Es sabio aquel que ve el silencio.

Es Buda aquel que se convierte en el silencio.

Chao-Hsiu Chen.

Elogio del silencio

¿Es obligatorio decir algo cuando alguien te espeta una impertinencia? ¿Es realmente necesario entrar al trapo?

No. Eres libre de no responder. No tienes por qué decir nada. Ninguna ley te obliga a involucrarte en la cháchara de nadie. La comunicación siempre es voluntaria. Y no contestar puede ser la mejor reacción a un comentario chocante.

La agresión al pasar

Piensa en situaciones en las que te han atacado al pasar por tu lado. Alguien en la calle, en una tienda o en el tren se muestra de repente desagradable contigo. Con esa persona no compartes mesa ni cama, ni tampoco oficina. No tenéis ninguna relación que desees mejorar o salvar. ¿Por qué vas a enfrentarte a su salida de tono? ¿No sería una manera de malgastar tu tiempo y tu inteligencia?

Un ejemplo que observé no hace mucho, un día que llegué demasiado pronto a la estación. Mi tren no salía hasta al cabo de veinte minutos. Aproveché el tiempo para pasear por el vestíbulo, donde me llamó la atención un gran charco blanco que se había formado en el centro. Al lado del charco había un encargado de la limpieza, vestido con el mono de trabajo y rascándose la cabeza. Seguramente estaba pensando cómo podía limpiarlo.

Entonces ocurrió. Un pasajero despistado pasó mirando el panel de los horarios y pisó la sustancia blanca y viscosa. El pasajero se dio cuenta enseguida. Soltó un «¡Puaj!» y retrocedió unos pasos. Con ello esparció la sustancia blanca por el vestíbulo. La mancha acababa de esparcirse.

El encargado de la limpieza gritó enfadado:

—¿Es que no tiene ojos en la cara? Y encima lo va esparciendo por ahí.

El pasajero también levantó la voz.

—Pero ¿qué dice? ¿Qué culpa tengo yo de que ahí haya un charco? Deje de gritar a la gente y límpielo.

El encargado de la limpieza soltó toda una retahíla de frases airadas. Y el pasajero replicó en el mismo estilo.

El intercambio de palabras fue de esta categoría:

—¡Y encima se mosquea! ¡Usted no es quién para decirme nada! ¡Lárguese ya, payaso!

—¡Imbécil! ¡Cierra el pico!

—¿Que cierre el pico? ¡Cierra tú la boca, idiota!

Fue un concierto de bramidos que no quiero reproducir. Supongo que ya te lo imaginas. Dos personas machacándose y, realmente, ¿por qué?

En el silencio no hay drama

Todo empezó porque uno de los dos soltó un comentario agresivo y el otro contestó. Así empieza siempre. Y acaba en una rabiosa batalla de ofensas. ¿Tenía que ser así? ¿No había otra posibilidad?

¿Qué hubiera ocurrido si el primer comentario desagradable hubiera quedado sin respuesta? ¿Si el pasajero se hubiera callado?

No habría pasado nada. Ni concierto de bramidos ni batalla de ofensas. Sólo unos breves sonidos un poco furiosos y, luego, silencio. Quizás el eco de un gruñido. El pasajero habría seguido su camino. Quizás hacia algún sitio donde pudiera limpiarse los zapatos. El encargado de la limpieza probablemente habría soltado un par de maldiciones y luego habría limpiado la mancha y los puntos por donde se había esparcido. Nada de dramas.

El silencio: una estrategia defensiva totalmente infravalorada. Y, sin embargo, es increíblemente sencilla. Para callar eficazmente no tienes que saberte de memoria un texto. No hace falta emitir sonidos ni hablar fuerte. No importa cómo suene tu voz. Y el tiempo de reacción tampoco desempeña ningún papel. No puedes callar más deprisa o más despacio. No tienes que pensar en cómo hacerlo. Es automático. Sólo hay que mantener la boca cerrada. No decir nada.

El silencio intencionado produce un enorme alivio

No obstante, no resulta fácil callarse. A muchas personas no les gusta. Les parece poco. Lo digo pensando en los que participan en mis cursos. A la mayoría, esta estrategia no les impresiona demasiado al principio. Al fin y al cabo, se han apuntado al curso para salir de una vez de su silencio. A menudo han pasado reiteradamente por la experiencia de que alguien les haya hecho un comentario estúpido y no se les haya ocurrido ninguna respuesta. No dijeron nada, pero les habría gustado responder. Y quieren aprender a replicar. Quieren replicar y acabar con sus silencios. Y yo les salgo con esta absurda estrategia que, a simple vista, no parece muy imponente.

Entonces les explico que se trata de un silencio contundente. De no decir nada a propósito y con majestuosidad. Y que provoca una sensación muy distinta de la que sienten cuando se quedan mudos, sin saber qué decir. La falta de palabras que conocen tan bien no era una elección consciente. Simplemente les ocurría.

Callar intencionada y conscientemente puede producir un enorme alivio. No es obligatorio decir algo cuando alguien nos hace un comentario chocante. Podemos elegir. Podemos decidir dejar planudo a nuestro interlocutor con su comentario. El silencio intencionado y contundente encierra una decisión importante. La decisión de no prestar la más mínima atención a las observaciones hirientes que nos hacen los demás.

La cháchara de los demás no tiene por qué interesarte

Lo que los demás te dicen es simple cháchara. Sólo son palabras. Algunas de esas palabras son útiles, constructivas y también provechosas. Otras son ofensivas, incluso humillantes. Ciertos comentarios parecen una invitación a discutir. Te ofrecen turbulencias. Tú no estás obligado a ocuparte de ellas. Puedes limitarte a dejar pasar las turbulencias que los demás te ofrecen.

Imagínate qué ocurriría si replicaras con tu silencio:

  • Tu suegra cree que las cortinas nuevas son feísimas. ¿Qué respondes? Nada. Ella tiene una opinión. Tú tienes otra. No pierdas una palabra hablando de ello.
  • Tu hijo de trece años se queja a voces de que se ha acabado la crema de cacao y avellanas y, al parecer, no puede vivir sin ella. Levanta el tarro vacío y se pasea por la cocina gritando su disgusto. ¿Cómo reaccionas? De ninguna manera.
  • Te decides por el hotel más barato y la mujer de la agencia de viajes te dice: «¡Vaya, qué tacaño es usted!». ¿Y tú? Permaneces en silencio.
  • Tu vecino se refiere a tu coche como «esa vieja carraca». ¿Y tú? Tú callas.

Si insistes y eres consecuente en no decir nada, apreciarás uno de los efectos más positivos del silencio: la gente se da cuenta de lo tontos y absurdos que son algunos de sus comentarios cuando los ve al natural. Cuando la frase no tiene eco.

¿Alguien te ataca verbalmente y tú no dices nada? Exacto, no sólo no dices nada, sino que —y ahora viene lo decisivo— tampoco te enfadas por no decir nada. Te alegras de no haber dicho nada. Te das unos golpecitos en la espalda y te felicitas porque has conseguido mantener la boca cerrada. No te has enzarzado en la disputa que te brindaba tu interlocutor. Sus esfuerzos por ofenderte fracasan ante la quietud de tu silencio. ¡Bravo! Eso es independencia de verdad y carácter pacífico. Ya puedes estrecharle la mano a Gandhi.

La manera perfecta de no decir nada

En realidad, no decir nada es muy sencillo. Lo importante es no parecer indefenso. Por lo tanto, evita morderte las uñas con nerviosismo mientras permaneces en silencio. Y tampoco te muerdas el labio inferior. Mantén una postura corporal recta. Así demostrarás que no estás cohibido.

En el cuadro siguiente te indico cómo callar de manera perfecta.

Callar majestuosamente, pero ¿cómo?

Así no Mejor así
Te quedas en silencio, extendiendo el dedo corazón hacía tu interlocutor. (O le haces algún otro gesto obsceno que nadie debería hacer.) Te contienes y te limitas a sentir tu impulso a reaccionar.
Te tapas la boca con la mano y murmuras entrecortadamente: «¡Hummm… mmmm… aaaaaah!». Callas.
Comentas en tono obstinado: «No pienso decir nada. No puedes obligarme a decir nada. ¡No! No diré nada. ¡No me hace ninguna falta!». Dejas de prestar atención a tu interlocutor y te centras en otras cosas. O sigues tu camino.
Refunfuñas en voz baja mientras miras al suelo. Te limitas a percibir tus pensamientos y tus sentimientos, sin enredarte en ellos.
Te compras un muñeco de vudú y pasas horas clavándole agujas largas. Reconoces que no ha pasado nada grave y piensas en otra cosa.

Dale un toque de gracia a tu silencio

El silencio tiene una única pega que tengo en consideración. Hay quien cree que el silencio es… aburrido.

Afirman que no decir nada es un muermo. Que ese silencio no tiene color ni sabor. De hecho, eso es exactamente lo que me gusta del silencio: molestamos a nuestro antagonista con una nada aburrida. A la que no puede agarrarse. Que no lo lleva a ninguna parte.

Pero también es cierto que en el silencio no hay nada interesante que oír, puesto que no se dice nada. Con todo, no tiene por qué ser aburrido. No dices nada, pero gesticulas. Eso sería, por así decirlo, darle un toque de gracia al silencio. Sería un silencio con un poco de salsa. No obstante, tu postura corporal no tiene que impresionar a tu interlocutor. Usas la mímica para pasártelo bien.

Si alguna vez has querido probar una expresión facial insólita, en el silencio tienes la oportunidad de hacerlo.

Estrategia de autodefensa: el silencio animado

Alguien te hace uno de esos comentarios chocantes, como por ejemplo: «Eres un mal ejemplo, y no sólo para los niños». Y tú decides no decir nada.

  • Dale una nota de interés a tu silencio con la ayuda de la mímica y la gesticulación. Decídete por una expresión que acompañe a tu silencio.
  • Mi consejo: practica las propuestas siguientes a medida que las leas. Siempre que esboces una sonrisa de satisfacción, habrás logrado tu objetivo. Los gestos o la mímica correspondientes te serán muy útiles porque te divertirás con ellos. (Aunque resulte difícil, escoge una sola expresión.)
  • Pon cara de asombro.
  • Asiente con la cabeza como si saludaras sin palabras.
  • Pon cara triste y menea la cabeza.
  • Dedica una mirada neutral a tu interlocutor, sin mover un músculo.
  • Coge un bolígrafo y anota en silencio el comentario del otro.

Aquí tienes otras propuestas procedentes de alumnos de mis seminarios:

  • Señala con el dedo hacia la ventana o el cielo sin comentar nada, como si dijeras: «¡Ahí!».
  • Asiente radiante de alegría, como si estuvieras completamente de acuerdo.
  • Respira hondo una o dos veces y date unos golpecitos en el esternón.
  • Relaja el semblante. Abre ligeramente la boca y sonríe con un poco de ironía.
  • Mira hacia arriba con las palmas de las manos juntas, como si rezaras o meditaras.

Sin comentarios cuando una observación no viene a cuento

Ignorar una observación chocante es a menudo lo mejor que puedes hacer para que te respeten. Por ejemplo, cuando quieres solucionar un problema o avanzar en un asunto. Y no sacarás nada de las burlas, las críticas subjetivas o cualquier otro ataque verbal por parte de tu interlocutor. Es mejor que te concentres en lo que quieres y calles respecto a lo que no te gusta. El silencio es un quitamanchas muy eficaz.

Cómo tranquilizar con el silencio calculado a un grupo de personas airadas

En una ocasión, estando en un aeropuerto, observé ese silencio tan útil. Un grupo de turistas airados se encontraba en la salida de equipajes. Sus maletas no habían llegado. Una mujer del personal de tierra tomaba nota y se ocupaba del grupo. Hablaba con cada uno de los pasajeros y les hacía preguntas. Sin embargo, no era nada fácil, puesto que todo el grupo estaba bastante enfadado. La mayoría de los pasajeros renegaba en voz alta. Soltaban frases como «Esto es un recochineo», «Este aeropuerto es una porquería» o «Esto está lleno de vagos incompetentes». La mujer del personal de tierra no contestaba a esos insultos. Se limitaba a hacer sus preguntas y sólo tenía en cuenta los datos objetivos que le daban. Ignoraba todas las observaciones que no venían a cuento. El resultado fue que el torrente de insultos se fue acallando y al final cesó. Todos comprendieron que no tenía sentido meter bulla, puesto que aquella mujer no reaccionaba. No dejaba que la provocaran, no contraatacaba. Tampoco decía nada al estilo de «Cálmese». Esa frase seguramente habría encendido a la gente. No, ella no oponía ninguna resistencia. Hacía como si todas aquellas broncas no existieran. De ese modo despojó a aquel descontento incisivo de toda su energía.

A lo que hizo aquella mujer, yo lo llamo silencio selectivo. Seguía el hilo de la conversación y hablaba con la gente, pero no decía nada cuando un interlocutor hacía comentarios que no venían a cuento. Sólo hacía caso de lo que aportaba algo a la solución del problema. Y no parecía sentirse afectada por los comentarios. Más bien irradiaba una fuerza serena. Mientras el grupo se calmaba, consiguió determinar rápidamente a quién le faltaba qué maleta. Su silencio selectivo condensó y simplificó la conversación.

Mantén el rumbo

A veces, lo único que queremos es avanzar. Queremos resolver el asunto y terminar la conversación de una vez. Queremos recibir o dar únicamente la información necesaria. En esas situaciones nos será muy útil el silencio selectivo.

Puedes aplicar de inmediato ese silencio calculado. Si tu interlocutor suelta un sinfín de palabras, tú sólo haces caso de lo que te resulta útil, informativo y objetivo. Pero no toques nada que te enoje o te ponga de los nervios. Si te dice algo que no viene a cuento, no repliques, no hagas preguntas y no lo corrijas. Ignora todo lo que podría llevar la conversación por derroteros nocivos. No pierdas el rumbo. Y el rumbo consiste en todo lo constructivo, objetivo o útil.

El resto es silencio.