CAPITULO 2

 

—Señor, hoy es el día en que le traen su pedido, la de NY. —sonrió el hombre chaparro de unos 5 pies, con barba descuidada, dentadura un poco podrida y sonrisa macabra.

—Espero que valga la pena Juan. La última resultó ser una hija de puta. —El hombre seguía de espaldas a Juan y con el frente al gran ventanal que daba al edificio azul de cristal.

—Si, recuerdo muy bien jefe. Al principio estuvo de acuerdo y luego, se echó para atrás la maldita. —se pasó un palillo por los dientes. Su acento mexicano era ineludible aun en inglés.

—Ve, recógela al aeropuerto cuanto antes. Asegúrate que tenga todo lo necesario. Que no le falte nada. —respiró profundo.

Luis se giró en el asiento para darle la cara a su empleado y mano derecha en cuestiones de negocios.

—¡Juan! Que vaya mejor un chofer por ella al aeropuerto y que tengan todo preparado en la hacienda.

Luis estaba muy seguro de que el plan estaba bien organizado y que no podía fallar. Trabajó mucho en la planeación de la operación. A estas alturas en su organización, nada debía fallar.

        

—Usted es un rudo en la cama señor Reeves. —dijo la mujer susurrando al oído mientras que el hombre permanecía extasiado en sillón de piel negra de la biblioteca. No acostumbraba a llevar conquistas a esa parte de la casa, pero a ese punto de “me importa un coño” era literal. Todo por encima de su hermano con quien compartía departamento.

—Y tú eres una cabrona, como me gusta..

Su voz ronca se mezcló con el olor a etílico en su aliento mientras la mujer sonreía ampliamente dejando ver su dentadura de anuncios de pasta dental que resaltaba por el rojo oscuro de su pintalabios. Después de esta frase que parecía encenderla, ella lamió sus labios dejándolo sediento. Acto después, llevó una de sus finas piernas con medias negras y tacones del mismo color encima de los  brazos del sillón mientras él sorbía un poco de su whisky a las rocas con malicia.

La mujer se colocó una mano a la cintura en tono de coquetería y él osó acariciarle el tobillo. Ella lo haló por la corbata de rayas rosadas con azules. Se giró dándole la espalda a su presa. Abrió ambas piernas y lentamente con movimientos circulares se depositó en su centro, allí donde percibía las palpitaciones del hombre.

Esto la hizo gemir y apretarse los labios en tono de deseo. Acto seguido, él puso el vaso sobre una mesa de madera mientras lentamente comenzaba a recorrer sus pezones. Cuando lo hizo, ambos gimieron por los movimientos que se iban intensificando por encima de la ropa. Ella solo llevaba unas tangas negras y sus senos estaban sueltos debajo de una franela blanca, que notaba perfectamente el duro de sus rosado pezones.

Los movimientos de sus caderas pasaron de circulares a un ritmo que iba delate hacia atrás, en la misma dirección que el miembro masculino. Su erección seguía apuntando haciéndose cada vez más duro mientras continuaba las caricias, esta vez en las nalgas redondas aunque no abundantes de la mujer.

Solamente sabía que la había conocido esa noche en un bar mientras compartía con unos amigos.  Sin embargo, el toque seductor de un Reeves marcaba el terreno donde estuviera. Las mujeres se le estrellaban a los pies asi fuese que anduviera en calipsos. Su personalidad tan fuerte no dejaba dudas de que era un hombre en todo el sentido de la palabra. Ronald Reeves no necesitaba decir más que una palabra o hacer un chasquido de dedos. Todo se le daba fortuito, todo venia a él excepto la felicidad.

La mujer se detuvo en seco para quitarle la correa a Ronald sin premura mientras le miraba desear que ella sacara el tigre que estaba a punto de salir. Gruñía mientras la tomaba por el cabello lentamente.

La mujer tenía un rostro de niña inocente, a pesar de sus 36 años, se conservaba muy bien. Reeves no lo sabia ni le interesaba, solo quería cogérsela en ese instante y fue lo que hizo. Cuando la mujer sacó a su amigo interno, él cambió de roles y tomó el control de la situación. La sostuvo del cabello y la dobló por la cintura haciendo que ésta se agarrara del escritorio. Le llevó el hilo de las tangas hacia la derecha y le abrió muy bien sus partes íntimas muy delicadamente pero con fuerza.

Fue deslizando la punta del miembro por sus labios vaginales haciendo que ella se tocara los senos complementando el placer del momento.

Sacó uno de sus condones, se lo colocó rápidamente mientras le latía con fuerzas el miembro. Ya llevaba varias semanas sin hacer nada, de duelo, pero ya no podía más.

Sin más preámbulos introdujo su pene lentamente y luego iba intensificando los movimientos. La mujer gritaba con cada embestida, y eso le encantaba a él, tener el mando, el poder y el control de la situación. Necesitaba saber que la fémina que se follaba sintiera tanto placer que tuviera que regar la voz a sus amigas.

El pelo de aquella mujer era sostenido por las manos de Reeves mientras sus cuerpos sudaban. Los gemidos de la mujer fueron aumentando a medida que el hombre descargaba la fuerza masculina en ella. Ella le pedia más y él se lo daba y fue pidiendo tanto que la hizo tener dos orgasmos continuos. Un segundo después, él se descargó completamente sintiendo el temblor en cada uno de sus músculos.

Mordió la espalda de la mujer y luego retiró su pene.

—¿Ronald? —escuchó una voz proveniente de la puerta de la biblioteca. No se inmutó, sabía que era Chris, su hermano.

—¿Qué quieres? —preguntó mientras terminaba de subirse los pantalones y se aseguraba que la mujer estuviera cubierta, aunque no le importaba compartir con su hermano, total, antes compartían hasta eso, las mujeres.

—Quiero hablarte. —Chris sospechó lo que ocurría pero se encontró muy extraño de que su hermano estuviese teniendo sexo en la biblioteca, lugar que aprovechaban para entretenerse un poco con un buen libro o tener privacidad.

La puerta se abrió y Ronald encontró a su hermano con las manos en los bolsillos recostado de la pared. Era un tipo menos alto que él pero igual de guapo. Pelo castaño oscuro y barba al descuido, sus ojos eran muy azules.

Chris echó un ojo al lugar y encontró que obviamente había una fémina y que el sitio olía a puro sexo.

—Veo que estas ocupado, hablamos arriba. —terminó diciendo sin que su hermano dijera una sola palabra. Ronald se limitó a asentir mientras veía su figura desaparecer por las escaleras. Ya sabía que venía una reprimenda.

—Uno de mis choferes te llevará a donde digas preciosa.

Se despidió de la mujer con toda la labia posible de que la llamaría, que la buscaría. Era de las cosas que caracterizaba al don juan: Promesas incumplidas.

Al cabo de cinco minutos, con la camisa echa un desastre y con un nuevo vaso de cristal de whisky en manos, subió a la habitación de su hermano. El lugar era un pent house moderno con todo lo que dos hombres solteros con mucho dinero necesitaban. Nada más que pedir que varias sirvientas, mensajeros, área de gimnasio, área de cine, biblioteca y varias habitaciones. En especial las del primer nivel,diseñadas además de usarse para las visitas, pues se tiraban las mujeres que querían.

—¿Qué hay cabrón? —fue el saludo que le dio Ronald a su hermano que al parecer estaba muy cansado de su faena y había caído con todo y ropa en la amplia y cómoda cama de edredones grises. Todo estaba pintado en gris con beige y plateado. Uno que otro toque de azul, en especial los souvenirs y medallas de surf que había ganado. Era un campeón nacional de este deporte. Al igual que Ronald que se destacó en el futbol americano. Todo hasta que su padre le mandó a estudiar en una academia militar. Supuestamente para darle disciplina. Allí se volvió un tipo duro e impredecible, eso y todo lo que tuvo que pasar, de lo que no quería hablar.

—Que raro que te tiraste tu polvo en la biblioteca.

—Ya sabes, donde le dan ganas a uno. La puta estaba muy buena. —Chris sonrió.

—¿Dónde la conociste?

—En la despedida de soltero de Jack. Recuerda que se casa el cabrón. —Se recostó de la pared que daba acceso al amplio armario de su hermano.

—SI…  oye hoy llamó tío Sam. —El rostro de Ronald cambió de color. Se puso amarillo. Ronald tenía una tez muy blanca como papel, su pelo era abundante y castaño claro, casi rubio. Sus ojos verdes olivos a veces con la rabia se tornaban un poco amarillentos, justo como en aquel momento.

—¿Para eso me llamas para hablarme de Sam?

—Ya supéralo Ronald!Mil veces te he dicho que él no tuvo nada que ver con lo que pasó a nuestro padre. Tú mismo lo viviste conmigo.—Chris se levantó de la cama molesto mientras su hermano seguía bebiendo, lleno de rabia.

—Él fue el último en verle con vida. No sé, si hubiese aguantado más tiempo sosteniendo su mano para que no cayera en el precipicio.. —se apretó el cráneo con fuerzas.

—Entonces a ti te dolió la muerte de nuestro padre más que a mí. Bravo señor Reeves. Me sorprende usted. —dijo con ironía.

Ronald había desarrollado un sentimiento de culpa contra su tío Sam Reeves. Quien tuvo un accidente automovilístico con su hermano Edgar en St Louis, el cual salió disparado por la puerta del conductor y al que Sam por más que quiso no pudo seguir sosteniendo su mano. Él mismo se dejó caer cuando perdió las fuerzas suficientes.

Ante sus ojos, el único hermano que tuvo perdió la vida. Y su sobrino desde entonces lo culpa sin dejarse convencer de lo contrario.

—Me importa un coño tus sentimientos contra mi tío. Mañana debemos estar en la reunión de accionistas de la empresa. —acotó.

—Allí estaré.—dijo retirándose.

Los Reeves eran dueños de una franquicia de motocicletas a nivel de Europa. Tenían una sucursal inmensa en Florida. Chris se encargaba de la parte financiera y administrativa y su hermano de lo legal. Ronald era abogado, se hizo de esta carrera después de dejar la vida en el FBI. Labor que amaba hasta que vio morir sus mejores amigos en manos criminales y tuvo que investigar el caso. Era agente de investigación e inteligencia, la mano derecha del fiscal del distrito. Uno de los más condecorados por ser un hombre arriesgado, pero ahora, sólo era un empresario y mujeriego. A sus 34 años no le interesaba otra cosa que no fuera follar, nadar, echar carreras y ganar dinero.

Se daba los mejores lujos, los exuberantes destinos pero en el fondo estaba podrido, muerto. La pérdida de su madre quien era el pilar de su hogar, luego de su padre quien fue su columna vertebral, su bastón y por ultimo dos de sus amigos en manos de delincuentes, traficantes.. Los muy malditos desaparecieron sin dejar huellas y eso frustró a Ronald. De haber sido por él, todavía estuviese investigando el asunto pero el departamento detuvo el proceso ya que se comprobó que no estaban en el país.

Ronald era un hombre muy sensible, aunque rudo. Había desistido la idea de formar su familia porque a decir verdad se sentía cómodo viviendo la vida loca. Al único que le interesaba complacer era a su padre y había muerto cinco años atrás. No había ni existía una mujer que le hiciera sentir el amor. Esa palabra fuera de su familia no la concebía. Sólo amaba a sus padres, su hermano y el tío Sam, quien nunca pudo engendrar, ellos eran como sus hijos.

Hablar del tema despertaba tensión en ambos. Chris que minutos antes había llegado de buen humor, ahora se desahogaba metido en la tina en agua caliente y Ronald, como siempre, bebiendo whisky. Para él era más fácil acudir a cosas como esas que enfrentar la realidad. Chris aceptó lo que pasó aunque le dolía, aunque tampoco sintiera la felicidad completa. Al menos sí sentía la necesidad de engendrar, de tener una familia propia y de hacer algo más que acostarse con una mujer diario.

Ambos habían limpiado las asistentes, las clientes, las mujeres que se les acercaran ellos ya se las habían cogido, pero Chris no estaba en esos planes.