CAPITULO 4
Los hermanos Reeves se veían más elegantes que nunca. La familia llevaba varios años desde la última vez que cenaron con varias personas en la gigante mesa de comedor. Ellos habían comprado una mesa parecida a la que les acompañó por mucho tiempo en su hogar materno y paterno. Tenía unas 14 sillas y era ovalada en madera rustica, solo que la actual llevaba un toque moderno y minimalista a la vez.
Ronald se miró por última vez en el espejo de la repisa que colgaba de la sala de estar mientras Chris se servía un trago de vino. Stacy daba las ultimas directrices a las jóvenes del servicio para que colocaran la flamante cena en la mesa. Un remix navideño estilo soul sonaba de fondo desde la cocina, haciendo el ambiente muy hogareño.
Todos se ocupaban de algo cuando el timbre de la puerta sonó. El primer invitado, el tio Sam, había llegado y su presencia se hizo sentir de inmediato. No solo por su perfume blue acostumbrado, sino porque cuando dijo: Buenas noches, hasta el personal del servicio que se encontraba en distintas tareas se espantaron.
El tío Sam y su acostumbrada manera de ser tan estricto y militarizado.
—Buenas noches tío. Bienvenido. —dijo Chris, quien se había acercado para estrechar su mano con cortesía y respeto. Ronald caminaba apesadumbrado detrás de su hermano como para retrasar el paso hacia lo inevitable.
—Buenas noches Sam. —se adelantó Stacy regalándole una amable sonrisa. Ella no le temía, ya sabía cómo lidiar con los Reeves y sus distintas personalidades. Sam achinó los ojos haciendo notar las arrugas a su alrededor cundo le devolvió la sonrisa a la mujer.
—Un gusto verte Stacy. A propósito, gracias por los pancakes que me enviaste. Te lo agradezco, ya sabes que eres la mejor en la cocina.
Ronald hizo un gesto irónico mientras apretaba su vaso de whisky.
—Cuando quieras. Ya sabes que me encanta cocinar y hacer esos inventos. La próxima vez le añado más blueberries.
La mirada entre tío y sobrino se hizo más espesa.
—Tio Sam. —Ronald le extendió la mano y éste la recibió. Ninguno de los dos dijo nada hasta que de nuevo el timbre sonó.
Ambra se encontraba mirándose por última vez en el espejo de la habitación de huéspedes en la casa de Wendy. El brillo en sus ojos se notaba mucho más que el de aquel collar de pequeños diamantes. No lo había comprado ella, pero si se lo ganó como recompensa en la empresa para la cual trabajaba, por ser una freelance con mucha motivación en sus labores. Entregaba los libros terminados más rápido que los demás, tenía buen comportamiento, entre otras cualidades que hacían de Ambra, una mujer especial.
Ambra se hizo un selfie con su móvil en donde se veía bastante bien el vestido de animal print sintético. Llevaba el cabello en unos rizos secos, un maquillaje traslucido, y unos aretes de chapas negros con brillante.
Ya se encontraba a punto de salir de la habitación cuando se encontró de frente con Wendy avisándole que ya todos se encontraban en la mesa, y se notaba, por el ruido peculiar de los niños y unas cuantas voces que no le parecían familiares. Aprestó a dejar la habitación con una amplia sonrisa y caminó tras Wendy quien tenía puesto un vestido a nivel de las rodillas completamente básico y sobrio, de color negro ajustado al cuerpo. Llevaba el cabello ondulado, como siempre aunque se lo había aclarado aún más. Lucía como de costumbre, una madre y esposa con gusto muy de moda.
Mientras atravesaban el pasillo que llevaba al comedor, el olor a buena comida y a dulces, a manzanas… no se hizo esperar. El esposo de Wendy tarareaba un poco de jazz tratando de imitar las notas pero causaba un poco de risa con aquella voz grave. A Ambra le sonaba a un Santa Claus que quiso conocer cuando niña.
Se ven espectaculares! —se escuchó una voz de fondo desde la cocina. Cuando Ambra logró aguzar sus oídos y se giró, vio a la anciana madre de Joshua preparar una ensalada verde. Siempre se inclinó por la comida saludable, es por esto que a sus 85 años, lucía como una señora de 70 o menos.
—Gracias Gloria. Tenía mucho sin verte. —dijo Ambra mientras se apresuraba a abrazarle. Ella era y vivía en Argentina, había viajado a USA a visitar a su hijo y la familia.
Gloria era una mujer un poco encorvada, con el cabello completamente canoso, dentadura casi perfecta y ojos café.
—Yo también cariño. Tan bella como siempre. —sonrió la mujer cuando hizo contacto con los ojos y el rostro de Ambra. Lo hizo amablemente, con la ternura que le caracterizaba.
—Como siempre, haciendo tus comidas saludables. —comentó Ambra para hablar de algo.
—Mírame. Siempre estoy en la línea. —Gloria hizo un ligero movimiento de caderas y Ambra se echó a reír.
—Apúrense que tengo mucha hambre! —dijo Joshua haciendo sonar los cuchillos.
—Si hijo, ya vamos. —Gloria le guiñó un ojo a Ambra.