¿Qué harían con su tiempo los luchadores si dejaran de tener un adversario? ¿Se aburrirían soberanamente? ¿Carecerían de sentido sus vidas? ¿Empezarían a discutir con sus parejas? La disputa crónica con el vecino probablemente sea un mal menor.

El círculo vicioso de ofensas y venganzas

Un motor importante que suele mantener con vida el conflicto son las constantes ofensas mutuas. Las dos partes han ido recibiendo un montón de insultos y de improperios a lo largo del proceso. La violencia verbal puede ser tan dolorosa como las patadas y los puñetazos. Esas ofensas han arraigado profundamente en la memoria de los implicados. ¿Cómo van a dejar en paz al contrincante con todo lo que les ha dicho?

Eso no merece el perdón, sino que clama venganza. Así pues, atacan a la otra parte de la misma manera o incluso peor. Y el adversario se venga también de esas ofensas. ¿Hay una salida en ese círculo vicioso de ofensas y venganza?

En el ejemplo de una disputa entre vecinos se aprecia claramente la dinámica de los conflictos crónicos. Las peleas de siempre dentro del matrimonio, entre compañeros de trabajo, organizaciones y países siguen la misma pauta.

Los expertos en conflictos han estudiado las disputas crónicas y han llegado a una conclusión deprimente: si ninguna de las partes da su brazo a torcer, la disputa no acabará hasta que se agoten los recursos. Es decir, hasta que los implicados no se arruinen, enfermen o mueran.

Sólo quien piensa de otra manera puede actuar de otra manera

Toda solución a un conflicto empieza en la cabeza. Comienza cuando las partes en conflicto están dispuestas a apartarse de sus puntos de partida asentados en cemento. Hace falta una actitud mental suave y fluida como el agua. Una actitud mental marcada por la sabiduría. Hasta que su actitud mental no cambie un poco, los implicados no podrán actuar de otra manera.

Las dos listas siguientes muestran las conductas que están marcadas por el cemento en la cabeza y las conductas que la sabiduría hace posibles.

Cemento en la cabeza

  • echar la culpa de todo a la otra parte;
  • aceptar únicamente las propias opiniones;
  • seguir el principio de «donde las dan, las toman»;
  • devolver el golpe «para que el otro se dé cuenta de lo que vale un peine»;
  • no ceder en ningún caso;
  • lanzar reproches;
  • exigir respeto, pero tratar a los demás irrespetuosamente;
  • pretender ser el mejor;
  • querer doblegar al adversario y derrotarlo definitivamente.

Sabiduría en la cabeza

  • escuchar y averiguar por qué el otro se comporta de determinada manera;
  • mostrar comprensión;
  • explicar con precisión qué es lo que uno quiere;
  • expresar los temores;
  • renunciar a los gritos;
  • no reaccionar a la agresión;
  • dar la razón a la otra parte;
  • no hacer un drama del asunto;
  • pedir perdón;
  • hablar y tratar a la otra parte con respeto;
  • esperar a que los ánimos se calmen;
  • buscar una solución común.

Basta con que una de las partes tenga un poco de sabiduría en la cabeza. Si una de las dos partes en conflicto renuncia a contraatacar, el intercambio de golpes se interrumpe. Y entonces habrá lugar para las conversaciones. Se habrá creado un espacio para buscar nuevas posibilidades.

Cuando la agresividad está a flor de piel

Centrémonos en el terreno de la práctica. ¿Qué puedes hacer para solventar tus conflictos?

Respuesta: lograr una buena comunicación.

Y eso puede ser un número de acrobacia. El arte consiste en dejar atrás tu actitud de ataque y defensa. Desgraciadamente, esa actitud agresiva surge por naturaleza muy deprisa. Se manifiesta al instante en tu cabeza cuando tienes la sensación de que te han ofendido o te han tratado injustamente. Entonces, tu mente recibe un aluvión de pensamientos que te dicen que la otra parte es malvada, infame, poco de fiar o traicionera. Y que tienes que defenderte sin falta. Esos pensamientos pueden intensificarse si te aferras a ellos y continúas pensando en esa dirección. En tu interior crece entonces el deseo de pagar con la misma moneda a tu adversario.

El problema es que, mientras sigas manteniendo esa actitud de ataque y defensa, no podrás aclarar las cosas en una conversación.

Porque tu antagonista se dará cuenta al instante de que no vas en son de paz. Aunque hables con persuasión, tendrás a flor de piel las ganas de agredir. Acto seguido, tu interlocutor también adoptará una postura agresiva, y ya la tenemos armada. La conversación seguramente acabará en un buen pitote. Así es como los conflictos se convierten en historias interminables.

Pregúntate con calma qué quieres realmente

La acrobacia consiste sobre todo en aclararse uno mismo. Ése es el paso más importante. Porque te hará cambiar de actitud. Fíjate en los pensamientos negativos que pasan por tu cabeza. Y luego pregúntate qué quieres realmente.

Tu agresividad respondería a esa pregunta con rapidez y contundencia: el otro tiene que reconocer con humildad que ha cometido un error, tiene que arrepentirse, disculparse y admitir que tú tienes razón y que él es una mala persona. A tu agresividad también le gustaría verle sufrir porque, al fin y al cabo, merece un castigo. Pero ¿es realmente eso lo que deseas? Si es así, tu cabeza está siendo asediada por pensamientos agresivos. Romperás el cerco percibiendo conscientemente y aceptando totalmente lo que piensas y sientes. El acto de percibir y aceptar tiene efectos liberadores. Pero requiere cierto tiempo. Después, vuelve a preguntarte con calma qué quieres realmente.

Probablemente querrás aclarar el problema. Y quizás ocuparte de que no vuelva a repetirse. O querrás llegar a un acuerdo que funcione mejor y de manera más justa para ambas partes. Para conseguirlo, tienes que evitar herir o humillar al otro. Y no tienes que echarle las culpas.

Habla con tu adversario

Si abandonas la postura de ataque y defensa, podrás hablar de manera razonable y sensata sobre la cuestión. Explícale al otro lo mucho que te ha molestado o decepcionado el asunto. Habla de lo que sientes y piensas. Pero no le exijas que te comprenda o que te dé la razón. Basta con que el otro pueda refrenar sus impulsos de defensa y ataque.

A continuación te presento un resumen de los consejos más importantes que pueden servirte de hilo conductor en ese tipo de conversaciones:

Estrategia de autodefensa: esclarecer conflictos

Aclárate

Antes de pedirle a tu adversario que habléis, aclara qué quieres.

  • ¿Qué necesitas y qué deseas?
  • ¿Qué quieres realmente del otro?
  • ¿De qué tienes miedo? ¿Qué no quieres que ocurra?

Contesta con calma esas preguntas. Comprende también que el otro no está ahí para satisfacer tus deseos. Aun así, es importante que sepas exactamente qué quieres. Y que seas capaz de expresarlo claramente.

Pide tener una conversación cuando se hayan calmado los ánimos

Cuando la gente está picada y el enfado aumenta, sólo se oyen comentarios subjetivos. Eso no es una conversación, sino una pelea. Y así no aclaramos nada. Sólo nos hacemos daño mutuamente. Por lo tanto, no pidas tener una conversación hasta que todos —tú también— tengáis la cabeza clara y hayáis salido del estado de máximo estrés.

Rebaja tus expectativas

No esperes que una persona excitada hable contigo educadamente y como es debido. Permite que tu furibundo adversario se rebele emocionalmente. Eso sólo demuestra que en el fuero interno del afectado impera un caos considerable. No te tomes como algo personal que se le encienda la sangre.

Habla de ti. Y no señales siempre al otro

Explícale a tu interlocutor qué te pasa.

  • ¿Qué has hecho y por qué lo has hecho?
  • ¿De qué tienes miedo?
  • ¿Qué te ha decepcionado, ofendido o molestado?

Habla en primera persona. Por ejemplo: «Yo quería…», «A mí me gustaría…», «Yo pensaba que…», «No sabía…», «Me encantaría…». Manifestando abiertamente el porqué de tus actos, pensamientos y sentimientos, le das al otro la oportunidad de comprenderte. Y aumentas su predisposición a que también te cuente los motivos de su conducta.

Evita los reproches y las quejas, ya que con ello iniciarías un ataque. Los reproches suelen comenzar con «tú» o «usted». Por ejemplo: «Usted nunca ha demostrado interés», «Tú no eres de fiar», «Tú eres demasiado vago para ocuparte de esto», «Usted me ha dejado en ridículo a posta». Las frases de este estilo sólo consiguen avivar la pelea.

Procura que todos puedan hablar sin interrupciones

Todos queremos dar nuestra opinión y que nos escuchen. Atiende cuando tu interlocutor hable. No le interrumpas, aunque creas que se equivoca. Todos tenemos derecho a pronunciarnos. Tú ocúpate de decir todo lo que te oprime. Pide también que te dejen hablar.

No pases cuentas

Cíñete al tema actual. No lo mezcles con viejos asuntos o con problemas anteriores. La conversación podría salirse de madre. Los viejos conflictos y problemas pendientes de solución ya se aclararán después, en otra conversación.

No reacciones a un ataque con un contraataque

Si de lo que se trata es de quién ha hecho mal qué, es posible que tu interlocutor endurezca su postura y que incluso te ataque. No participes en un recrudecimiento de la situación. No levantes la voz. No utilices palabras insultantes. Pasa por alto las agresiones del otro. Naturalmente, mientras puedas. Si tu interlocutor se pone muy ofensivo o te amenaza incluso con violencia, corta de inmediato la conversación. Ha llegado al límite. La comunicación requiere un mínimo de buena voluntad y de ganas de cooperar para funcionar de verdad. Cuando eso falla, no se puede mantener una conversación. A menudo es útil hacer una pausa en la que todos puedan volver a tranquilizarse.

Busca soluciones en vez de echar las culpas

Resiste la tentación de demostrarle a tu adversario que él tiene la culpa de todo. Porque no va a consentírtelo. Y sólo conseguirás un enfrentamiento verbal enconado que no conducirá a otra cosa que a más disputas. No eches las culpas de nada. La norma es: tragar y darse tiempo para digerir. Y, luego, volver a hablar del tema. Con tranquilidad, sin actitudes hostiles. Para solucionar el conflicto es muy útil creer que todo acabará bien. Tu optimismo y la sólida creencia de que llegaréis a un acuerdo te ayudarán a superar muchos tropiezos.

Recurre a cualquier ayuda posible

El consejo que suelo dar como experta en intercomunicación es que hables con tu adversario sobre el problema. Asimismo, también sé que hay disputas reñidas en las que las conversaciones siempre acaban en pelea.

A veces, las posturas se han endurecido tanto que los implicados se ponen agresivos con sólo verse. En esos casos es muy útil recurrir a un mediador. Es decir, a una tercera persona neutral que actúe de intermediario entre las partes en conflicto. Esa tercera persona se ocupa de que éstas hablen y sean escuchadas. Las personas enfrentadas a menudo no permiten que el adversario les diga nada. Cualquier propuesta del rival se interpreta como un truco miserable. Una tercera persona neutral lo tiene más fácil. Sus propuestas tienen mejor acogida porque esa persona no está bajo sospecha de querer imponer sus propios intereses.

En los procesos de divorcio, los abogados y los expertos en terapia de pareja ofrecen esos servicios de mediación. En otros ámbitos (por ejemplo, en la industria y en el comercio), existen organismos arbitrales o mediadores que trabajan en los juzgados. Algunas empresas contratan para el departamento de personal a consejeros y moderadores cualificados que median en los conflictos entre trabajadores.

A veces, cuando todos los intentos han fracasado, probablemente sólo queda la posibilidad de acudir a los tribunales. O de hacerse a la idea de retirarse y abandonar para acabar con el conflicto.

Sea cual sea la salida, siempre te será muy útil descubrir la dinámica que ha provocado el conflicto. (Véase también el apartado «Material para reflexionar sobre las personas difíciles»). Porque lo que descubras es lo que no tendrás que repetir.

Conoce a tu mayor enemigo

Nuestro mayor enemigo no está fuera de nosotros. Nuestro mayor enemigo está en el cemento que tenemos en la cabeza.

Enojo, miedo, envidia, celos, decepción y amargura: nadie puede provocártelos. Nadie puede hacerte enfadar. Pero lo que tú piensas de otra persona sí puede hacerte enfadar.

Nadie puede conseguir que te sientas mal. Sólo tú puedes hacerlo, aceptando unos cuantos pensamientos agresivos sin siquiera cuestionarlos. Esos pensamientos pueden ser tuyos o de otra persona. Y nadie puede despreciarte si tú ya te desprecias con tus propios pensamientos.

Las palabras que te dice una persona no expresan más que sus propios pensamientos. Esa persona seguramente cree en lo que piensa. Pero tú no tienes por qué creerlo. No tienes que creer ni siquiera en tus propios pensamientos.

Párate y dale una oportunidad a tu sabiduría

No podemos impedir que nuestra cabeza fabrique pensamientos negativos. Pero podemos impedir que esos pensamientos arraiguen en nuestro cerebro.

Tomar conciencia de ello te ayudará. Pero eso requiere tiempo. Así pues, no reacciones de inmediato con agresividad; párate antes un momento. Con un poco más de tranquilidad podrás observar lo que son realmente tus pensamientos exaltados: son sólo pensamientos. Eso te dará más libertad, ya que entonces tendrás la posibilidad de reflexionar y de darle una oportunidad a la sabiduría.

La sabiduría habla en voz baja. No hace tanto ruido como los pensamientos agresivos. No podrás oírla hasta que hayas recuperado la cordura. En este caso, ir despacio es una ventaja.

¡Qué alivio! No tenemos que emprender una cruzada para combatir a nuestros adversarios. Existen otras posibilidades. Y podemos empezar a cambiar algo justo donde las probabilidades de éxito son mayores: en nosotros mismos.