EL HOMBRE DE AJÍ

¿Cómo resiste el Zoilo Guaquinchay

sobre el silencio inmóvil de la piedra,

dándole al socavón, dándose y dando

un golpe a la tiniebla y otro afuera?

Un combo aquí, porque no tengo madre

y otro por si, cavando, la tuviera;

dándole, dando con paciencia oscura

a la ternura hembra de la tierra.

Porque no puede ser, porque no puedo,

porque puede que sí, puede que pueda

estar agonizando mientras vive,

mientras resiste con la lengua afuera.

El hombre del ají mira de lejos

por los ojos hurones de la siesta

y entonces se le ve, profundamente,

que le queda infinita la tristeza;

que ya no es suya, que la trajo al hombro

una heredad de Mita y Encomienda

y polvosa de siglos, se hizo polvo

entre sus sometidas polvaredas.

Él mata el hambre con sabor picante

y demora a la muerte en su acullico,

se redime en la aloja, cuando puede,

y en la macha feroz llora su grito.

A vacilantes pasos de baguala

viene, el día de pago, tropezando:

a manotones con su propio incendio,

náufrago para siempre en su naufragio.

Bebe su situación, come y no come,

esconde el hambre antigua en su sancocho,

moja la soledad en los boliches

y ella lo espera atrás del trago pobre:

Acodada en su sombra, cavilosa,

teje su telaraña en los rincones,

hasta que el Zoilo Guaquinchay se entrega

y entonces, se lo lleva a empujones.

En la raída euforia de la noche

le amontonan la sombra las estrellas,

eructa, como un dios, hacia el olvido

y queda tambaleando en la insolencia.

¿Así que agonizando, Guaquinchay?

¿Conque echándole ají a todas las penas?

¿Noviando con la muerte? ¿Has olvidado

que la muerte se acuesta con cualquiera?

De un modo muy nocturno, el Zoilo sabe

que hay que matar al hambre, despenarlo,

que un cuchillo de ají y otro de furia

pueden, remotamente, arrinconarlo

y entonces, con un pan de trigo joven

y un día cereal y un vino largo,

darle de frente donde más nos duele

y no engañarlo más con el picante.

De una manera oscura, el Zoilo piensa

que se puede poder, que acaso pueda

liberar el ají de sus verdugos

y devolverlo júbilo a la mesa.

Por eso es que resiste allí debajo

del ataúd minero de la piedra,

porque puede que sí que esté pudiendo,

porque puede poder, puede que pueda

rescatar del ají su fiesta pura

y abrirle un socavón a las tinieblas.