel de lanza, muévanse rápido, lleguen a las bases, y paren máquinas.
Dispersar la milicia por la ciudad mientras se iba sería arriesgado, pero crearía la ilusión de que estaban en todas partes a la vez, la ilusión de que Archer tenía más soldados de los que realmente tenía. En los días y semanas venideros, la Milicia de Thorin necesitaría de la confianza total del pueblo en ellos. Ganársela empezaba con actos pequeños . . . que empezarían hoy.
—¿Vas a decirme lo que tienes en mente? —presionó Hopkins.
Archer sonrió:
— Te lo diría, pero no lo aprobarías.
Murmurando algo para sí mismo, Hopkins regresó a su trabajo:
—Eso es lo que me preocupa —estaba seguro Archer de haberle oído decir.
Las manifestaciones habían estallado a lo largo de la Ciudad de Ecol. Algunas eran pequeñas, de gente que espontáneamente tomaba las calles y pedían que la Arcontesa dimitiese.
Los partidarios de Katrina salieron a la calle, también, en contramanifestación. No existía una pauta en ello, ninguna organización, sólo puro caos. Mientras algunas calles principales estaban vacías, otras estaban llenas con los rugidos de los manifestantes, cada lado intentando gritar más fuerte que aquellos que se oponían a su punto de vista. Los motines aún no habían estallado, pero sólo era cuestión de tiempo.
La cárcel y el cuartel general (CG) de la policía estaban en el mismo edificio de cuatro plantas, cerca del centro de la ciudad. Alrededor de él había barreras especiales contra peligros tales como una multitud o un coche bomba que llegasen lo bastante cerca para provocar daños.
En esta parte de la ciudad las protestas eran mínimas, y había bastantes policías para evitar que ambos bandos llegasen a las manos. Sin embargo, la tensión se palpaba en el ambiente y las nubes del final de la mañana cubrían la ciudad de un sombra gris.
Archer pilotaba su Penetrator hacia el borde del perímetro protector que rodeaba el CG de la policía, aplastando de forma deliberada dos de las barreras de cemento como si tratase de decir que las defensas del edificio no podían igualar el poder destructivo puro de un BattleMech.
Apuntó a la antena y los platos del satélite que estaban sobre el tejado y los pulverizó con sus láseres de pulso. Estallidos de pura energía esmeralda golpearon las torres y platos, haciendo que explotasen, se quebrasen, se fundiesen y ardiesen bajo el impacto. Las cenizas volaban mientras la torre mayor caía.
Aproximadamente una docena de policías (probablemente todos los que quedaban en el edificio) salieron corriendo por la puerta principal. Vestían trajes antidisturbios y tenían las armas empuñadas, una mezcla de rifles, proyectores de gas lacrimógeno y pistolas, que apuntaban hacia arriba, hacia la carlinga. Ello le hizo recordar a Archer en el viejo refrán relativo a no llevar un cuchillo a una lucha con armas de fuego. Incluso usando sus lanzadores de cohetes, la policía no era enemigo para su Penetrator si el desplegaba toda su potencia de fuego. Ninguno de ellos dispararía mientras estuviesen parados allí, en las escaleras del edificio, pero ninguno de ellos bajaría sus armas tampoco.
Activó el sistema de altavoces externos situado en el hombro blindado del ‘Mech:
—Salga Jefe Dunning —dijo, luego también abrió el sistema de microfonía externo.
Un hombre alto, musculoso y en forma caminaba hacia adelante. Portaba un megáfono de mano y parecía impertérrito ante la altísima arma de muerte:
—Aquí el Jefe Dunning.
—Mike, soy yo, Archer.
Hubo una pausa. Archer y Dunning habían sido compañeros de colegio y amigos antes de que el dejase Thorin para empezar su carrera militar en el ICNA. Todavía se reunían para comer, quizás, una vez al mes, pero parecía que Archer se iba a perder las próximas.
—Arch —le devolvió la voz del jefe—. ¿Qué diablos haces? Has dejado frito mi sistema de comunicaciones.
—Siento no poder decirte más, Mike, pero tengo que pedirte que liberes a los prisioneros que retienes para Blucher.
De nuevo una larga pausa. El Jefe Dunning bajó el micrófono durante un segundo mientras se estremecía ante la petición:
—Me pones en una situación realmente chunga, Arch. Por qué no bajas aquí y hablamos sobre ello.
Archer comprobó el cronómetro de su cabina:
—Lo siento, Mike, no tengo bastante tiempo. Mi queja no es contigo sino con el gobierno Steiner. Libera a esos prisioneros, y dejaré la ciudad. Si no los liberas, tendré que provocar unos pocos agujeros bien colocados en los muros para que puedan salir. No quiero herir a ninguno de tus hombres, pero esos prisioneros deben ser liberados.
—Arch —dijo su viejo amigo—, no puedo decirte la cantidad de leyes que estás violando.
El tiempo pasaba, un tiempo que Archer no tenía. Había destruido la red principal de comunicaciones, pero ese no era el único modo en que la policía podía comunicarse. En ese momento habrían llegado noticias al puesto de los Guardias Arcturianos de que un BattleMech de la Milicia estaba atacando los cuarteles generales de la policía. Se apresurarían en llegar aquí.
Archer apuntó a un olmo que estaba a unos treinta metros del jefe y le disparó con uno de los láseres de pulso. Las verdes ráfagas brillantes golpearon el árbol, haciendo que la humedad en él hirviese de modo instantáneo. El olmo explotó, haciendo que trozos de fuego y humo flotasen en el aire. Tres de los policía salieron corriendo, pero Dunning ni siquiera parpadeó ante la demostración.
—Mike, déjales salir ahora o empiezo a hacer mis propias puertas para ellos.
—Blucher va a pedir mi piel.
—Siempre puedes unirte a nosotros —dijo Archer medio en broma.
Dunning bajó el megáfono y se volvió para decir algo a uno de los hombres que estaba más cerca de él. Entonces, el hombre entró corriendo en el edificio:
—Para el fuego, Archer. Ya salen.
Llevó cinco minutos, pero los prisioneros fueron, finalmente, liberados. La policía se apartó. La mayoría de los prisioneros alzaron la vista hacia su ‘Mech con miedo, algunos con amplias sonrisas. Uno caminó hacia adelante y saludó. Era Katya Chaffee.
Sin dudar, empezó a subir por la escala hasta la carlinga. El retiró la puerta justo a tiempo para que ella se deslizase en los restringidos confines de su Penetrator. Una vez que vio que no salían más prisioneros, activó el micrófono externo una vez más.
—Jefe, déjeles marchar.
Dunning hizo una indicación a sus hombres y estos bajaron las armas.
—Ustedes, prisioneros —dijo Archer—, un nuevo día ha empezado aquí en Thorin y a lo largo de la Alianza. Ustedes fueron arrestados sin motivo. Ahora les hago libres.
Desconectó el micrófono y los prisioneros liberados se dispersaron y salieron corriendo en diferentes direcciones por las calles colindantes. Algunos de los policías trataron de perseguirles, pero era una tarea imposible. Archer aceleró su ‘Mech y comenzó a alejarse.
—Deduzco que la situación ha cambiado, ¿no? —dijo Katya, colocándose en la silla de salto plegable que había detrás de él.
—Katya —dijo el, maniobrando alrededor de un edificio y empezando a bajar por una calle relativamente vacía—, eso es una descripción insuficiente.
El Coronel Blucher levantó la vista hacia Luther Fisk cuando entró en la sala de operaciones tácticas de la base. Le devolvió el saludo a Fisk, luego se volvió a girar hacia la pantalla holográfica que estaba a la vista en la gran mesa de control y coordinación. Siglos antes mesas plegables habían sido usadas para analizar los despliegues operativos. Ahora las proyecciones holográficas, realizadas por ordenador, proporcionaban la misma información.
La sala estaba deliberadamente oscura, iluminada sólo por una débil luz que se reflejaba desde donde diverso personal trabajaba furiosamente en la pared de los monitores de comunicaciones. La luz más brillante provenía de la holoimagen de la ciudad. Blucher examinó a Fisk y pudo ver que realmente estaba disfrutando con todo esto. Era lo que había querido desde el principio, pero eso era porque no tenía ninguna idea de cómo era realmente una guerra, especialmente una guerra civil.
—¿Qué se sabe sobre ese BattleTech que ha sido visto cerca del ayuntamiento?
Fisk se encogió ligeramente de hombros:
—La información es incompleta. En situaciones como esta, es difícil obtener buena información, señor. De acuerdo con sus órdenes he enviado que salgan dos lanzas para flanquear esa zona. Nuestras comunicaciones en la zona están caídas y les he ordenado que descubran cual ha sido la causa.
Blucher asintió. Las situaciones como ésta eran dinámicas. Los datos tácticos eran más difíciles de ordenar, y eso no era un fallo de Fisk. Las cosas se habían disparado en cuestión de horas con la acusación de Victor Davion de que la Arcontesa estaba implicada en la muerte de su hermano. El sabía que la respuesta oficial de Tharkard estaría en camino y no dudaba de que constaría de negativas y contraataques contra el Príncipe Victor. Katrina Steiner nunca dimitiría como Arcontesa. El estaba tan seguro de eso como lo estaba de su propio nombre. Ella lucharía hasta el último aliento (el último aliento de soldados como él) para mantenerse en el poder.
Respetaba eso de ella, pensando en lo mucho que se parecía a su abuela.
Sabía que los gritos en las calles pedían que Katrina dimitiese, que había perdido el derecho a gobernar, pero Blucher había jurado lealtad a la Arcontesa, un juramento que consideraba casi sagrado. Era la base su sentido del honor y la integridad. Sus opiniones personales no pesaban en la balanza. Cuando acabasen los disparos quería que su honor estuviese intacto.
—¿Qué pasa con la Milicia? ¿Han llegado ya?
—Ese es el problema —dijo Fisk—. Cuando hablé con los soldados que puse para controlar su base, me dijeron que la gente de Christifori se había movilizado y que, en realidad, habían salido hace veinte minutos.
Blucher levantó las cejas en señal de sorpresa:
—Ya deberían estar aquí.
—Sí, señor. Deberían. Aparentemente este no era su destino.
—Y ¿sólo ahora me dan esta información?
—Señor, las calles están congestionadas a causa de la confusión. Pensé que podían haberse visto embotellados por el tráfico.
Blucher no estaba satisfecho:
—No trate de pensar por mí, Fisk. No necesito que los datos sean filtrados.
Un sargento se aproximó y saludó, luego entregó al coronel un sobre:
—Esto fue entregado por una mujer en la puerta principal. Dijo que era para usted, señor.
Blucher asintió y tiró de la solapa hasta que se desgarró. Dentro había una única hoja de papel y dos objetos metálicos. El papel era el nombramiento para la Milicia de Thorin de un Teniente Coronel Archer Christifori. Había sido claramente roto por la mitad. Luego, vació los dos pequeños objetos del sobre encima de su mano izquierda. Eran las insignias de graduación de Christifori.
Blucher no dijo nada. Dejó caer las hojas rotas sobre el suelo y alargó las insignias de rango hacia Fisk:
—Creo que debería cogerlas.
—Ese traidor —dijo Fisk con amargura.
Blucher movió la cabeza en señal de negación:
—No es un traidor, Fisk. Es un patriota, al menos en su propia mente. Ahora es nuestro enemigo. Un enemigo que usted creó. Espero que usted esté preparado para la tarea, porque si no, nos matará a ambos.