CAPITULO 3

 

    Estás divina en ese vestido.—dijo Carl cuando tuvo a Ambra a su lado. Estaba deslumbrado con el gran trabajo que hizo para él bajando de peso. No era que estuviera obesa, solo que después de haber pasado momentos difíciles engordó un poco.

Ella sonrió con ternura. De verdad amaba a Carl. Consideraba que podría ser un esposo, sin embargo sentía que algo estaba mal.

Ambra tenía unos 5’ 8 pies de estatura, era una mujer alta de tez blanca y cabello pelirrojo. Naturalmente lo tenía color miel, pero le encantaba este color cobrizo, era parte de los cambios que implementó. Ese día llevaba un Jumpsuit negro y un collar de perlas, acompañado de una cola al descuido y un maquillaje ahumado. En las manos tenía una pulsera también de perlas con un corazón colgando de material plateado.

La cena de ensayo se realizó al estilo Wendy, con todos los detalles posibles. Todos comieron, bailaron y disfrutaron. Parecía la boda misma con tantos bocadillos, variedades de vino, tipos de carne, pescados…

Al término de la noche, Ambra había llegado al límite cuando Carl en vez de irse a casa con ella y dormir juntos, se inventó una excusa para salir alegando trabajo a las diez de la noche.

—Te lo digo Wendy, me conoces. Sabes que nunca le he aguantado nada a ningún hombre y yo por Carl he hecho lo indecible. Creo que hoy se acabó. —dijo con voz temblorosa. Tragó en seco. Para ella era inconcebible dejarlo. Si bien es cierto que en el pasado ella tuvo buena autoestima, no menos cierto era que después de la búsqueda de sus verdaderos padres y el fracaso de la misma, ella cayó en una depresión que la hizo engordar, ser dependiente emocionalmente de Carl le tenía muy mal.

—Te apoyo en lo que decidas, hazlo como lo sabes hacer, con inteligencia. —susurró Wendy por la otra línea. Ambra asumió que su esposo estaba cerca y que deseaba mantener la privacidad de su conversación.

—Gracias. Ahora me voy a dormir a ver si aclaro mis ideas. —mintió. No podría dormir pensando que terminaría a relación con Carl. De solo pensarlo se le anidaban en vez de mariposas, murciélagos volando su estómago.

—Buenas noches cariño. —se despidió Wendy.

 

Carl regresó al departamento con un  olor a calle, a humo, a perfume y a cigarros. Eran las cuatro de la mañana cuando Ambra sintió el peso de su cuerpo meterse en la cama de manera sigilosa. ¿Acaso pensaría que ella no se iba a dar cuenta? Había llegado al punto en que había evitado a toda costa.

Trató de reconciliar el poco de sueño, pero le fue imposible. Por su mente pasaba la cuenta de los pocos meses que realmente fue feliz con él. Después del primer año, el Carl responsable, hogareño y lleno de atenciones que conoció, se fue volviendo pedante, irresponsable, mentiroso y hasta holgazán para cosas que tenía que ver con ambos. En cambio, para fiestear y buscar excusas, era todo un lince. 

Ambra no pudo detener los pensamientos agolpándose en su mente como si fuese una copa a punto de rebosar. No pasó ni cinco minutos antes de que Carl empezara a roncar. Ella se sentó a orillas de la cama presionándose la bata de algodón contra el pecho para resguardarse del frio. La bata era una que había comprado para lucirle el nuevo peso a su novio, pero esto no sucedió porque él tenía algo que hacer.

Se puso de pie sintiendo el congelamiento del piso de madera. Esa noche la temperatura había bajado lo suficiente como para que ella se helara por completo, pero nada como la decepción hecha hombre a un lado de su cama.

Lo observó por unos segundos con un poco de luz que se colaba por la ventana y le daba en el rostro, aquel que ya no estaba dispuesta a ver dormido junto a ella.

Ambra evitó una lágrima, pero era muy tarde. Lo que no quería se estaba haciendo realidad.

Se puso de pie y se acercó a la ventana. Todo estaba helado, asi como lo estaba su corazón. Sollozó en silencio y tras un último suspiro supo que el momento había llegado.

 

        

Desfilar como dama de honor se sentía muy bien si la que estuviese desfilando, fuera una buena representante de la soltería. Pero Ambra no lo era, no se sentía representante de nada ni de nadie.

Lo que deseaba hacer era salir corriendo del cortejo nupcial y de la iglesia, pero respiró profundo, pensó muy bien en su mejor amiga, la que le había apoyado y cuidado. A ella no podría hacerle algo similar. Debía quedarse allí sonriendo con un bouquete de dos tonos en las manos y cuidando no tropezar en la alfombra. A veces solía ser torpe con los tacones.

La iglesia era muy amplia, pero sólo se ocuparon dos filas de bancos. Wendy quería una boda por todo lo alto, pero lo deseaba hacer con la gente que realmente le importaba y esos eran los que ocupaban esos asientos.

Continuaron el desfile hasta la llegada de los novios. Su amiga desprendía un aura iluminada, su esposo la observaba con admiración. Ambra sintió una leve punzada al corazón. Ella nunca viviría algo así como lo que vivía Wendy. La felicidad no se hizo para ella, asi que lo que le restaba era adoptar un estilo de vida muy distinto al que llevaba. Ya había tomado la decisión y no tenía retorno. Después le comunicaría a Wendy sobre el viaje que ya tenía planeado.

Respiró profundo mientras el sacerdote pronunciaba las palabras consagradas, deseaba tanto regresar a su departamento, recoger y tomar su vuelo…

Diez minutos después ya los novios salían de la iglesia entre bombos y platillos para dirigirse al salón de recepción que quedaba a media esquina. Estarían en una habitación mientras el maestro de ceremonias, que era un amigo del novio, anunciaba su llegada cuando ya los invitados estuviesen en el lugar.

        

Ambra recordó lo que había pasado esa mañana cuando se despertó. Por eso estaba desesperada por partir de la boda porque los recuerdos recientes le estrujaban el corazón. Ya no soportaba la angustia de haber terminado con Carl:

Al levantarse ese día, le esperó sentada en el sofá de la sala con las ojeras muy visibles y el alma arrugada.

 

—Tenemos que hablar. —dijo ella con voz ronca mientras Carl se rascaba las bolas con un dejo de interés. Había amanecido estropeado de la noche interior.

Carl la miró extrañado por la forma en que ella se lo dijo.

—¿Sobre qué? Te dije que debía hacer unos negocios. —Esta vez se rascó el cuero cabelludo mientras se recostaba de la pared.

—Carl, quiero que te vayas del departamento lo antes posible. Dividiremos las cosas de ambos. Es mejor que ya no estemos juntos. —Al decirlo no sintió dolor, ni pena. Más bien un alivio interior. Jamás pensó que decirle adiós a una relación de 4 años no le causara un ataque de histeria.

Carl frunció el ceño mientras se acercaba lentamente hacia ella.

—Cariño, si fue por lo de anoche…

—Fue por lo de anoche, lo del dia antes, la semana antes, el mes anterior, los dos meses antes… fue por todo Carl. Entiendo que nuestra relación no es lo que me hace feliz no es lo que busco. Mírame, cada día quiero agradarte y he llegado al punto en que me perdí a mi misma. —Carl miró al piso mientras ponía las manos en forma de aza en la cintura. Se había empezado a enrojecer. Sus orejas estaban muy calientes.

—Ok, hablemos sobre esto por favor. Yo no quiero dejarte que me dejes Ambra. Sabes que te quiero, que deseo estar contigo…

—¿Estar conmigo en qué sentido Carl? Dejándome sola, no asumiendo tus responsabilidades.. Es más, he llegado al punto en que todo lo sacrifico por ti.

Ambra se puso de pie y se colocó ambas manos en los bolsillos traseros de su jean color pink. Llevaba además una franela blanca. Empezó a caminar impaciente hacia la ventana. Siempre miraba allí como si fuese a encontrar las palabras o la respuesta.

—¿Qué es lo que quieres hacer? —preguntó al fin perdiendo la batalla. —Yo no quiero que nos separemos Ambra, eres la mujer que quiero.

Ambra se notó fría como un block de hielo. Las palabras de él le valían madre. Ya no soportaría un día más así.

El silencio fue la respuesta que dio antes de tomar su jacket negro que descansaba sobre el sofá y se retirara del departamento con los ojos llenos de lágrimas. Lo había dejado allí, en posición de incertidumbre mientras a ella se le desgarraba el corazón, se le terminaba de partir.

Al cerrar la puerta, sabía que tal vez jamás lo volvería a ver. Esperaba que él no estuviese ahí cuando regresara, sino sería ella la que entregaría el departamento a la constructora y rentaría otro muy lejos de allí.

Se había sorprendido una vez más recordando esas palabras decisivas minutos antes. Bajó el ascensor mojando sus mejillas con lágrimas que no paraban de caer. No hubo forma de               que las detuviera

Al llegar al parqueo 1 del edificio, se dirigió hasta su Volkswagen jetta del 2006, gris.

Desactivó la alarma y tuvo que secarse los ojos antes de que pudiera ver bien el botón de su control. Tuvo que dejar que saliera el llanto y minutos después, se encontraba mirando el retrovisor para poder salir del lugar.

Ambra no pudo evitar encender su reproductor mp3, el cual tenía conectado al auto. El primer solo de piano que escuchó fue “Long long ago”. Le relajaba escuchar melodías, piezas musicales. No sabía de donde le venía esto pero tampoco se preocupó por saberlo.

Tomó la Hemingway sin rumbo fijo. Ya tenía programado ir por el vestido en la tienda de novias, pero quería hacerlo cuando Wendy no estuviera por esos lares. La verdad era que la boda sería al día siguiente y de repente ya no tenía deseos de asistir.

Tan solo deseaba volar, irse lejos de todo eso por un tiempo y hacer un viaje. Debía buscar la manera de hacerlo a algún lugar donde en vez de llorar y preocuparse si la amaban o no, ella estuviese dando algo de sí. Y como su trabajo lo podía hacer desde cualquier parte del mundo con una portátil, todo sería pan comido.

Hubo una intersección donde tuvo que pensar si seguía fuera de la ciudad o se detenía a un lado de la carretera a esperar que se le terminara el oxígeno o recuperar las ideas.

Se miró al espejo y vio un alma muerta, un ser sin mucho que dar. Su rostro lucía más pálido que de costumbre y sus labios estaban deshidratados.

Posó ambas manos en el guía y sin bajar la calefacción, giró a la derecha. Se detuvo en un café. Pensó que era buena idea tomar un chocolate caliente y además ingerir algo salado.

Después de estacionar, no le corrió a la fría lluvia que caía. Al contrario, deseaba que además de lo helada que llevaba el alma, hundirse en el agua hasta dejar de existir.

Se estaba deprimiendo y lo sabía. No solo por lo de Carl, era todo.

En ese instante sonó el teléfono:

 

—¿Señorita Ambra Holmes?

Una voz ronca y muy seria le habló.

—Le habla el detective Rivers.

Ella abrió los ojos sorprendida. No recibía una llamada suya hacía semanas.

—¿Tiene algo?

—Sí, posiblemente buenas noticias.

Ambra se detuvo en seco y dejó el menú sobre la mesa mientras la camarera se apresuraba a acercarse para tomar la orden.

    Hay un pariente suyo en Oklahoma. Al parecer es un hermano de uno de sus padres.

 

Ambra apretó los dientes. Hasta ese instante no encontraba motivos para luchar, pero ahora todo recobraba el color. El hecho de saber algo sobre su niñez que no tuviese nada que ver con casas de internados y adopción, con padres maltratadores, con hermanos descabellados…

 

—¿Pero puedo saber ya la dirección? Puedo dirigirme hacia allá.

La camarera continuaba impaciente y Ambra le señaló una taza de chocolate del menú así como unos hot cakes.

 

—No, es importante contactarlo y verificar los detalles antes de que se haga algo al respecto.

 

—Bueno detective, estaré fuera de la ciudad pero podrá contactarme a este mismo número. De verdad me urge esta información, tener alguna esperanza…

 

—Le entiendo y hacemos todo lo posible porque tenga usted un desenlace feliz.

 

Ambra sonrió al fin al terminar de colgar la llamada. El hecho de que hubiese la mínima esperanza de conocer a sus verdaderos padres y más que preguntarles el por qué la abandonaron, quería sentir un abrazo materno, un verdadero abrazo de su propia sangre, sus genes… saber si tenía hermanos y si podría algún dia sentarse en navidades a compartir como una verdadera familia, tal como lo soñó.