El mejor camino para deshacerte de un enemigo es reconocer que no es tu enemigo.

Sutra Kegon.

Material para reflexionar sobre hombres y mujeres

Tengo ante mí a una mujer que quiere saber cómo puede defenderse de los ataques verbales. El supuesto agresor es un hombre. La escuchó y luego le digo:

—O sea que eso se lo ha dicho un hombre.

La mujer asiente y me mira como si quisiera decirme «Sí, y ¿qué?». Es muy importante el hecho de que un ataque verbal sea obra de un hombre o de una mujer. Si el ataque viene de un hombre y afecta a una mujer, puede tratarse de un malentendido. Porque los hombres y las mujeres captan las cosas de manera muy distinta cuando se trata de peleas verbales.

En resumen: entre los hombres, una lucha verbal puede ser una expresión de camaradería. Entre las mujeres no suele serlo. Cuando una mujer pelea con palabras, suele decir las cosas en serio. Esa diferencia puede observarse muy pronto en el comportamiento de los críos.

Las peleas verbales de los niños y las conversaciones de las niñas

Estoy sentada en un banco de un andén. Delante de mí hay un grupo de escolares de unos ocho años. Los dos adultos que los vigilan y les llaman la atención cada dos por tres seguramente son los maestros.

Los niños están juntos. A mi lado se sientan cuatro niñas. Los niños se dan empujones. Uno sujeta a otro por la mochila. El atrapado intenta pegarle una patada. El otro lo suelta y se aleja un poco corriendo. Todo ocurre entre risas y gritos.

La mirada de los maestros se dirige al lugar donde hay más ruido. Reprenden a los niños:

—¡No alborotéis! Florian, ¡deja en paz a Alexander! Y tú, Alexander, deja de dar patadas.

Los niños se están quietos un momento y luego siguen. Uno sujeta al otro y le hace una llave de estrangulamiento en broma. El agarrado grita. Una nueva reprimenda severa por parte de los maestros.

Las niñas que están sentadas a mi lado están tranquilas. Una de ellas enseña a las otras un pasador de pelo. Y todas comentan algo:

—Yo tengo uno igual en casa.

—¡Cómo brilla!

—Es muy bonito.

Entretanto, uno de los niños le ha quitado la gorra a otro y todos inician una persecución por el andén. De nuevo, una bronca por parte de los maestros.

Mientras dura la espera, los niños se llevan unas diez regañinas. Las niñas, ninguna.

Los comentarios desconsiderados sustituyen a las peleas físicas

En ese ejemplo vemos unas diferencias que se mantendrán toda la vida. A los niños les gusta pelearse. Se dan golpes en el brazo, se agarran por el cuello y se pelean. Las niñas hablan. Se enseñan cosas, intercambian opiniones y se cuentan novedades.

Evidentemente, las niñas también se pelean. Pero lo hacen muy raramente. Cuando una niña quiere jugarle una mala pasada a otra, lo hace en el terreno de las relaciones. Por ejemplo, diciendo: «Ya no eres mi amiga. Ahora mi mejor amiga es Jennifer».

Convirtamos ahora en adultos a esos críos de ocho años. Los hombres adultos ya no se pelean físicamente. Lo hacen verbalmente. En vez de darse un golpe en el brazo, se saludan con palabras como: «¿De dónde sales? ¿Ya han vuelto a sacarte del contenedor de la basura?». Y esos comentarios desenfadados también se los dedican a las mujeres. Sobre todo a las mujeres que parecen seguras de sí mismas.

Él sólo quería jugar, pero ella se ofendió

El señor Kasper llega una mañana a la oficina de Correos donde trabaja. La señora Adrett ya ha clasificado las cartas.

Kasper está de buen humor. Y lo transmite:

—¡Buenos días, señora Adrett! Uy, ¡qué cara! ¿No ha dormido bien o se ha olvidado de quitarse la mascarilla facial?

En el fondo, el señor Kasper le ha dado jovialmente un golpecito en el brazo a su compañera de trabajo. Ha hecho lo que hacen los niños. La ha invitado a una pequeña pelea amistosa. ¿Y la señora Adrett? Ella reacciona como una niña y hace una mueca de ofendida con la boca, como si dijera: «¡Ay! Eso me ha dolido».

—¿A qué viene ese comentario? —le espeta la señora Adrett.

Kasper se queda desconcertado. Hasta entonces, la señora Adrett siempre le había parecido muy normal. Será que hoy tiene un mal día. El desconcierto sólo dura medio segundo. Las sutilezas y los matices en una relación no le interesan. ¿Para qué? Él no ha hecho nada malo. Es la señora Adrett la que está de mal humor. «¡Mujeres!», piensa, y se pone a trabajar. No dedica un solo pensamiento más al incidente.

Sin embargo, la señora Adrett no deja de darle vueltas. Al cabo de unas semanas, viene a verme, preocupada. Aún no ha digerido el comentario del señor Kasper.

¿Por qué la ataca? ¿Es culpa suya? ¿Tanta inseguridad proyecta? ¿O era mobbing? ¿Qué puede hacer?

La señora Adrett está dispuesta a trabajar duro para mejorar. Yo tengo que ayudarla. Quiere aprender a dar caña y replicar con agudeza. ¡No volverá a pasarle lo mismo en el futuro!

Yo piso el freno. Comprendo sus deseos, pero yo sólo veo un malentendido en ese caso. Un malentendido propio de las diferencias de género.

Los malentendidos entre hombres y mujeres

Ése es uno de los malentendidos que se dan con más frecuencia cuando los implicados no son conscientes de que tratan con un miembro de otra cultura.

Dicho con toda simpleza: una mujer no es un hombre. Y la probabilidad de que reaccione como si fuera un hombre existe, pero es mínima. Generalmente, la mujer ve las cosas a través de las gafas de su cultura, es decir, a través de unas gafas femeninas. Y no le gusta pelearse.

No obstante, hay mujeres que se desenvuelven de primera en las peleas verbales masculinas. Esas mujeres son capaces de entender un comentario como lo que es: una muestra de camaradería. Y saben replicar al mismo nivel. A esas mujeres solemos encontrarlas en ambientes donde los hombres son mayoría. Para encontrar aceptación en esos círculos, muchas mujeres asumen modelos verbales masculinos. Y, naturalmente, también hay hombres a los que no les gustan las típicas peleas ni los comentarios de hombres.

En realidad, los distintos hábitos mentales y orales de hombres y mujeres no son un problema. Al menos cuando los dos bandos son conscientes de esa diferencia y la tienen en cuenta. Los problemas surgen cuando hombres y mujeres generalizan su propia manera de hablar. Cuando un hombre parte de la base de que todo el mundo (también las mujeres) entenderá correctamente sus comentarios y sus pequeñas indirectas. Igual de problemático resulta cuando las mujeres parten de la base de que una observación despectiva hiere a todo el mundo (también a los hombres).

Mientras hombres y mujeres actúen como si su punto de vista fuera el único existente, una y otra vez se producirán choques culturales.

Permíteme volver ahora a la práctica. Para concluir, te ofrezco unas indicaciones que podrán serte útiles cuando hables con representantes del otro sexo.

Indicaciones para las mujeres que hablan con hombres

Alguien te provoca, te echa algo en cara o se burla de ti. Antes de recurrir a una estrategia efectiva de autodefensa, examina a fondo las circunstancias: el agresor, ¿era un hombre? Si lo era, seguramente no se trataba de un ataque. Parece una agresión, pero el hombre quizás no quería molestarte. Bueno, puede que sí, pero no tanto como tú crees. ¡Él sólo quería jugar!

Ese hombre te ha invitado a una pequeña riña con palabras. Ya sé que no te gustan las peleas, porque hacen daño. Pero a muchos hombres les encanta pelearse de vez en cuando.

¿Estás meneando la cabeza y preguntándote por qué actúan así los hombres?

La respuesta es simple: los hombres actúan así porque de ese modo comprueban quién es el más fuerte. Y eso no sólo les divierte, sino que también les da cierta seguridad. Riñen y se pelean para comprobar quién está por encima. Quién, por así decirlo, domina el cotarro.

Para los hombres, estar por encima de los demás es más importante que para las mujeres. Dicho de otro modo: a muchos hombres les interesa más el poder (también jugando) que la armonía.

Es posible que te parezca un poco absurdo, pero te aseguro que a los hombres no les pasa nada raro. Y a ti tampoco.

Indicaciones para los hombres que hablan con mujeres

Es posible que de vez en cuando tengas la impresión de que las mujeres son impredecibles y se molestan cuando menos te lo esperas. Seguro que conoces la situación: estáis charlando y os entendéis bien.

La pinchas un poco, naturalmente con palabras y sólo por bromear.

Y la mujer, hasta entonces tan tranquila, tuerce el gesto de repente, el enfado brilla en sus ojos y adopta una actitud fría. O empieza a abroncarte.

Ya sé que te cuesta entenderlo y por eso no le das más vueltas al asunto. No obstante, te contaré lo que se esconde detrás de esa actitud.

Es muy posible que algunos de tus comentarios bromistas no sean bien recibidos por las mujeres. A algunas les suenan irrespetuosos y despectivos. Por eso reaccionan enfadadas. Eso se debe a que las mujeres piensan de manera distinta a los hombres.

A la mayoría de las mujeres les gusta hablar afablemente con los demás. Y, para las mujeres, «afablemente» significa sin hacerse daño mutuamente. Además, les parece una tontería medir fuerzas en una disputa verbal. No quieren dominar el cotarro. Ellas buscan simpatía y comprensión. Y prefieren la objetividad.

Quizás ahora pienses que las mujeres son demasiado remilgadas, pero puedo asegurarte que a las mujeres no les pasa nada raro. Y a ti tampoco.

Test: ¿Conoces las diferencias entre hombres y mujeres?

Sabes que el aspecto de hombres y mujeres es diferente. ¡Bien por ti! Pero la pregunta no se refiere a las diferencias biológicas visibles, sino a las diferencias invisibles. ¿Conoces las diferencias en la manera de pensar de ambos sexos?

A continuación te presento un test sociológico y psicológico con el que podrás comprobar tus conocimientos.

Te planteo ocho preguntas que ya han sido contestadas. Una de las respuestas la dio un hombre; la otra, una mujer. Tu tarea consiste en descubrir quién dio las distintas respuestas. Marca con una «H» la respuesta que creas que dio el hombre y con una «M» la respuesta que creas que dio la mujer.

Encontrarás la solución al final del libro.

Pregunta 1:

Vas en coche con una persona de confianza. Tú ocupas el asiento del copiloto. Piensa si, en esa situación, dirías frases como las siguientes:

Vamos, puedes adelantarlo sin problema. ¡Dale caña! ¡Pisa a fondo el acelerador! Pero ¿qué haces? ¡Frena, frena! No lo conseguirás.

¡Madre mía! Conduces… ¡Oh, no!

  1. No, nunca diría algo así.
  2. ¿Eh?

Pregunta 2:

¿Hay alguna diferencia entre el rosa y el fucsia?

  1. Sí, claro.
  2. ¿Eh?

Pregunta 3:

Para ti, un blandengue es…

  1. Bueno, un blandengue es un blandengue, un calzonazos. A veces llamo así a mi amigo.
  2. Una palabra poco respetuosa y totalmente innecesaria.

Pregunta 4:

Te compras un reproductor de DVD. ¿Consideras importante que el nuevo aparato reproduzca también los formatos DVD-RW, DVD-ROM, CD-ROM, MP3, SVCD y DivX?

  1. Sí, es importante.
  2. ¿Eh?

Pregunta 5:

¿Qué opinas de escupir en la calle?

  1. ¡Asqueroso! Que alguien que pasa por tu lado suelte un escupitajo, ¡puaj! Yo nunca lo haría.
  2. En caso de necesidad, ¿por qué no? Lo que tiene que salir, tiene que salir. Y, total, va a parar a la calle, no a una alfombra.

Pregunta 6:

En las empresas, en la Administración, en el ejército, en todas partes hay jerarquías. ¿Qué opinas de esa distribución del poder?

  1. Está anticuada, claro, pero también tiene ventajas. Así sabes cuál es tu sitio y también te das cuenta enseguida de cuál es el sitio de los demás. Y entonces también sabes cómo tienes que hablarles.
  2. Bueno, alguien tiene que mandar. Pero lo importante es entenderse y llevarse bien. ¿De qué sirve tener una posición elevada si nadie te traga?

Pregunta 7:

¿Eres capaz de hablar de tus sentimientos?

  1. Sí, lo soy. Sobre todo cuando estoy triste o algo se me atraganta, me gusta hablar de lo que siento con una persona de confianza. Para mí, es un alivio.
  2. Sí, creo que sí. Pero ¿qué saco con ello?

Pregunta 8:

Vas a cenar a un buen restaurante. ¿Qué pides de entrante?

  1. Una ensalada mixta con una vinagreta suave. La cena tendrá muchas calorías. Es mejor no empezar con un entrante muy contundente. De hecho, a lo mejor sólo pido una ensalada.
  2. Algo digno del lugar.