CAPITULO 6
—Me sorprendiste con eso de cambiar la reservación, es todo. —dijo Ronald todavía asimilando la situación. Odiaba cuando todo se le salía de control.
—Olvida eso y disfrutemos el momento. No es hora de pelear ¿o sí? —preguntó Paula mientras rozaba con la punta de sus tacones beige, las piernas de él.
El hombre elevó la copa y le invitó en silencio a hacer las paces. Le convenía relajarse un poco con ella que siempre estaba dispuesta a complacerlo, no solo en los negocios, sino en la cama. La mujer tenía lo suyo, aunque solo fuera siliconas y botox. Disimulaba muy bien sus 48 años aunque eso significara evitar sonreír mucho para que no se le hicieran arrugas.
—De acuerdo, eso me encanta en ti ese gatito domado por mis garras.
—No me provoques Paula, sabes que puedo cogerte en este mismo restaurant y hacerte gritar hasta que me ruegues que te suelte. —dijo susurrando.
Paula sonrió de costado.
—Pues el reto está hecho…
En dos minutos, Ronald tenía a la mujer encima del lavamanos con las piernas abiertas alrededor de su cintura, siendo golpeada por su pene como lo sabía hacer y ella, aferrada a su cuello dejándose embestir sin piedad. Parecía una serpiente despiadada a punto de morder a su presa para inyectarle veneno.
El sonido natural de sus cuerpos mientras se enredaban en la calentura del momento, retumbaba en el pequeño baño, que apenas tenía dos inodoros.
No les importó que varias veces fueran a tocar la puerta, ellos arreciaron los movimientos mientras la mujer tuvo dos orgasmos, él se sentía a punto de explotar como si fuese un mar desembocando en la orilla.
—Oh Paula! —dijo al correrse fuera de ella descargando su furia masculina.
Salieron del baño como si nada hubiese pasado, terminaron el almuerzo de “negocios” y quedaron de verse pronto.
Ronald la despidió hasta su mercedes blanco del 2007. Ella le dedicó una última mirada seductora mientras se metía al auto.
Fuera de allí, todo volvía a la normalidad. Ahora debía irse a casa a tomar una ducha y empezar una reunión en la tarde.
El móvil empezaba a sonar de nuevo y esta vez decidió contestar.
—Hola muchacho. —esa voz conocida le traía alegría. Era el comisario Smith. Su antiguo jefe, que como un padre en toda su carrera y lo seguía siendo. Ronald le guardaba mucho respeto, en especial porque era amigo de su padre.
—No lo puedo creer viejo, mucho sin saber de ti. —Ronald desactivó la alarma una vez le entregaron las llaves, pagó una considerable suma de dinero y se metió al auto sin ponerlo en marcha mientras hablaba.
—Tenemos que hablar sobre algo…
—Sabes que para ti lo que sea.
Smith le explicó con detalle lo que quería. Ronald haría lo que fuese necesario si se trataba de ese tema…
—No pensaba regresar pero, hay motivos suficientes como para hacerlo. —Su voz sonó más áspera esta vez, como si envolviera rabia dentro de ella.
Ronald terminó la conversación y como si estuviera impulsado por un resorte, salió disparado del parqueo a plena luz del día. Para ser lunes no parecía tan complicado el tránsito en la zona playera.
El móvil sonó de nuevo y esta vez lo llevaba conectado al manos libres del auto.
—Hola hermano, cuéntame!
—Me has dado un par de dolores de cabeza desde ayer ¿sabías? —se escuchó la voz de Chris por la otra línea.
—Empiezas con tus reclamos… —Ronald interrumpió.
—Para nada, por hoy no quiero complicarme. Es para que bajes a South, hoy seremos jueces de la competencia anual de surf. Fue algo improvisado pero… ya sabes que amamos esta mierda.
—Cuenta conmigo, voy a casa a vestirme y de ahí regreso de vuelta. —sonó emocionado el hombre. Era una de las cosas que les apasionaba además del dinero y las mujeres.
—Hecho. Te espero allá como en dos horas.
Ronald se dirigió hacia Bal harbour, lugar ubicado a 20 minutos de south beach donde estaba ubicado el pent-house. Por eso les encantaba la zona, aparte de que vivía gente de dinero como ellos, podían apreciar una vista privilegiada hacia el mar. De fondo se escuchaba un poco de rock metal. Le encantaba el rock de todas formas, en especial las bandas clásicas. En esa ocasión en específico, sonaba una de stratovarius así como aceleraba por la autopista, se emocionaba con los acordes de la canción que iniciaba con violines y un coro que iba tomando el ritmo a medida que se agregaban más instrumentos como el piano, la batería y finalmente la guitara eléctrica. Para él representaba igual que una cogida con una mujer.
DESTINY:
“…Under the burning sun. Is this the way to carry on? So take a look of yourself and tell me what do you see, a wolf in clothes of the lamb?
Unchain your soul from hate, all you need is faith.
I control my life, I’ m the one.
You control your life but don’ t forget your destiny.”
“Debajo del sol. Esta es la manera de llevar las cosas? Así que mírate a ti mismo y dime qué es lo que vez, un lobo con ropas de cordero?
Libera tu alma del odio, todo lo que necesitas es Fe.
Yo controlo mi vida, soy el único.
Tu controlas tu vida, pero no olvides tu destino.”
Ronald se quitó la corbata en una intersección mientras iba entonando las letras que perfectamente le iban sin que lo notase. Simplemente le encantaba la banda de power metal y la letra, sus acordes, sus arreglos. Era fenomenal para él.
Se tomó justo 18 minutos en llegar al apartamento. La señora Stacy le recibió muy amable. Era su ama de llaves, su asistente en casa y su todo. A ella era la única mujer que respetaba hasta el momento, pues ella estuvo con ellos desde hacía casi diez años cuando decidieron irse a Miami. Ella les apoyó y les reprendió muchas veces y cuando la muerte de su padre, fue su hombro sincero para llorar.
La señora Stacy tenía unos 56 años. Se veía muy joven a pesar de la vida de sufrimientos que tuvo cuando su esposo se fue a la guerra y nunca más supo de él. Por muchos años intentó buscarle, pero luego entendió que tal vez había muerto o ya no quería saber de ellos.
Se resignó con el paso del tiempo y trató de reconstruir su vida. Con los lujos que les brindaban los Reeves, echó a sus dos hijos adelante y les dio su carrera, pero en su corazón se escondía mucha tristeza.
Había pasado por situaciones difíciles donde perdió prácticamente todo y tuvo que empezar de cero. Como madre soltera no tenía muchas oportunidades y sin estudios. La ayuda del gobierno no resultaba tan grande hasta que por casualidad una amiga que trabajaba al lado de los Reeves la recomendó y de ahí en adelante, la señora se ganó el cariño de sus muchachos.
Ella les hablaba como si fuera su madre. Con dulzura, serenidad..
Era una mujer de piel fina, blanca, de ojos café oscuros, pelo castaño, espalda ancha y alta estatura.
—¿Cómo estás vieja? —dijo Ronald al saludarla con un abrazo.
—Vieja tus pelotas. —se echó a reír mientras le seguía los pasos para mostrarle un batido que le había preparado. Le encantaba los batidos de fruta, en esencial que contuvieran: Fresa, banano, sandía y una manzana. Solo ella le sabía preparar el dichoso jugo.
—Me vas a engordar nana. —sonrió como un niño cuando terminó se beberse todo el vaso gigante. De vez en cuando él en especial pensaba que Stacy era un ángel que su madre había dejado para que no se terminara de volver loco. De hecho, aunque ellos le pagaban mucho dinero, ella ya solo daba órdenes a las demás empleadas domésticas no solo de la vivienda, sino de todo el edificio y las oficinas que tenían. A ella la trasladaba un chofer para los distintos lugares cada vez que hacía alguna inspección.
Los Reeves confiaban únicamente en esa señora.
—Ustedes están muy flacos, solo comiendo proteínas. En mis tiempos, los hombres hacían otras cosas. —dijo la mujer llevando el vaso al fregadero.
—Estamos en otros tiempos nana. Tú tranquila que estamos bien. ¿Y Chris, ha venido?
—Si, se acaba de ir a la competencia. Sin van hacia allá por favor chicos, cuídense de no golpearse con una de esas tablas.
Ronald sonrió de ternura. Acto seguido, besó su frente.
—Gracias por preocuparte. Vales oro.
Subió las escaleras dando saltos. Estaba de buen humor, cosa muy extraña. Entró a la habitación, encendió su home theater mientras se desvestía y colocó un poco de música electrónica para ponerse las pilas.
Se puso unos jeans desgastados azules, una franelilla verde pegada al cuerpo resaltando las horas en el gimnasio y escogió entre los diez lentes de sol en el exhibidor del closet. Había que ver ese guarda ropas, todo organizado con las prendas tan caras y masculinas que solo le faltaba una vendedora para que pareciese una tienda.
Todo era de lujo, hasta los sandals negros que se colocó.
Salió disparado y apenas se despidió con un gesto de manos de Stacy. Bajó el ascensor privado hasta el parqueo donde en vez del porche, escogió el Bugatti Veyron, uno de sus bebés mimados que acababa de adquirir. Un auto negro con media franja roja debajo. Él volaba bajito en esa máquina donde sentía el poder.
Al llegar de nuevo a south beach, muchos de los presentes se recogieron la quijada ante la presencia de tan increíble auto del año. Las féminas por supuesto, en vez de recogerse la quijada, se justaron los bañadores ante tal figura, digna representación de un hombre de verdad que hasta en ropa deportiva, lucía cada vez mejor.
Ronald estaba acostumbrado a ser el punto de atracción. Bueno, él y Chris que, era un chico digno de una revista.
Al identificar a su hermano sobre la tarima junto a los demás jueces, aprestó hacia allá con una sonrisa de despreocupación mientras observaba la cantidad de cuerpos calientes bronceados. Sin embargo, como era tan selectivo, tampoco se acostaría con cualquiera de esas que vendían el alma con tal de acostarse con él.
—Bienvenido Reeves. —dijo Salvatore, el presidente de la asociación de surfistas. Quien los había invitado. Era un hombre sumamente alto pero ya había perdido la figura, pues sobresalía una panza que en tiempos anteriores no existía. Llevaba el pelo recogido en una cola, su piel era tostada, su voz grave, velludo hasta en la nariz..
—Gracias por invitarnos hermano. —saludó con un abrazo cordial mientras se colocaba al lado de Chris.
—Buenos recuerdos me llegan a la mente. —dijo Chris mientras tomaba una soda de cola. Llevaba unos shorts grises con mocasines azules y un t shirt blanco. Sus piernas eran muy fuertes y definidas asi como el cuerpo atlético. La diferencia entre él y su hermano radicaba en que Chris parecía más un hombre de portada, atlético. Ronald era más definido como un hombre con un sex appeal envidiable, de musculatura fuerte y apariencia muy masculina.
—Si.. ¿Recuerdas cuando veníamos con papá a practicar? —Los dos contemplaron en silencio las olas mientras recordaban los episodios de su padre, con temperamento siempre fuerte, pero con la paciencia de un padre amoroso que quería lo mejor para sus hijos.
—Papá era increíble hermano.
Con ese comentario guardaron silencio, como si estuviesen honrando la memoria de su padre.